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DEMOCRACIA Y HEGEMONÍA (2)

Año II, Número 43

1 al 7 de diciembre 2003

El régimen político de democracia restringida neoliberal , vigente desde el 20 de diciembre de 1989, cumple con la función de restringir la participación política de toda corriente ajena a la partidocracia sometida a los centros del poder económico internacional, precisamente para así imponer, con la menor resistencia posible, las drásticas políticas públicas neoliberales. Ciertamente, la privatización acelerada de las empresas públicas, el recorte de conquistas históricas de los docentes, la flexibilización del Código de Trabajo, la imposición de la reforma tributaria, la privatización de los fondos y servicios de la CSS y, finalmente, la firma de un Tratado de Libre Comercio, no son ruedas de molino fáciles de tragar a menos que se silencie políticamente a los afectados, en este caso a la mayoría, socialmente diversa, del pueblo panameño.

El aturdimiento social y político que significó la traumática invasión del 20 de diciembre afecto a tirios y troyanos de manera conjunta pero desigual. Tanto a los que, hartos de los desmanes enloquecidos de la dictadura en su descomposición final, vieron con buenos ojos la liquidación por la invasión de un régimen que asfixiaba todo resquicio de libertades democráticas, como a los que se opusieron a la misma pensando, ingenua y de buena fe, que la quiebra de la soberanía impondría lo que denominaron un régimen «colonial-fascista» que retrotraería incluso a los tratados Torrijos-Carter. Por su incomprensión de la naturaleza de la dictadura burocrático-militar norieguista y de los objetivos de la potencia hegemónica y de sus socios internos, ambos sectores se han llevado un chasco histórico monumental.

En efecto, a los primeros les dieron por democracia el placebo de la democracia restringida, partidocrática y neolibeal, burlando de esa manera sus esperanzas de una plena democracia. He ahí la verdadera razón del por qué no se convocó después de la invasión una Asamblea Nacional Constituyente, tal como muchos esperaban y otros exigían. A los segundos, por su parte, devolviéndonos el Canal los dejaron huérfanos de razones y credibilidad política, y de paso les zurraron, con perdón, el neoliberalismo, cuyos primeros síntomas habían tolerado, bajo el régimen militar, con la excusa de la «necesaria defensa de la soberanía nacional».

Pasado el aturdimiento, la sociedad ha empezado a despertar y una vez más reclama participación democrática y rechazo de las políticas impuestas desde el exterior, que en este caso no son otras que las neoliberales. Y una vez más se bifurcan los reclamos: un amplio sector social empuja con fuerza para ampliar la participación y representación política, y otro lucha con crecida energía contra las pauperizadoras políticas neoliberales. Ambos sectores sociales parecieran no haber hecho conciencia de que la imposición de las políticas neoliberales requiere de una democracia restringida que excluya de la participación política a las fuerzas que podrían ofrecer resistencia. De esa manera, la lucha política y la lucha social transcurren disociadas en beneficio de la partidocracia neoliberal. Y mientras ello ocurra, la crisis que ante nuestros ojos se produce del régimen político no encontrará una salida política ni social satisfactoria, pues unos tendrán que contentarse con la supresión de uno u otro suplente de legislador o la eliminación de un vicepresidente, y los otros continuarán «acumulando fuerzas» hasta las calendas griegas o para cuando exista «una correlación de fuerzas favorable».

Gracias a tales miopías la partidocracia conserva su hegemonía política pese a la crisis de legitimidad que atraviesa su régimen. ¿En qué consiste esa crisis? En el descreimiento de los ciudadanos; ya nadie les cree, ya nadie deposita su confianza en los partidos políticos que constituyen el soporte fundamental del régimen político actual. Los ciudadanos le han retirado su consentimiento a la forma en que son gobernados. Se trata, en efecto, de una crisis más profunda que una mera crisis de gobierno, lo que abre posibilidades inéditas de avanzar hacia un nuevo régimen político de más amplia participación y representación democrática, que consolide nuevas conquistas sociales y ponga freno a la continuidad de las políticas neoliberales.

¿Es ello posible? ¿ No será una ilusión dada la «correlación de fuerzas» desfavorable? Será posible en la medida que entendamos que la lucha social y la política son hermanas siamesas que no deben ser separadas. Que hay que traducir en fuerza política la mayoría social que se puso en pie en defensa de la CSS: más de cincuenta mil personas movilizadas en cada una de las dos manifestaciones realizadas en la capital y, luego, no menos de cien mil fueron a la huelga.

Si se levanta un programa político creíble, que recoja las más sentidas exigencias ciudadanas de participación política, defensa y ampliación de sus conquistas sociales, podría hacerse añicos el blindaje del actual régimen político de democracia restringida neoliberal, permitiendo la emergencia de una fuerza política que tenga anclada sus raíces en el movimiento social, a condición de entender que estamos ante una crisis del régimen político y no una crisis del Estado. Para ello habría que dar la batalla en el campo específicamente político, levantando una candidatura, independiente de la actual partidocracia, que dispute algún cargo significativo de elección popular, si se tratase de las elecciones generales, para a partir de ahí iniciar la construcción de una nueva hegemonía .

Si se tratase de las elecciones a una Asamblea Nacional Constituyente, que la partidocracia neoliberal se viera obligada a convocar por la presión social , al no poder sortear la crisis del actual régimen político, habría que dar igualmente la batalla levantando listas nacionales y provinciales de destacados y respetados luchadores/as sociales, pues tal convocatoria no sería para «revitalizar o legitimar» el régimen político que hace aguas por todas partes, sino para sustituirlo por otro cuyo contenido de libertades y derechos sociales dependerá enteramente de la lucha política y la movilización ciudadana.

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