Xarxa Feminista PV

La hostia de chiste

Lunes 4 de abril de 2022

IRANTZU VARELA 30/03/2022 Pikara

El presentador de la gala de los Oscar hace un chiste sobre la alopecia de Jada Pinkett, su marido se levanta y le pega un bofetón en directo y se abre un debate al que le salen muchos flecos.

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Momento en el que Will Smith pega a Chris Rock.

Probablemente creo que Will Smith debería haber dejado que Jada Pinkett, su esposa, se defendiera ella sola porque soy blanca.

Y porque soy lesbiana.

De los análisis más o menos profundos que se han hecho estos días sobre la “broma” de Chris Rock, el presentador de los Oscar, aludiendo a la calvicie de Pinkett y la hostia que le soltó el marido de esta -para flipe absoluto de medio planeta-, los que menos me interesan son los de los hombres blancos cisheterosexuales. Aunque esto sirve para las opiniones en general sobre cualquier tema, la verdad.

Quienes han ejercido y liderado prácticamente todas las violencias sistémicas que han hecho peor el mundo, quienes habitan todos los privilegios, se pueden permitir cuestionar lo apropiado de meterle una hostia en toda la cara al presentador del espectáculo más visto del año, porque se ha metido con “su mujer”.

Mientras, las otredades fantaseamos con que la hostia se la hubiera dado ella, o con que le hubiera partido un rayo según hacía chistes sobre “las esposas de otros”. Porque eso también lo hizo. Llamó a Penélope Cruz, ganadora de un Oscar y nominada esa noche -igual que su marido- “la mujer de Bardem”. Gilipollas.

Y machista y legitimador de la violencia contra las mujeres. Y mal cómico.

Porque igual hubiera tenido gracia -igual- hacer un chiste un pelín más atrevido y llamarle “el marido de Cruz” a Javier Bardem. Pero hacer un chiste sobre la invisibilización de las mujeres en el cine, la subalternidad de las mujeres y la construcción de nuestras identidades en función de los hombres a los que cuidamos es una puta mierda de chiste. Porque no tiene gracia y porque está muy visto. Mira que no le han llamado veces “la mujer de Bardem” a la actriz española más galardonada de todos los tiempos (y esto incluye a los actores). En El País, hace nada, sin ir más lejos, era “la madre de los hijos de Bardem”.

Un chiste de mierda.

Porque los chistes tienen gracia cuando se ríe todo el mundo, no solo los hombres blancos cisheterosexuales, que se han reído de todo el mundo porque se ríen desde el privilegio y la dominación.

Porque el humor es un elemento clave para la construcción del relato. El humor define quiénes se van a reír y de quién nos vamos a reír. Las sociedades racistas, machistas, capacitistas, homófobas se ríen de las personas negras, gitanas y racializadas, de las mujeres, de las personas con diversidad funcional y de las personas del colectivo LGTBIQ. En las sociedades racistas, machistas, capacitistas, homófobas se agrede, se discrimina y se mata a las personas negras, gitanas y racializadas, a las mujeres, a las personas con diversidad funcional y a las personas del colectivo LGTBIQ.

Y si crees que una cosa no tiene que ver con la otra, seguramente eres un hombre blanco cishetero o te has tragado la pastilla azul, y te has creído esa mierda de que el humor es ficción y es inofensivo, en un país donde hay peña en la cárcel por rimar Borbones con ladrones. Como si no lo fueran.

No tiene ninguna gracia hacer un chiste comparando a una mujer blanca con la cabeza afeitada (porque es soldado) con una mujer negra que lleva la cabeza rapada porque tiene alopecia.

Porque los chistes sobre el aspecto de las mujeres son líneas que se añaden al relato según el cual nuestros cuerpos son espacios públicos, al servicio de quien quiera ocuparlos, con opiniones no pedidas, juicios ilegítimos, tocamientos no deseados o penetraciones no consentidas. (¡Ala!, ¡¿pero qué dices?! Sí sí. Así te lo digo). Nos asesinan, nos violan, nos agreden física y verbalmente porque hay una impunidad con respecto a la violencia contra nosotras que se construye y se alimenta -también- de los chistes.

Porque los chistes sobre el aspecto de las mujeres negras son líneas que se añaden al relato según el cual sus cuerpos son espacios públicos hipersexualizados, exotizados y deshumanizados al servicio de la supremacía blanca y colonial, que trata a “sus” mujeres como si fueran cosas o, incluso, como si no fueran nada.

Las mujeres blancas tendemos a pensar que todas estamos igual de oprimidas, porque el feminismo interseccional nos ofrece herramientas teóricas que nos quitan la culpa, pero nos coloca en posiciones políticas que nos estampan el privilegio en la cara.

Por eso muchas hemos pensado que nos hubiéramos enfadado muchísimo si nos pasa lo que a Jada Pinkett, y hemos deseado que fuera ella la que le partiera la cara.

Porque no nos da miedo que nos consideren unas violentas incontrolables. Bueno, un poco sí. Pero no nos da miedo que nos señalen con el estereotipo de “la negra enfadada”. Porque somos blancas.

En parte también lo hemos hecho porque fantaseamos con la respuesta violenta.

Como no hemos matado a nadie (todavía), pues podemos desear que sea otra la que le parta la cara a uno de los miles que nos han dicho cosas que nos han hecho llorar u odiar.

Han salido muchas mujeres calvas a opinar estos días. Y resulta que, una cosa tan habitual como la alopecia, cuando eres una mujer se convierte en un estigma, en un sufrimiento, en algo que te marca la vida. Mientras en Google te salen un montón de “chulazos” si pones “calvos guapos”. Y ya te digo yo que no es lo mismo si pones “calvas guapas”. Menuda sorpresa.

También han salido muchos calvos a decir que ellos son felices, que se ven estupendos y que el chiste les hubiera hecho gracia. Menuda sorpresa.

También han salido algunas mujeres a decir que a ellas les encantaría que “su marido” las defendiera cuando otro hombre se metiera con ellas. Pues tendría trabajo, el mío. Pero resulta que hace años que no tengo de eso.

Y el mundo es un sitio distinto cuando no eres la mujer detrás -ni al lado- de un gran hombre. Ni de uno de tamaño medio.

Las lesbianas vivimos una realidad en la que no existe ese pacto en el que buscas un hombre al que cuidar a cambio de que él te proteja, llamado heteropatriarcado.

A nosotras también nos pegan, nos asustan y nos insultan ellos, pero no lo hacen “porque nos quieren”, ni “por nuestro bien”, ni para protegernos.

Por eso me chirría muchísimo que un hombre considere la posibilidad de partirle la cara a otro porque ha insultado a una persona adulta y autónoma, como si ella no pudiera defenderse. Aunque sea “su” mujer.

Porque detrás de esa reacción está la creencia de que nosotras necesitamos la protección masculina y detrás de esa creencia está la desigualdad, la subalternidad, la opresión y la violencia. Porque alguien que cree que te tiene que proteger no te considera una persona capaz de protegerte por ti misma. Y detrás de todas las intenciones de protección hay un ejercicio de poder. De un poder que se considera legítimo porque se percibe como necesario y justificado. Y así estamos.

No todos los maridos pegan ni matan, pero los violentos, para sentirse impunes, necesitan no sentirse solos. Y echarse unas risas.

El guion de la gala de los Oscar está escrito por muchas manos y pasa por muchas otras antes de ser aprobado. Guionistas que cobran por serlo decidieron que era divertido reírse de la calva de Jada Pinkett y poner “en su sitio” a Penelope Cruz, no vaya a ser que se lo crea.

El espectáculo más visto de la expresión artística más mainstream cree que reírse de las mujeres (una negra y otra extranjera) es divertido, porque la cultura popular está construida sobre las opresiones, para que nos sigan pareciendo “el estado natural de las cosas”.

Como dice Yesenia Zamudio: “La que quiera quemar, que queme”. Yo digo que empecemos riéndonos hacia arriba.

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