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Las preguntas adecuadas. Sobre el caso Iveco

Sábado 1ro de junio de 2019

¿Qué porcentaje de hombres sitúan en la cosificación extrema de las mujeres sexualmente atractivas un componente esencial de su identidad masculina, o de su sexualidad?

Beatriz Gimeno 31-05-2019 CTXT

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Cartel contra la violencia machista. Paul Lowry

El suicidio de una trabajadora de Iveco ante la difusión de un vídeo suyo de contenido sexual es un compendio perfecto de lo que significa el patriarcado y de cómo actúa. Quizá sea más sintomático incluso que las violaciones o la violencia machista porque la brutalidad evidente genera un enorme rechazo social y por tanto más acuerdo. En los conflictos sociales hay siempre preguntas clave que explican mucho del propio conflicto y mucho de la manera en que se debe abordar, pero lo normal en un orden de dominación es que sea mucho más difícil llegar a la pregunta clave que ponerse a discutir sobre lo evidente. En general, y nos pasa con muchos asuntos, nos centramos mucho más en qué hacer con los síntomas que en por qué ocurre. No hay que renunciar en absoluto al qué hacer, pero si sobre muchos de los temas que las feministas debatimos o discutimos airadamente fuéramos capaces de ir a la(s) pregunta(s) clave y ponernos de acuerdo al menos en cuáles son, podría aliviar un poco el debate. Es decir, sería más fácil trabajar juntas, aun en desacuerdo, si al menos fuéramos capaces de consensuar cuál es la pregunta. Últimamente en algunos debates, estoy en esas.

Siempre viene al caso aquel famoso estudio que se hizo en una universidad norteamericana en el que se preguntaba a los estudiantes si violarían a una mujer (se ponía como ejemplo una conocida actriz muy deseable) en caso de que estuvieran convencidos de que nadie se enteraría y dicha violación, por tanto, no tuviera consecuencia alguna. Un porcentaje altísimo contestaba que sí, que violaría. La cuestión entonces es: ¿qué porcentaje de hombres sitúan en la cosificación extrema –en la falta de empatía, en definitiva, en la no humanización– de las mujeres sexualmente atractivas para ellos un componente esencial de su identidad masculina, o de su sexualidad? ¿A cuántos les excita eso? ¿Por qué es así? ¿Esta cuestión nos parece relevante o no? ¿Cómo combatirlo? Y eso tiene que ver con el espinoso asunto de la construcción de la subjetividad sexual y si eso nos importa o no como feministas. Siempre recordaré (lo he escrito muchas veces) la reacción de una famosa antropóloga cuando, hablando de prostitución, yo dije que lo que más me preocupaba de aquella era la manera en que contribuía a conformar la subjetividad sexual masculina, en que daba forma a una pedagogía, una banalización, a la cosificación, y ella me contestó airada: “¡qué me importa a mí la construcción de la sexualidad masculina!” Pues o nos importa (también la construcción de la subjetividad sexual femenina) o jamás podremos cambiar nada.

¿Qué parte de la identidad masculina se pone en funcionamiento cuando un hombre “normal” recibe el vídeo sexual de una compañera de trabajo y, en lugar de sentir la más mínima empatía por/con ella, ir a decirle que no se preocupe, denunciar a quien lo haya enviado, enfadarse con sus compañeros, negarse a compartirlo, hace lo contrario a todo eso? Supone, sobre todo, que una parte de la identidad masculina de la mayoría de los hombres, una parte muy importante, se construye sobre la negación de la humanidad de la otra, especialmente, cuando esa otra está en un contexto sexualizado. La siguiente pregunta va de suyo: ¿qué consecuencias tiene eso para la igualdad entre hombres y mujeres? Cuando Francisco Rivera declara “que las mujeres no se graben porque ningún hombre dejaría de compartirlo” le señalamos (que hay que hacerlo) pero lo cierto es que está diciendo una obviedad. Todos lo compartieron, ninguno lo denunció. Tenemos que preguntarnos qué normalidad es esa que permite a un hombre “normal” asumir que exponer a una mujer a un tremendo dolor, a una tortura, en realidad es algo que harían, y hacen sin despeinarse la mayoría de los hombres.

Ahora todo el mundo escribe sobre lo que hay que hacer y quién es el culpable. Es un delito y está penado y me parece bien que lo paguen. Pero la verdad es que todos los hombres normales, como Francisco Rivera, no pueden ir a la cárcel. Otras veces, superado el puro punitivismo, ponemos el foco en la educación (y también es necesario) pero ¿qué es la educación? ¿La escuela, la familia, las instituciones sociales, la política, los medios de comunicación, la pornografía, la cultura? ¿Dónde se educan/socializan, en realidad, dónde se construyen sexualmente hombres y mujeres, a través de qué espacios mentales conforman su subjetividad? ¿Dónde normalizan que el dolor femenino, en el ámbito de la sexualidad no cuenta? ¿Dónde aprenden a torturar? Es inevitable aquí referirse a quienes creo que más están trabajando estas cuestiones en el ámbito hispano: Rita L. Segato y Almudena Hernando. La primera con el estudio de la “pedagogía de la crueldad” de los hombres respecto a las mujeres porque ¿qué es sino una enorme crueldad reenviar ese vídeo? ¿Por qué no lo sienten como tal? Y la segunda insistiendo en que mientras no transformemos la manera en que construimos nuestras subjetividades no habrá cambio posible.

Con este caso se pone de manifiesto de manera muy evidente que a pesar de todos los cambios producidos –y son muchos– las mujeres no somos sujeto sino objeto; que los objetos no son seres sintientes, que la banalización de nuestro dolor en el ámbito sexual está ligada a la construcción de la sexualidad de otros. Por supuesto que podemos poner ambas cosas, sexualidad y cuerpo, a disposición de ellos de múltiples maneras y por eso ahora se dice que somos más libres, pero ese ponerlos a disposición es únicamente bajo sus condiciones –las de ellos– y el derecho a la cosificación y a la crueldad no se discute. Por ejemplo, hay quien dice que la solución para acabar con el porno de la venganza es que todas nos grabemos follando y lo enviemos. Me parece que decir eso, que es lo que yo haría en ese caso concreto y de emergencia, es trampa. Porque no lo comparten por ver sexo. Hay sexo para dar y tomar y compartir. Lo hacen porque así la ponen en una situación de desigualdad, es una forma de abuso y violencia. Es que a lo mejor no me gusta compartir mi intimidad; a lo mejor no puedo. No todo puede resignificarse a voluntad. Si compartimos nuestra intimidad solo porque ellos la amenazan, entonces tampoco somos sus dueñas.

¿Cómo conseguimos convertirnos en sujetos, en dueñas de nuestra sexualidad y cuerpo? ¿Cómo conseguimos que los hombres dejen de ser los amos? ¿Cómo conseguimos que nos vean como seres humanos, que nos sientan y reconozcan como tales? ¿Cómo conseguimos que la identidad sexual, la masculinidad hegemónica se vincule a lo emocional igualitario? El patriarcado es, sobre todo, un orden mental, una razón, igual que lo es el neoliberalismo. No será con el código penal en la mano, ni con las leyes, ni con una asignatura. La política (aparentemente) discute todo el tiempo qué hacer con los pobres, cómo mejorar sus vidas, pero no cambiará nada hasta que todo el mundo se pregunte por qué hay pobres. Pues las feministas (y los hombres igualitarios) tenemos que preguntarnos cómo y por qué construyen los hombres su sexualidad/masculinidad de esa manera y ya luego discutir cómo cambiarla. Vayamos a las preguntas, que a lo mejor hay más acuerdo, y luego discutamos las respuestas.

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