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De la igualdad formal a la paridad formal

Viernes 8 de abril de 2016

TribunaFemenista

En los años 80 del pasado siglo, el feminismo acuñó la expresión “igualdad formal” para denunciar la ausencia total de correspondencia entre las declaraciones de principios y la situación real de invisibilidad en la que se hallaban las mujeres en todo asunto concerniente a lo público-político. Pese a que la igualdad entre los sexos se concebía como caracterización esencial de toda sociedad democrática, lo cierto era que las expectativas vitales de uno y otro sexo diferían sustancialmente, ya que explícitamente las aspiraciones de las mujeres se hallaban “subordinadas” a la realización de los varones. No fue tarea fácil para el feminismo, hacer ver que las declaraciones formales de igualdad suponían un fraude a las expectativas vitales de las mujeres. Las feministas, así pues, abordaron, la crítica a la “igualdad formal” haciendo constar que una barrera invisible, denominada “techo de cristal”, impedía a las mujeres alcanzar los niveles jerárquicos o representativos más altos, tanto en el mundo laboral como en la política o en cualesquiera otra actividad.

A su vez las feministas, tanto en el interior de los partidos políticos de izquierda como desde fuera, desplegaron exitosas estrategias vindicativas exigiendo a los poderes públicos medidas de acción positiva o normas específicas para erradicar la desigualdad social entre mujeres y varones. Tomando como modelo el poder político se consideró que la vindicación de las cuotas en el seno de los partidos políticos, en un primer momento, y la paridad, después, servirían, a todo efecto, para remover los roles, estereotipos culturales y patrones sociales de conducta que tendían a reproducir la desigualdad entre mujeres y varones. La vindicación de paridad nunca fue planteada como una mera cuestión de equilibrio cuantitativo, sino que de su aceptación se habían de derivar cambios cualitativos que alterarían tanto los liderazgos eminentemente masculinos en la política como la expresión más descarnada de la desigualdad sufrida por las mujeres que es la violencia machista.

Pese a que la vindicación de paridad fue objeto de desprecio por parte de la derecha política, la paridad fue asumida, no sin fricciones, por la izquierda política que incorporó, a su vez, las tesis feministas como seña de identidad. Hasta llegar al momento actual en el que por ley todos los partidos políticos deben presentar listas paritarias ante un proceso electoral. Conseguido, pues, el objetivo paridad debemos analizar cómo se aplica, ya que el mayor riesgo al que no enfrentamos es que se convierta en un principio tan formal como en su día lo fue la igualdad. La paridad deviene en “paridad formal” cuando los partidos políticos cumplen requisitos paritarios allí donde la ley obliga, pero se desentienden de su aplicación si no hay obligación normativa. El actual Congreso de los Diputados nos ofrece un elocuente ejemplo de “paridad formal”: al no haber obligación expresa de aplicar criterios paritarios en las designaciones nos encontramos con la cruda evidencia de que sólo una mujer preside una comisión permanente legislativa de las diecisiete existentes; pero además ninguno de los partidos políticos, que afirman asumir postulados feministas, han intentado, al menos, corregir, en el reparto que les correspondía tan notable infrarrepresentación.

Me atrevo a afirmar que, a día de hoy, la fragmentación política o pluralidad de partidos, tan deseable en una democracia, puede, sin embargo, contribuir a asentar la “paridad formal”. A nadie con un mínimo de sensibilidad feminista, que no partidista, se le puede escapar que la complejidad y pluralidad del proceso político en el que nos encontramos está sobrecargada de masculinidad. La preeminencia del liderazgo masculino es tan real que convierte a las mujeres en comparsas o en excepciones: varones son los portavoces de los grupos parlamentarios con mayor representatividad; varones son los que lideran los distintos grupos negociadores; varones son los integrantes de la comisión de seguimiento del pacto antiyihadista; varones son los que convocan ruedas de prensa y trasladan a la opinión publica el sentir del partido al que representan. La paridad se convierte en formal cuando en lo que afecta a la igualdad los partidos políticos no acuerdan, sino que “se reservan”, cuando se apela a las mujeres como coletilla discursiva, cuando no hay referencia programática a las “políticas de igualdad”, cuando la capacidad para designar sigue siendo prerrogativa de los varones, cuando el concepto “diversidad” suplanta al concepto de “igualdad”, cuando a las feministas se las percibe como “molestas” y al feminismo como amortizado, cuando la mayor complejidad de los procesos políticos se utiliza como excusa para posponer o frenar la agenda feminista o cuando, en definitiva, se limita y restringe el liderazgo político de las mujeres. Parece, pues, necesario un cambio de rumbo en el modo y manera en el que hasta ahora se ha aplicado el objetivo paridad. Veremos…

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