Xarxa Feminista PV

En nombre de las cigarreras

Lunes 19 de marzo de 2018

Mar Gallego y Feminismo Andaluz 28-02-2018 Pikara

Inauguraron el movimiento obrero femenino en el Estado español desde una sororidad y un feminismo práctico difícil de asumir en nuestros días. Fueron maestras en generar fuerza colectiva y en no dejar nunca a ninguna compañera atrás. A las puertas de una huelga de mujeres, su ejemplo resulta tan inspirador como necesario.

Se dice que hasta finales del siglo XIX ninguna huelga tenía éxito sin la presencia de las cigarreras. No es de extrañar ya que llegaron a haber 23.000 en todo el Estado español. También se cuenta que no había mayor ejemplo de sororidad y lucha conjunta que el que estas mujeres se profesaban. Un movimiento obrero, el que ellas protagonizaron aquí y en otras latitudes como México, caracterizado por poner en el centro las necesidades de las compañeras relacionadas con el trabajo asalariado, la crianza, la salud, la vejez y los cuidados. Barrios como los de Lavapiés en Madrid tienen hoy en su sentir urbano la huella de las cigarreras. El carácter de un entorno que tuvo que remodelarse para responder a las necesidades de estas trabajadoras.

Durante el siglo XIX, las fábricas de tabaco fueron los espacios de mayor concentración obrera del Estado español. Con fábricas como las de A Coruña, Cádiz, Alicante, Bilbao, Sevilla, Gijón y Madrid. Resulta sorprendente que se siga hablando de la división del trabajo en términos de género obviando que las mujeres de clase obrera o de orígenes humildes siempre tuvieron que realizar una doble jornada tanto entonces como en nuestros días.

Las cigarreras inauguraron el movimiento obrero femenino. Eran temidas por su fuerte presencia en las huelgas que protagonizaban o que apoyaban. Usaban los motines como “sello de la casa” y no abandonaban a ninguna compañera. Pocas veces tenían represalias por este motivo. Su fuerza conjunta se caracterizaba por la convivencia durante horas en un mismo espacio, lo que les llevó a conocer sus historias y a formar lazos indestructibles.

Pero las cigarreras no eran solo temidas por las acciones que emprendían si una compañera era represaliada durante sus huelgas. También lo eran porque su profesionalidad y su buen hacer era fundamental para mantener la calidad del producto. En 1731, los cigarreros de Sevilla mandaron un memorial al rey quejándose de que su sueldo era menor al de la cigarreras de Cádiz “siendo ellos hombres y con más obligaciones que las mujeres”. Les contestaron diciendo que cobraban exactamente lo mismo por mazo de cigarros pero que las elaborantes de Cádiz eran “más cuidadosas trabajan con más pulcritud y menos desperdicios y su labor cundía más”. Que ésta era la razón por la que su salario era mayor. No obstante, aunque el trabajo de las cigarreras era muy apreciado, no siempre ocurría esto y sus sueldos en muchas fábricas era ínfimo. A esto se unían condiciones de trabajo terribles y asociadas a enfermedades que contrajeron con el tiempo. A pesar de todo, ellas intervenían para que la ampliación de personal fuera siempre de mujeres formando, como decíamos, espacios de solidaridad no mixtos.

Los motines de las cigarreras

En 1830, en plena represión del Absolutismo de Fernando VII, las cigarreras se unieron en protesta contra el tabaco de baja calidad que iba llegando a las fábricas. Les costaba mucho más manipularlo y tardaban más tiempo en armar el producto. A pesar de todo, se les exigía el mismo nivel deperfección en su trabajo y el mismo número de cigarrilllos al día. A esto se sumó que el Monopolio de Tabacos del Estado pasó a una nueva compañía que trajo nuevas condiciones. Entre ellas, el cese del administrador jefe de la fábrica, Enrique Viglieti, un trabajador al que las cigarreras estimaban mucho por considerarlo un aliado. Por poner varios ejemplos, Viglieti impulsó los talleres especiales de trabajo a domicilio y tenía por norma adelantar el jornal a las cigarreras cuando no podían asistir a su puesto por causas justificadas.

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Movimiento obrero en la Real Fábrica de Tabacos

Tras la imposición de estas modificaciones, las cigarreras no dudaron en echarse a la calle (más de 5.000) y tomar la fábrica. Ni las tropas ni los refuerzos mandados por el Gobierno podían con ellas: eran la fuerza más influyente en los barrios bajos. Finalmente, hubo tregua y las cigarreras María La Niñas y Victoriana la Muñeca acudieron a las autoridades en representación de sus compañeras, consiguiendo la reincorporación del aliado Viglieti. No tuvieron la misma suerte Las tres rosas de Tabacalera (Las tres rosas de Cádiz), tres cigarreras (Amparo García Cano de 24 años, Antonia Cabañas Casanas de 32 y Francisca Torres Fernández de 20) fusiladas el 20 de octubre de 1936 en la Plaza de Toros de la ciudad. ¿Su pecado? Ser sindicalistas de la CNT y defender los derechos de sus compañeras.

El lunes 7 de diciembre de 1857 a las once de la mañana, las cigarreras de A Coruña, mermadas por los cambios y las nuevas condiciones de trabajo tras la introducción de maquinaria, se dirigieron a la nueva sección donde se picaba el tabaco y lo destruyeron todo. Se subieron al techo de las fábricas y tiraron al mar tanto lo que quedó de las máquinas como el tabaco.

Lo mismo ocurrió en Madrid, en 1872. En esta ocasión las cigarreras vieron peligrar sus trabajos con la introducción de maquinaria para liar tabaco. Ante esto, comenzaron a gritar y se negaron a trabajar. Derribaron tabiques y destrozaron las máquinas.

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Antigua fábrica de tabacos de Madrid en la Calle Embajadores (1910)

Cuentan las cigarreras, entre otras anécdotas, esa vez que un supervisor cogía, de manera despótica, sus muestras y las tiraba a una pila con agua que había en el centro de la fábrica de Madrid mientras decía “demasiado largo, demasiado corto…” Hartas de su gesto, las trabajadoras lo cogieron y lo zambulleron varias veces a la pila mientras decían “demasiado corto, demasiado largo…”.

El 10 de enero de 1903 fueron las cigarreras gijonesas las que llamaron a la huelga. ¿El motivo? De nuevo los problemas que traía el cigarro de menor calidad (el llamado entrefino) por el que cobraban 45 céntimos la cajetilla, 24 pesetas al mes. A pesar de los intentos de negociaciones de las cigarreras con la Patronal, ésta las amenazó con cerrar la fábrica si no cedían y si no se incorporaban al trabajo al día siguiente. El miedo no funcionó y, una vez más, 1.600 cigarreras no acudieron a sus puestos de trabajo haciendo temblar al Ayuntamiento de Gijón. Entre las soluciones que daban, dividir a las compañeras: o las del entrefino dejaban la lucha o las que trabajaban un tabaco superior cedían parte de su trabajo a las otras. Lejos de dividirlas, la fábrica de Gijón se quedó sin una sola trabajadora. Finalmente, la patronal tuvo que mejorar sus condiciones lo que supuso una gran inspiración para las las hilanderas de la Algodonera de La Calzada, que se habían hecho eco de su lucha al otro lado de la ciudad y decidieron hacer su propia huelga.

Tanto las cigarreras de Bilbao que se levantaron un 8 de marzo, como las del resto de fábricas como la de Alicante, tuvieron como problema principal la introducción de tabaco malo y de maquinaria. Las torcedoras mexicanas se preguntaban “¿qué esperanzas quedan a la mujer obrera en México? O la huelga, o el robo o el asesinato”. Las sevillanas protagonizaron todo tipo de revueltas y huelgas con peticiones muy diferentes a las de los hombres. Por ejemplo, no apoyaban los horarios fijos porque necesitaban mayor flexibilidad.

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Cigarreras de Triana, Sevilla.

En 1988, las cigarreras de Cádiz mantuvieron una huelga de 23 días para pedir la reincorporación de cuatro compañeras a las que habían despedido por reivindicar los derechos de todas. Hicieron encierros en la fábrica y se tumbaban en el suelo de la Cuesta de las Calesas para detener el tráfico. El traslado de la fábrica de Plocia a la Zona Franca implicó la clasificación y separación de las compañeras y la posterior pérdida del trabajo y de la entidad. Se impuso el “divide y vencerás” logrando su objetivo.

Hasta que la muerte nos separe. Autogestión y cuidados

La autogestión de las cigarreras fue fundamental para cubrir los derechos que, como mujeres, la sociedad les negaba. Una de sus aportaciones más potentes fue la creación de Hermandades de Socorro Mutuo. A través de éstas y de la autogestión se impidió, por ejemplo, el despido de las cigarreras mayores, creando talleres auxiliares a los que pasaban a los 65 años para realizar labores ligeras.

Trabajaban hasta su muerte y sus propias compañeras sufragaban mediante colecta sus entierros. Incluyeron las primeras guarderías en las fábricas. Muchas cuentan cómo sus madres liaban tabaco con las manos mientras las mecían con los pies. También contaban con escuelas y salas de lactancia dentro de las fábricas. En el espacio laboral unas guisaban mientras otras limpiaban… En cada taller había varias lectoras de noticias y entre todas abonaban el tiempo de trabajo perdido. Así lo contaba Emilia Pardo Bazán en La Tribuna.

Fueron además mujeres que rechazaron el matrimonio y se convirtieron en las primeras en afiliarse a sindicatos, entidades republicanas y librepensadoras.

Como en todas las esferas de la vida laboral, social y cultural y sobre todo en las fábricas andaluzas, había una enorme presencia de cigarreras gitanas. Todas ellas de orígenes muy humildes. Barrios como Triana disfrutaban de un urbanismo pensado para la solidaridad. Los patios de vecinas y las corralas -tan propios del entorno trianero- asistieron a una enorme hermandad entre familias humildes andaluzas gitanas y no gitanas que generó una idiosincrasia propia que todavía se recuerda con nostalgia y que “finalizó” con la injusta expulsión de las familias gitanas del barrio en 1957. Las corralas contaban con espacios comunes como lavaderos y cocinas, lo que hacía que la solidaridad de las cigarreras no acabara en las fábricas. Las cigarreras trianeras tenían que tomar una barca para llegar a la Fábrica de Tabacos. Lo hacían en el llamado “Embarcadero de las cigarreras”. Tanto en Andalucía como en barrios periféricos obreros de Madrid y otras latitudes donde trabajaban las cigarreras, se convivía en espacios obreros de puertas abiertas donde se practicaba la crianza colectiva y se cuidaban entre ellas.

La ficción machista cambió el final de las cigarreras asesinando a la gitana sevillana Carmen, convirtiendo su figura y la de muchas gitanas cigarreras en un mito erótico y exótico y el de sus compañeras en un cuento de rivalidades, celos y peleas entre mujeres.

Pero la verdad no fue ésta. Todas sus luchas -desde las más lejanas hasta las más actuales- confirman que, “en nombre de las cigarreras”, nunca hubieran dejado a otra cigarrera en el camino. Ellas sí tenían muy claro quiénes eran sus aliadas y cómo ayudarse en el camino.

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