Xarxa Feminista PV

De cuando el feminismo molaba

Martes 12 de febrero de 2019

Anita Botwin 6 de Febrero de 2019 CTXT

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Modelo en la pasarela Dior Spring Summer 2017.

Da la sensación de que las feministas molábamos hasta que empezamos a ser peligrosas. Eso ocurrió cuando empezamos a cuestionar los privilegios de los que muchos no quieren deshacerse. Ser feministas pasa por conquistar la igualdad entre hombres y mujeres y, para ello, los hombres deben renunciar a su situación de poder para que nosotras podamos llegar a nuestro propósito. Y esto, por el momento, no parece que vaya a ocurrir.

Hubo un momento en el que el feminismo vendía camisetas en Zara y hasta aparecía en las pasarelas de Gucci. Entonces parecíamos caballo ganador. Ana Rosa hacía huelga (empujada, parece ser por razones que poco tenían que ver con el feminismo). Albert Rivera se denominaba feminista, porque entonces serlo le daba votos.

De un tiempo a esta parte, en el que el feminismo plantea cuestiones más radicales (en cuanto a ir a la raíz de las cosas) como es la abolición de la prostitución y la prohibición de la gestación subrogada de la que Ciudadanos es tan partidario, comienzan a saltar voces contrarias al feminismo simpático que conocían. El feminismo de pasarela poco incómodo para el poder. Contra este radicalismo que muchas defendemos, casualmente surgen las voces que defienden un postura neoliberal con el discurso: “las mujeres lo hacen porque quieren o por altruismo”. Esa idea liberal y capitalista sólo quiere mercantilizar nuestros cuerpos y trata de convencer a muchas mujeres para que lo vean del mismo modo.

El feminismo molaba también cuando muchas aún no denunciábamos públicamente acoso y lo manteníamos en silencio. Entonces empezamos a ser peligrosas. Las voces feministas de este país no recibíamos insultos y amenazas a diario como sí ocurre a día de hoy. Somos el enemigo para muchos de ellos, especialmente votantes de Vox, Ciudadanos, PP y demás derecha, pero ojo, también dentro de la izquierda. Por desgracia, esa especie del machista-leninista sigue existiendo, está en nuestras filas, camuflado de aliado feminista, mientras su compañera sigue soportando todo tipo de actitudes machistas en silencio.

Desde que dejamos de estar en silencio, y empezamos a denunciar actos por muy pequeños que fueran (micromachismos), muchos comenzaron a tacharnos de locas y otros directamente de enemigas.

Al principio de esta cuarta ola parecía que casi todos estaban con nosotras. Pero, según iban transcurriendo los meses, y nuestras quejas y denuncias iban siendo cada vez mayores, cada vez más duras y avanzadas, voces masculinas cuchicheaban a nuestras espaldas que quizá se nos estaba yendo de las manos eso del feminismo molón. Que había estado bien eso de pedir la igualdad salarial y que matar está mal, pero que esto no es una guerra ni la violencia machista es terrorismo. Que cada una llevara puesto lo que quisiera hasta ir desnuda en unas campanadas, pero cuidado con ser lactante en público. Una tiene la sensación de que nos dejaron llegar hasta un límite, como ha pasado con la izquierda. Nos dejan llegar hasta donde somos productivas para el sistema y sus intereses.

Nos dieron la voz y los medios cuando interesó, pero ahora, aunque somos más que nunca, y nuestra fuerza ya es imparable, pareciera que hemos pasado a un segundo plano.

La ultraderecha de este país puede permitirse el lujo de lanzar discursos machistas y violentos, que están calando por desgracia en muchos ciudadanos. Ningún canal de televisión debiera dar voz a semejantes discursos de odio. ¿Dónde están ahora los altavoces mediáticos de las feministas o de la comunidad LGTBI y las migrantes? ¿Saben que estamos preparando un nuevo 8M que será histórico de nuevo?

Hemos retrocedido también porque la justicia patriarcal nos ha puesto palos en las ruedas como con el caso de La Manada. Tras la sentencia en la que no consideraban que había existido violación, los jueces mandaron un mensaje a la ciudadanía: no pasa nada si violas. Y desde entonces, no hay más que ver que se han repetido varios casos de varias manadas.

En los últimos tiempos han aparecido más voces ofensivas activas contra el machismo, voces necesarias en una sociedad en la que se sufre violencia por el hecho de nacer mujer. Todo movimiento revolucionario conlleva una reacción; en este caso una reacción conservadora a lo que llaman “ideología de género”. Es ahora, como hemos podido comprobar en Andalucía, cuando los líderes políticos de la extrema derecha rancia cuestionan derechos y logros que habíamos conquistado. Ponen en tela de juicio leyes tan básicas como la ley de violencia de género, aprobada en julio del año pasado.

Para ellos somos peligrosas porque somos muchas y ya no vamos a volver donde ellos quisieran: a sus cuevas, a alimentar a “sus hijos” para que ellos puedan ir de caza con sus amiguetes unga unga. Somos peligrosas porque hemos puesto en jaque mate su ideario cavernícola, retrógrada, machista, franquista, que nos quiere con las faldas bajo las rodillas y rezando el rosario, mientras ellos tienen vía libre para hacer todo lo que quieren con nosotras.

Más allá de Atapuerca, entiendo que el feminismo dé miedo a los hombres, porque como dice Octavio Salazar, autor de El hombre que (no) deberíamos ser, los hombres tienen miedo al feminismo porque revela cosas de ellos que no les gustan. El hecho de que haya cientos de miles de mujeres señalando lo que han hecho los hombres durante siglos, debe de ser doloroso, pero, al mismo tiempo, ese dolor se puede transformar en una liberación que forme parte de un movimiento que ya es imparable.

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