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Entrevistas / Extra: Revista online. Febrero 2011

«El ecologismo de papel cuché es el que interesa a los políticos»

Entrevista a Javier Gutiérrez, profesor de Economía Mundial en la Universidad de Valladolid y miembro de Ecologistas en Acción

Lunes 28 de febrero de 2011

La semana pasada, la asociación Ecologistas en Acción, una de las federaciones de este cariz más importantes de España, decidió denunciar ante la Fiscalía de Medio Ambiente a varias ciudades y Comunidades Autónomas, entre ellas Valladolid y Castilla y León, por supuestas prácticas dudosas de las autoridades a la hora de registrar los datos diarios y anuales de contaminación del aire, siendo aceptada la demanda, según comunicó el profesor de Economía Mundial de la Universidad de Valladolid y miembro de la asociación, Javier Gutiérrez, a Extra.

La cuestión no es peregrina, pues se trata de una de las primeras veces que una alta instancia judicial decide investigar si se han falseado de alguna manera los datos de calidad del aire que los ayuntamientos y las regiones están obligados a dar de acuerdo con las legislaciones española y europea.

Pero, en cualquier caso, el asunto va más allá de un posible falseamiento de datos, ya que, incluso en ese supuesto, las estaciones que miden la calidad del aire en Valladolid dejan bien claro que se están superando de manera continua los límites de contaminación del aire permitidos por nuestra ley y recomendados por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Según estudios de dicha organización, la polución acelera la muerte de 16.000 españoles cada año.

Por todo ello, la Comisión Europea anunció recientemente que llevaría a España ante el Tribunal de la Unión Europea por saltarse esos valores máximos de partículas contaminantes en el aire, lo cual puede acarrear sanciones económicas.

Uno de los problemas principales es que esa calidad del aire es responsabilidad de todos los ciudadanos. Javier Gutiérrez lo explica así: “A nosotros nos preocupan dos situaciones: algunos días en los que aparecen índices de calidad del aire desmesuradísimos y (...) el balance de todo el año, que indica si hay calidad del aire estructuralmente mala o no, teniendo en cuenta que la combustión de los motores es la principal causa de contaminación”. De esas dos situaciones, a su juicio, la peor es la estructural, puesto que refleja unos índices de contaminación recurrentes, continuos, que no están relacionados con fenómenos meteorológicos, como vientos saharianos o anticiclones de larga duración sino con el humo de los coches, el consumo energético desmesurado, un modelo de ciudad que privilegia el desplazamiento en automóviles privados, etc. Por eso, en cuanto a ligar siempre la mala calidad del aire a esos fenómenos, añade: “La cuestión no es que de vez en cuando haya nieblas o no, o anticiclones o no, pues eso son cosas con las que se puede contar, sino que habrá que planificar teniendo en cuenta esas situaciones para abordar los datos estructurales”.

Sin embargo, a pesar de que eso es el fondo del problema, que ciertos hábitos como usar el coche, por ejemplo, acarrean consecuencias gravísimas para la salud de cada uno, su denuncia ante la Fiscalía va por el lado de cómo se recogen los datos para establecer la calidad del aire. Y es que este es el auténtico caballo de batalla de los ecologistas porque esos datos se apoyan en métodos científicos que, de ser falseados, se nota en seguida, y no son opinables, aunque el problema es que este debate no es mediático, no causa indignación y tampoco es fácilmente comprensible, por lo que es más susceptible de ser manipulado desde un punto de vista político. De ahí que Gutiérrez advierta: “Nosotros preferiríamos tener el debate limpio, es decir, cómo mejorar la calidad del aire dando por buenos los datos oficiales. El problema que hemos observado es que una manera de modificar los datos de calidad del aire es cambiar las formas de medición de los contaminantes del aire”. Se trata de una cuestión técnica, de matices, pero que engloba, en realidad un mundo entero. La calidad del aire se establece midiendo el porcentaje de unos tipos de partículas (entre otras, las llamadas pm 10 porque su diámetro es inferior a 10 micras, mucho más pequeño que una mota de polvo) que quedan suspendidas tras ser expulsadas por los tubos de escape, precisamente aquellas que desde el principio percibimos en ese olor pesado y asfixiante de algunas calles con tráfico continuo. Para ello hay varios métodos científicos que la legislación recoge.

El profesor lo explica así: “Estas partículas en suspensión las legislaciones europea y española dicen que hay que medirlas por lo que se llama el método de referencia, que es el gravimétrico. Ahora bien, como la legislación europea no puede ser tan intervencionista admite que nos guiemos por otros métodos. En Valladolid y en España se mide por el método de la radiación beta. Y para los que lo usen, la Unión Europea dice que entonces deben multiplicar su resultado por 1,3 para salvar el desfase que hay entre una forma de medición y otra. La cuestión es que el Ayuntamiento de Valladolid y la Junta de Castilla y León se han negado sistemáticamente a multiplicar por ese valor sus mediciones”, de donde se deduce ese supuesto carácter falso de los datos oficiales.

Otra opción que da la legislación comunitaria es que junto a las estaciones que miden por el método de radiación beta, durante periodos en invierno y en verano, se mida la concentración de partículas por el método gravimétrico con una estación móvil, de modo que por la intercomparación de resultados se establezca el valor real. Ambas administraciones, regional y municipal, realizan ahora sus mediciones de esta manera, pero, según Gutiérrez, aun llevan poco tiempo y es pronto para saber nada.

El límite que establece la Unión Europea al dióxido de nitrógeno en suspensión es de 40 microgramos por metro cúbico de media anual. En 2010 en Valladolid no se superó anualmente este valor, tampoco el de las partículas pm 10, cuyo máximo también es 40. Pero aquí se produce otro desfase entre lo que debería ser y lo que es. La OMS recomienda que el máximo anual de pm 10 sea de 20 microgramos por metro cúbico, mientras que las legislaciones toleran hasta 40, pues los gobiernos “no pueden o no quieren” reducirlo de manera contundente y han planteado hacerlo gradualmente. Pero ni aun así. En 2010, según los acuerdos firmados por los propios países de la Unión, se debía haber producido un punto de inflexión en esa reducción, pero no fue el caso y, en general, en Valladolid como en el resto de España, hasta ese año se han venido rebasando ampliamente los niveles de la OMS.

Para Gutiérrez, sin embargo, incluso siendo ese punto fundamental, más importante le parece, en cuanto a una posible toma errónea de datos, “la otra vertiente técnica del problema (es decir) dónde deben estar ubicadas las estaciones (de medición)”. Hay estaciones que tienen que medir tráfico y otras el fondo urbano. Por esto último, explica, “entendemos la calidad del aire de aquellas zonas que estén más alejadas de las fuentes directas de contaminación”. Las normativas también son muy estrictas en la colocación de las estaciones y en las distancias a las fuentes de emisión de contaminantes: “La legislación dice que algunas estaciones tienen que medir tráfico básicamente por donde pasan las personas y otras deben medir fondo urbano, es decir, lo que caracteriza más estructuralmente la calidad del aire de esa zona (...) Valladolid tenía una red muy suficiente de estaciones de medición, por encima de lo que obliga la legislación, pero lo que ha ocurrido es que hasta el año 2006 los valores eran muy malos, y a partir de ese año comienzan un proceso de reubicación de todas y cada una de las estaciones que medían tráfico (no fondo) en Castilla y León y Valladolid”. Pero además de la reubicación, como explica Gutiérrez, también se ha ido reduciendo el número, pasando de siete estaciones que había en un principio a tres, actualmente, según confirman los propios informes del Ayuntamiento.

La estación ubicada en La Rubia le sirve al profesor para ilustrar este modo de actuar: “Antes de la obra de remodelación de los jardines de La Rubia, la estación tal vez estaba demasiado cerca de los tubos de escape, pero después la alejaron en exceso. Durante tres años no dijeron nada: estaban contentos del cambio porque no daba valores malos. En cuanto empezó a dar valores malos, ya el año pasado decidieron no dar más datos de esa estación, apoyados por la Junta de Castilla y León, que les dio permiso para no darlos; y ahora ya están buscando una nueva ubicación para cambiarla de sitio”. El problema, entonces, es que si el número de estaciones se reduce y las que quedan miden todas fondo urbano, los resultados aportados no son exactos. Las otras dos estaciones que aún se conservan se ubican en el puente Regueral (junto al río, muy alejada del tráfico de vehículos) y en el Paseo Arco de Ladrillo (a casi tres metros de altura y apantallada tras tres árboles muy grandes).

Según afirma Gutiérrez, este problema ya lo tenían estudiado desde hacía mucho tiempo, pero al ser tan técnico y complejo tenían miedo de que al sacarlo a la luz no fuese comprendido en toda su magnitud: “Sin embargo, ahora parece que el fiscal de Medio Ambiente, Antonio Vercher, se ha lanzado a este asunto, a examinar en qué condiciones se han producido los cambios de las estaciones que miden la contaminación (...) porque el dato real de Castilla y León es que ninguna de las problemáticas de hace ocho años que daba malos resultados sigue en su sitio”.

Sin embargo, la duda salta enseguida, puesto que por muy escandaloso que esto resulte, la mayoría de las personas no llega a saberlo o simplemente le da igual, como prueba el escasísimo seguimiento que tuvo la llamada municipal, hace dos semanas, a que los conductores dejaran en casa voluntariamente el coche por haber superado con creces los límites salubres de humo en el aire de Valladolid. Y puesto que esta indiferencia es generalizada, uno se pregunta por qué entonces podría un político recurrir a semejantes trucos, a lo que Gutiérrez contesta: “Tienen unos planes de obligatorio cumplimiento si superan unos valores límite, que todos ellos deben ir encaminados a restringir el uso del vehículo privado en las ciudades, pero esta restricción les gusta poco, pues ellos han montado las ciudades según formas de movilidad basadas en el coche privado”.

Después, puntualiza que Ecologistas en Acción ha pedido numerosas veces a las autoridades que realicen estudios epidemiológicos, como los que se realizan ya en otras partes de España, para analizar la relación entre la contaminación y muchas enfermedades: “Yo tengo entrevistas, algunas con directores generales de la Junta, que decían que en un año nos responderían positivamente, y han pasado diez años y todavía estamos esperando. En Valladolid no hay ningún estudio epidemiológico (...) Por ejemplo, en Madrid, una serie de investigadores del instituto de salud de la (universidad) Carlos III están conectados con uno de los hospitales de allí y les pasan diariamente el índice de entradas de personas afectadas especialmente por problemas respiratorios. Y van comparando esto con los datos de la calidad del aire y hay una correlación terrible”.

En su opinión esta falta de voluntad política unida a la negativa de hacer ciertos estudios dificulta mucho que el problema de la calidad del aire se entienda como un factor que afecta esencialmente a la salud humana, al tiempo que facilita que la gente no se tome en serio la cuestión: “Nosotros a veces hacemos mucho esfuerzo por contener ciertas denuncias porque no queremos entrar en el juego que quieren las Administraciones públicas, que es el de trivializar el problema. A base de trivializarlo la gente termina siendo poco receptiva a cualquier medida que tenga que ver con el asunto. Pero yo lo comparo un poco con el tabaco, con su situación hace 30 años. Antes los médicos que trivializaban el problema fumaban en los hospitales y hoy casi casi, aunque yo soy no fumador, hay cierta histeria con este asunto. Pues aquí pasa lo mismo. Estamos en la época de trivialización de la contaminación. Seguramente, a medida que las Administraciones públicas sean capaces de hacer lo que deben, que es poner la evidencia científica de la mala calidad del aire en la mente de los ciudadanos, cambiará esa percepción”.

En este sentido, Gutiérrez está convencido de que esa evidencia se impondrá incluso a los intereses que hay detrás de la industria del automóvil, pues cada vez hay más estudios que muestran sin duda los efectos perniciosos de los combustibles: “Por ejemplo, el diésel es un alérgeno (es decir, un potenciador de las alergias) de especial importancia. Incrementa las intolerancias de muchas personas y ya se habla de que las alergias van a ser las enfermedades del siglo XXI. Y ahora pensemos que en España se ha producido una dieselización del parque automovilístico, por eso, la cuestión es: socialicemos esos estudios, que es justo lo que las Administraciones públicas no han querido hacer hasta ahora”.

Por eso, llega un momento en el que Gutiérrez vuelve a recalcar que a él le gustaría que el debate estuviese limpio, pues lo que está en juego es la salud de las personas y del planeta. Y aquí surge la mala prensa que tienen en España los movimientos ecologistas entre los políticos. En opinión del profesor, ello se debe a que “en España el primer ecologismo fue un ecologismo de papel cuché y ése es el que les interesa a los políticos y el que admiten ellos (...) Pero el ser verde no es una cosa bonita, de papel cuché, sino es usar los mínimos materiales, producir los mínimos residuos posibles que ensucien las aguas, para que las digestiones de la ciudad sean lo menos pesadas”.

En este punto, él se muestra convencido de que hoy en día el único ecologismo posible es el que se basa en el uso mínimo y racional de los recursos naturales, lo cual no supondría una pérdida importante de confort en nuestras vidas. Y para saber en qué estado se encuentra la situación tiene también sus propias recetas más allá de ver algún documental en la televisión sobre Groenlandia: “Yo, por poner un ejemplo, en esta ciudad llevaría a todo el mundo al vertedero, que sepan la digestión de nuestras cosas, que sepan que la cigüeña ya no es un ave que emigra sino un animal carroñero, que se queda aquí todo el año y cuando llega el camión de la nave central del pescado aparece rodeado de 200 cigüeñas para descargar su basura y lo cogen todo según está cayendo (...) Pero se trata también de construir la ciudad de forma diferente: por ejemplo, la ciudad tradicional, concentrada, es más ecológica que la ciudad dispersa, en la que debes desplazarte en coche, que tiene unos costes ambientales muy superiores a los de la ciudad cohesionada”, y concluye reflexionando sobre el propio bolsillo de las personas: “¿Cuánto le cuesta a una familia calentar en invierno un chalé? Porque también tiene un coste económico elevado la ciudad dispersa. O sea, el asunto es muy de fondo: mínimos recursos posibles y buena digestión para la naturaleza”.

Fuente: Revista online EXTRA, Febrero 2011. Texto: Carlos Chávez. Fotografías: Almudena Zapatero