Xarxa Feminista PV

De la gitanería al gueto

Martes 17 de mayo de 2022

SILVIA AGÜERO FERNÁNDEZ 11/05/2022 Pikara

Las gitanerías eran barrios en los que la gente gitana decidió vivir por el gusto de estar juntas y donde, con el pasar de los años, fueron surgiendo creaciones culturales de trascendencia universal.

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Estos son algunos de los guetos que existen en España. / Infografía: Señora Milton para el artículo ‘In the Guetto’.

Esta es la calle del aire

La calle del remolino

Donde se remolinea tu cariño con el mío”

Canta, La Caita

“Cuando vivía en el gueto…” es una frase que repito a menudo. Antes, solía decir “barrio” para referirme al lugar donde vivía. Cambié de barrio a gueto cuando supe cómo esas zonas delimitadas geográficamente por barreras naturales (ríos, descampados, campos de labranza o monte) o levantadas a propósito (carreteras, vías del tren u obras que se eternizan) no están allí por casualidad. Sí, sí, son esos barrios que denominó Rocío de Meer (Vox) como “EstercolerosMulticulturales”. Como la viralidad de esta proclama voxera —que es lo que siempre pretenden— ha hecho que se convierta en nombre propio y ya no sea adjetivo, lo escribo con mayúsculas. ¡De to’ nos reapropiamos, nena!

Digo mucho esa frase porque recuerdo la vida en el gueto, aunque casi he borrado de mi mente las cosas malas que allí sufría: superpoderes que tenemos las humanas de olvidar lo traumático y matizar lo bueno.

El racismo, la pobreza, la marginación son llevadas al extremo en los guetos.

Y las vivencias buenas que quedan matizadas de colores en mi mente son la sororidad, la crianza compartida y en grupo (paso de llamarla “en tribu”, me parece racista), las capacidades de resiliencia, de apoyo mutuo, la persistencia de una economía compartida y anticapitalista… Son muchas cosas que, ya digo, mezcladas con la marginación y el antigitanismo no son tan buenas. Sueño en poder obviar lo malo y que esos barrios existieran de verdad sin ser guetos. Un barrio donde se compartiera la crianza, la economía, los tomates, las patatas y no solo la sal. Donde el apoyo mutuo fuera natural y mejorara la traumática experiencia vital del patriarcado, donde la escuela fuera un patio de casa y la profe cantara a compás las tablas de multiplicar. O donde enseñaran a cocinar, a vender, a escribir o a contar en prácticas cotidianas. Me pregunto si se podría llegar a construir, aunque ese no sea el verbo adecuado. Reconstruir le cae mucho mejor a mi sueño.

En la actualidad, hay mucha gente que cree que nuestra generación está inventando todo y que estamos progresando que es una barbaridad. Ese tipo de afirmación conlleva la ignorancia de las estrategias y saberes que desarrollaron nuestras ancestras.

El antigitanismo, el poder con todas sus instituciones y servicios, ha borrado de nuestra memoria colectiva lo que era un hecho. Apenas se recuerda y, cuando se hace, se romantiza o se criminaliza como si fuera algo que está pasado de moda, algo que ha dejado de existir debido al progreso. Y ahora, resultan lugares utópicos y, por tanto, intrascendentes o imposibles.

Ese sueño del que hablo ya existió, tiene nombre propio y se llamó gitanerías. Eran barrios en los que la gente gitana, mi gente, decidió vivir por el gusto de estar juntas y donde, con el pasar de los años, fueron surgiendo creaciones culturales de trascendencia universal. Gitanerías como Triana (Sevilla), cuna —junto con otras gitanerías como Santiago o la Plazuela (Jerez), el Castillo (Alcalá de Guadaira), la Viña (Cádiz)— de los saberes del cante, del baile, del toque gitano; o el Carrer de la Cera (Barcelona), donde se creó colectivamente la rumba gitana catalana; o la Plaza Alta (Badajoz), fuente de los cantes gitanos extremeños; o el Sacromonte (Granada), con sus zambras, donde los cantes y bailes gitanos se hicieron espectáculo.

No solo en España ha habido gitanerías. La más antigua de todas se llamó Sulukule y estaba en Estambul (Turquía). La única que sobrevive sin haber sido convertida en gueto es Sutka (Macedonia).

Las gitanerías han sido víctimas de una política urbanística genocida y epistemicida cuyo objetivo era sacar de allí a las gitanas y a los gitanos y llevarlas lo más lejos posible para que “dejaran de ser paisaje”, como decía el tan afamado alcalde de Madrid Tierno Galván. Y que pasaran a ser el espejo con el que reprimir o asustar, que viene a ser lo mismo, a quienes no se avengan a la integración en las estructuras productivas del capitalismo: sed buenas y no viviréis como los gitanos.

Las personas que vivían en aquellas gitanerías fueron forzadas a malvivir en guetos. Allí siguen sus descendientes.

Fueron también desposeídas de sus espacios artísticos y sus saberes étnicos y culturales, resistencias feministas y anticapitalistas; han sido subalternizadas. Ya no sirven. Ahora lo que vale es lo que diga la autoridad a través de los servicios sociales.

Hoy, todas esas gitanerías han desaparecido. El poder payo, siempre antigitano y patriarcal, las destruyó y en su lugar hay barberías, cafés con cupcakes de esos y tiendas de diseño llenas de ropa rota a propósito. Se han hipsterizado y esta gentrificación no ha sido casualidad. Echo en falta que entre las voces contra la gentrificación se hable de esas gitanerías.

Para repensar el urbanismo con una perspectiva feminista es urgente acordarse de las gitanerías y compartir sus resistencias olvidadas.

En cada movimiento que luche por otra forma de vida que nos haga más felices a todas las personas que habitamos este trocito de tierra, se tiene que superar el payocentrismo y soñar que las gitanerías son posibles.

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