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Libro: ‘Putas, república y revolución’ de Marta Venceslao y Mar Trallero

Sábado 19 de marzo de 2022

“Las trabajadoras sexuales han estado históricamente vinculadas a grupos contestatarios”

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Marta Venceslao en la librería Louisse Michel.- Pikara Magazine

Andrea Momoitio 16/02/2022 Pikara

Marta Venceslao y Mar Trallero analizan en ‘Putas, república y revolución’ el papel que tuvieron las prostitutas durante la II República y la Guerra Civil española. Esta entrevista a Venceslao se realizó con público durante la presentación del libro en la librería Louise Michel, en Bilbao.

Marta Venceslao es doctora en Antropología y profesora en la Facultad de Pedagogía de la Universidad de Barcelona. Acaba de publicar, con Mar Trallero, Putas, república y revolución (Virus Editorial), un ensayo que busca analizar el papel de las prostitutas durante la II República española. La publicación surge por iniciativa de Genera, una organización feminista que acompaña a las trabajadores sexuales de El Raval, un barrio de Barcelona vinculado históricamente a la prostitución. Ante la propuesta, “irrenunciable” para las autoras, ambas se encontraron con “una gran escasez de fuentes documentales”. Se vieron, dice Marta Venceslao, en “el desierto”, así que tuvieron que empezar a “picar piedra en la más absoluta de las intemperies”. Es uno de los primeros trabajos de corte historiográfico, pero también antropológico, que aborda cuál fue el papel que tuvieron las trabajadoras sexuales tanto en el periodo republicano como en la Guerra Civil: “Nos hemos consagrado en hacer polillas de archivo y de biblioteca para hilvanar una historia del todo fragmentada”.E

En el libro afirmáis que la historiografía en torno al fenómeno de la prostitución ha silenciado deliberadamente algunas voces. ¿Cuáles? ¿Qué voces en torno a la prostitución se silencian hoy?

Esto nos remite a pensar en quién tiene derecho a la palabra y quién no; quién tiene derecho a sostener un discurso creíble y quiénes no. Históricamente las mujeres hemos sido sujetos, objetos si queréis, sin estatuto político y, por tanto, sin palabras. Ya en la Antigua Grecia, los sujetos sin alma eran los esclavos y las mujeres. Estaban vetadas para tomar la palabra, para ser creídas y escuchadas en el ágora. Si las mujeres hemos sido históricamente ninguneadas o invisibilizadas, las mujeres marginales todavía lo han sido más y, si hay un ejemplo paradigmático en ese sentido es la trabajadora sexual, la puta. Si hay algo que en este momento refleje eso de no dar crédito ni agencia política a las trabajadoras sexuales es precisamente la ley de libertad sexual que está impulsando el PSOE. Es una ley cuya cuya piedra angular es el consentimiento y parte de la suposición previa de que las trabajadoras sexuales ejercen la prostitución sin voluntad propia. Volvemos a lo que apuntaba antes: qué sujetos tienen derecho a palabra y quiénes no; quiénes tienen derecho a ser creídas. En la última investigación que hicimos, en 2020, las trabajadoras sexuales a las que pudimos entrevistar lo que decían es que querían tener derecho a un permiso de maternidad, a cotizar, a jubilarse, a trabajar sin el hostigamiento policial que les impide negociar con cierta tranquilidad.

En el libro abordáis el higienismo, una corriente que se ha dado en diferentes momentos históricos y que tiene que ver, sobre todo, con legislar la prostitución para tratar de evitar que se propaguen las las enfermedades venéreas pensando más en la salud de los hombres que consumen prostitución que en los derechos de las mujeres. ¿Cuál es el planteamiento hoy?

El higienismo es un movimiento de reforma social de finales del siglo XIX para domesticar, adoctrinar y disciplinar a la clase obrera. Señala que no se puede separar la pobreza de la desviación. Es decir, homologan a las clases populares con las clases peligrosas que merecen castigo, control sanitario, moral. Han cambiado muchas cosas. El libro trata de explorar las continuidades, pero también las rupturas con la historia. El abolicionismo contemporáneo es distinto, pero hay cosas que se han mantenido invariables. Una cuestión invariante en las propuestas abolicionistas de la izquierda, en la República y ahora, tiene que ver con que no se les otorga un estatuto político a las trabajadoras sexuales. Se supone constantemente que el trabajo sexual es ejercido sin voluntad propia. No se toma el mismo criterio para juzgar la falta de voluntad de una mujer que ejerce la prostitución con la falta de voluntad, por ejemplo, de una que limpia culos de ancianos por tres euros la hora. Ahí parece ser que nadie se rasga las vestiduras. Es interesante poder problematizar por qué el trabajo sexual despierta ampollas que no despiertan otros trabajos que también están sometidos a las mismas cadenas de explotación.

¿Y por qué despiertan esas ampollas?

Bueno, tengo varias hipótesis, pero… mejor no me voy a meter.

Dale, dale. Luego matizas.

Para mí son unas preguntas de investigación necesaria: por qué despierta tantas ampollas y por qué este tema está escindiendo el movimiento feminista; por qué los ataques son siempre tan beligerantes. Si algo nos ha enseñado el feminismo es a escucharnos.

Mucho decir me parece eso.

Bueno, no sé, no sé, quiero pensar que sí. No sé, pero preferiría pasar a la siguiente pregunta.

Vale. En en el libro decís que la izquierda ha entendido la prostitución siempre en términos de clase.

Sí, y hay un giro bien interesante en el que el trabajo sexual ya no era concebido únicamente como un fenómeno relacionado con la depravación de las mujeres de clase obrera, que había sido la posición hegemónica, y aunque esa posición no desaparece en ningún momento, gracias a Mujeres Libres, una organización de corte libertario, se le añade la cuestión de clase. Es decir, el trabajo sexual es el ejemplo paradigmático de explotación capitalista de una moral burguesa degenerada. Es una marca degenerativa del capitalismo y, por tanto, hay que acabar con el trabajo sexual, hay que abolirlo. A partir de ahí, encontramos toda una serie bien interesante de actuaciones, más o menos organizadas, más o menos sistematizadas, que tratan de abolir la prostitución, de encarrilar a las mujeres hacia trabajos más dignos, de invitar a los hombres a que no las frecuenten. Una de las posiciones importantes también fue la apuesta por las sindicación de trabajadores sexuales como el elemento de protección a la explotación.

¿Es entonces cuando surgen los liberatorios?

Los liberatorios de la prostitución fueron una propuesta de Mujeres Libres, una organización que retrospectivamente solo podemos mirar con admiración y respeto porque fueron unas tipas avanzadas. Ellas, en el 36, ¡cuestionaban el matrimonio! Los dispositivos llamados liberatorios de prostitución consistían en sacar del trabajo sexual a estas mujeres para capacitarlas en profesiones que se consideraban, a su juicio, más dignas y, atención, tenían tres objetivos más. Pedían atención psiquiátrica o psicológica y, cito textualmente, el “auxilio moral”. Las compañeras de Mujeres Libres mantuvieron una posición higienista por la cual las trabajadoras sexuales eran sujetos contaminantes y depravados moralmente que había que corregir. Eran entendidas como mujeres con algún tipo de anomalía, que las hacía objeto de control y de redención. La palabra redención está al orden del día en la prensa obrera. En producciones comunistas, socialistas y principalmente libertarias hablan de infelices rameras, de mujeres esclavas, fracasadas, carentes de ideas, depravadas, desvalidas, contaminantes.

¿Qué habéis descubierto sobre la vinculación de prostitutas con grupos contestatarios?

Encontramos trabajadoras sexuales que durante los primeros meses de la Guerra Civil se sumaron a las milicias. A los tres meses de llamarlas a las trincheras, en octubre, Largo Caballero preparó un decreto para sacarlas precisamente de los frentes. La estrategia que utiliza la izquierda en su conjunto para sacarlas es acusarlas de prostitutas. Equiparan a la miliciana con la puta y parten de una postura higenista al decir que están siendo un vector contaminante. Contaminante. Decían que eran quienes transmitían enfermedades venéreas. Bueno, de hecho, hablaban de contagiar. Las putas como sujetos contaminantes por excelencia; y con la excusa de que están causando bajas en las milicias, dicen que tienen que volver a la retaguardia. Encontramos también rastros de trabajadoras sexuales que se suman a los escenarios del 19 de julio; trabajadoras sexuales que se juntan con otros grupos para realizar expropiaciones en barrios burgueses de Barcelona, otras que acaban afiliadas a Mujeres Libres. Pero también aparecen trabajadoras sexuales comandando y organizando piquetes y barricadas en la Semana Trágica de Barcelona. Las encontramos también indagando en los informes de Somatén, una institución parapolicial barcelonesa. Al hacer un trabajo de espionaje detectan grupos libertarios que se reúnen en pisos de trabajadoras sexuales. Seguimos también un hilo infructuoso lamentablemente. Hay una anécdota, una suerte de leyenda entre las trabajadoras sexuales más mayores de El Raval, que dice que durante la Guerra Civil, en el sótano de uno de los prostíbulos, se albergaba una imprenta anarquista. Vemos también la relación con grupos contestatarios en algunas dictaduras. Por ejemplo, ayudando a las Madres de la Plaza de Mayo. Las trabajadoras sexuales han estado históricamente vinculadas a grupos contestatarios. Más allá de sus propias reivindicaciones como colectivo, han estado también tratando de empujar y dibujar horizontes de justicia social y encontramos referencias de las que montan el primer sindicato del cual se tiene constancia en el Estado español, el sindicato del amor.

¿Cuándo?

Final del 36 principios del 37. Es inaudito. Las trabajadoras sexuales se consideran sujetos políticos y van a pedir a la autoridad que tarifique los precios porque resulta que la madame para la que trabajan se está quedando dos terceras partes de lo que ellas cobran. La Generalitat los envía al Tribunal Revolucionario, una entidad jurídica que se crea la Guerra Civil y ahí se constituye el sindicato.

El libro está muy enfocado en Barcelona

Sí, aunque hemos mirado fuentes en términos estatales. Pero si alguien prestó atención a la prostitución fue el movimiento libertario y fue más fuerte en Cataluña y Aragón.

En el libro habláis de cierta obsesión de las militantes de izquierdas por distinguirse de las prostitutas. Esto lo encontramos también más adelante, cuando las presas políticas tratan de distinguirse de las sociales durante la dictadura.

Sí, dentro del espectro izquierdas, los libertarios, comunistas y socialistas que estaban dándose de hostias en términos ideológicos por cuestiones de otra índole aquí se pusieron de acuerdo. Esto tiene que ver con algo que me parece medular y que tiene que ver también con el diálogo que establecemos en el libro con la antropología. El estigma puta es uno de los pilares del sistema patriarcal. Precisamente porque realiza una demarcación muy clara entre las buenas mujeres y las malas mujeres. El estigma puta es tan potente precisamente porque es un dispositivo pedagógico, es decir, un dispositivo que instruye y alecciona al resto de mujeres sobre cómo tenemos que comportarnos para no ser tachadas con el más profundo de los agravios. Esta matriz simbólica también nos conforma a nosotras y digamos que incluso las propias milicianas se posicionaron de forma clara diciendo que ellas no tenían nada que ver con esas “putas”. Podríamos lanzar diferentes hipótesis que lo expliquen. Yo creo que la España del 36, del 37, no estaba todavía preparada para una ruptura de semejante calado. De repente las mujeres estaban con un fusil haciendo la guerra en una trinchera y reivindicando un trato igualitario. Una miliciana que pidió incorporarse al batallón dirigido por Mika Etchebéhère, le dijo que ella no había ido a morir por la revolución con un trapo de cocina en la mano. A las mujeres, cuando se incorporaron a la milicias, las ponían a fregar, a cocinar, con los enfermos, y ellas reivindicaban un trato igualitario. La Guerra Civil permite subvertir por un tiempo, poco, pero por un tiempo, ese orden de domesticidad tradicional que habían ocupado las mujeres hasta entonces. Podemos pensar que la izquierda no estaba preparada para un cambio así.

Es habitual hablar de las prostitutas en términos de depravadas. En ese depravada hay cierta agencia, ¿las putas dan más miedo que pena?

Las figuras desviadas tienen esa dualidad en la que nos producen rechazo pero al mismo tiempo una profunda atracción: el yonki, la loca, la puta. Son figuras artísticamente y literariamente muy poderosas. Lo que encontramos en el periodo revolucionario, y esto es una constante hasta ahora, es esa dialéctica en la que la trabajadora sexual es víctima y culpable al mismo tiempo. Víctima de un sistema de explotación para la izquierda o víctima de una degeneración moral. El estigma puta que antes señalaba es un elemento fundamental para el patriarcado porque nos alecciona, es un dispositivo pedagógico, pero tiene también y al mismo tiempo un potencial cuestionador. Si algo hacen las trabajadoras sexuales es que hacen con su cuerpo y con su sexualidad lo que literalmente, si me permitís la expresión, les sale del coño.

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