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LOS SUCESOS DE ATALAYA: UNA JERARQUÍA SIMILAR A LA PARTIDOCRACIA

Panamá, Año VIII, No. 205

11 al 17 de enero de 2009

Erase un pueblo que tenía un santo. Un día, cercana la conmemoración religiosa en la que la centralidad era de la venerada imagen, sus fieles descubren que su objeto de devoción ha sido “restaurado”, nada más que ya no corresponde con la conocida por miles de feligreses.

Preguntan en voz alta, recibiendo como respuesta del Obispo de la Diócesis, que la imagen tradicional es la que está en la iglesia del lugar. La sapiencia popular no le cree, pues hasta el cruce de las manos, entre otros detalles, es lo contrario en la imagen original.

La difusión pública del desacierto lleva al Obispo a intentar llevarse la imagen cuestionada, con tan mala suerte que una multitud se lo impide y lo retiene en la iglesia del lugar, ante lo cual tiene que aceptar que no es la original sino una réplica, que la original había sido sacada de Panamá, por cierto desdiciéndose de lo afirmado momentos antes, en el sentido de que todavía se encontraba en el país.

En otras palabras, de manera oculta y a espaldas de los fieles, la jerarquía de la Iglesia Católica sustrajo una muestra de arte de incalculable valor, que hace parte del patrimonio histórico nacional, la sustituyo por una pieza de escasos $300, como atestigua como pago el tallador a quien se le encargó la “obra”, y no tuvo ningún rubor en mentir afirmando la autenticidad de la imagen.

Como bien se sabe, a la gente y a las instituciones se les debe valorar por lo que hace y no por lo que dice. Una jerarquía católica que se siente con el derecho de violentar creencias intimas de sus feligreses, sacar a escondidas una imagen venerada, sustituirla por otra, mentir descaradamente, no es nada diferente de quienes hacen desaparecer un patrimonio nacional como las estatuas de los juegos de antaño.

Tampoco se diferencia de aquellos(as) diputados(as) que practican madrugonazos y camarones legislativos. La partidocracia miente, la jerarquía católica, también. Ésta última, en el incidente narrado, se sentía con ese “derecho divino” de levantar falso testimonio, como la partidocracia se siente con la misión de embaucar al servicio de intereses inconfesables.

Otra arista que parece tener en común la clase política y la jerarquía es la impunidad. Así como la Corte Suprema de Justicia exonera diputados y estos a su vez devuelven el favor a los Magistrados, la jerarquía católica es famosa en Panamá y el mundo por su protección a pederastas y cualquier ralea de pervertidos que anida en sus filas, originados en alguna medida en las propias restricciones antihumanas, que como el celibato, actúan cual caldo de cultivo. ¿Alguien cree a estas alturas que el Obispo y la jerarquía que permitió tal desmán serán penalizados?

Lo ocurrido permite una más amplia y abarcadora reflexión sobre discursos recientes de esa jerarquía. Mientras demonizan el placer sexual, aspiran a ser quienes dictaminen sobre ese comportamiento, incluso quienes sigan dictando lo que debe de ser la educación sexual de nuestra juventud, conconsecuencias como el incremento experimentado de embarazos adolescentes y de la infección con VIH en los más jóvenes.

Lo peor es que en seguimiento de tales dogmas violentan el derecho a la vida, contrariando el no matarás, apelando falsamente a la fe que deposita en ellos su feligresía, para, prohibiendo el uso del preservativo, obstaculizar las campañas de prevención de la pandemia del VIH, condenando así amiles a una muerte segura.

También de reciente factura, es la oposición del Vaticano a la despenalización de la homosexualidad por parte de la ONU, lo que implica mantener en docenas de países la pena de muerte para quienes tiene una opción sexual distinta a la heterosexual.

Todo lo anterior permite poner en su justa dimensión la campaña desarrollada por esa misma jerarquía católica contra el proyecto de ley de salud sexual y reproductiva. Los mismos que no dudaron en mentir a sus feligreses, hicieron lo propio en este caso, aduciendo contenidos inexistentes en la excerta legal, pero que fueron repetidos hasta el cansancio en todo púlpito y grupo eclesial, hasta que una intromisiva gestión del embajador de un estado extranjero, el Vaticano, consiguió del gobierno de Martín Torrijos el abandono de lo que había sido propuesto desde la sociedad civil.

La jerarquía eclesiástica no ha sido ni es un ejemplo a seguir. Quienes mandan en la Iglesia es una selecta minoría, no la mayoría conformada por sus feligreses, quienes no participan para nada en su escogencia, la que es producto de los grupos de poder que existen en su interior. En ella no existen elecciones, como no existían para las monarquías de tiempos antiguos, que invocaban para ello un falso derecho divino. Mucho menos existe en la Iglesia participación de la mujer en cargos eclesiásticos, en consonancia con toda una nefasta práctica de discriminación.

De allí que sea un contrasentido el que esa misma jerarquía se sienta con el derecho de quejarse de sus “colegas” de la partidocraciapor no haber firmado un pactoético electoral.

Un gran avance de la humanidad ha sido conquistar los derechos humanos, entre los cuales está la libertad de pensamiento, y en consecuencia, que los Estados modernos sean laicos y no sujetos a creencias religiosas particulares, es decir, sometidas al capricho de minorías alejadas de toda práctica y orígenes democráticos. Esa lucha está planteada en nuestro Panamá.

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