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Enfermedad mental: el género importa, pero se pasa por alto

Viernes 1ro de junio de 2018

La manera de manifestar las afecciones de hombres y mujeres es diferente pero, además, los trastornos no sólo responden a cuestiones biológicas, sino también a construcciones sociales y culturales

Cristina Vallejo 30-05-2018 CTXT

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Kari Myrholmen

Tienen las mujeres más complicado mantener la salud mental? “Hay que partir de que en todas las sociedades existen desigualdades entre mujeres y hombres y eso influye en el proceso de salud y enfermedad”, afirma Cristina Ortega Ruiz, psicóloga especialista en cuestiones de género que trabaja en la delegación de Igualdad de la Diputación de Almería. Ortega Ruiz continúa: “Los datos de la Organización Mundial de la Salud parecen arrojar que sí hay diferencias de género en ciertas enfermedades mentales como depresión, ansiedad o demencias, que tienen mayor incidencia en las mujeres”. Y añade: “Otros estudios, como la Encuesta Nacional de Salud en nuestro país indican que la prevalencia de trastornos mentales entre las mujeres trabajadoras es seis veces mayor que entre los hombres trabajadores”. Entre esos trastornos enumera los síntomas depresivos, la ansiedad, los problemas sociales y la hipocondría derivados del estrés en el trabajo.

Cristina Masini Fernández, psicóloga clínica del Hospital Universitario Infanta Leonor de Madrid, abunda en la cuestión: “La morbilidad psíquica tiene especificidades de género, no sólo a nivel cuantitativo sino también cualitativo. Las explicaciones socioculturales son las que mejor dan respuesta a estas diferencias. La American Psychological Association publicó en 2011 un estudio con datos recogidos en los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos que mostraba una tendencia mayor en las mujeres a padecer ansiedad y depresión, frente a una preponderancia en los varones a presentar trastornos relacionados con abusos de sustancias y conductas antisociales. Concluyó que los resultados estaban relacionados con la manera de interiorizar y expresar emociones entre hombres y mujeres. A las mujeres se les educa para que repriman los afectos hostiles, con la consiguiente aparición de patologías relacionadas con la inhibición y hostilidad volcadas contra sí mismas. Por el contrario, los varones son estimulados a dar muestra de fortaleza y dominación social, por lo cual muestran una mayor tendencia a las transgresiones, a las actuaciones disruptivas y a imponer su voluntad”.

Además, como plantea Regina Bayo-Borrás, especialista en psicología clínica y miembro de la junta del Centre d’Anàlisi i Programes Sanitaris, las mujeres están más conectadas con las situaciones de pérdida, y su organismo biológico facilita que así sea, al igual que les hace más conscientes del paso del tiempo. Por ello, pueden ser más proclives a sentimientos de tristeza y duelo. Las mujeres, dice Bayo-Borrás, son más tendentes a quedarse en su situación triste (o depresiva, si la tristeza no se puede asumir, si se enquista, si lleva a una situación de bloqueo), mientras que los varones son más tendentes a canalizar esa tristeza a la acción, al alcoholismo, a las adicciones, que son más frecuentes entre los hombres. Rodríguez Calderón remata: “Tras numerosos estudios, se ha mostrado la diferencia que existe en cuanto a la expresión de las emociones por parte de ambos géneros. Las mujeres son más propensas a interiorizar sus emociones y retraerse, lo que produce depresión y ansiedad; los hombres, por el contrario, tienden a exteriorizar sus emociones, lo que produce conductas antisociales”.

Como señala Masini Fernández, la diferencia de género tanto en la morbilidad psiquiátrica como en el comportamiento frente al acto de enfermar tiene su impacto en el consumo de recursos sanitarios. Masini Fernández menciona un estudio europeo de 2017 de acuerdo con el que las mujeres utilizan aproximadamente el 70% de los recursos de salud mental frente al 30% de los hombres. Aunque, como también pone de relieve Masini, “esta diferencia no es precisamente un reflejo de una mejor salud mental en ellos, puesto que en este continente el 75% de los suicidios son perpetrados por varones”.

El malestar emocional lleva a la gente a hacer lo que puede. Una persona con una afección mental puede vivir en la marginalidad un tiempo y volver a la normalidad o puede desembocar en situaciones de mucha degradación si no recibe la ayuda social y terapeútica necesarias

Masini Fernández muestra la existencia de una posible contradicción. Porque en un primer momento parece que las mujeres tienen peor salud mental y que por eso utilizan más los recursos sanitarios, pero finalmente se observa que los suicidios son mayoritariamente masculinos, lo que quizás sea la cuestión última que muestra que la manera de manifestar las afecciones de unos y de otras es diferente.

Cristina Rodríguez Calderón, psicóloga de Feafes Galicia (parte de la Confederación Salud Mental España), insiste en otra clave para resolver el entuerto: las enfermedades mentales no sólo responden a cuestiones biológicas, sino también a construcciones sociales y culturales que, unidas a valores individuales y colectivos, condicionan la manera en la que los grupos sociales viven, enferman y mueren.

La mujer: un ser para los demás

En las causas sociales es en las que profundiza Pilar Pascual, coordinadora de la Asociación de Mujeres para la Salud, organización que lleva treinta años trabajando en Madrid con mujeres y malestares de género. Pascual otorga una gran responsabilidad a la socialización patriarcal que otorga a la mujer un papel subordinado respecto al hombre, así como las misiones cuidadora y reproductora, frente a la función productora que se asigna al varón. “La mujer aprende que es un ser para los demás; y quien está pendiente de los demás, no lo está de sí misma”, afirma. Además, enumera las presiones a las que se ve sometida la mujer y que contribuyen a deteriorar su salud mental: en primer lugar, se encuentra la presión por lo que se espera de ella, por las misiones que se prevé que cumpla; a continuación, la presión sobre su cuerpo, porque el cuerpo de las mujeres es algo que siempre está sometido al juicio de los demás, porque las mujeres siempre ven su propio cuerpo como algo a lo que le falta o le sobra algo, y ello les afecta a la hora de contar con la autoestima suficiente para lanzarse al mundo de manera autónoma. En tercer lugar, la mujer sufre una mayor presión sobre su sexualidad, puesto que en ella han de convivir el recato en sociedad y la satisfacción de los deseos de su pareja masculina. Por último, la mujer tiene que convivir siempre con la amenaza de ser víctima de violencia, que puede convertirla en un ser temeroso, lo que provoca que, cuando llega a la edad adulta y necesite mostrar fortaleza, a veces no esté preparada.

Estos focos de presión, cuenta Pilar Pascual, cristalizan en cuatro momentos de la vida de las mujeres en forma de malestares de género. El primero ya se ha esbozado: se trata del momento en que tienen que lanzarse a desarrollar una vida autónoma, y les puede ser difícil, dado que se las educa en la dependencia y en la inseguridad. Además, en esa etapa de la vida comienzan las primeras relaciones de pareja, que suelen ser desiguales, lo que también ocasiona carencias a las mujeres. Ello da paso al segundo momento de malestar, que se produce cuando a la relación de pareja se suman los hijos pequeños: “Cumplir los mandatos de género y querer desarrollar una carrera profesional, ese exceso de trabajo, ese querer estar en todas partes, ese necesitar tener todo controlado... enferma a las mujeres”, afirma Pascual. “El descontento se manifiesta en ese ’tengo todo, pero estoy fatal’. Es una depresión de género estacional y tiene que ver con ser mujer”, afirma Pascual. Aunque la historia no acaba aquí. Entre los 55 y los 60 años la mujer vuelve a atravesar otro momento crítico: sigue en pareja, pero los hijos son mayores y ya no necesitan cuidados; ha postergado su proyecto vital, no ha promocionado, se ha quedado desarrollando un trabajo rutinario y que no la llena, mientras que su pareja sí ha llevado a cabo su proyecto profesional, y se encuentra con el nido vacío y con el “qué hago ahora yo si ya no ejerzo de madre”.

Por último, hay otro momento de malestar en otro tipo de mujeres: en las que se acercan a los cuarenta años, han desarrollado su carrera profesional, han encontrado hombres en la vida, pero no se han quedado con ellas porque, quizás, no estaban dispuestas a sacrificar su vida por cumplir con su rol tradicional de género de ser esposa y madre. Pero esta mujer siente que sus años fértiles van tocando a su fin y que aunque su vida laboral sea muy satisfactoria, le puede faltar algo que puede considerar importante: una pareja y unos hijos. “La sociedad la machaca y ella se siente mal”, afirma Pascual, que concluye: “Por una cosa o por la contraria, las mujeres siempre están insatisfechas, porque tienen el mandato de ser cuidadoras y el deseo de hacer otras cosas”. Ello lleva, según concluye Pascual, a sufrir este tipo de “depresiones circunstanciales”, de “malestares de género”.

¿Enfermedades o malestares?

¿Es acertado hablar de “malestares de género”, de problemas psicológicos por la presión que sufren las mujeres en las diferentes etapas de la vida? Masini Fernández contesta: “Sí, desde luego. Además de existir particularidades biológicas constitucionales en la mujer que las hacen más vulnerables especialmente como el impacto del ciclo reproductivo, están los valores socio-culturales que son promotores de malestar mental y emocional”. Aunque matiza: “Está documentado que la morbilidad psiquiátrica es mayor en las mujeres casadas que en las solteras, a diferencia de los hombres, a los que estar casados les resulta un factor de protección. Y es que socialmente las mujeres siguen cargando con el rol de cuidadoras de los enfermos crónicos de las familias, con el consiguiente perjuicio para su salud. Es decir, que la sociedad asienta gran parte de su bienestar en las mujeres, pero a la vez las deja expuestas a sufrir mayor número de patologías devenidas del trato que las prodiga”.

Hay que partir de que en todas las sociedades existen desigualdades entre mujeres y hombres y eso influye en el proceso de salud y enfermedad

Pilar Pascual, de todas maneras, precisa: “La depresión de género no es una enfermedad mental ni biológica, sino un conjunto de sufrimientos y malestares físicos y psicológicos que experimentan las mujeres cuando padecen una crisis de identidad de género, por su forma de ser mujer. Estas depresiones pueden producirse por la acumulación de los efectos negativos en la salud de las microviolencias, por las contradicciones y frustraciones de practicar los múltiples roles y mandatos o por la vivencia de crisis vitales (ruptura de pareja, maternidades...) o como consecuencia de algún hecho traumático (abusos sexuales en la infancia, violencia de pareja...)”.

También Regina Bayo-Borrás incide en esta cuestión, en relacionar los aspectos de salud mental con las condiciones de vida de las personas de tipo económico, social, legal y los usos y costumbres que la favorecen, o no. Para las mujeres hay factores de tipo familiar y social que dificultan que puedan evolucionar personalmente sin malestar emocional, aunque sus condiciones de vida han mejorado mucho gracias a los logros obtenidos por los movimientos feministas y también gracias al apoyo de los hombres que lo han acompañado y ahora “las mujeres ya llegan al mundo con una canastilla de derechos y libertades como nunca antes hemos tenido”, ilustra Bayo-Borras. En cuanto a los problemas de salud mental, como continúa esta experta, estos se manifiestan debido a las malas relaciones familiares desde la infancia, tanto en hombres como en mujeres, y se muestran en forma de trastornos psicológicos clasificados, que requieren tratamiento y que afectan a la relación con los demás, al autocuidado...

“La mujer no es más débil y vulnerable a la enfermedad mental, lo que sí es aprendido es que las mujeres, por la educación patriarcal recibida y por sus propios ciclos vitales biológicos (menstruación, embarazo, menopausia...) es más sensible al malestar, a expresar lo que está sintiendo y a autoobservarse”, zanja Ortega Ruiz.

Un malestar de género medicalizado

Hasta aquí observamos una cierta contradicción entre, por un lado, datos que apuntan una prevalencia de la enfermedad mental entre las mujeres frente a los varones, pero también la impresión de que es posible que muchas de las situaciones que sufren las mujeres sean malestares que se tratan como patologías.

Rodríguez Calderón resuelve esta segunda aparente contradicción con la que nos topamos: “En la actualidad, el malestar emocional de las mujeres está medicalizado. Las mujeres tienen un mayor número de prescripción de psicofármacos que los hombres”. "El sistema nacional de salud medicaliza el malestar de género", coincide Pascual. Y una de las razones puede residir, como señala Rodríguez Calderón, en las diferencias que existen en cuanto al diagnóstico en hombres y mujeres: “Numerosos estudios muestran cómo se prescriben más tratamientos ansiolíticos y antidepresivos a las mujeres y, en cambio, a los hombres se les realizan más pruebas físicas ante los mismos síntomas. Esto se debe a que hay una tendencia a pensar que el malestar de de la mujer es psicológico, mientras que el del hombre es de origen físico”. Ello puede ser herencia de lo que ocurría en el siglo XIX, cuando las mujeres eran fuertemente patologizadas, mientras que las conductas de los hombres que se alejaban de lo habitual no causaban sospechas de enfermedad mental, sino que eran normalizadas socialmente.

Por eso es pertinente que Bayo-Borrás plantee la cuestión de en qué medida en el imaginario social persiste la imagen de la mujer como psicológicamente más inestable, como sujeto que sufre procesos de mayor intensidad emocional, hasta qué punto, además, se ha puesto la etiqueta de “locas” y “brujas” a mujeres que rompían las normas, a las que no se adaptaban al canon familiar establecido y al rol que las correspondía, a quienes eran más vulnerables o especialmente inteligentes, lo que les hacía sufrir más que a las demás, a ser “mad, sad, bad”, “locas, tristes, malas”.

Masini Fernández muestra cómo “las categorías psiquiátricas están consensuadas por una amplia mayoría de hombres, pues son los que mayoritariamente ocupan posiciones de poder a la hora de definirlas. Este hecho en sí mismo es un sesgo que merma la calidad de la atención sanitaria en ambos géneros: las mujeres son más fácilmente diagnosticadas de depresión y de trastornos histeriformes, quedando enmascarados muchos cuadros de trastorno por estrés post-traumáticos devenidos de la exposición a maltrato; y en los hombres quedan ocultas muchas depresiones porque los síntomas con que cursa la enfermedad en ellos no se recogen adecuadamente en esa categoría diagnóstica. En definitiva, la conciencia sobre las diferencias de género es condición imprescindible para realizar el abordaje adecuado dentro del ámbito de la salud mental”.

Las investigaciones demuestran que las mujeres que sufrieron malos tratos psíquicos, físicos o sexuales en la infancia son las vulnerables a ser víctimas de violencia conyugal en la vida adulta

¿Sensibilidad de género en el sistema psiquiátrico, psicológico, en la ciencia médica? De acuerdo con Masini Fernández, “mayoritariamente, no”: “En una encuesta realizada con asociaciones profesionales de psiquiatría de la Unión Europea (antes del Brexit), se constató que si bien había consenso a la hora de considerar de suma importancia la diversidad y desigualdad de género, sólo en tres países se realizaba formación regulada oficialmente sobre este tema: Países Bajos, Dinamarca y Reino Unido. Los valores sociales tradicionales están enraizados también en la profesión sanitaria y dificultan que los cambios vayan al ritmo que la gravedad del problema reclama”.

En esta misma cuestión insiste Rodríguez Calderón: “La exclusión de las mujeres en la mayoría de los estudios clínicos ha dado lugar a ’vacíos importantes sobre las enfermedades mentales y su tratamiento’, según declaran los psiquiatras investigadores Silvia L. Gaviria y Renato D. Alarcón. Esto hace que muchas veces las mujeres sufran más efectos adversos, ya que no se tiene en cuenta la fisiología femenina en cuanto a los ciclos menstruales y otras circunstancias especiales, como el embarazo, la lactancia, la menopausia, los anticonceptivos hormonales…”.

La ausencia de sensibilidad de género a la hora de acercarse a la enfermedad mental es especialmente chocante en cuanto a que, como apunta Rodríguez Calderón, la salud mental de las mujeres se reconoce como el campo de mayor impacto en el bienestar individual, familiar y social. Bayo-Borrás apunta que lo que más influye en la salud mental de los hijos es la salud mental de sus progenitores, especialmente del estado emocional de la mujer en el momento de ser madre: “A cada criatura recién nacida lo que más le influye es el estado emocional de su madre en primer lugar”, añade.

Ortega Ruiz muestra una posibilidad de cambio de esta situación: “El modelo tradicional médico ha estado basado en la cultura patriarcal, pero actualmente el sistema médico está teniendo más sensibilidad, principalmente porque hay muchas más mujeres en el sector sanitario. De hecho, en muchos casos está muy feminizado. Y en los ensayos clínicos se incluyen mujeres. Pero aún está pendiente de que se analicen esos factores culturales que hacen que las mujeres acudan más a pedir ayuda sanitaria y se analice por ejemplo los motivos de consulta reales y esas diferencias basadas no sólo en el factor biológico sexo, sino en el factor cultural género”.

Así, Masini Fernández también señala que “la imposición social al varón de sostenerse en una imagen de ’sexo fuerte’ le dificulta reconocerse como enfermo en general y más si se trata de patología psíquica, que conlleva en el imaginario colectivo la idea de inferioridad o debilidad. Esto promueve que su padecer quede las más de las veces invisibilizado, le expone a un agravamiento de su patología, en definitiva, juega en su contra”.

Pero Bayo-Borrás también advierte del problema de “ideologizarlo todo”, de “someter toda la cuestión de las relaciones entre hombres y mujeres a un cliché, porque existe el riesgo de simplificar las complejas relaciones entre ambos”. Opina que estos problemas hay que analizarlos desde la multidisciplinariedad, hay que verlos desde el feminismo, desde la antropología, la sociología, pero también desde la historia vital de cada cual. Hay muchos factores que influyen en el malestar emocional de las mujeres y de los hombres también, algunos de los cuales pueden producir incluso trastornos mentales. “Hay que acercar la mirada a la subjetividad porque no somos ni marionetas ni robots”, añade Bayo-Borrás. “No todos los hombres machistas supremacistas matan”, ilustra. “Aunque el machismo ayude, los maltratadores, los asesinos de mujeres, están gravemente trastornados y nunca antes fueron diagnosticados”, concluye.

Mayor violencia como causa y consecuencia

Las expertas consultadas no pasan por alto cómo la violencia que se ejerce sobre las mujeres afecta a su salud mental. “Es determinante y está muy investigado que las mujeres que sufren violencia de género sí derivan en consecuencias psicológicas. Entre ellas, la depresión, la ansiedad o los trastornos alimentarios”, afirma Cristina Ortega Ruiz. “Haber crecido en ambientes violentos es un predictor de probable fragilidad psíquica. En un reciente estudio de la federación vasca Fedeafes se valoró que un 75% de las mujeres que padecen algún tipo de enfermedad mental han estado expuestas a situaciones de violencia en el ámbito familiar y más del 40% de las mujeres con trastorno mental severo han sufrido violencia sexual. Las investigaciones demuestran que las mujeres en cuya infancia sufrieron malos tratos psíquicos, físicos o sexuales son las vulnerables a ser víctimas de violencia conyugal en la vida adulta. Es decir, la violencia está en el origen de la patología y en la perpetuación de la misma, sólo si se actúa para ayudarlas a construir una identidad más ajustada y a establecer unos vínculos relacionales saludables, podrán romper con ese círculo que las condena”, añade Masini Fernández. “Los abusos sexuales en la infancia y sobre todo en el seno familiar es de lo que más trastorna la cabeza, su efecto es devastador. Desemboca en una persona mal construida y ello le hace más vulnerable a la violencia”, añade Pilar Pascual.

“Los trastornos mentales pueden ser una consecuencia de abusos sexuales en la infancia, de maltrato o de negligencia parental o de la crueldad de los padres”, agrega Regina Bayo-Borrás. Aunque esta experta insiste en que no le gusta victimizar a las mujeres y señala el maltrato que también sufren los varones en su infancia, reconoce que la violencia sexual la sufren más las mujeres.

Al tiempo que las mujeres que han sufrido violencia tienen más probabilidades de sufrir enfermedades o malestares mentales, las que terminan desarrollando patologías también están más expuestas a la violencia de género. Ortega Ruiz reflexiona: “No tienen por qué sufrir violencia de género, pero las mujeres con una enfermedad mental pueden ver sus capacidades y sus habilidades de resolución mermadas y ser más vulnerables y, si están expuestas a una violencia física, psicológica o sexual por parte de su pareja, se va a agravar mucho más”.

Y la situación pueden terminar mucho peor: “El malestar emocional lleva a la gente a hacer lo que puede. Una persona con una afección mental puede vivir en la marginalidad un tiempo y volver a la normalidad o puede desembocar en situaciones de mucha degradación si no recibe la ayuda social y terapéutica necesarias”, concluye Bayo-Borrás.

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