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EL PANAMÁ DE ESTE 1 DE MAYO

Panamá, Año VII, No. 179

27 de abril al 3 de mayo de 2008

Hace 122 años, hacia 1886, los asalariados y asalariadas de la entonces segunda ciudad de Estados Unidos, Chicago, se levantaron, como en gran parte de ese país, a demandar ocho horas de trabajo, ocho horas para el sueño, ocho horas para la casa. Ante la negativa de la patronal a acceder a tal derecho, convocaron para el 1 de mayo de ese año a una huelga para lograr tal objetivo.

Tal y como hoy se acostumbra en la prensa al servicio de los intereses de los poderosos, tal iniciativa mereció los «peores» calificativos de los medios de la época. En la prensa del día anterior a la huelga, se podía leer en el New York Times: «Las huelgas para obligar al cumplimiento de las ocho horas pueden hacer mucho para paralizar nuestra industria, disminuir el comercio y frenar la renaciente prosperidad de nuestra nación, pero no lograrán su objetivo». El Filadelfia Telegram decía: «El elemento laboral ha sido picado por una especie de tarántula universal y se ha vuelto loco de remate: piensa precisamente en estos momentos en iniciar una huelga por el logro del sistema de ocho horas» (Ver Wikipedia).

Para los poderosos era una ofensa inimaginable que las gentes comunes aspiraran a una vida más decorosa. El 1° de mayo de 1886, 200.000 trabajadores iniciaron la huelga mientras que otros 200.000 obtenían esa conquista con la simple amenaza de paro. En Chicago, donde las condiciones de los trabajadores eran más duras que en otras ciudades del país, las movilizaciones siguieron los días 2 y 3 de mayo. Sólo laboraba la fábrica de maquinaria agrícola McCormick. El día 3 se celebraba una concentración frente sus puertas, la cual fue atacada a tiros por una compañía de policías con el saldo de 6 muertos y varias decenas de heridos.

Al día siguiente, 4 de mayo, a las cuatro de la tarde, se efectuaba una protesta en la plaza Haymarket.  Más de 20.000 personas asistieron, siendo reprimidas por 180 policías uniformados. Un artefacto explosivo estalló entre los policías produciendo un muerto y varios heridos. La policía abrió fuego matando e hiriendo a un número desconocido de personas, deteniendo a centenares que fueron golpeadas y torturadas, acusadas del asesinato del policía.

Como represalia fueron condenados, sin prueba alguna, cinco activistas laborales a la horca. Uno de ellos, Spies, al momento de la ejecución, grita: «la voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora». Les bajan las capuchas, luego una seña, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos caen y se balancean en una danza espantable…, relataba un cronista ejemplar, José Martí.

Así fue conquistada la jornada laboral de ocho (8) horas. Hoy, en Panamá, es un derecho en vías de extinción. La patronal ha logrado flexibilizar aún más la duración de la jornada laboral, alargando el tiempo de trabajo. Verdugos de la jornada de 8 horas en sus empresas, son los que se rasgan vestiduras en sus clubes «cívicos» dizque en defensa de la integración familiar, mientras no les tiembla el pulso ni la conciencia para arrebatar el día a día a padres y madres de su presencia en el hogar.

El espantoso servicio de transporte, en manos de una verdadera mafia de empresarios(as) privados, contribuye sustancialmente a que no se tenga tampoco ocho horas de descanso ni ocho horas de familia. Cuatro horas, entre ida y vuelta, es el promedio que sufre la población en esos transportes. La mayoría de los(as) asalariados(as) deben levantarse a horas tan tempranas como las 4 de la madrugada, para poder agarrar un diablo rojo, que cual sardina en lata los mal lleve hacia su destino, con el cada vez más frecuente riesgo de que sea una tumba en el cementerio.

Iguales penurias sufren nuestros(as) estudiantes, con el agravante que gran cantidad de conductores se niegan a llevarles. Mientras tanto, el gobierno, incluyendo a quienes hoy ocupan cargos gubernamentales y se postulan a puestos de elección, ha brillado durante su gestión por la ausencia de iniciativas de solución a semejante martirio. Tampoco la «oposición», salvo alguna contada excepción.

Evitan aludir en concreto a un sistema masivo que corte de raíz el maltrato que se vive todos los días. Más que nunca, un año electoral es un momento muy favorable para la tarea que nos toca a quienes sufrimos el problema todos los días, que es constituir un masivo y fuerte movimiento ciudadano que, aprovechando el período electoral, gane las calles para arrancarles, como hace 122 años, nuestras horas de descanso y de familia. Así como también el derecho a representarnos políticamente, para de esa manera opinar y decidir.

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