Xarxa Feminista PV

Hasta la madre

Sábado 12 de septiembre de 2020

Las mujeres han tomado la Comisión Nacional de los Derechos Humanos de México porque están hasta la madre, nunca mejor dicho, porque es México y ellas son madres y en ese país, y en muchos otros, a las madres, sobre todo a las no blancas y a las pobres, les violan y les matan a sus hijas

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Una activista posa durante la toma de las instalaciones de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, en Ciudad de México (México) EFE / Sáshenka Gutiérrez

Gabriela Wiener 10-09-2020 eldiario.es

La foto de una mujer con pasamontañas y sujetador sentada relajadamente en un rancio escritorio institucional, de esos que tienen una banderita, normalmente ocupado por un señor de bigote y corbata, en medio del decorado de cuadros de otros señores con bigotes y corbatas. Una mujer encapuchada y con una taza de café y, detrás de ella, una pintada de trazo grueso en la pared donde se lee: "No perdonamos, ni olvidamos", que chorrea pintura como si llorara.

Las mujeres, familiares de víctimas de feminicidios y colectivos feministas, han tomado en los últimos días las instalaciones de la indolente Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) del centro de México para hacerse oír. Mujeres que toman un edificio público porque están hasta la madre, nunca mejor dicho, porque es México y ellas son madres y en ese país, y en muchos otros, a las madres, sobre todo a las no blancas y a las pobres, les violan y les matan a sus hijas. Nadie hace nada para evitarlo, nadie mueve un dedo para llamarle emergencia nacional, para parar décadas de sangre de asesinatos cruentos, para que las leyes dejen de ser letra muerta, para reparar lo que ha sido destrozado. Pero sí un montón de señores con bigote, una vez más, emiten el ruido de fondo habitual, más preocupados por el mobiliario vandalizado que por la vida.

En Dietland, la serie basada en la novela de Sarai Walker, de la que Amazon solo emitió una temporada antes de cancelarla, una célula de feministas supervivientes de violencia sexual comienza una sangrienta cruzada para vengar las violaciones y asesinatos de mujeres. Los hombres criminales son secuestrados, torturados y lanzados desde puentes y aviones. Frente a las temibles extremistas hay en la serie otro grupo de feministas que hace trabajo de acogida y asistencialismo. Son el feminismo aceptado socialmente. Una de las líderes de las radicales es una mujer que perteneció al Ejército, donde fue violada. Primero le falló la institución, luego le falló el sistema entero: cinco chicos borrachos violaron a Jennifer, su hija adolescente de trece años. Después de aquello, llamaron tantas veces "putón" a la niña que un día ésta se tiró a las vías del tren. Los violadores andaban sueltos hasta que la banda terrorista que ahora se llama Jennifer tomó justicia por sus propias manos. En la serie, las feministas pacifistas dan el chivatazo a la policía para cazar a las radicales. Superioridad moral y feminismo blanco versus supervivencia y radicalidad.

Se trata de una serie pero sabemos que no es ficción. Me refiero a la violencia machista, al abuso sexual impune, a la justicia patriarcal que le acompaña. Me refiero a esta manía de querer decirle a las mujeres golpeadas por el sistema cuál es la forma correcta de protestar.

Pero el terrorismo feminista sí que es ficción, no existe. Aún. Hoy lo que vemos es un puñado de mujeres organizadas contra la brutalidad. Si algo se ha movido en estos años es gracias a esta lucha frontal que hasta el estallido de la pandemia vivía un momento histórico y que ahora parece retomarse. Y cómo no, las mexicanas, que deben soportar la siniestra cifra de diez mujeres asesinadas al día, han sido las primeras en sacar a la lucha de la cuarentena. Es desesperación, es impotencia, pero es sobre todo la radicalidad a la que te lleva la experiencia tangible y diaria de la violencia y el dolor.

Las mexicanas con pasamontañas okupando los despachos de los funcionarios de derechos humanos no son Jennifer, no han matado a nadie, no han metido una bomba en un edificio público, no han desaparecido a nadie, no lo han violado y descuartizado, ni han escondido y desechado cuerpos en bolsas de basura, aunque motivos para la venganza les sobran. Pero ya las tildan de terroristas.

En mi país, Perú, solo durante los meses que ha durado la cuarentena, es decir de marzo a agosto, desaparecieron 1.200 mujeres. Más de 600 niñas y adolescentes, esas otras jennifers, denunciaron haber sido violadas mientras estaban encerradas en sus casas. Por ahora, el único régimen de terror es el del patriarcado.

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