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Consentimiento no es sinónimo de deseo

Domingo 22 de julio de 2018

Mucho se está hablando de consentimiento en los últimos días y meses, especialmente a raíz del caso de La Manada.

Anita Botwin 18-07-2018 CTXT

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Fotograma de ’Nueve semanas y media’. (Adrian Lyne, 1986)

La vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, manifestó la intención del Ejecutivo de Pedro Sánchez de introducir una modificación del Código Penal que establezca el consentimiento expreso como elemento necesario para la realización del acto sexual: "Si una mujer no dice sí expresamente, todo lo demás es no”.

Esta propuesta ha generado mucho revuelo y dudas. Desde el feminismo en general se ha aplaudido la noticia como una norma necesaria para evitar violaciones y abusos sexuales. Sin embargo, y aunque creo que se trata de un gran avance social y jurídico, veo necesario ir al fondo del asunto, al significado de consentimiento y a los motivos por los que hablamos del mismo.

Más allá de la violencia sexual que existe en este y otros países, creo que somos nosotras mismas las que debemos preguntarnos por qué queremos sexo, cómo y con quién. ¿Queremos sexo para satisfacer los deseos de otros?; ¿queremos sexo porque hay que tener sexo?, ¿para sentirnos deseadas?; ¿queremos un sexo respetuoso o un sexo sin más pretensiones? Un sinfín de preguntas rondan nuestras cabezas, mientras todo el mundo parece tener la clave del consentimiento y del fin de los abusos.

Precisamente y en esta línea traigo a colación el texto de Beatriz Gimeno y el mío sobre “follar con empatía”, porque tiene mucho que ver con el consentimiento el hecho de que construyamos relaciones de consenso.

El problema con el que nos encontramos ahora es el de educar a una sociedad heteropatriarcal –risas enlatadas de los que se ríen de este concepto–, de deconstruirnos con lo que eso conlleva, especialmente los hombres heterosexuales, pero también nosotras mismas. Sí, también nosotras mismas.

El deseo puede llevarnos a consentir prácticas que una vez habiéndonos deconstruido no dejaríamos pasar ni toleraríamos. El porno y la cultura de la violación nos han hecho partícipes de prácticas sexuales que lejos de gustarnos –hablo por la mayoría de las mujeres con las que he hablado– son complacientes y sumisas con la pareja sexual de turno. Nos han acostumbrado a cuidar, dar, satisfacer, antes que cuidarnos o satisfacernos a nosotras mismas y darnos placer.

Desde pequeñas, la masturbación es un tabú. En los hombres, sin embargo, tiende a premiarse, se naturaliza, incluso se hace bromas alardeando sobre sus “capacidades” fálicas. En el colegio se bromea sobre su masculinidad y sexualidad, mientras se ignora e invisibiliza la nuestra. “Tú no te signifiques”, ha sido nuestro mantra. “No llames la atención”. “Esa falda es demasiada corta, esa falda es demasiado larga”. La falta de educación sexual y emocional esconde nuestros cuerpos y cuando al fin vemos algo parecido a la sexualidad nos encontramos con la industria del porno, principalmente misógina y machista, donde nuestros cuerpos son sometidos la mayor parte del tiempo. Cuerpos destinados a satisfacer las fantasías de los hombres, con prácticas sexuales dolorosas, que dañan nuestros cuerpos y en muchas ocasiones, nuestra dignidad.

Es en esa falta de educación sexual donde nos convertimos en sumisas, cuerpos de consumo sexual, cuerpos penetrados por cuantos orificios existan. Es lo que hemos aprendido. Esto me lleva a pensar que a veces el consentimiento va a seguir secuestrado o de la mano de la falta de libertad con nosotras mismas, de la sumisión y el boicot a nuestros propios cuerpos. Es decir, podrá existir consentimiento, pero no por ello irá implícito el deseo ni el consenso, sino las ganas de satisfacer, agradar, gustar, atraer… y muchas otras veces las ganas de que la relación sexual termine cuanto antes, como ocurrió en el caso La Manada y en otros tantos. La necesidad vital de que la relación sexual nada agradable, dolorosa y agresiva termine lo antes posible. Esa es la cultura de la violación que vivimos.

Más allá del consentimiento, del “sólo sí es sí”, debemos trabajar en la empatía y en el pensar en los deseos de los demás. Si un hombre no está respetando o pensando en el deseo de su pareja sexual, por mucho que exista un consentimiento tácito, no se está produciendo una sexualidad libre de violencias.

Consensuar, hablar, dialogar, disfrutar en común, pensar en nuevas formas de sexualidad… ese es el camino de la libertad y la igualdad más allá de los consentimientos.

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