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CIEN DIAS DESPUES

Panamá, Año III, No. 77

20 al 26 de diciembre de 2004

El gobierno de Martín Torrijos ha cumplido sus primeros cien días de gobierno. Y si bien son pocos para hacer un balance de su gestión, sí son suficientes para escudriñar los caminos tomados por el gobierno para hacer frente a los grandes problemas que atenazan al país. En otras palabras, cien días son más que suficiente para conocer el rumbo por donde transitará la acción gubernamental de los próximos años.

Los grandes problemas

Cancelada la presencia colonial norteamericana en Panamá, el proyecto nacional posible y necesario debió haberse construido sobre los pilares del fortalecimiento de la independencia nacional (Panamá para los panameños), la satisfacción de las grandes exigencias de participación democrática, y la resolución de las enormes carencias en materia de trabajo, educación, salud y vivienda, para lo cual había que transformar la lucha contra la pobreza en un objetivo prioritario del gobierno del Estado, involucrando para ello a la mayoría social del país. Por el contrario, todos los gobiernos de la partidocracia neoliberal avanzaron por el camino del debilitamiento de nuestra autonomía nacional, el secuestro de la soberanía popular y el empeoramiento de la ya insoportable pobreza que afecta a más del 50% de la población. El país ha quedado atado a las decisiones foráneas que sobre el Canal y nuestra economía adopta el gobierno norteamericano y los organismos financieros internacionales, todas ellas orientadas a la satisfacción de intereses políticos y económicos ajenos y contrapuestos a los de la inmensa mayoría del pueblo panameño. En ese marco se ha venido fortaleciendo y estrechando la alianza entre los minoritarios sectores dominantes de la sociedad panameña y el gran capital extranjero.

Panamá ya no existe para los panameños, sino para la satisfacción de los intereses y apetencias de banqueros, multinacionales, organismos financieros internacionales, y el servicio a los planes hemisféricos de dominación política, económica y militar de los Estados Unidos. En el plano nacional, un círculo cada vez más pequeño de plutócratas y políticos neoliberales han transformado al Estado en una simple máquina de enriquecimiento personal y, para un número cada vez más reducido de grandes empresas, de acumulación parasitaria.

El peor de los caminos

No es otro el panorama nacional que encontró el denominado gobierno de la «Patria Nueva», cuyo lapidario eslogan electoral prometió hasta la saciedad «Cero corrupción, más trabajo y más seguridad». Cien días después hacerse con el gobierno de la Nación podemos afirmar, con toda objetividad, que la impunidad escandalosa ha sustituido al «cero corrupción», que la sujeción a las políticas de seguridad norteamericanas han sustituido a «más seguridad» y que la profundización de las políticas empobrecedoras del pueblo panameño han sustituido a «más trabajo».

Ciertamente, en poco más de cien días el gobierno de la «Patria Nueva» ha optado por transitar el peor de los caminos: reforma antipopular de la Caja de Seguro Social, una nueva reforma tributaria «saca plata», y la firma del TLC que recupera para el presente la famosa frase de Mateo Iturralde, «yo no vendo a mi Patria». Agréguese a esto último que el TLC incorpora una «adenda de seguridad» que somete a nuestros puertos a las exigencias de seguridad norteamericanas, con presencia física, inclusive, de agentes aduaneros de ese país.

El paquete de medidas fondomonetaristas, que en breves semanas empezará a ejecutarse, profundiza en extremo las políticas neoliberales que tienen por objetivo inmediato el despido de varias decenas de miles de funcionarios públicos ( más desempleo), la reforma antipopular de la CSS ( más pobreza) y la reforma tributaria ( más garantías del pago de la deuda externa…no de la enorme deuda social que las clases dominantes tienen con el pueblo panameño). No cabe duda que el gobierno de la «Patria Nueva» ha optado por transitar el peor de los caminos para el pueblo panameño.

Lo que debemos hacer

Frente a tan terrible futuro, los trabajadores públicos y privados, los profesionales e intelectuales, los docentes, los pueblos indígenas, los desempleados y excluidos del sistema, los campesinos, así como las cada vez más empobrecidas capas medias, no tienen otro camino que el de la unidad para enfrentar a enemigos tan poderosos.

Pero, ¿cómo se construye la unidad cuando el movimiento popular está ciertamente dividido, las capas medias desarticuladas, y los gremios sociales debilitados por su escasa capacidad de convocatoria?

Para ello se requiere, en primer lugar, levantar un programa que incorporé las amenazas más sentidas por el conjunto del pueblo (despidos, reforma tributaria, TLC y CSS), y no una abigarrada e inacabable carta de quejas populares, que ciertamente responden a las demandas de muy diversos sectores, pero no unifican al conjunto de la población.

En segundo lugar, hay que entender que el pueblo agredido está conformado por una diversidad de sectores de muy distinto nivel de conciencia, y que por ello intentar vanguardizarlos conducirá al fracaso. Hay que respetar la autonomía de esos diversos movimientos y sectores, y para ello no hay nada más útil que los métodos democráticos en el seno del movimiento popular. Se trata de sumar a todos los sectores, y no de «dirigirlos» desde la exclusiva perspectiva del más fuerte o del más organizado.

En tercer lugar, definidos los objetivos concretos y coordinados democráticamente los distintos sectores, tenemos que ser capaces de impulsar una política de «golpear juntos y marchar separados», pues las divisiones existentes en el movimiento popular no desaparecerán por el encanto de proclamar verbalmente la unidad una y mil veces. Debemos ser capaces, en aras de los intereses populares y no de las organizaciones, de coordinar los esfuerzos para golpear juntos, respetando la autonomía y diversidad del movimiento social y gremial

Por otra parte, la construcción de esa unidad tan necesaria requiere de un clima ajeno a la diatriba, el ataque, el insulto, la descalificación, etc., y sobre todo ajeno al intento de someter al conjunto de los movimientos sociales y gremiales a la dirección única de ésta o aquélla organización. Por ese camino podremos levantaremos una barrera infranqueable al ataque desmedido que se prepara, en breve, contra el pueblo panameño. Y también por ese camino empezaremos a forjar la unidad popular que se requiere para la gran batalla política que se avecina con la pretendida ampliación del Canal de Panamá.

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