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LAS MUJERES Y EL VOTO EN BLANCO

Año III, No. 46

8 al 14 de marzo de 2004

Hoy, ocho de marzo, día internacional de la mujer, en muchos países se realizan festejos en celebración de tan importante fecha. Manifestaciones, mítines, discursos y reuniones son aprovechados para hacer recuento de los importantes avances obtenidos y denunciar los mil y un obstáculos que siguen impidiendo la igualdad de géneros, la liberación de las mujeres. ¿De qué pretenden liberarse las mujeres? De la opresión de que son objeto, por medio de la cual se las veja, aflige y tiraniza. Son personas de segunda categoría , obligadas a realizar, cuando no son desempleadas, dos trabajos agotadores y uno de ello sin paga: su jornada laboral cuando menos de ocho horas y, luego, el «trabajo doméstico», mediante el cual asumen «la responsabilidad de su casa». El pago por este último son los «homenajes» públicos y privados que se realizan una vez al año «a la madre y esposa ejemplar».

Mientras tanto, en todas las esferas sociales ocupan posiciones subordinadas: son secretarias, enfermeras, vice o sub algo, perciben menor salario por el mismo trabajo realizado por los hombres, y son discriminadas en el mundo laboral, político, sindical y gremial. Claro está que algunas escapan individualmente de esta tiranía, de la misma forma en que de cada cien mil que compran lotería, uno de ellos sale premiado por tener «suerte». Pero la opresión puede ser aún mucho peor. Si además de mujer se es negra y obrera o campesina, la situación de asfixia social puede ser insoportable. Agréguesele a ello la condición de desempleada y la de madre-padre, y habremos empezado a descender a los infiernos.

¿Qué mantiene en pie tan infame opresión? No sólo se trata de un ordenamiento jurídico sexista que sienta las bases para una pelea de tigre con burro amarrado. La realidad es mucho más grave y sus raíces más profundas. Se trata de que las ideas dominantes en la sociedad, la cultura dominante generada por los sectores dominantes, es jerárquica, antidemocrática, autoritaria, excluyente, justificadora del dominio de la minoría sobre la mayoría, y profundamente sexista, otorgándole a la mujer, a toda mujer, un lugar subordinado en las relaciones sociales y familiares, al igual que lo hace con los afroantillanos y demás minorías étnicas.

Nada entonces podrá hacerse para acabar con dicha opresión si no se transforma de raíz la cultura dominante, asentada en todos lo terrenos en la dominación de la mayoría por la minoría. Y poco se avanzará en ese camino sin que las mujeres asuman con sus manos la lucha por su propia liberación, entendiendo que su opresión es parte inseparable de la de otras minorías.

En Panamá, lamentablemente, sólo podremos conmemorar este ocho de marzo, pues nada tenemos para celebrar. Cada catorce horas se denuncia una violación. ¿Cuántas permanecen sin denunciar? El número de los asesinatos vinculados a la condición de mujer de las víctimas crece alarmantemente sin que el régimen dominante parezca importarle en absoluto. La violencia intrafamiliar, con el consabido apalizamiento de mujeres y niños, es el menú diario de las crónicas rojas. El desempleo duplica, cuando menos, al de los hombres, que ya de por sí es escalofriante. La miseria campea en los miles de «hogares» de madres-padres abandonadas a su propia suerte.

¿Y qué proponen los sectores dominantes para al menos atenuar esta infernal situación? Hace pocos días, un prominente empresario, dedicado al «fortalecimiento de la sociedad civil», a la lucha por la «transparencia» y la «libertad ciudadana», escribía en un periódico de la localidad, sin sonrojo alguno de su pluma, e imaginamos que tampoco de su rostro, lo siguiente: » Tenemos la obligación ética de ser solidarios….La reforma (de la CSS) requerirá de valentía de liderazgo político, que seguramente incluirán (sic) cosas tan difíciles como la igualdad de género, el aumento de las edades de inicio de la jubilación, la modernización radical de la estructura y costos de la institución, la liberación de sus métodos de inversión, el aumento de cuotas en la forma justa posible, y la autonomía legítima de su administración.»

Dicho en buen panameño, este solidario empresario plantea igualar la edad de jubilación de las mujeres con la de los hombres, para luego aumentársela parejo a los dos. Disminuir los servicios y prestaciones de la CSS, que incluirá, imaginamos, el recorte del número de beneficiarios y el despido de miles de funcionarios y trabajadores de la salud de esa institución. La entrega del fondo de invalidez, vejez y muerte a los bancos y administradoras de fondos de pensiones, y el aumento de la cuota obrera. En su cultura, no nos cabe la menor duda, eso es ser solidario… en el ataque furibundo contra la vida y la salud de dos millones de panameños, con especial saña contra las mujeres, que serán las mayormente perjudicadas.

Y desde el poder, ¿qué nos ofrecen? Ya lo hemos dicho hasta la saciedad: la Ley General de Salud, que privatiza, al igual que en el hospital San Miguel Arcángel, todos los servicios y prestaciones de salud, a lo que suman, después de las elecciones generales, la privatización de los servicios y los fondos de jubilación de la CSS.

Y los partidos y sus candidatos, ¿qué dicen al respecto? El más absoluto silencio cómplice, pues también son «solidarios» con esta medidas «éticas». ¿Qué pueden esperar las mujeres de este régimen político? Lo mismo que los afroantillanos, que luego de que tres de los candidatos suscribieran un Protocolo de compromiso con «sus justas y pertinentes demandas y aspiraciones», se han visto burlados y escarnecidos al comprobar que ni una de ellas aparece en los programas y discursos de los aspirantes a la presidencia, «salvo por las cuñas de televisión en las cuales no falta un niño o niña negra en brazos de uno u otro candidato».

Las mujeres, y demás oprimidos por este régimen salvaje, no tienen una sola razón para entregar su voto, su consentimiento para que gobiernen en su nombre sus opresores. Ellas tienen sobradas razones para votar en blanco y rechazar la burla centenaria de la que han sido objetos, y de paso rechazar, ahora, a las candidaturas actuales de la partidocracia neoliberal. Ellas constituyen una esperanza fundada en poder iniciar, con el voto en blanco, la construcción de una corriente social y política, independiente de la partidocracia, que en manos del pueblo mayoritario.

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