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Entrevista a Miren Alcedo, antropóloga y funcionaria de la Justicia en la Comunidad Autónoma Vasca: «Estamos desamparadas ante la Administración de Justicia»

Viernes 9 de julio de 2021

Esmeralda R. Vaquero 07/07/2021 Pikara

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Miren Alcedo. / Foto cedida por la entrevistada

La antropóloga y funcionaria de la Justicia en la Comunidad Autónoma Vasca Miren Alcedo novela el sistema en el que trabaja en ‘Schubert nunca trabajó en Justicia’.

Dieciséis años como funcionaria de carrera en la Administración de Justicia dan para mucho. Si además, eres doctora en Antropología, dan para mucho más. La primera novela de Miren Alcedo, Schubert nunca trabajó en Justicia, aborda el funcionamiento de este organismo. Un universo sostenido por auxiliares, tramitadoras y gestoras que hacen lo que pueden, con ellas mismas y con el resto, en medio de esta estructura de un poder colosal.

¿Tu visión del trabajo en Justicia te ha influido la mirada antropológica?

Sí, creo que el hecho de tener esta formación me ha dado herramientas de análisis útiles. También a veces me ha sumido en la confusión, pues la antropología es una disciplina que fomenta la tolerancia y el respeto a lo diferente, algo que no abunda en esta Administración.

¿Qué parte de ficción y qué de verdad hay en Schubert nunca trabajó en Justicia?

Nunca habría podido escribir esta colección de relatos de no haber trabajado en esta Administración, de no haber vivido ciertas experiencias y de no haber escuchado las de mis compañeras. Es decir, es un texto basado en la realidad, pero no es una transcripción de observaciones concretas. De hecho, la intención del texto siempre fue hacer un ejercicio de literatura, que me ayudara a hacer mi realidad más tolerable. Si no fuera ficción, nunca habría podido escribirlo, no habría tenido el tono de humor que aparece de vez en cuando, habría sido demasiado amargo y no habría sido editable. De hecho, para convertirlo en libro he quitado un tercio de los capítulos escritos, precisamente aquellos que tenían menos de inventiva.

¿Has tenido algún problema laboral tras su publicación?

No me ha dado ningún problema y sí ánimos en un doble sentido. Por una parte, muchas compañeras me han dicho que les parece un relato muy realista, dolorosamente realista a veces, de lo que vivimos a diario; teniendo en cuenta que uno de mis miedos era que las compañeras no se reconocieran en el texto, recibir esos comentarios me ha dado confianza. Por otra parte, escribir este texto, que me lo hayan editado y presentarlo públicamente ha significado para mí un proceso de empoderamiento que me ha ayudado a entender el mundo en el que trabajo y me ha dado herramientas para vivirlo sin desaliento.

En el libro comentas que la mayoría de las trabajadoras en la Administración de Justicia son mujeres, pero los valores que se siguen son masculinos, y muy jerárquicos. ¿En un pequeño universo representativo de la sociedad?

Ser mujer no quiere decir ser feminista. Ser mujer no siempre implica estar dispuesta a ser cómplice de las hermanas de género. Hay mujeres que, incluso, muestran un cierto complejo de inferioridad respecto a sus compañeros varones y eso queda perfectamente ilustrado cuando una mujer jueza prefiere que se la llame juez, o cuando dicta sentencias que parecen pisotear los derechos de las mujeres. La Administración de Justicia no es una isla, es un reflejo de la sociedad en la que está incardinada. Diría más: esta Administración es la última valedora y defensora de los principios del establishment, por tanto, una de sus funciones es impedir un cambio de costumbres y valores. Como vivimos en una sociedad patriarcal, los principios que se fomentan y defienden desde la Administración de Justicia son patriarcales. Son también capitalistas y racistas, porque así el sistema social creado por ella.

Estar inmersa en un proceso judicial siempre es sinónimo de sufrimiento y, por lo que cuentas, la mayoría del funcionariado no contribuye a paliar ese dolor, sino que más bien lo acrecienta…

No está en el ánimo de ninguna compañera causar dolor. Pero la falta de empatía, la frialdad con la que a veces tratamos al público escudándonos en una pretendida profesionalidad, esta actitud, que sí está extendida, favorece que la persona que viene a nuestro mostrador se sienta sola en una situación que siempre es incómoda. Yo he pensado mucho sobre por qué hacemos esto y creo que es para evitar el dolor propio. Pensar que la persona que acude al juzgado está sufriendo tanto como lo que se desprende del texto de un atestado o una demanda nos pone en riesgo, porque eso quiere decir que nos podría pasar también a nosotras. Muchas veces optamos por tratar el asunto y a la persona que lo protagoniza con una frialdad que es cierto que puede hacer daño.

Resulta llamativo que la objeción de conciencia no esté contemplada en la Ley de Ordenamiento del Poder Judicial (LOPJ). Ante algo que vaya en contra de tus principios, ¿solo queda intercambiar esa burocracia con otra compañera?

Efectivamente, no podemos no tramitar un determinado asunto porque nos resulta incómodo o porque ofende nuestra sensibilidad social o política. La LOPJ no lo contempla. Así que, si algo nos resulta especialmente desagradable, podemos pedirle a una compañera que nos haga el favor de tramitarlo ella. De cualquier forma, no solemos hacerlo, nos comemos la bilis y nos acostumbramos.

Funcionarias, policías, médicos, secretarios, abogadas, es mucho el personal involucrado en Justicia de una forma u otra. ¿Qué hace que se lleguen a ver las vidas de las personas como puro trámite?

No creo que ninguna compañera se tome las vidas de sus conciudadanas como un puro trámite. Es verdad que el trato es a veces muy impersonal, es verdad que los nombres de las personas se nos ocultan tras un número de expediente, pero las personas nos importan y nos disgustamos cuando vemos según qué situaciones o cuando tenemos que ir a embargar o a desahuciar. También sentimos tremenda impotencia cuando no podemos ayudar a quien nos viene al mostrador o cuando tenemos que notificar ciertas resoluciones.

«El poder compensa la frustración y permite el abuso». Es una frase mortal del libro.

Schubert nunca trabajó en Justicia es un libro sobre el poder. Es grande el que se ejerce desde la Administración de Justicia. Togados y togadas deciden sobre la vida de las personas, sobre si pueden hacer o no una obra en un balcón, si pueden seguir viviendo en un domicilio, si pueden ver a sus hijos y en qué condiciones, incluso si se les priva de libertad y van o no a la cárcel. Asimismo, vemos cómo en tribunales se han decidido gobiernos cuando el pueblo soberano no vota lo que le interesa al poder establecido; también se han anulado normas legislativas acordadas en parlamentos; se ha impedido que ciertas opciones ideológicas se hayan presentado a elecciones; se han cerrado periódicos… En definitiva, las autoridades judiciales muestran mucho poder. Es, además, una organización autoritaria y ese autoritarismo se observa también en la estructura interna: juezas, jueces, fiscalas, fiscales, letradas y letrados de la Administración deciden sobre sus subordinadas, mandan sobre ellas y pueden abrirles expedientarlas disciplinarios por motivos laborales o por diferencias ideológicas camufladas de faltas en el trabajo. Además, la jerarquización implica que todas pertenecemos a diferentes cuerpos, cada una al suyo. Es decir que están los brahmanes, que son nuestros jefes togados, y las parias, las demás. Pero dentro de las parias hay también varios escalones, que rompen la unidad del colectivo. Ese poquito de poder que parece que tenemos trabajadoras normales sobre otras compañeras nos da una falsa satisfacción cuando este trabajo nos mata la ilusión y en caso extremo puede conducir al mobbing.

«Si Carmiña no se cuida, lo normal es que pierda ese toque de ilusión y entrega y se convierta en una trabajadora eficiente pero maquinal». ¿Cómo se puede cuidar una trabajadora en este contexto?

Lo único que puede salvarnos o curarnos es la alianza entre compañeras. Si esta existe, si estamos en un entorno amable, es más fácil también mantener la empatía hacia las usuarias. Muchas veces la hostilidad hacia el público deriva de trabajar en un ambiente hostil. No se puede dar lo que no se tiene.

También hablas de un racismo bestial, ¿es la norma?

Como comentábamos antes, la Administración de Justicia es un reflejo de la sociedad y vivimos en una sociedad racista. El racismo, tanto en nuestros mostradores como en la calle, es en realidad una forma de clasismo, porque no se desprecia ni se maltrata a todas las personas que son diferentes, sino a quienes, además, son pobres. De estas, de las más vulnerables pensamos que delinquen más, que nos van a dejar sin trabajo o que nos van a robar los recursos que las instituciones destinan a las más desfavorecidas. No debería suceder nunca, pero si en algún momento desde nuestro lado del mostrador aparece la falta de respeto, no la solemos dirigir a varones blancos vestidos de traje, sino a hombres de piel oscura en condiciones económicas precarias y a las mujeres en general.

¿Crees que los abusos policiales de personas detenidas se dan más veces de las que nos imaginamos?

No tengo idea, puede ser. Sería una ingenuidad pensar que llegamos a conocer todos los que se producen. Desde luego, se denuncian muy pocos y quienes lo hacen tienen el soporte de redes sociales organizadas. Solo en esas condiciones es posible mantener una denuncia. No sabemos qué pasa en el caso de personas desamparadas.

¿Por qué es tan grande el poder que ostentan los magistrados y altos cargos de la Administración de Justicia?

Porque se les ha dejado. Porque a los poderosos ya les va bien que haya una institución a su servicio que puede controlar a la población y que castiga a quien se pone en contra del sistema. Porque el poder legislativo, fundamentalmente por miedo, no se atreve a meter mano en ese avispero. Porque los gobiernos autonómicos, y estoy pensando ahora en el vasco y en el navarro, se han resignado a que el judicial sea un poder estatal, radicalmente español, y no reclaman competencias. Y porque la ciudadanía se ha acostumbrado a ver todo lo que sucede en tribunales, de los más pequeños a los más grandes, como algo lejano y ajeno. Mientras no nos demos cuenta de que los tribunales pueden fiscalizar nuestras vidas y que, por tanto, y para impedir abusos, nosotras debemos controlarlos procurando que sean instituciones democráticas, estamos desamparadas frente esta Administración.

Dices que, si Schubert hubiera trabajado en justicia, nunca habría compuesto La trucha. ¿Qué habría compuesto?

Tal vez la muerte y la doncella, esa mujer moribunda, que no digo que sea una imagen de la Justicia, pero tal vez sí de tantas mujeres que son maltratadas en los juzgados. O tal vez no hubiera compuesto nada. No sería raro que se le hubiera secado la inspiración.

¿Hay posibilidad de cambiar algo desde dentro de la Administración o el sistema está demasiado podrido?

Desde dentro más que podredumbre lo que hay es impotencia. Hay gente, incluso en las más altas instancias, con ganas de cambiar las cosas, pero la maquinaria es tan grande, se mueve tan lenta y es tan autoritaria que resulta complicado, por no decir imposible. Antes he dicho que la ciudadanía debe procurar la democratización de la Justicia para que esta cumpla con la función que en teoría le compete: la protección de las gentes más débiles para impedir que siempre ganen los mismos.

¿Crees en la Justicia o piensas que es «la conveniencia del más fuerte», como dice Platón?

Es la conveniencia del más fuerte, pero hay resquicios que hay que aprovechar. En los juzgados trabaja mucha gente honesta y capaz, seguramente la mayoría, aunque no es quien protagoniza los hechos más escandalosos y con más proyección mediática. Creo que hay que manejar los grandes conceptos -justicia, paridad, solidaridad- como si de hecho existieran, porque pensar que es posible concretarlos nos anima a cambiar las cosas, si no, nos puede invadir una impotencia que nos paralice y nos derrote.

El libro termina con la sanación. Al menos esta no tiene un precio, ¿no?

Cuando la sanación viene de la solidaridad entre compañeras, no hay precio, solo hay premio.

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