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Entrevista a Ana Mezo, integrante de la plataforma vasca de mujeres pensionistas Oneka “La crisis de la Covid-19 puede servir de excusa para dejar de lado al movimiento de pensionistas”

Domingo 12 de julio de 2020

June Fernández 08/07/2020 Pikara

Ana Mezo, integrante de la plataforma vasca de mujeres pensionistas Oneka, anima a volver a las calles con fuerza. Ahora que la crisis sanitaria ha dejado al descubierto las carencias en la gestión de los cuidados, insta a acabar con la atomización de los movimientos sociales para lograr una mayor incidencia política.

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Pentsionistak Martxan eta Onekako kidea da Ana Mezo./ Aikor aldizkaria

En el paisaje desértico del confinamiento se notó la ausencia de muchas personas, entre ellas, la de las y los pensionistas que se concentraban cada lunes frente a los ayuntamientos. “La presencia persistente en la calle ha sido una de las potencialidades de este movimiento. Pero no hemos parado: hemos celebrado reuniones telemáticas, hemos participado en los medios, hemos seguido interpelando a las instituciones…”, destaca Ana Mezo (Larrabetzu, 1955). Ella es integrante del movimiento Pentsionistak Martxan y una de las impulsoras de Oneka, la plataforma vasca de mujeres pensionistas. Participa también en la Carta de los Derechos Sociales de Euskal Herria, plataforma en la que confluyen sindicatos y colectivos sociales, que el pasado 19 de junio convocó una jornada de movilizaciones con el lema “Para reforzar lo público y lo esencial, hay que repartir la riqueza; primero la vida”.

Nos reunimos en un bar de Larrabetzu durante la primera fase de la desescalada, la misma semana en la que se retoman las concentraciones de pensionistas. Desde entonces, cada lunes una veintena de personas, casi todas mayores de 60 años y algunas acompañadas de sus nietos y nietas, llenan la plaza del pueblo con sus pañuelos rojos y sus consignas: no a la reforma laboral, pensión mínima de 1080 euros, salario mínimo de 1200 euros y condiciones dignas en todas las etapas de la vida. Al finalizar, Mezo alza la voz y plantea alguna reflexión, aporta información sobre la situación del movimiento en Bilbao o anima a participar en las movilizaciones de la Carta de Derechos Sociales. Antes del confinamiento, iban cada lunes a Bilbao; durante la desescalada acordaron quedarse en el pueblo y a partir de ahora alternarán ambas opciones.

Esta profesora recién jubilada, química de formación, destaca por su vitalidad y su carisma. Se sumó al movimiento de pensionistas cuando estaba con contrato relevo y participó en la creación de Oneka. Compagina su militancia social con el cuidado de su nieta de seis meses. Mezo destaca con orgullo la diversidad dentro del movimiento de pensionistas —ideológica, de clase, de profesiones y trayectorias— y, al mismo tiempo, su unidad. También destaca la penetración lograda en los pueblos, grandes y pequeños. Cree que una clave de la fuerza del movimiento es que muchos y muchas de sus integrantes tienen una larga trayectoria en el activismo social y político, especialmente en el sindicalismo y en el feminismo. Ella ha militado fundamentalmente en la izquierda abertzale. En un momento histórico en el que la crisis de la Covid-19 ha revelado el fracaso del sistema capitalista heteropatriarcal, Mezo confirma su convicción de que hay que terminar con la atomización de los movimientos sociales. “Si pensionistas, feministas y jóvenes nos uniéramos, pondríamos este sistema patas arriba”, ha repetido en anteriores entrevistas.

¿Por qué creasteis Oneka?

El movimiento de pensionistas empezó a salir a las calles en enero de 2018, y hacia junio de ese año hablamos entre nosotras sobre la necesidad que sentíamos de crear un grupo de mujeres, para abordar nuestras especificidades y desarrollar planteamientos propios. Ese otoño nos constituimos, y convocamos una rueda de prensa. Somos una plataforma de Euskal Herria que mira a Euskal Herria, aunque con Iparralde solo hemos entrado en contacto, porque el ritmo es otro.

¿Esa necesidad tiene que ver también con las dinámicas patriarcales dentro del movimiento?

Sí, eso por descontado… Siempre tenemos que estar alerta. El capital y el heteropatriarcado influyen siempre… Piensa cuánto ha costado y sigue costando aún hoy que las mujeres logremos y mantengamos prestigio, legitimidad y respeto. A mí me ha pasado ir a dar una charla con un compañero y que él acapare la charla. A lo mejor ese hombre está muy sensibilizado con la igualdad, pero es tan cultural… Muchas integrantes de Oneka, las que no son viudas, viven con sus parejas, en su mayoría hombres. Hay mucha soledad y violencia. A muchas mujeres mayores les cuesta salir a la calle. Hay mujeres que han trabajado mucho, pero en casa, en el trabajo de cuidados y también de otro tipo. Yo siempre destaco la violencia económica. Muchos hombres dicen: “Yo traigo el dinero a casa, así que tú estás a mis órdenes”. Son mujeres que viven una sumisión obligada y no se pueden separar debido a la dependencia económica. Son temas que tenemos que reflexionar entre nosotras y desarrollar nuestro discurso. Tenemos que caminar en espacios mixtos, porque la diversidad es riqueza, pero nosotras necesitamos también un espacio propio.

Para empoderaros…

Yo le he dado más de una vuelta a la palabra empoderamiento. Creo que poder, podemos, que tenemos capacidades, pero nos han restringido y negado los espacios. Históricamente, ¿quién ha organizado la economía familiar? En la mayoría de casos, las mujeres. De hecho, la palabra economía viene del griego y su etimología se refiere a la gestión de la casa. En la actualidad, en cambio, se refiere a macroeconomía, normalmente nos hablan de ella los hombres de una forma que, si no eres experta o tienes una formación académica alta, no entiendes nada. Yo creo que lo hacen a propósito. Ahora, con el coronavirus, muchas carencias han quedado al descubierto, por ejemplo, la situación en las residencias de personas ancianas. Este virus no distingue entre hombres y mujeres, pero la soledad la viven especialmente las mujeres. En torno al 93 por ciento de las personas viudas son mujeres. Si no tienes una red familiar cerca, estás muy sola.

Os he escuchado reclamar que el Estado reconozca a las mujeres mayores con pensiones bajas como víctimas de violencia económica franquista, ya que cotizaron poco o nada debido a las políticas de la dictadura. ¿Puedes explicarlo?

Sí. Entonces era habitual que las mujeres trabajasen en el ámbito productivo, por ejemplo en los talleres. Cuando se casaban, cobraban una indemnización a la que se le llamaba dote, para que se quedasen en casa dedicadas al trabajo de cuidados. Aún cuando la dictadura se ablandó un poco y las mujeres empezaron a trabajar más fuera de casa, necesitaban tener permiso del marido. Por otro lado, las instituciones han ahorrado una cantidad ingente de dinero gracias al trabajo reproductivo de las mujeres: han tenido que invertir poco en guarderías o en residencias de personas ancianas, porque las mujeres hacían ese trabajo gratis en las casas. Y esa es una contribución económica: el trabajo doméstico no retribuido representa el 32,4% del PIB en la Comunidad Autónoma Vasca.

El término “pensiones no contributivas” es muy simbólico, porque niega que el trabajo gratuito de cuidados contribuya a la economía…

Sí, esa es la cuestión, pero ese discurso no ha estado en la calle. En las charlas insistimos mucho en ello para que la gente tome conciencia.

El trabajo productivo de las mujeres baserritarras se ha visto por lo general como ayuda más que como trabajo…

Sí, sabemos todo el trabajo que las mujeres han hecho en los caseríos: en la casa, en el huerto, con el ganado, criar a un montón de hijos e hijas, cuidar a los abuelos y las abuelas… En los caseríos de Larrabetzu la economía ha sido mixta: los hombres iban a trabajar a las fábricas del entorno. ¿Entonces quién quedaba a cargo de las tierras? Si esas mujeres no merecen respeto…

Hagamos balance: ¿qué ha logrado el movimiento de pensionistas y qué queda por conseguir?

Salimos a las calles cuando el gobierno del PP anunció la subida ridícula del 0,25 por ciento en las pensiones. El vaso estaba lleno y esa fue la última gota. Gracias a la presión en la calle conseguimos que la subida fuera del 1,6 por ciento y ahora hemos conseguido que el PSOE, Unidas Podemos y EH Bildu hayan firmado la derogación integral de la reforma laboral. Además de las movilizaciones, nos hemos reunido con fuerzas políticas. Lo que no hemos conseguido, por más que lo hemos pedido, ha sido una reunión con [el lehendakari Iñigo] Urkullu. Sabes que también tenemos una escisión. Bien, ¿eh? Siempre ocurre. Pero esa disidencia mira al Estado español, son gente ligada a UGT y CCOO y se ciñen al Pacto de Toledo. A algunas fuerzas políticas les interesa que haya esa disidencia, porque los movimientos sociales que estamos en las calles les resultan molestos.

En julio tenemos elecciones autonómicas. ¿Cuáles serán vuestras reivindicaciones?

Vamos a interpelar a todos los partidos políticos, ya hemos empezado a hacerlo, a enviarles cartas. Siempre vamos con la tabla de reivindicaciones de Pentsionistak Martxan, eso es lo que nos une, lo consensuado. Ahora el coronavirus ha dejado al descubierto más problemas, por ejemplo el de las residencias de personas mayores: cómo están planteadas, cuáles son las condiciones laborales de sus trabajadoras… Es un tema que en Oneka ya veníamos trabajando. Por otro lado, nuestra tabla muestra que nuestro movimiento no atañe solo a quienes somos pensionistas en la actualidad. Nosotras necesitamos dignidad y futuro, pero también la gente de las siguientes generaciones. Cada vez se privatizan más servicios, los índices de pobreza crecen…

El movimiento feminista plantea que este puede ser un momento histórico porque ha quedado patente la crisis sistémica de cuidados. ¿Cómo podemos aprovecharlo?

Nosotras reclamamos un sistema público de cuidados, de la misma forma que reclamamos pensiones públicas. Tenemos que sumar fuerzas y salir juntas a la calle. Dicen que en otoño va a haber otro repunte del virus. Las carencias del sistema han quedado al descubierto, pero nos hemos tenido que quedar aisladas en nuestras casas y ahora hay riesgo de que nos vuelvan a meter en ellas. Tenemos que estar alerta.

¿Habéis logrado el objetivo de unir fuerzas con los colectivos feministas y otros movimientos sociales?

Yo diría que sí. En torno al 8 de marzo, el 25 de noviembre, la huelga geneal de enero [convocada por la Carta de Derechos Sociales de Euskal Herria]. También hemos apoyado la huelga del metal. Cuando iba a Bilbao, me encontraba con un grupito de trabajadores concentrados con una pancarta ahí, otro grupito de trabajadoras concentradas allá… Así los poderes están muy contentos. Tenemos que terminar con la atomización de las luchas, esto es fundamental para poder interpelar a las fuerzas políticas. Es importante que impliquemos en nuestro movimiento a la juventud, pero también a la población adulta. Porque si tienes 50 años y te despiden con la excusa de la crisis del coronavirus, ¿qué vas a hacer? No tienes futuro. Es lo que ocurrió con la crisis de 2008, que la usaron como excusa y crearon unos dramas tremendos. Una de nuestras reivindicaciones es que eliminen las penalizaciones a quienes no pueden cotizar los últimos años de su carrera. Mucha gente de mi edad no tuvo la oportunidad de ir a la universidad y empezaron a trabajar a los 16 años, así que han trabajado 40 años. Les despiden con 58 años y se les aplica un 8% de penalización por cada año no cotizado. Te quedas en la calle, por ejemplo porque tu empresa ha tenido que cerrar, ¡y te penalizan!

A esto se suma la brecha de género en las cotizaciones…

Así es. Recordemos que una cuarta parte de las mujeres viudas cobran menos de 500 euros al mes. ¡Me vas a decir cómo van a encender la calefacción con esa pensión!

Y mucho menos pagar una plaza en una residencia…

La mayoría son privadas y muy caras. Y para ser cuidada en casa, si no tienes suficiente red familiar, ¿cómo vas a pagar tres enfermeras? Deberíamos de poner sobre la mesa los distintos modelos que funcionan en Europa, hay experiencias de las que podemos aprender, por ejemplo las viviendas comunitarias. No digo que haya que hacer un copia y pega, pero sí estudiar esos modelos y contemplar nuevas opciones. Recordemos también que además de ser personas necesitadas de cuidados, también somos cuidadoras, incluso aunque estemos en situación de dependencia, ya que el tema de la conciliación no está resuelto.

Mari Luz Esteban ha escrito en el periódico Berria un artículo en el que señala que, durante el confinamiento, se acentuó la “hiperpresencia mediática” de las personas mayores, pero con un tratamiento que niega su condición de ciudadanas y que desprecia sus saberes históricos, que podrían haber sido útiles para enfrentar la pandemia.

Sí, habría que incluir esas experiencias en procesos de memoria histórica. Yo diría que los medios han entrevistado a las personas ancianas de una forma muy folclórica, por decirlo de alguna manera. Por ejemplo, cuando cubrían la salida de una persona mayor de la UCI. Nosotras como personas mayores también debemos politizar nuestro discurso.

Sigo leyendo a Esteban: “Las movilizaciones de pensionistas han creado un nuevo sujeto colectivo, pero el confinamiento ha dificultado su quehacer”.

Así es, y esta crisis puede servir como una nueva excusa para dejarnos de lado. No, no y no. Tenemos que volver a la calle con fuerza, más si cabe que la que teníamos antes del confinamiento.

¿Cómo habéis vivido el confinamiento en Oneka?

Ha habido muchos problemas… Hemos hecho reuniones con Emakunde y con asociaciones de viudas. Las instituciones siempre nos dicen que existen las ayudas sociales, pero si no tienes costumbre de utilizar las tecnologías, pedirlas se convierte en una carrera de obstáculos. Si es por teléfono: “Pulsa uno, pulsa dos…” Si se trata de la atención presencial, te van mandando de ventanilla en ventanilla. Habría que gestionarlo de otras maneras. En el contexto de este maldito virus, ha sido vergonzante ver cómo las personas mayores han muerto solas. Eso es algo que no entiendo, que hayamos dejado morir solas en pleno siglo XXI a personas que sobrevivieron a una guerra y a una posguerra. Y no lo digo por el personal sanitario, que ha hecho mucho. Ha sido un drama.

En Gipuzkoa, un grupo de personas mayores crearon el pasado año la plataforma Irauli Zaintza, en colaboración con la asociación de mujeres migradas Malen Etxea. Reprueban la figura de la trabajadora del hogar interna. Durante el confinamiento, hemos visto como las personas mayores morían y sus cuidadoras quedaban en la calle sin paro y sin casa…

Así es. Habría que gestionarlo de otra manera. Los ayuntamientos tienen competencias para conocer qué situaciones se están viviendo en las casas. Lo hemos visto ahora, que han estado llamando por teléfono a las personas mayores. Habría que hacer un estudio para ver qué necesidades tienen las personas, pero no solo estadístico, luego que extraigan la estadística si quieren. Las instituciones podrían gestionar los contratos [con las cuidadoras], de forma que cuando una persona anciana muera, su trabajadora no quede en la calle sino que se le asigne otro puesto de trabajo. El modelo mediterráneo que tenemos, comparado con el nórdico, carga las soluciones de cuidados sobre las familias en vez de sobre el Estado. Eso es muy cultural y habría que romper con ello de raíz.

¿Habéis explorado alianzas con las cuidadoras?

La principal alianza ha sido con Babestu [la asociación de familiares de dependientes en Bizkaia]. Surgió porque en una residencia de personas ancianas de Sestao subieron los precios de la noche a la mañana. Los familiares se unieron y crearon la asociación. Han organizado unas jornadas y han publicado un libro con las ponencias y con una propuesta para el debate: “Mirando al futuro”. Oneka organizó una presentación en Bilbao. La intención era incluir a 120 ayuntamientos en esa discusión: ¿qué vamos a hacer con las personas mayores? En Larrabetzu esa actividad estaba programada, pero el confinamiento interrumpió el proceso. En esta nueva normalidad, deberíamos de desterrar las viejas fórmulas, ¿no crees? Aunque al mismo tiempo tenemos legislación interesante sin aplicar. En la Comunidad Autónoma Vasca contamos con la ley 12/2008 de Servicios Sociales. Desde 2016, esa ley matiza que las prestaciones [tener plaza en una residencia o en un centro de día, acceder al servicio de ayuda a domilio] no son ayudas sino derechos. Si esos derechos se cumplieran, se solucionarían muchos problemas.

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