Xarxa Feminista PV
Portada del sitio > ARTÍCULOS, PUBLICACIONES, ENTREVISTAS, Vídeos > De cristal antibalas. Almudena Grandes

De cristal antibalas. Almudena Grandes

Domingo 5 de diciembre de 2021

Mi lectura de ‘Moby Dick’ es un excelente punto de partida para analizar el machismo imperante en el canon literario español, uno de los techos de cristal –de cristal antibalas, me atrevería a añadir– por antonomasia

Almudena Grandes 8/11/2018 CTXT

JPEG - 17.1 KB
Almudena Grandes, por Luis Grañena.

No recuerdo la fecha con exactitud, pero sé que aún no había cumplido veinte años. Reconozco que me salté bastantes páginas, exhaustivas descripciones geográficas que no me interesaban y una erudición marítima excesiva para una chica de secano, pero muchas otras me impresionaron tanto que yo también podría decir que me llamo Ismael. Voy a empezar hablando de Moby Dick, porque esta obra de Melville, o más exactamente, mi lectura de esa obra, es un excelente punto de partida para analizar el machismo imperante en el canon literario español, uno de los techos de cristal –de cristal antibalas, me atrevería a añadir– por antonomasia.

No encontrarán ustedes nada extraño en mi predilección por esa obra maestra. Yo estoy de acuerdo. Nada es más natural que el amor de una novelista por una gran novela, pero una vez dicho esto, les recordaré que en las páginas de Moby Dick no aparece ni una sola mujer. De hecho, la única hembra del relato es, precisamente, la ballena asesina. Y no diré que, a estas alturas, sea imposible contar esta historia al revés. Estoy segura de que hay algunos hombres, tal vez incluso muchos, capaces de situar un libro escrito por una mujer entre sus obras literarias predilectas. Pero ellos son los primeros que saben que, si lo dicen en voz alta, tendrán que argumentar, justificar, defenderse de una elección tan extravagante. Porque ese viaje, tan natural en un sentido, resulta sumamente extraño en el sentido inverso.

Escribir es mirar el mundo y comunicar con palabras el producto de esa mirada. Cada escritor tamiza su mirada sobre la realidad sometiéndola a multitud de filtros, tantos como los atributos que lo integran como individuo. El resultado refleja necesariamente su ideología, sus anhelos, sus complejos, sus rencores, sus gustos… También, por supuesto, su identidad de género, porque algunos aspectos de la realidad no son iguales cuando los contempla un hombre y cuando los contempla una mujer. Eso es cierto, pero también lo es que la literatura, en tanto que producto de una mirada sobre el mundo, tiene mucho más que identidad de género. También tiene clase social, profesión, raza, color, belleza o fealdad, peso, estatura, una infancia feliz o desgraciada, la soledad de los hijos únicos o el caos de las familias numerosas. El mundo de un hombre rico y el de una mujer rica se parecen mucho más que el mundo de un hombre rico y el de un hombre pobre. Un hijo único de una familia de clase alta alemana tiene mucho más en común con una hija única de una familia de clase alta española, que con el quinto, o la quinta, de los diez hijos de una familia pobre de Costa de Marfil. Hasta aquí, todo parece obvio. Y sin embargo, nada lo es.

Los escritores no dudan en ningún momento de que el producto de su mirada tenga un valor universal, de que en su literatura se puedan reconocer por igual hombres y mujeres. La mayoría de las escritoras tampoco lo dudamos, pero a menudo somos las únicas convencidas de que es así. Por eso, algunas escritoras optan sistemáticamente por una mirada masculina, protagonistas hombres y temas presuntamente varoniles, como la empresa, el dinero o la carrera profesional, en un intento por asaltar la literatura “seria”, es decir, la que escriben los hombres. Es lamentable reconocer que, no pocas veces, su táctica da resultado. La inmensa mayoría de los críticos literarios son hombres. La inmensa mayoría de los directores de suplementos, de diarios y revistas, también. Puedo hablar de este fenómeno en primera persona porque se ha hecho patente en la recepción de mis dos últimas novelas de los episodios de una guerra interminable. Ambas tienen exactamente las mismas páginas y comparten el mismo espíritu, ambas son novelas políticas, ficciones fabricadas alrededor de un hecho real. Las he escrito con idéntica ambición, pero una trama de espías –hombres– infiltrados en una red de evasión de nazis –hombres– ha sido acogida como una obra mucho más grande, más importante, más ambiciosa, que la historia de las mujeres que refundaron el Partido Comunista de España mientras hacían cola ante la puerta de la cárcel de Porlier, en los peores momentos de la posguerra. Y no es así. Yo sé que no es así, pero mis balas rebotan contra el cristal del techo que se levanta sobre mi cabeza.

Rechazar la existencia de una literatura femenina desgajada de la “Gran Literatura Universal de Todos los Tiempos” es, ante todo, una reivindicación de la importancia de las obras que han escrito, escriben y escribirán las mujeres, una afirmación de la universalidad de los relatos del mundo en femenino, en los que pueden reconocerse todos los lectores y lectoras por igual. Ni más ni menos que en los libros de los escritores varones.

Parece sencillo, parece evidente, pero todavía estamos muy lejos de que sea verdad. Todo lo demás, la discriminación de las escritoras a la hora de recibir premios, de entrar en las academias, de recibir honores, no es el origen, sino la consecuencia de una larga tradición que confinó a las mujeres a un corralito literario pequeño e insignificante, integrado apenas por la literatura infantil, la novela rosa y la poesía muy, muy lírica. Hace muchos años que saltamos esa valla. Tantos, que a mí misma me parece mentira tener que empezar todavía, a estas alturas, por Moby Dick.

Comentar esta breve

SPIP | esqueleto | | Mapa del sitio | Seguir la vida del sitio RSS 2.0