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EL CIRCO ELECTORAL

Panamá, Año VII, No. 176

23 de marzo al 5 de abril de 2008

Con la celebración de las elecciones para los cargos internos del Partido Revolucionario Democrático (PRD) y el inicio del proceso que concluirá con las primarias de la que saldrán los candidatos de ese partido para las elecciones generales, se ha iniciado la liturgia electoral que concluirá el primer domingo de mayo del 2009 con la elección del próximo presidente del país. Por suerte no habrá que devanarse los sesos para aventurar el resultado de las primarias del partido en el poder: la “Primera Dama” ha declarado, sin rubor alguno, que “mi marido es quien mueve las fichas en el partido”. Se trata de una muestra más de que todo el proceso electoral, más que un ejercicio democrático, es una farsa circense, cuyo objetivo principal es el de llevar a los ciudadanos a la falsa conclusión de que “ellos deciden los destinos del país”.

A partir de ahora, los otros competidores, técnicamente denominados en el argot como opositores, realizarán sus propias liturgias para definir quién o quiénes le disputarán al PRD lo que Olimpo Sáez llamo sin vergüenza alguna “el reparto del pastel”.

La verdad, y no hay que rebuscar argumentos para probarlo, es que los ciudadanos no somos otra cosa que convidados de piedra en la escenificación que encubre el verdadero significado del torneo electoral: la lucha despiadada por el poder entre los grandes grupos económicos que dominan la república desde su fundación. Tómese en cuenta que quien resulte vencedor en la próxima olimpiada del engaño, manejará en los próximos cinco años un presupuesto público que muy probablemente sobrepasará los cincuenta mil millones de dólares. Y ello sin contar los grandes negociados que podrán hacerse, además, gracias a las nuevas privatizaciones de la telefonía celular, los megapuertos concedidos de a dedo, las hidroeléctricas, las cementeras, y así etc., etc y etc. Se trata, como se ve, de una gigantesca piñata por la que vale la pena el invertir decenas de millones de dólares con tal de controlarla y usufructuar la mayor parte de su preciado contenido.

¿Y en qué consiste la olimpiada del engaño? Se trata de un asunto muy sencillo: el comité olímpico electoral proclamará ganador, imponiéndole la banda olímpica, a quien logre un mayor número de embaucados. Y para que el torneo sea verdaderamente democrático y transparente, al final del mismo se cuentan uno a uno a todos los embelesados, y aquél que haya reunido a más se le proclama ganador. Como decía el otro, así de sencilla es la cosa. Y es por ello que los participantes del concurso contratan a ilusionistas y a magos de todo tipo para un debido asesoramiento.

¿Qué mentiras serán más creíbles? ¿Qué promesas podrán seducir? De ahí que alguno aparezca “escuchando”, aunque no diga ni mú. Con ello intenta hacernos creer que hará algo por nosotros porque nos ha “escuchado”. Otro, por el contrario, pide “un verdadero cambio” y nos promete nacionalizar los corredores. ¡Qué lástima que no se comprometa a nacionalizar los supermercados! No falta quien se nos oferta como un “hombre de éxito”, lo que nadie puede dudar visto el gran negocio fiscal que hizo con la venta de Banistmo. El de más acá nos garantiza que es el continuador de la gran obra de Martín Torrijos, olvidándose que lo único que le pedimos es que recoja la basura. Y la otra, consciente de que los discursos están muy mellados, nos ofrece “su corazón”.

Mientras tanto, todos callan sobre el desastre y el colapso del sistema educativo y el del transporte público, y la amenaza cierta e inminente de la privatización de la atención de salud. Nada nos dicen respecto al 40% de panameños que viven en escandalosa pobreza, ni sobre el 45% de la fuerza laboral que se ve obligada a sobremorir con un “trabajo” informal, carentes de servicios de atención médica, jubilación, etc. Ninguno dice nada sobre los indígenas que deben dormir 19 días en un parque antes de que Torrijos los reciba y escuche sus argumentos sobre las consecuencias devastadoras de los proyectos hidroeléctricos y mineros que el gobierno ha autorizado. Por suerte, él también los ha “escuchado”…. y ha nombrado una comisión que estudie el asunto.

¿Qué podemos hacer?

La partidocracia neoliberal ha construido un sistema electoral cerrado y excluyente para evitar la participación de candidatos independientes de sus partidos y la inscripción de partidos que ofrezcan alternativas distintas a su modelo político, económico y social. De esa manera se garantizan que lo peor que pueda pasar es que el pueblo se vea obligado a votar quinquenio tras quinquenio por “el mal menor”, que siempre resulta, tal como ha ocurrido con el gobierno Torrijos, el peor de los males. O en caso de extremo rechazo, tal como ocurrió con el referéndum sobre la ampliación del Canal, el descontento se canalizaría por la vía del abstencionismo.

Pese a ello, no cabe duda que el descontento crece y se expresa en los cierres diarios de calles, forma de lucha que responde a la sordera del gobierno frentea la falta de agua, el deterioro de las escuelas, el alto costo de la vida, la ausencia de vías de penetración, la inseguridad ciudadana, el colapso del transporte público, la falta de empleos y de esperanza para la juventud. etc. Y ese descontento alcanza ya a distintas capas sociales que protestan y carecen de representación política para luchar por detener la destrucción del entorno urbano y ecológico, la sistemática degradación profesional, el deterioro acelerado de los servicios públicos, cuando no su escandalosa privatización, y la amenaza, como en el caso de los productores agropecuarios, de la desaparición de sus empresas.

Ese bloque social está más que maduro para impulsar la creación de un movimiento sociopolítico de carácter democrático, dada la composición social de los sectores que lo integrarán, que fuerce la ampliación del marco electoral y posibilite entonces el surgimiento de verdaderas alternativas electorales al modelo neoliberal existente. Para ello se requiere de un trabajo paciente, de una verdadera batalla de ideas que vaya desbrozando el camino de las falsas ilusiones y la telaraña de mentiras. Dicho trabajo se quedaría corto si no se apoya simultáneamente en la movilización popular y ciudadana necesaria para agrietar el actual régimen neoliberal de libertades recortadas. Se trata, como se ve, de una compleja y difícil batalla, pero muy alejada de las fantasiosas y por ello infructuosas “teorías insurreccionales” que, por ello mismo, desprecian y dan la espalda a la lucha política electoral.

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