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Entrevista a Núria Iturbe, psicóloga forense y criminal: “En las agresiones en grupo no sé si es la noticia o la impunidad lo que crea un efecto llamada”

Sábado 16 de julio de 2022

ANDREA OLEA 13/07/2022 Piakara

Núria Iturbe es psicóloga forense y criminal y entiende que, antes de conocer una agresión sexual grave, ha habido otras precursoras. Cree que hay que tomar soluciones antipunitivistas que atajen las violaciones antes de que se produzcan.

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Núria Iturbe. | Foto: Carles Iturbe.

Igualada, Valencia, Almería… La atención mediática a los casos de violencia sexual en grupo ha crecido al ritmo de la profusión de casos denunciados en toda la geografía española, aunque siguen faltando cifras oficiales que confirmen este aumento. Lo que sí destaca es la baja edad de los agresores (y en muchos casos, de las víctimas) en los casos que trascienden. Núria Iturbe Ferré, psicóloga forense y criminal que ha trabajado durante años tanto con agresores como con supervivientes de violencia sexual, advierte contra las simplificaciones sobre este fenómeno. Esta experta en violencias cree que, más allá de constatar el tipo de agresión qué se produce o quién la comete, deberían analizarse los motivos de fondo que permiten su perpetuación. Contraria a soluciones simplistas o punitivistas, Iturbe aboga hacia una respuesta colectiva “transformadora” y “reparadora”, que permita sanar a las víctimas y ataje futuras agresiones antes de que estas se produzcan.

Para empezar, ¿cómo consideras que están tratando los medios de comunicación el tema de la violencia sexual, en particular, de las violaciones grupales? ¿Se está haciendo una cobertura responsable?

Mi percepción es que se quiere legitimar hablar de ello diciendo que hay un aumento, cuando el fenómeno es lo suficientemente importante para hablar de él, aumente o no. En violencia sexual, nunca sabemos con certeza si ha aumentado o no, porque al final no tenemos datos fiables sobre qué ocurría antes, solo podemos decir que aumentan las denuncias. Así que necesitamos salir de ese discurso, porque no nos ayuda. Este es un tema supercomplejo para definirlo en dos palabras y a veces parece que solo se busca el titular.

Además, la mayoría de medios solo se hacen eco de los casos supergraves, en aquellos donde no hay discusión. Con el caso de Igualada, en el que la chica pasó no sé cuántos días en el hospital, ¡claro que todo el mundo estaba en contra! Sabemos que la violencia sexual en grupo existe, pero centrarnos en eso nos aleja de la posibilidad de cambiar las cosas, porque nos habla de lo excepcional, cuando ya hay consenso social en que lo que ha ocurrido está mal.

¿Cómo hacer para visibilizar y concienciar sobre un problema de este tipo sin apoyarse (solo) en cifras? ¿Qué hacer para, además, no crear una psicosis social o provocar un efecto llamada?

Visibilizar un fenómeno lo sitúa como algo de lo que hay que hablar. Pero si se hace desde una mirada del terror, que es en lo que estamos ahora, como el mensaje es que a los agresores no les pasa nada, no sé hasta qué punto es la noticia la que crea el efecto llamada o lo es la impunidad que viene después.

Por otro lado, se habla mucho de cuánto pasa, pero no hay un análisis de lo que ocurre después de las agresiones. Esto no permite que la sociedad salga de una respuesta que es solo de rechazo y de miedo. Si queremos analizar este fenómeno, hay que preguntarse: ¿qué consecuencias tiene, no solo para la víctima, sino también para los agresores? ¿Cómo estamos respondiendo como sociedad a que gente tan joven actúe así? Las respuestas que damos, ¿son efectivas?

Se ha establecido que el perfil de los agresores en violaciones grupales es de chicos muy jóvenes, pero ¿qué otros elementos faltan en la radiografía sobre este tipo agresiones y sobre quienes las cometen?

Hay un informe de Fiadys específico sobre agresiones grupales sexuales con sentencia que aporta mucha información sobre el perfil de los agresores y el modus operandi. Habla de gente joven pero explica que, en gente joven, la probabilidad de cometer delitos en grupo siempre es más grande. Esto es, hacerlo en grupo no es una característica específica de los jóvenes que agreden sexualmente, sino una característica específica de los jóvenes que delinquen. También encontramos que el porcentaje de agresores desconocidos en las agresiones grupales es más amplio que en otros tipos de agresiones sexuales y que es más probable que se produzcan en la vía pública, frente a la mayor parte de la violencia sexual, que se produce en casas; también, que hay mucha más probabilidad de que ocurra en día festivo o fin de semana que en el caso de las violaciones individuales… ¿de qué nos habla todo esto? De un fenómeno que se acerca mucho al de la violencia juvenil y se distingue un poco del resto de violencias sexuales. Se va formando un retrato de esta violencia sexual mucho más amplio que el “es que los agresores son más jóvenes”.

Siguiendo con las motivaciones que llevan a cometer estas agresiones, uno de los aspectos destacados por especialistas en este tipo de casos es la búsqueda expresa de falta de consentimiento.

En materia de violencia sexual, prevalece el mito de que quien la comete lo hace porque no tiene sus necesidades sexuales cubiertas. Por ejemplo, lo que apareció enseguida con el caso de San Fermines o de los mensajes del entrenador del Arandina era la idea de “no lo necesitan porque son guapos, exitosos, les va bien en la vida, tienen parejas…”. Y, como se vio, no tiene nada que ver. Salvo en casos residuales, no existe tal necesidad.

Otro tema que se está usando como arma y que está en la línea de las explicaciones simplistas: la relación entre violencia sexual y porno. Pues bueno, el último gran meta-análisis que se hizo al respecto, en 2020, no encontró una relación directa. Sí correlación, pero no causalidad. En este tema muchos elementos entran en juego: déficits personales, exposición a conductas sexuales prematuras, entorno familiar (si invita a la empatía y la autorregulación o lo contrario). Por supuesto, hay que deslegitimar el porno violento y hablar de otros tipos de porno, pero criminalizar la pornografía no es la respuesta. Decir que es solo culpa del porno es insuficiente.

Desde la perspectiva de género, está claro que se están tambaleando los cimientos de la idea de dominación. Estas agresiones se producen por parte de varones, por su forma de denominarse como grupo, etcétera. Tienen que ver con la construcción de las relaciones de poder.

En todo caso, yo creo que necesitamos una mirada menos individual y más social sobre los motivos que lo propician. Hace poco, con el caso de Valencia, nos echamos las manos a la cabeza porque el entorno los recibía [a los agresores] como a héroes… Hay que preguntarse: ¿es un hecho aislado o generalizado? Porque, en realidad, la idea proteger a los grupos de chavales jóvenes porque “les van a destrozar la vida”, está bastante generalizada.

En el caso de las supervivientes de violencia sexual, también hay muchos estereotipos e ideas preconcebidas…

Hay un elemento desconocido en las agresiones sexuales de grupo y es que hay una sobrerrepresentación de mujeres que ejercen la prostitución. En el resto de agresiones las trabajadoras sexuales son un 5 por ciento, mientras que en violencia sexual grupal son un 16 por ciento. Ponemos el foco en los casos en los que se puede usar la idea de ‘la buena víctima’, de chica joven y desvalida, mientras se obvia que hay otras víctimas de gran vulnerabilidad a las que no se considera ‘la buena víctima’. Nos falta crítica social: ¿por qué nos parece tan mal en los casos en que los que “podría ser tu hija” y no en los demás?

La cuestión es cómo gestionamos la alteridad, con víctimas y con agresores. Con ellas, cuando no podemos retratarlas como la víctima perfecta cuya vida queda destrozada para siempre, y con ellos, cuando son jóvenes prometedores y no solo, por ejemplo, chicos extranjeros, en cuyo caso pedimos que se les encierre y se tire la llave al mar.

¿Qué respuestas, políticas, legislativas y como sociedad nos están faltando?

Yo soy firme defensora de la idea de que, si queremos evitar la violencia, debemos trabajar con quien la ejerce y no con quien la recibe. Empiezan a salir informes con adolescentes negando la violencia de género. Cuanto antes empecemos a trabajar, mucho mejor. Hay que recordar que la violencia sexual no se limita a aquello supergrave. Tenemos que empezar a actuar cuando ocurren pequeñas situaciones que son el inicio de una trayectoria violenta. Y más aún en las agresiones sexuales por parte de personas jóvenes: las conductas de violencia sexual siempre tienen un componente creciente. Están saliendo a la luz las más graves, pero ha habido unas precursoras ante las que no hemos sabido actuar.

Luego, en mi trabajo con agresores condenados a prisión se empieza trabajando la validación de que la sentencia es justa. Porque si ellos perciben que el juez dijo una cosa, pero todo su entorno los está apuntalando en lo contrario, es superdifícil trabajar la identificación de la violencia, la conciencia, o la responsabilidad sobre el daño que han causado. Lo más importante es la motivación intrínseca que tienen para cambiar. Si no existe motivación, es muy difícil hacerlo en base a lo que los otros piensan. Identificar las consecuencias negativas para uno mismo, en términos de pérdida de relaciones, el dolor causado a los otros o incluso cómo se han sentido mal ellos mismos… porque excepto cuando hay un elemento psicopático, esto importa. En el grupo, especialmente.

La idea del psicópata esta muy integrada pero rara vez aparece: lo que encontramos en las violaciones grupales tiene mucho más que ver con la impulsividad, con la percepción de falta de consecuencias, con un momento de egocentrismo en el que se es incapaz de empatizar con otro… todo esto nos encaja con la edad, por eso es relevante que entendamos las características precisas de ese grupo.

En cuanto a la legislación actual, se está trabajando en un cambio de la ley de violencia sexual y las respuestas a esta violencia siguen siendo punitivas: aumentos de penas, meter más comportamientos en el saco de los delitos, aumentar la consideración de gravedad… Pero ya sabemos que condenas más largas no nos están sirviendo para acabar con la violencia sexual. Me apena que ahora que las feministas tenemos más poder institucional, sigamos recurriendo a respuestas punitivistas e hipermasculinas, una demostración de poder y fuerza, cuando precisamente es esa demostración de poder y fuerza lo que nos ha llevado hasta aquí.

Para mí, de lo más preocupante es que ahora parece que todo debe pasar por la denuncia. En primer lugar, en violencia sexual el 70 por ciento de los casos no llegan a juicio. Es decir, estamos vendiendo una falsa esperanza a las víctimas que, además, ven cómo, cuando su caso no llega a juicio, esto conlleva una respuesta social de “¿lo ves? No había ocurrido, porque el caso no ha llegado a nada”.

Por otro lado, reciben un rato extremadamente revictimizador: les pedimos un coste muy alto con muy pocas garantías de éxito y, además, con el riesgo de que socialmente sufran un mayor estigma si su caso se desestima por falta de pruebas o porque no se cree su discurso, dos situaciones frecuentes en violencia sexual.

En cuanto a los agresores, el código penal se usa como elemento disuasorio, cuando este es muy limitado y con gente joven funciona aún menos. En criminología se habla de la importancia del control social informal, es decir, no tanto las leyes que te condenan sino de cómo reaccione tu contexto familiar y social a lo que haces. Por eso, en las agresiones sexuales grupales en las que el entorno se pone del lado de los agresores justificando la violencia, eso tiene mucho peso: el entorno está validando esas conductas.

Parece que la única respuesta posible es la penal y eso nos hace apartarnos como sociedad de la responsabilidad colectiva que tenemos. No, tenemos que hacernos cargo como sociedad y actuar de forma reparadora y transformadora.

¿De qué hablamos cuando hablamos de respuestas reparadoras, transformadoras?

Con las víctimas, estamos llevándolas a una situación en la que les decimos: “No solo te ha pasado esto, sino que tienes que demostrarlo y para eso vas a tener que ocupar los siguientes tres o cuatro años de tu vida en este tema. Se va a determinar si lo que te ha pasado te ha pasado de verdad y si es grave”. Esto no permite trabajar la recuperación: es una barra libre a la revictimización, especialmente en los casos muy famosos, donde además se las instrumentaliza para otras causas. Los obstáculos para recuperarse muchas veces tienen que ver con el propio proceso judicial.

Ahora mismo, la Justicia no está poniendo a la víctima en el centro. Para hablar de recuperación y de reparación hay que darles la posibilidad de elegir como va a ser su proceso, poder decidir que su agresor les pida perdón o haga tal trabajo, que no se hable de su caso en los medios… Esa opción no hoy existe. No tienen capacidad de decidir su proceso. Al final, lo que más repara es que te escuchen. Que te escuchen de verdad: cómo te has sentido, qué quieres hacer ahora… recuperar el control. Y si te siguen contando como alguien sin control y consideran que tienes que estar perdida para el resto de tu vida, no te dan esa posibilidad.

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