Viernes 8 de marzo de 2019
Lucía Lijtmaer Periodista, escritora y presentadora de Deforme Semanal 5 marzo, 2019 Público
Este artículo está siendo escrito en unas condiciones vergonzantes. Lo siento, lectores de Público, mis más sinceras disculpas. Tengo un par de horas para redactar esto entre las colaboraciones de la mañana, las colaboraciones de la tarde, hacer la compra, y beberme una cerveza antes de caer rendida a la hora de la cena. Y mañana será no otro sino exactamente el mismo día.
¿Que me quejo? Así es. Lo personal es político, ¿no? Pues aquí estamos. Y este 8 de marzo es el día en que las mujeres salimos a la calle, hurra. Por si a alguien le interesa, por cierto, los otros once meses del año estamos escondidas en una cueva, y en el caso de las periodistas y comunicadoras, puedo ser aún más precisa: estamos escondidas produciendo contenidos para un jefe hombre o, si realmente tenemos suerte, contenidos sobre mujeres para un jefe hombre*.
Porque sí, el mundo ha dado un giro y todas las periodistas lo hemos notado: las mujeres, desde la explosión que supuso el 8M del año pasado, somos trascendentes. Los medios de comunicación y la industria cultural han descubierto que existimos y ahora nos llaman para hacer cosas. ¡Hurra! Pero puedo ser más explícita: nos llaman para que hablemos del hecho de ser mujer.
Es una sensación muy extraña, una sensación metafísica, algo así como un Día de la marmota del género. Algún hombre debería probarlo alguna vez: escribir columnas sobre hombres astronautas, sobre hombres que tocan la guitarra, ¡bravo! sobre el hombre bioquímico que descubrió algo y era hombre. ¿Ha reflexionado usted, señor bioquímico, cuan importante es su masculinidad en el trabajo diario con… ejem… la secuenciación del ADN?
Antes no estábamos en ningún sitio, y ahora el foco está sobre nosotras. Pero no para que hablemos, sino para que representemos el hecho de ser mujer.Esta queja –porque sí, es una queja, hoy es el día en que nos quejamos y no cae en saco roto, ¿verdad?– está mal vista entre muchos espacios de poder que entienden que las feministas de hoy en día deben representar una versión femenina del buen salvaje de Rosseau. Es decir: el feminismo contemporáneo debe ser, por defecto, manso, correcto, pacífico, moderado y dialogante.
No debe perder los papeles, ser polémico, beligerante ni mucho menos violento, no, no, no. El feminismo de la buena salvaje debe ser, por encima de todo, simbólico. Quedarse en la superficie. Como decía, debe representar simbólicamente y no discutir las condiciones materiales. Y en esta misma línea, el feminismo tolerable por los medios y la industria cultural debe tener a muchas mujeres al frente –es decir, ocuparse de la visibilidad únicamente–, y todas deben ser o parecer heteronormativas. No debe poner en cuestión la clase o la racialización, ni cómo estas juegan un papel vital en su desarrollo.
Evidentemente nada de lo conquistado hasta ahora ha sucedido siguiendo estas premisas, pero eso no importa en lo que a día de hoy es fácilmente digerible en muchos espacios de la opinión pública. En ese sentido, la buena salvaje ocupa el lugar que la industria le permite. La buena salvaje acepta escribir artículos sin saber cuánto le van a pagar, en qué condiciones trabajará si se queda embarazada o cuánto cotiza en la seguridad social –si es que cotiza– si trabaja limpiando casas. En esta misma línea la buena salvaje periodista no escribe sobre esto, no lo discute, no lo pone en primer plano. Solamente ejerce de mujer.
Así que este año no quiero enumerar los impresionantes logros de las mujeres a lo largo de la historia. Ni siquiera los impresionantes logros de las mujeres en el último año. Este 8 de marzo, como tanto otro, voy a empezar reclamando que me paguen lo que me deben. Este ocho de marzo decido contar, como tantas otras amigas, que hace diez años que no tengo un trabajo asalariado.
Por qué no, este 8 de marzo decido relatar cómo este artículo me fue encargado por teléfono en un viaje en AVE en el que me encontraba rodeada de ejecutivos que iban preparando presentaciones, discutiendo presupuestos, quién sabe si no contratando a falsas autónomas. La llamada necesaria para realizar este artículo no molestó a todos los señores encorbatados a mi alrededor, porque yo estaba ejerciendo mi papel bajo mi disfraz de Competente Freelance Que Resuelve Problemas. Por eso sé que la huelga feminista no molestará a las cúpulas directivas de casi ningún sitio. Porque, salvo maravillosas excepciones, el poder es masculino, y evidentemente el poder no relata, no rebate, no molesta. Pero la buena salvaje tampoco.
Es por eso que va siendo hora de que nos neguemos a ser buenas en esos espacios dónde sólo tranquilizamos conciencias, dónde solo se nos llama para hacer de mujer buena salvaje y empecemos a exigir que se ponga en primer plano lo material. Después ya si eso nos hacemos con los medios de producción, abolimos el trabajo asalariado y exigimos la paz en el mundo. Como Miss Universo. Y ahora, si me disculpan, voy a tomarme una cerveza. Mañana será otro día.
(*Público es una excepción. Gracias, Público)