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La autodefensa feminista sigue siendo una propuesta para el empoderamiento

Viernes 18 de febrero de 2022

Maitena Monroy 16/02/2022 Pikara

La autodefensa feminista es una herramienta que surge de lo colectivo, de las organizaciones feministas, escribe la autora.

Llevamos muchos años conceptualizando la autodefensa feminista (ADF), pero la centralidad de la misma en nuestros discursos contra la violencia sexista nos obliga a repensar qué estamos proponiendo cuando hablamos de ella. De hecho, en nuestros inicios, en los años 80, porque está bien (re)conocernos en nuestras genealogías, la llamábamos autodefensa de mujeres. Las asambleas de mujeres de Euskal Herria decidimos realizar un nuevo abordaje de la violencia sexista y debemos, al menos en estas latitudes, a esas pioneras el inicio de lo que fue la autodefensa de mujeres y después ADF. Una de esas pioneras fue mi profesora, P. Gómez Larrañaga.

En una entrevista reciente ambas compartíamos que ya entonces nos dimos cuenta de que necesitábamos trabajar con un enfoque diferente al de enseñar técnicas físicas y/o sicológicas. Es parte de la riqueza que nos ha aportado el trabajo directo en los cursos: aterrizar la teoría feminista con las realidades de vida de las mujeres y, a su vez, que dichas prácticas y miradas nos sirvieran de retroalimentación teórica.

Para enfrentar la violencia sexista primero hay que entender desde qué lógicas actúa el patriarcado y cómo esas lógicas nos atraviesan apoderándose de algo básico para la dominación, la producción del deseo; y, al mismo tiempo, cómo nos constituye a las mujeres en la alteridad subordinada.

Por tanto, la ADF es una herramienta que surge de lo colectivo, de las organizaciones feministas, y a su vez, es una propuesta colectiva no solo para resolver la situación vital de cada una sino de la de todas, porque “si nos tocan a una nos tocan a todas”. Sin el marco conceptual que nos ofrece el feminismo no sería posible la autodefensa feminista, ni la misma se puede desligar del resto de herramientas feministas.

Enfrentar la violencia machista en su formato físico, es solo uno de los quehaceres que tenemos por delante. Al sistema le interesa identificar la violencia con lo físico porque así resulta más fácil buscar un único culpable y vendernos la idea de que es un problema personal, despolitizando la violencia, así como la propia herramienta de ADF, acotando la respuesta a la autodefensa personal, individualizada y concreta al caso.

La ADF es una herramienta política que nos facilita poder entender el mundo que habitamos y nos habita. Es decir, lo que significa ser mujer en un sistema patriarcal que no solo tiene una expresión corporal, sino que supone una posición social de subordinación, indagando sobre los pilares de la normatividad de género, en lo relacional de ella derivada que sustentan la asimetría entre los géneros: el vínculo afectivo obligatorio, el amor romántico, el terror sexual, la indefensión aprendida, los malestares de género que nos enferman, la obligatoriedad de los cuidados, el síndrome de la impostora, la incapacidad para poner límites o ser tildada de exagerada o loca cuando los pones, y así un largo etc.

El patriarcado extiende sus tentáculos y nos desempodera de múltiples formas, por eso la ADF busca no solo reaccionar sino previamente interrogarnos a cada una de nosotras y colectivamente sobre cuáles son esos efectos de desempoderamiento.

Sabemos que el arquetipo de género se consolida a los cuatro años. A esa edad las niñas saben que son menos que los chicos, que socialmente valen menos. Por eso, descodificar el género, algo que normalmente no lo hacemos en esa “tierna infancia”, nos permite ver nuestro grado de patriarcado interno, para trabajar la necesaria disidencia de género, romper con los estereotipos y los mandatos. Además, nos permite otra cosa muy importante, no juzgar a aquellas que siguen la norma, pudiendo establecer una verdadera sororidad que nos facilite acompañarnos desde cada punto de normatividad de género que nos atraviese.

La autodefensa feminista es uno de los recursos que tenemos que implementar no solo para actuar frente a la violencia sino para erradicar el patriarcado de nuestros cuerpos y cabezas.

Entonces, ¿qué planteamos? En algunos espacios se señala la importancia de recuperar el “derecho a la violencia”, como derecho negado a las mujeres. No sé si podríamos conciliar en la misma frase derecho y violencia. Yo considero que lo que tenemos que recuperar, como derecho, es el derecho a la legítima defensa, algo negado a las mujeres porque uno de los imperativos de los pilares identitarios de las mujeres ha sido nuestra “radical impotencia”, que niega el derecho a la defensa, al carecer de la capacidad de la misma; por tanto, la necesidad de protección externa masculina es un imperativo emanado de esa impotencia radical. Trampa perfecta.

Una de las características de la violencia sexista es que es instrumental, el agresor obtiene beneficios al ejercerla y, asimismo, el sistema obtiene el control necesario para el mantenimiento del orden social. Otra es que no es motivacional, no depende de lo que la víctima haga. Y su vez, es expresiva porque manda mensajes, tanto a las mujeres sobre lo que nos puede pasar, como a los hombres sobre aquello que pueden hacer a las mujeres. Retroalimentándose cada elemento para garantizar la impunidad y el orden social.

Sin embargo, no queremos solo aprender a defendernos de la violencia directa, sino poder compartir nuevos modelos relacionales, nuevas maneras de estar en el mundo. Promoviendo el proceso de empoderamiento como individual y, necesariamente, colectivo, no vaya a ser que nos empoderemos neoliberalmente; por eso ahora hablamos de empoderamiento feminista, no como matiz sino como concepto político.

Dentro de ese empoderamiento es necesario trabajar en tres esferas: la cognitiva; la física y la emocional. A veces poner un límite claro sobre qué pertenece a cada esfera es complicado porque las tres se interrelacionan, como en los “malestares de género”, que impactan en nuestra salud física y emocional. Voy a poner algunos ejemplos del trabajo de la ADF en las tres esferas.

Ámbito emocional

Un mecanismo de desempoderamiento de las mujeres es situar a las mimas dotadas de un instinto para descifrar y atender las emociones ajenas. Se pretende que tengamos un vínculo afectivo con todo el mundo que nos rodea, que nuestro bienestar dependa del estado emocional de las otras-os y de la capacidad de vincularnos afectivamente. Desde pequeñas hemos escuchado aquello de “con ese carácter nadie te va a querer”, o de más mayores eso de “con ese carácter no me extraña que no tengas novio”. No voy a entrar en la obviedad patriarcal de ser a través del otro (pareja), sino en el control a través de la afectividad y el impacto que puede tener para centrarse sobre lo que una desea, de tomar decisiones y, también, poder expresar aquellas emociones que nos permiten poner límites, fundamentalmente, el enfado y la ira.

Asumamos como parte del cuidado la responsabilidad de gestionar también lo que sentimos y dotarle del valor político cuando colectivizamos las emociones, como por ejemplo, con el miedo o la rabia, y pasar de la impotencia a la rebeldía feminista, construyendo una alerta feminista desde ese miedo que es una amenaza real mientras exista el patriarcado y desde esa rabia como motor de movilización.

Ámbito cognitivo

En la violencia sexista directa lo difícil es identificar los primeros pasos, muchas veces, expresados en formatos de violencia pasiva, ejercicios como control y que normalmente son ejecutados desde el chantaje y la manipulación.

El cerebro es de pendiente de su uso y proactivo. No es infrecuente la contradicción entre conocimiento y ejercicio efectivo. O la contradicción entre ejercicio y cognición, baste recordar a modo de ejemplo el clásico “yo nunca he trabajado” de las mujeres que se han dedicado a lo reproductivo, o “a mí nunca me ha pasado nada” que algunas mujeres señalan en los cursos con respecto a la violencia, no porque nunca sufrieran violencia sino porque no sufrieron el formato físico salvaje a través del cual nos han aterrorizado. Por eso, la teoría feminista no solo nos aporta capacidad de análisis para interpretar la realidad sino nuevas redes neuronales, nuevas prácticas que desmantelan las creencias patriarcales y nos permiten un relato que nos empodere poniendo en valor las estrategias feministas, la confianza en el criterio propio y el derecho a la legítima defensa.

Esos cambios cognitivos solo son posibles con referentes y acompañamiento que se intercalan en el tiempo. Porque nos enfrentamos al patriarcado interno y al externo.

Con igual fin, hay que seguir dando continuidad al trabajo colectivo de sororidad, donde no hace falta ser amigas o de la misma corriente para establecer alianzas anti-patriarcales, y acompañarnos en ese proceso de entrenamiento feminista del ejercicio del poder, de la soberanía.

Ámbito físico

Experimentar con el propio cuerpo como territorio es una de las ventajas de este trabajo porque nos permite explorar nuestra fuerza, nuestra capacidad de actuación en los casos de violencia material, la importancia de cuidar(nos) también a través del cuerpo. Es normal que estemos agotadas de tanta precariedad y de ser multitarea. Por eso, en lo físico-emocional es muy importante dedicarse tiempo de calidad para no producir, salvo autocuidado.

La ADF no se puede desligar del trabajo colectivo, de apoyo a la creación de grupos de víctimas/sobrevivientes de violencia (no se puede sobrevivir a algo que no se reconoce y el primer paso es transitar sin estancarse en la categoría víctima), del trabajo por la memoria histórica, por la subversión de las normas de género, la soberanía alimentaria, etc. Todo ello son expresiones de ese concepto ampliado de autodefensa feminista que no supone solo afrontar la violencia patriarcal sino derrocar al patriarcado y a sus aliados neoliberal-coloniales.

La autodefensa feminista no lo resuelve todo, pero es parte de esa red de herramientas que nos aporta el feminismo y que unas con otras nos enriquecen y nos fortalecen no solo para actuar, sino para transformar(nos) juntas.

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