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SEÑALES DE TORMENTA

Panamá, Año III, No. 76

22 al 28 de noviembre de 2004

A medida que la nueva dirección del Estado se adentra en el terreno del ejercicio efectivo del poder, alejándose de esa manera de los tiempos de campaña y de promesas electorales, el gobierno nacional va configurando poco a poco, con sus acciones, el verdadero escenario político nacional de los próximos cinco años. ¿Cuál es el verdadero proyecto de sociedad que está impulsando Martín Torrijos? Descifrarlo cuanto antes es tarea urgente y necesaria para la defensa de los intereses mayoritarios del pueblo panameño, que no son otros que los que se afincan en el trabajo, la salud y la educación, y en una vida digna para la inmensa mayoría de los panameños y panameñas que quieren vivir en una democracia en la que el ejercicio de la voluntad colectiva no sólo sea posible sino que constituya el único fundamento de la legitimidad política.

En el esfuerzo necesario de hacer luz sobre el qué hacen, para así no dejarnos confundir por el qué dicen, es menester resaltar que los primeros pasos del gobierno, aún considerando que no ha cubierto el trecho de los clásicos cien días, no son para nada alentadores. Por el contrario, las señales enviadas anuncian un panorama de tormenta.

No de otra forma pueden ser interpretadas las declaraciones que adelantan la incorporación de la segunda partida del décimo tercer mes a las cuentas financieras de la CSS, así como el aumento de la edad de jubilación y de la cuota que aportan los trabajadores, al mismo tiempo que aumentan los años necesarios de cotización para alcanzar la jubilación y se reduce el monto de las mismas. Se trata de una ofensiva antipopular que por sí misma define el sentido del proyecto Torrijos.

Por otra parte, la amenazante reforma fiscal anunciada para dentro de dos semanas se mantiene en el más hermético de los secretos, lo que nos indica que, una vez más, las necesidades recaudatorias del Estado saldrán del bolsillo de los más necesitados, liberando de su responsabilidad a los verdaderos responsables de la crisis fiscal del Estado y del pesado fardo de los diez mil millones de dólares a la que asciende ya la impagable deuda externa. Por su parte, las negociaciones del TLC continúan su curso depredador de las riquezas de nuestra nación.

Mientras tanto, los únicos responsables del déficit fiscal de setecientos millones de dólares y de la orgía de corrupción que azotó al país en los últimos cinco años, pasean su impunidad y festejan sus latrocinios con un desparpajo inaudito. De ello son responsables quienes pudiendo haber convocado una Asamblea Constituyente que reestructurara el Estado y abriera causes para un nuevo país, se negaron obstinadamente a ello y, en su lugar, ejecutaron nuevas reformas cosméticas, cuándo no abiertamente neoliberales.

En cuanto a nuestra política exterior, la misma se perfila coherente con una alineamiento suicida para la nación, pero evidentemente favorable a los intereses de quienes la impulsan desde el poder. Nuestra asistencia a la cumbre hemisférica de Ministros de Defensa, no puede ser un más claro indicativo de que se nos ha embarcado en la política belicista, mal llamada antiterrorista, del gobierno Bush, y eso traerá consecuencias que todos pagaremos. Es en ese marco que puede entenderse la negativa del gobierno a romper relaciones diplomáticas con el corrupto y corruptor gobierno de Taiwan, y abrir relaciones con la República Popular de China. La explicación de tal conducta atentatoria a los intereses económicos y políticos de nación, sólo puede ser explicada por el sometimiento infame a la esfera de influencia norteamericana, con sus lógicas consecuencias de remilitarización de la Policía Nacional y el involucramiento en la «guerra permanente y global contra el terror».

No hay ni una sola señal que permita abrigar esperanzas sobre una dirección política gubernamental que intente dar satisfacción a las frustradas hasta la saciedad demandas nacionales de trabajo, salud, educación y vivienda para los más, pues gracias a la bárbara y ofensiva inequidad de la distribución de la riqueza, en nuestro país los menos no necesitan de nada, pues les sobra en abundancia.

Hemos de reconocer que nuestros peores pronósticos resultaron optimistas. Las millonarias ilusiones que depositaron los votantes en el nuevo gobierno se han trasformado, en menos de noventa días, en su contrario: en una desilusión que anuncia pronta tormenta. Los trabajadores, la clase media, los intelectuales y profesionales, así como los desempleados y excluidos, no permanecerán impávidos y de brazos cruzados ante la profundización del modelo de sociedad neoliberal que se nos quiere imponer desde el poder. Y ello por razones de pura supervivencia.

Para detener tales planes no tenemos otro camino que organizarnos, organizarnos y organizarnos. Se trata de dotarnos de organizaciones que respondan al barrio, a la profesión, al lugar de trabajo, al género, etc. El poder cuenta con nuestra tradicional desorganización para imponernos, sin encontrar resistencia, la reforma antipopular de la CSS, el despido de decenas de miles de funcionarios del Estado, la aprobación del TLC, etc. Una prueba de ello la encontramos en el autoritario y reaccionario plebiscito que desde el poder se impone a la Universidad de Panamá. Nadie vendrá a «salvarnos». Nuestra única «salvación» esta en el descubrir la fuerza enorme que anida en nosotros mismo.

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