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La historia de un mural feminista en la capital de las guerras culturales

Sábado 30 de enero de 2021

Las batallas fundamentales no están en las paredes, sino en los conflictos reproductivos y redistributivos

Nuria Alabao 28/01/2021 CTXT

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Concentración en defensa del mural feminista de Ciudad Lineal (Madrid). RTVE

Vox sigue usando el feminismo para proyectarse, ya sea apuntando a leyes o montando guerras culturales –muchas veces con gran éxito aunque parecen responder más a impulsos que a un estrategia bien definida–. En este caso ha conseguido gran visibilidad con algo que en principio podría parecer poco trascendente: su propuesta de borrar un mural feminista en un polideportivo del distrito de Ciudad Lineal en Madrid.

El partido de “la envejecida clase media masculina” sabe a dónde dispara: al legado de Carmena –el mural fue parte de un proceso participativo vecinal impulsado durante su mandato–. Recordemos, esos años se montaron tremebundas guerras culturales: los trajes de los reyes magos, una obra de marionetas que llevó a unos titiriteros a prisión, temas de memoria histórica, entre otros. La derecha se preocupó mucho de potenciar estos conflictos para oponerse a Carmena, que, todo sea dicho, también basó buena parte de su proyecto para Madrid en estas cuestiones.

Se suele decir que las guerras culturales sirven para convertir los problemas asociados a la gestión o las políticas de muy diversos temas en batallas costumbristas –como las llama Carlos Prieto– y el gobierno de Carmena entró al trapo de todas ellas, las jugó, y en general las perdió por falta de desparpajo y arrestos. No se puede querer contentar a todos en estos pollos mediáticos con trasfondo cultural, hay que apretar el acelerador de las convicciones y hablar para los tuyos sin preocuparse de quedar bien; algo que aprendimos de Esperanza Aguirre, la reina de estas partidas.

Para Vox lo del mural ha sido un win-win que se dice. Si se borra, ganan legitimidad como radicalizadores del bloque de derechas; si no, meten otro hachazo con el tema de la “derechita cobarde”. Siempre encuentran algo que vender. De hecho, Rocío Monasterio al ser preguntada por el tema en TVE ha hecho una llave de Kung-fu dialéctico para seguir con su racismo descarnado: “El problema que tienen en el barrio de Ciudad Lineal no es el mural, es que tienen un centro de menores no acompañados, de MENAS, que están causando terror en el barrio”. Luego ha dicho que por qué gastar dinero en murales en medio de una pandemia y de las colas del hambre. Ahí nadie le ha preguntado por qué los suyos proponían gastar en pintar otra cosa sobre algo ya pintado. Ella sí fue una alumna aventajada de Aguirre. En general Vox lleva bien estas confrontaciones porque buena parte de su propuesta política consiste en polarizar el campo político a partir de cuestiones morales. No es arbitrario que Vox –que precisamente sale del segmento del PP más afín al uso de las guerras culturales– haya resurgido cuando ya están completamente apagados los rescoldos del 15M, ese acontecimiento que devolvió al corazón de la arena política las cuestiones más materiales después de las grandes batallas culturales de la era Zapatero –matrimonio gay, aborto, etc…–. (Que evidentemente tienen una vertiente material. Cultural no quiere decir que no sean relevantes, sino que se juegan en la arena de los valores).

Sorprende, en el caso del mural, la contundente movilización, impulsada fundamentalmente por las bases de los partidos de izquierdas del barrio –los que tienen, es decir, IU– que convocaron una concentración. Se hizo una recogida de firmas con 56.000 apoyos y hasta se manifestó el presidente del Gobierno, Sánchez, en un tuit algo grandilocuente para tratarse de un mural. El resultado de todo el lío es que se ha conseguido preservarlo. Batalla ganada. Eso sí, inmediatamente después Almeida se ha cargado la Dirección General de Igualdad, algo que puede sonar más lejano pero que es mucho más relevante. De hecho, transformar el organigrama para dar más peso –y recursos– a las áreas de igualdad ha sido una de las principales apuestas de los gobiernos “del cambio” del ciclo municipalista post-15M. La disputa, evidentemente, es en qué se invirtieron esos recursos y si se consiguió redistribuir renta y poder –que también son medidas feministas “transversales”.

Impacta por tanto que a veces parezca más fácil movilizarse –o al menos agitar mediáticamente– por cuestiones culturales que por aquellas que van a ser mucho más determinantes para nuestras vidas. Un ejemplo podría ser el próximo cierre anunciado por el Ayuntamiento del Espacio Vecinal de Arganzuela –donde se han realizado las asambleas que han dado lugar a las grandes manifestaciones del 8M de los últimos años–, lo que implicaría una pérdida verdaderamente lamentable, porque en Madrid no hay muchos espacios para reunirse o para hacer actos no comerciales. En este caso, la respuesta está siendo bastante más limitada que la conseguida con el mural. Como está siendo limitada, por ahora, la respuesta a las escandalosas políticas de vivienda para privilegiados que ha anunciado el Ayuntamiento: rescate para los propietarios de alquileres turísticos, bonificaciones en el pago de alquiler para las clases medias-altas y altas y avales de hipotecas para jóvenes “solventes”. ¿Por qué el mural sí, por qué las políticas ultraliberales en muy diversos campos no?

El feminismo es una diana

Una de las claves es que nada agita más que las cuestiones relacionadas con el feminismo. Las extremas derechas mundiales están descubriendo un filón en esa área. Los discursos contra la “ideología de género” van ganando legitimidad social, incluso en nuestro país, y permiten que los partidos políticos y fundamentalismos creen activamente su propia base política/cultural. Muchas veces, además, estas posiciones son minoritarias socialmente pero tienen gran capacidad de movilización. Vox lleva un tiempo imitando a sus homólogos de Europa del Este, donde incluso en plena pandemia, o precisamente a causa de ella, las fuerzas ultras han recurrido a la estrategia de convertir la frustración y las inseguridades vitales –así como el descontento con la gestión de la crisis– en una guerra cultural, como explican Kováts y Zakharenko.

Hoy la cuestión del mural agita los ánimos porque es un símbolo de una batalla más amplia de Vox contra el feminismo y tendemos a pensar que si perdemos confrontaciones simbólicas, podemos llegar a retroceder en temas de igualdad. Pero si las llamamos guerras culturales es precisamente porque, según la formulación clásica, son confrontaciones que suelen sustituir a las cuestiones materiales en la lucha política. En este caso, pelear por un mural es más sencillo que enfocar las batallas más importantes que tenemos por delante, que son aquellas relacionadas con la reproducción de la vida y los conflictos redistributivos. De hecho, como dice Laura Briggs, hoy toda política es política reproductiva. Una guerra de símbolos puede condensar bien conflictos materiales que atraviesan la vida de las personas, pero no debemos olvidar nunca donde están las batallas fundamentales. Sin querer restar importancia a lo simbólico, quizás no en las paredes.

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