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UN PAIS SIN ESPERANZAS

Panamá, Año IV, No. 97

24 al 30 de octubre de 2005

«Los pecados contra la esperanza son los únicos que no tienen perdón ni redención»

Carlos Quijano
(periodista uruguayo).

Sin lugar a dudas que la victoria electoral alcanzada por el PRD y el «team» Martín en las elecciones presidenciales del 2 de mayo del 2004, despertó considerables y justificadas expectativas en todo el pueblo panameño. Y no era para menos. El país venía de soportar cinco años de desgobierno y una corrupción tan generalizada y rampante, que por momentos, pareció que amenazaba con dejarnos sin país. ¡A tal grado de latrocinio y saqueo de los fondos públicos se había llegado durante el reinado mireyista! Por eso resultaba totalmente innecesario y para decirlo con precaución suficiente, hasta indecente, vender, a un pueblo exhausto, falsas promesas a cambio de respaldo electoral. Y es que para corresponder a las legítimas aspiraciones acumuladas de nuestro pueblo, bastaba sólo con estar exento de las tradicionales poses demagógicas y disponerse sinceramente a la atención de los problemas más esenciales que afectan dramáticamente su existencia. Hacer lo contrario, como efectivamente lo hace el gobierno actual, representa la expresión más cruel y perversa de burlarse de las esperanzas históricas de la población panameña. De allí es que nace el desencanto social que de modo incontenible crece y se esparce por todo el territorio nacional, sin que el mismo sea percibido en su justa dimensión por los círculos presidenciales, debido a la intensa obnubilación que les provoca la arrogancia y soberbia allí prevaleciente. Ya no es posible ocultar que el sentimiento que viene invadiendo el alma nacional desde hace más de un año, viene manifestándose hoy como una profunda traición popular a los sueños y esperanzas depositadas.

Cada día está resultando más evidente para amplios sectores de nuestra sociedad que conceptos como democracia, justicia social, representatividad y libre mercado, sólo son usados para preservar un orden social donde los ricos sigan siendo más ricos y los pobres más pobres. Y ya no se trata sólo de decepción, sino del cuestionamiento –tímido por ahora– de las estructuras que condenan al hambre y a la miseria a millones de personas. A pesar de esto, todavía quedan algunos ciudadanos ingenuos y bienintencionados, que sólo claman que la opulencia repare por un segundo en la pobreza espantosa que sufren las grandes mayorías nacionales, para conseguir con ello una distribución menos injusta de la riqueza nacional. Sin embargo, la cruda realidad que experimentan diariamente cientos de miles de compatriotas, refleja que el grado e intensidad de las desigualdades sociales está alcanzando niveles francamente inadmisibles, que hace que cualquier paliativo que se ensaye no será suficiente para detener o revertir esta explosiva y peligrosa situación. Porque a fin de cuentas, es innegable que el orden político y las instituciones que lo sostienen, se aproximan a una profunda crisis de legitimidad y, en consecuencia, lo que la realidad objetiva viene reclamando es una verdadera y profunda transformación del Estado panameño, que sólo tendrá inicio cuando las bases mismas que reproducen la miseria y la explotación y que hacen imposible una vida decorosa para todos, sean realmente socavadas.

Por fortuna ya son muy pocos los panameños y panameñas que siguen hipnotizados o engañados de que los aumentos del Producto Interno Bruto, los ingresos del Canal o los incrementos en los niveles del crecimiento económico del país, están orientados a procurar su bienestar personal y social. Si así fuese no tendríamos casi el 50 por ciento de los panameños sobreviviendo en la pobreza, tampoco existirían 300 mil sin acceso al agua potable y la cifra de desempleados no superaría el cuarto de millón. Hechos como estos son los que nos han obligado a dudar seriamente de los supuestos beneficios tangibles e intangibles que a la economía reportan, los constantes viajes presidenciales y que en su momento, el actual mandatario criticase acremente a las anteriores administraciones. Igual nos ha sucedido con el llamado Diálogo Nacional por la Caja del Seguro Social. Desde sus inicios supimos que se trataba de un verdadero ejercicio de simulación y falsificación de la verdad, orientado siempre a conservar las bases fundamentales de la ley 17 con sus consabidas consecuencias nefastas para los sectores populares; no así para el gran capital, que representado por la Banca Privada y las Compañías de Seguros, podrán disponer ahora de más de 900 millones de dólares para lucrar con el dinero y el sacrificio del pueblo.

Como ya no somos tan ingenuos, tampoco creemos que fue iniciativa del Señor Ministro Alemán, sugerir que el Servicio Marítimo Nacional (SMN) y el Servicio Aéreo Nacional (SAN), se unan en un solo cuerpo. Aquí la «sugerencia» ministerial no es otra cosa, que el cumplimiento estricto de instrucciones provenientes del mismo lugar y del mismo jefe imperial, que ordena los alcances y objetivos de los ejercicios anuales Panamax y ha diseñado coordinaciones militares regionales, como métodos de sometimiento y control de nuestros países. Esperemos que mañana los gobernantes panameños no se atrevan a decirnos que la llegada en los primeros días de noviembre del asesino Bush a Panamá, es en respuesta a una invitación que se le hiciese. Nada más absurdo. Se visita Panamá porque se es emperador en el universo unipolar que existe y porque nuestro país es parte del imperio. O se visita Panamá porque representa la tercera frontera de los Estados Unidos, según declaraciones del 14 de noviembre del 2004 de Donald Rumsfeld, Secretario de Defensa, mentor y jefe de nuestro flamante ministro.

Una de las principales misiones que cumplen los gobiernos «democráticos» en el mundo de hoy, es el pago de sus deudas públicas y principalmente de su deuda externa. El gobierno panameño actual, consecuente con esa «enaltecedora» misión y continuando por la senda neoliberal trazada por sus predecesores, viene cumpliendo a cabalidad con los pagos de la deuda pública y con el control del déficit fiscal. Es por eso que el próximo año el servicio de la deuda consumirá el 25% (1,712 millones en intereses y amortizaciones) del presupuesto nacional y el déficit esperan reducirlo a 2.9%. Todo esto se hace, según afirman los apologistas criollos del neoliberalismo, para disponer de recursos suficientes para atender las necesidades sociales de educación, salud, vivienda y otras. Si el asunto no fuese tan trágico hasta risa daría; porque la cruda verdad es que la deuda se paga y el déficit se controla por ser exigencias puntuales del BM y el FMI y no de las esperanzas e ilusiones históricamente desantendidas de los pueblos. Ninguna de las iniciativas diseñadas o avaladas por esas organizaciones financieras internacionales persiguen la solvencia de las naciones para promover su desarrollo, sino para pagar y contraer más deuda; reforzar nuestra dependencia o apropiarse de nuestros recursos naturales y biodiversidad. Así ha sido con el Plan Brady, la ayuda para el desarrollo, la conversión de deuda para la inversión, la ayuda alimentaria, la iniciativa para la reducción de la deuda externa de los países pobres altamente endeudados (HIPC), Deuda por Naturaleza y ahora Deuda por Educación. Todas condicionantes. Todas esclavizantes. Sin embargo y pese a todo, nada impedirá que a la postre, los pueblos y junto a ellos el nuestro, recupere el horizonte, sus sueños y sus mejores y posibles utopías.

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