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Elina Chauvet habla con Irene Ballester sobre ’Zapatos Rojos’

Jueves 4 de junio de 2015

Irene Ballester tuvo la oportunidad de charlar con Elina Chauvet sobre su famosa instalación ’Zapatos Rojos’ y sobre lo que ésta simboliza. La artista habló sobre los feminicidios de Ciudad Juárez, y sobre la canalización pública del dolor y el efecto catárquico de la instalación

Irene Ballester Buigues — Feminicidio.net 29/05/2015

España, Valencia - Ayer lunes, mientras se realizaba la acción Zapatos Rojos en Valencia, tuve la oportunidad de entrevistar a su creadora Elina Chauvet (Casas Grandes, Chihuahua), que se encontraba en Mazatlán (Sinaloa). Zapatos Rojos nació en Ciudad Juárez el 20 de agosto del año 2009 con 33 pares de zapatos donados por mujeres juarenses, muchas de ellas familiares de mujeres desaparecidas o víctimas del feminicidio; un año en el que por otra arte se registraron en esa ciudad 130 feminicidios[1]. Pero no ha sido la única vez que se ha llevado a cabo en Ciudad Juárez. En 2012, se volvió a realizar con el apoyo del periodista e investigador español Javier Juárez, que ha estado muy cerca de las madres de desaparecidas y víctimas del feminicidio en la ciudad fronteriza, y que, además, es el autor de diversas investigaciones sobre mujeres desaparecidas en Ciudad Juárez.

Elina Chauvet es arquitecta de profesión, vinculada a la construcción de maquiladoras, y autodidacta dentro del mundo del arte. Es una mujer fuerte, combativa y feminista, que a través de diferentes herramientas artísticas ha plantado cara al patriarcado en un país que al año se cobra la vida de centenares de mujeres. Según la ONU, entre 2012 y 2013 fueron documentados 3.892 casos, pero únicamente 613 de ellos fueron investigados como feminicidios por la falta de perspectiva de género de las autoridades[2]. En medio de ese contexto la instalación Zapatos Rojos es un ejemplo de canalización pública del dolor y de visibilización del feminicidio, y no deja indiferente a nadie. Como me comentó la artista, la instalación posee un efecto catártico a través del cual se produce la secuela del dolor, la huella de la presencia borrada y extinguida, un dolor que, por otra parte, se convierte en político y social.

1993 fue el año en que la hermana de Elina Chauvet fue víctima del feminicidio, asesinada por su pareja cuando residía en Chiapas. El dolor y el sufrimiento ocasionado ante tal pérdida fue canalizado a través de su trabajo; primero en pintura, y luego vinieron sus Zapatos Rojos a través de los cuales empezó a visibilizar las presencia extinguidas por la violencia patriarcal, la huella del dolor, un dolor que se denuncia frente al silencio imperante de tinte patriarcal y rodeado de impunidad. Y es que la violencia contra las mujeres deja marcas que, cuando no son vistas, acaban en feminicidios. Las mujeres en México son víctimas de violaciones tumultuarias, desapariciones forzadas, el crimen organizado, diferentes cárteles, el racismo presente en las arterias de la misma sociedad, la violencia de género; y el feminicidio es la forma más extrema de esta violencia contra las mujeres. El Gobierno y el Estado patriarcal ocultan las cifras de víctimas del feminicidio y niegan la realidad, pues es la misma sociedad patriarcal la que tolera la violencia hacia las mujeres, que es asumida con total normalidad.

Zapatos Rojos es una escenificación del duelo colectivo, y supone la puesta en valor de la presencia extinguida y de la magnitud de sus cifras. La sociedad patriarcal acostumbra a venerar los cementerios de los soldados caídos en grandes batallas, en grandes guerras, mientras que la vida de las mujeres tiene un valor insignificante al igual que sus muertes, contadas como simples cifras. Esta instalación de arte público increpa porque lucha por la dignidad de las mujeres. “Nos queremos vivas”, tal y como dice la premisa feminista, y urge que los Estados declaren la definitiva paz hacia las mujeres. Cuando tejemos redes y trabajamos desde la igualdad nos empoderamos frente a las lacras patriarcales y Zapatos Rojos es una claro ejemplo de ello, pues forma parte de la iconografía mundial contra el feminicidio, al igual que las cruces rosas que lamentablemente invaden Ciudad Juárez. Ambos lenguajes, comunes a las mujeres, no necesitan de palabras, porque el feminicidio es una pandemia mundial y, como tal, debe ser denunciada frente a la ceguera y a la indiferencia de una realidad cuya violencia hacia las mujeres, y según la politóloga de origen somalí Ayaan Hirsi Ali, es propia de un holocausto[3], pues se calcula que en todo el mundo están desaparecidas “demográficamente” entre 113 y 200 millones de mujeres[4].

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