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Dolores

Martes 14 de septiembre de 2021

Zurine Rodriguez 10/09/2021 Pikara

Coincidiendo con el 35 aniversario de la muerte de Dolores González Katarain, Yoyes, recuperamos del anuario número 8 este perfil que escribió Zuriñe Rodríguez: «La primera mujer dirigente de ETA fue asesinada por ETA y eso es una parte importante de los dolores vascos, de los de la sociedad en general y del feminismo en particular»

*Este texto ha sido publicado originalmente en anuario número 8 de Pikara Magazine que editamos en 2020. Una de las principales apuestas de Pikara Magazine pasa por garantizar que todos nuestros contenidos estén también en abierto. Suscríbete para que siga siendo posible.

Hace ya nueve años* que Euskal Herria camina hacia la paz. Son los años que hace que ETA anunció su cese definitivo de la actividad armada aquel 20 de octubre de 2011. Todas recordamos qué hacíamos ese día, con quién estábamos y cada una de las preguntas que nos inundaron durante semanas. Seguimos expectantes las noticias y nos narrábamos las unas a las otras los momentos vividos durante más de 50 años: el atentado de Miguel Ángel Blanco, el asesinato de Lasa y Zabala, Hipercor, la X del GAL, la dispersión, el lazo azul, las torturas sexuales, la explosión en la T4 de Barajas, la oscuridad del cuartel de Itxaurrondo, la imparcialidad de la Audiencia Nacional. El silencio, el miedo, los tabús, el estigma, las distancias, los reproches, los momentos de flaqueza y las experiencias de respuesta colectiva. 50 años dan para demasiado, pero en esas narraciones subjetivas siempre hay ausencias. Acontecimientos que todas recordábamos íntimamente, pero que costaba sacar al exterior; hechos que se habían convertido en tabús.

Para una parte importante del espectro mediático —también para el institucional— ETA es ya parte del pasado y poco a poco se van celebrando encuentros entre víctimas y homenajes donde participan todos los actores políticos. Sin embargo, aunque el anuncio de ETA y su posterior disolución han supuesto un cambio de paradigma, en la sociedad vasca todavía hoy siguen vigentes muchas de las consecuencias del conflicto, han surgido nuevas y algunas de sus lógicas siguen operando con normalidad: hay prácticas militaristas arraigadas en los espacios políticos más alternativos, no han cesado las detenciones, la ley antiterrorista sigue vigente y las víctimas no han tenido acceso a la verdad ni a la reparación. En España, además, la derecha suele sacar a relucir el “tema de ETA” cada vez que puede y sus medios afines alimentan imaginarios y estereotipos de víctimas y verdugos que poco tienen que ver con el sentir y con los retos que la sociedad vasca enfrenta en la actualidad. Las mujeres que han pertenecido a ETA suelen ser, por lo general, la excusa perfecta para que estos medios den rienda suelta a su misógina.

Los tabús del pasado siguen vigentes e, incluso, han cristalizado en el presente como consecuencia directa de la implementación de una paz fallida, sesgada y colectiva. Y con silencios. Ese es el caso de historia que envuelve la vida de Dolores González Katarain, Yoyes (1954-1986), la primera mujer en acceder a la dirección de ETA y también la primera en ser asesinada por ETA. Sobre ella se habla poco, todavía en círculos cerrados y siempre para hacer hincapié en la descripción de su vida y no tanto en lo que su historia nos genera emocional, individual y colectivamente. Apenas hay debate sobre cómo reparar a su familia y entorno, ni tampoco sobre el peso que pudo tener en ella el hecho de que fuese una mujer feminista. Sobre la reparación de su muerte y sobre qué peso pudo tener en esta que fuese mujer y feminista casi ni se habla. El programa Ur Handitan de la televisión pública vasca emitía en noviembre de 2020 un documental en el que su amiga Elixabete Garmendia recordaba que “siempre se comportó como una persona autónoma”. Lurdes Azurmendi, su compañera de militancia, por su parte afirmaba que “las mujeres éramos exclusivamente el descanso del guerrero”.

La primera entre las ausentes

Dolores González Katarain se enroló en ETA al inicio de los años 70 en la comarca de Goierri, una de las más activas en aquella época, pero en la que las mujeres seguían siendo minoría. Saber con exactitud cuántas mujeres han pasado por ETA es casi imposible, pero estudios como los de la londinense Carri Hamilton, de la Universidad de Southampton, cifran el contingente en no más del diez por ciento del total, un número bastante parecido al de otros grupos armados como, por ejemplo, las FARC. Yoyes entra en ETA en unos años de gran fervor político y en los que la división sexual del trabajo militante es muy estricta. Para las mujeres están reservadas las tareas más logísticas y de intendencia y son muy pocas las que pueden romper los vetos y acceder a espacios de mando. Por lo general, esa posibilidad se da solo en momentos de fuerte represión o de divisiones internas, cuando las cúpulas son descabezadas y existe una necesidad urgente de reorganización.

El contexto en el que Yoyes llega a la dirección era especialmente complejo y convulso: una violencia parapolicial desmesurada en las calles que se cebaba con los militantes de ETA y una organización dividida en dos —ETA militar y ETA político militar—, fruto de una difícil escisión. Al poco, además, vivirá el asesinato del que fuera el principal ideólogo de ETA, José Miguel Beñarán Ordeñana, Argala, quien dejará un vacío en la dirección. En ese ambiente Yoyes se convierte en la primera mujer en dirigir ETA. Alazne Pérez —nombre ficticio—, compañera de activismo de Yoyes, asegura que “el mérito político de las mujeres casi nunca es reconocido y validado por los hombres, quienes son en realidad los que mandan”. La llegada a la dirección de Dolores González Katarain es paradigmática, histórica y muy excepcional.

Demasiado machismo

Su paso por la dirección, sin embargo, fue breve; apenas un año. En muchos círculos de entonces cercanos a ETA se habla de ella como “la generala” y es reiterativo oír, sobre todo de boca delos hombres, historias sobre su fuerte carácter y autoridad. “No están acostumbrados a que les manden mujeres y les llama la atención que podamos ser duras, pero ¿cómo vas a ser si no en clandestinidad?”, explica Carmen Gisasola, quien fuera otra de las pocas mujeres dirigentes de ETA, esta en la década de los 90 y quien, por cierto, también se desvincularía de la organización años después de su detención.

Dolores González Katarain nunca se sintió cómoda en ese papel duro y vinculado a una masculinidad que no le representaba. Tenía el temor de convertirse “en la mujer que, porque los hombres consideran de alguna forma macho, es aceptada”, escribía en su diario en febrero de 1978. Para el investigador y profesor de la Universidad del País Vasco UPV/EHU, Pedro Ibarra, ETA ha mostrado una reiterada incapacidad de incorporar, al menos de manera práctica, el feminismo como eje trasversal de sus reivindicaciones porque “valores como la rígida jerarquización, la mitificación de la fuerza física, el dogmatismo y el desprecio por el debate” no contribuyen a ello. No será hasta décadas después cuando ETA comienza a introducir referencias al feminismo dentro de su discurso. De hecho, en su último comunicado, en el que anunciaba su disolución, emplazaba a sus militantes, entre otras cosas, a seguir trabajando por Euskal Herria no patriarcal”.

Yoyes vivió durante su pertenencia a ETA un constante conflicto entre su militancia a una organización armada y su vinculación al feminismo, como aparece una y otra vez reflejado en su diario. Para ella, la relación entre ambas era prácticamente imposible de materializarse: “Si hablo de un objetivo político o una lucha, por él dejo de lado el feminismo, y si hablo de la igualdad de condiciones para la mujer, dejo de lado la lucha política”.

Si buscamos las razones que llevaron a Yoyes a abandonar ETA, en la mayoría de los documentos históricos encontraremos solo alusiones a sus diferencias con la nueva dirección —la surgida tras el asesinato de Argala— y a su distancia ideológica cada vez mayor con nueva la estrategia por la que había optado ETA, más dura y militar. Es obvio que este fue el principal argumento de peso que le llevó a abandonarla, pero el descrédito por parte de algunos de sus compañeros y la dinámica patriarcal, sin duda, fue ron de gran peso en su decisión.

¿Exclusivamente madre?

Yoyes abandona ETA en 1978 y se exilia en México, donde permanecerá casi una década. Allí pasa a llamarse Nekane y se desvincula por completo de los círculos de refugiados vascos, así llamados por la izquierda abertzale, para empezar a frecuentar círculos feministas. Trabaja para diferentes organismos internaciones y escribe una tesis doctoral. También es madre. Esto último es de lo poco que se hacen eco los medios de la época y, también, lo único que aniversario tras aniversario destacará la prensa al recordar su vida. Los principales medios constitucionalistas —tanto de izquierdas como de derechas— construirán un discurso amable y no beligerante con Yoyes, algo no habitual cuan se trata de un activista de ETA.

Para la antropóloga vasca Begoña Aretxaga, Yoyes es una “anomalía dentro del simbolismo cultural vasco” y por eso su muerte está cubierta de un “aureola excepcional, con visos de tragedia clásica”. Para los contrarios a ETA, quienes pertenecen a la organización y matan por ella están teñidos de un aura de culpabilidad y maldad. Sin embargo, para el simbolismo cultural vasco la figura de la madre representa la pureza y está libre de toda sospecha. Yoyes muestra una ambigüedad entre la inocencia y la culpa. Es por eso por lo que sale tan bien tratada en medios nada afines, como si perdonasen su militancia a una organización armada porque “la dejó para ser madre”, “para realizar su gran proyecto de vida”. Pero, obviamente, Yoyes fue mucho más que madre.

La maté porque era mía

En 1985, Yoyes decide regresar a su pueblo natal para siempre. Podía hacerlo porque no tenía cuentas con la justicia gracias a ley de amnistía. Entonces, el Gobierno español había puesto en marcha un plan de reinserción al que Yoyes nunca se acogió. Volvió sin ningún vínculo, pero su regreso no era el de cualquiera y la prensa española lo publicitó, exotizando su imagen y explotándola como un producto de consumo.

Para una parte del espectro de ETA el regreso de Yoyes fue entendido como una traición y el 10 de septiembre de 1986 decidió asesinarla. La traición era por ser una exmilitante de ETA y porque no había acatado las normas, había decido vivir su vida de forma autónoma y eso no era lo esperado en una mujer. ETA la asesinó en la plaza del pueblo, en plenas fiestas patronales y delante de su hijo. Su victimario fue José Antonio López Ruiz, Kubati, quien años después reconocía el “dolor causado”. La familia, sin embargo, no ha recibido reparación social alguna.

La escritora vasca Idurre Eskisabel habla de aquel asesinato como su “crack fundacional”, porque en él convergía algo más que un asesinato al uso. Su hermana Isa González Katarain alude al género como elemento clave. “No podían controlarla —dice— y por eso la asesinaron”. “ETA con Yoyes fue como el marido que mata a su mujer porque la considera suya”, asegura Alazne Pérez, su compañera de activismo.

Aquel asesinato movió a toda la sociedad vasca y al feminismo. De hecho, la propia Asamblea de Mujeres de Donostia sacó dos comunicados diferentes ante su muerte. Sin embargo, hoy sigue costando hablar de ello. La primera mujer dirigente de ETA fue asesinada por ETA y eso es una parte importante de los dolores vascos, de los de la sociedad en general y del feminismo en particular.

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