Xarxa Feminista PV

Gata Cattana repartió utopías

Domingo 6 de marzo de 2022

Helena Martín Cuevas 02/03/2022 Pikara

Ana Isabel García Llorente, fallecida hace cinco años, se ha convertido en un emblema feminista para las raperas, las poetas y las activistas que se sitúan en la disidencia política.

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Gata Catttana.

Hubo una vez quien dijo que ser poeta es esculpir utopías donde no puede haberlas. Hacer que quepa la duda. Hubo una vez quien, además, hizo que cupiera la duda. Gata Cattana no cambió la ley de la gravedad ni juntó el cielo con la tierra, cómo escribía en el poema ‘Tu oficio, poeta’, pero sí que trajo la disidencia dónde pocas veces había estado: delante del micrófono. Mujer rapera, feminista andaluza, poetisa sin cánones, Ana Isabel García Llorente murió hace ya cinco años de manera inesperada y dejó legados por todas partes, tanto en el campo de la música como en el de la poesía, el antifascismo o el feminismo.

Gata Cattana rapeaba. Y lo hacía con la carga de dos décadas de rap español a sus espaldas, ese rap que hacían hombres como 7 Notas 7 Colores, Violadores del Verso o SFDK, referentes del hip hop que utilizaban los códigos que les vinieron dados en aquel estilo musical original de los Estados Unidos. Las muestras de superioridad entre artistas se hacían mediante expresiones machistas y referencias sexuales vejatorias, y punto. Era un mundo de hombres, como la mayoría, y punto. Hubo algunas como Arianna Puello o la Mala Rodríguez que marcaron el inicio de la senda para las mujeres que también cantaban, demostraron que era posible escribir barras en lo alto de las listas de éxitos discográficos siendo mujer. Y después llegó Cattana, que alcanzó la fama en sus últimos años de vida y sobre todo con su álbum póstumo, Banzai (Not On Label, 2017). Ella sabía lo duro que era meterse en aquel mundo.

Gata Cattana se sabía disidencia. Mientras los raperos que dominaban el hip hop se retaban por ser los jefes del gallinero, Ana Isabel decidió no perpetuar una cultura musical machista. “Decidí no insultar a otras mujeres, ni a mi peor enemiga, con un improperio machista”, dijo en una entrevista en la revista Vogue. La andaluza de Adamuz competía como así lo exige la esencia del hip hop, pero desde la minoría de quien se sabe disidente. Su estilo escapaba de las lógicas del rap español porque cantaba barras contundentes, pero estas también dejaban ver la fragilidad de la rapera que había detrás. La vulnerabilidad iba cotizada, pero Cattana la hizo su fuerza. Demostró que se podía escribir y rapear con rabia, con emoción, con calma, con amor y descubriéndose las grietas y las heridas en público. Sus heridas, al fin y al cabo, eran las de muchas otras, por eso hizo de la propia fragilidad un tema sobre el que rapear, en contenido y en forma.

Competía en una industria masculinizada, en un sector que insistía en hacerla un producto, competía desde un “nosotras” que no tenía nada que ver con el “yo” agresivo e impune del resto de raperos. Cantar desde este plural la situaba en otra esfera, fuera de las batallas convencionales, encarnando la voz de la periferia política. Por eso escribe en ‘Hojita de menta’: “Nosotras éramos los idus de marzo / la conjura, la disidencia, / la disidencia siempre, / fuera cual fuera el autor / o el imperio”. Por eso decide “escoger la manzana” y autorreivindicarse como Eva, Juana de Arco o “la Magdalena no arrepentida” en más de una pieza poética o musical. Sobre todo en el campo de la poesía, con el poemario La escala de Mohs (Aguilar, 2016).

Gata Cattana sí que sabía el imperio que rechazaba: el que tenía nombres propios como Gallardón, Cospedal, Montoro o Rouco Varela. O nombres comunes, pero muy particulares: reformas laborales, nuevas esclavitudes, ley mordaza o censura. Todos ellos son, y así lo dice en su poesía, maneras de perseguir sus derechos, tipos de torturas que, según ella, auguran tiempos futuros peores en los que hasta cabe la posibilidad de que le lleguen a prohibir su propia identidad (“Me preocupa que cuando vuelvas / ya esté prohibido ser yo / y no quede ni la mitad de lo que fuera, / cuando tú estabas”). No hablaba de una disidencia abstracta, de hipótesis imposibles, sino de ministros del Partido Popular y de las decisiones que tomaron, que dejaron a la juventud que compartía milenio con Cattana “con ganas de llorar y a la vez de comerme el mundo”, tal como canta en ‘No es bonito’, una canción de su primer lanzamiento discográfico, el EP Los siete contra Tebas (autoeditado, 2012). Esa sensación generacional de rabia y agotamiento ante la precariedad fue uno de los focos de su poesía y de sus intervenciones en el mundo del poetry slam, como se puede ver en ‘Como aman los pobres’.

Gata Cattana quería a su tierra, hasta reconoce en un poema que “fuimos tan del sur que le dimos la vuelta”. Que no los diga Noelia Cortés, que escribió sobre la rapera y poeta como una heredera del feminismo andaluz. Por ejemplo, Cortés expone que la expresión “me hago tirabuzones con sus dardos” que aparece en la canción ‘Los puñales’, del disco Anclas (Trimu, 2015), recuerda cuando las mujeres de Cádiz se rizaban el pelo con el plomo de las granadas con las que el ejército francés bombardeaba la ciudad. En ‘Yerma’, por otro lado, la poeta cuenta cómo sus ancestros, y los de tantos otros, trabajaban como jornaleros por cuatro monedas y aprendían a leer de forma autodidacta (“Nuestros abuelos no saben leer. / Nosotros empeñaos en contarla, / pa’ to’ el que no sepa leer / pueda bailarla”). Y en el poemario La escala de Mohs también figura el relato ‘Jazmines’, en el que la autora recuerda sus veranos en el pueblo, donde ningún químico era más potente contra los mosquitos que los puñados de jazmín que cogía con su abuela y que repartía por las habitaciones para soportar las calurosas noches de Córdoba: “Esa es la riqueza nuestra -y digo nuestra, ahora. Será que por estar lejos he hecho mía esta cultura popular de la que tanto renegué entonces-, que las cosas se saben desde siempre porque sí y se hacen desde siempre porque sí”.

Así como Cattana escribía sobre los veranos en Córdoba y sobre la añoranza de su tierra natal desde la ciudad de Madrid, hay seguidores de la rapera del ámbito musical que también han empezado a reivindicar parte de su pasado: Queralt Lahoz, una artista de Santa Coloma de Gramenet fascinada por la obra de Gata Cattana, hace años que dedica su música a las mujeres de su familia, especialmente a su abuela granadina “María la Molinera”.

Gata Cattana eligió la vida y eligió el arma, dice en ‘El par de dos’. Y eligió ambas porque mientras hacía lo que le gustaba, que era dedicarse a la palabra, fuera en música o en poesía, también creaba resistencia. Por eso, después de su fallecimiento, Ana Isabel se convirtió en un emblema del feminismo y del antifascismo. Porque la expresión artística necesita pluralidad de voces, disidentes que griten “Banzai!” a un mundo que provoca ansiedad, rabia y pobreza. Resistirse a cantar como lo hacen todos es resistencia, mostrar la propia vulnerabilidad y exponer las heridas es resistencia, ser rapera mujer, escribir poemas y proclamarse disidente lejos de casa es resistencia. Construir un relato que sea, a la vez, un bálsamo y un estimulante alternativo para las injusticias es un modo de acercar las utopías, de sembrar la duda: ¿puede haber un mundo más feminista y menos voraz?

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