Qué importa que no
sean nazis
si son unos asesinos
Santiago Alba Rico*
CSCAweb (www.nodo50.org/csca), 9 de abril
de 2002
La comparación
de Saramago -exacta al pie de la letra: leed con qué cuidado
dice "en espíritu"- ha tenido la desafortunada
consecuencia de volver a llamar la atención sobre el Holocausto
en detrimento de la Ocupación. Todo se plantea como si
hubiera que demostrar el parentesco de Israel con el nazismo
para poder condenar sus acciones; como si, de no probarse esta
afinidad, los israelíes pudiesen permitirse humillar,
robar, asesinar, conservando siempre la inocencia
Niego que los nazis persiguieran, torturaran y
exterminaran a seis millones de judíos. Niego que Turquía
haya arrasado 3.200 aldeas, haya matado a miles de kurdos y encarcele
a hombres y mujeres por transcribir sus nombres en lengua kurda.
Niego que EEUU haya causado la muerte, directa o indirectamente,
a 25 millones de personas (Corea, Vietnam, Guatemala, Afganistán,
Chile, Argentina, Angola, Panamá, Afganistán, Yugoslavia
y un largo etcétera) desde el final de la Segunda Guerra
Mundial. Niego que los israelíes vuelen casas, arranquen
olivos, volteen ambulancias, tiroteen periodistas, mutilen niños,
ejecuten sumariamente a resistentes y traten de exterminar, mediante
hambre y fuego, a cuatro millones de palestinos. ¿Por
qué? ¿Por qué -quiero decir- el que se atreve
a negar el Holocausto es objeto de un merecido oprobio, ve sus
libros prohibidos y sus declaraciones denunciadas, debe afrontar
el aislamiento, la marginación e incluso la cárcel
y el que niega o silencia o justifica los crímenes de
Turquía, EEUU o Israel -por citar sólo algunos
casos- es en cambio promovido en su carrera, premiado con un
cargo público, recompensado con una columna diaria en
un periódico de gran tirada, adulado con ediciones de
lujo y críticas encomiásticas y, en general, respetado,
bendecido, condecorado y aplaudido?
Afirmo que los nazis persiguieron, torturaron y
exterminaron a seis millones de judíos. Afirmo que Turquía,
EEUU e Israel han abierto tres heridas más en el costado
doliente de la humanidad. Y digo que todos debemos afirmarlo,
so pena de clavar también nuestra navaja de bolsillo en
esa llaga. Y digo que el que no es capaz o no quiere afirmar
todas estas cosas al mismo tiempo no incurre solamente en una
prevaricación moral: se hace cómplice retrospectivamente
-mucho más- de todos los horrores del Holocausto y merece
por tanto el castigo que Nuremberg reservó a los colaboracionistas.
A los condenados de la tierra los hemos condenado
también a moverse en el angostísimo espacio de
estas dos únicas alternativas: la tentación del
odio y la tentación de la bondad sobrenatural. Admiramos
al esclavo bueno y hasta importamos sus creencias, junto
con su café y su cacao, para espiritualizar nuestras digestiones
de los domingos; y, si nos alineamos un poco más a la
izquierda, comprendemos también -sin dejar, eso sí,
de denunciar sus excesos- la rabia y el rencor de los esclavos
malos. Ni siquiera esto les dejamos a los palestinos.
Permitimos a los kosovares que odien al serbio opresor. Permitimos
a los hutu que odien a los tutsi, a los beréberes que
odien a los árabes, a los negros que odien a los blancos.
Permitimos quizás a los timorenses y a los kurdos que
odien a sus verdugos. Permitimos -claro está- que las
víctimas del terrorismo odien a ETA y a Ben Laden
(y permitimos, además, que ese odio se materialice en
bombas termobáricas y patadones de misil). A los palestinos
no. Si un soldado israelí, enrocado en su armadura, pone
de hinojos a un muchacho palestino, le ata las manos a la espalda
y le rompe a culatazos los huesos de los brazos, el odio de ese
palestino constituye un delito inconmensurablemente más
grave -¡antisemitismo!- que la acción de su agresor.
Aún más: el odio del palestino justifica, legitima,
purifica la conducta del soldado. Si "judío"
quiere decir "víctima", si sólo
"judío" quiere decir "víctima",
si todos los judíos -Primo Levi y Sharon, Ana Frank y
Rotschild por igual- son víctimas, entonces "Estado
judío" y "espada judía" y "verdugo
judío" quiere decir "víctima"; y
las víctimas de esas víctimas son los verdugos.
En estos días, tanques judíos desarmados afrontan
a niños que tienen dientes; y aviones indefensos se defienden
de madres que esconden un dolor entre las faldas; y misiles completamente
desprotegidos -como el David de la Biblia- apuntan a altísimos
gigantes de dignidad y de decencia. A esta desproporción
estupefaciente, a esta desigualdad manifiesta entre la tecnología
de guerra desamparada y una humanidad superior, una dignidad
superior y una razón superior los periódicos más
moderados y los políticos más atrevidos la llaman
"combates".
El 'despropósito'
de Saramago
El Holocausto, como la muerte de Cristo, se produjo
en un momento de la Historia, pero se arroga una especie de hiperrealidad
metafísica, ahistórica, siempre sincrónica
que, como la eternidad traumática de ciertas neurosis,
impide reconocer que siguen sucediendo cosas y, aún
más, que seguimos haciendo cosas y que somos responsables
de lo que hacemos. La herida originaria del "Estado judío",
como el trauma originario del neurótico, culpabiliza sin
interrupción al universo; y si se le pilla en falta, entonces
el "Estado judío" culpabiliza al universo de
su propio sentimiento de culpa: a un dolor tan grande no se le
puede reprochar un crimen tan pequeño sin hacerse culpable
de una agresión que es ya la repetición virtual
de la escena brutal de los orígenes. La culpa del que
recuerda al neurótico que también él puede
ser culpable se llama "insensibilidad". La culpa del
que recuerda al "Estado judío" que también
él puede ser culpable se llama "antisemitismo".
Antes del Holocausto no hubo ninguna infelicidad de la que extraer
lecciones (si excluimos, tal vez, la de los hebreos esclavizados
por el Faraón); después del Holocausto, todos los
crímenes son perdonables, salvo la pretensión del
otro de rivalizar en dolor con el dolor "judío":
los gemidos mismos son "antisemitas": la fotografía
de Mohamed Dorra abrazado al cadáver de su hijo es un
instrumento de la conspiración contra el "pueblo
elegido". Escandalizado por las ya famosas declaraciones
de Saramago, su editor en lengua hebrea, Menahem Peri, manifestaba
sentirse muy ofendido: "Sólo si enviáramos
hoy en día a seis millones de árabes a las cámaras
de gas tendría derecho a hacer una comparación
como ésa". ¿Nos damos cuenta? Lo que Peri
quiere decir es que, por debajo de seis millones, todo nos
está permitido, que por debajo de esa cifra nuestra
inocencia está asegurada, que nunca seremos nazis y, por
lo tanto, nunca seremos tampoco "malos"; y que cualquiera
que se atreva a denunciar nuestro modesto baño
de sangre incurre, como Saramago, en "ceguera moral"
y "odio antisemita". Peri puede estar tranquilo: en
Palestina sólo hay cuatro millones de palestinos. Y si
sus tanques indefensos logran matar en estos días a la
mitad, habrá logrado reducir también la base de
esa descabellada comparación -pues sólo quedarán
dos millones. Cuantos menos palestinos queden, más lejos
estará la sombra del nazismo. Y cuando sólo quede
uno, vencido y solitario sobre dos pies gigantesca y exactamente
humanos, ponerlo de hinojos, atarle las manos y romperle los
brazos a culatazos será la prueba y la causa de
nuestra inalienable bondad. Cuando ya no podamos matar a nadie,
ningún "antisemita" podrá reprocharnos
nuestra crueldad.
Las comparaciones son, en efecto, odiosas. Amoz
Oz, buen escritor e izquierdista apócrifo, reaccionaba
también ante el despropósito de Saramago con una
típica proyección freudiana: "La ocupación
israelí es injusta pero compararla a los crímenes
nazis sería como comparar a Saramago con Stalin".
Recuerdo haber leído la anécdota de un hombre que
acudió a una iglesia a confesar sus pecados: "Padre,
he sido injusto... he degollado a mi padre, he violado a mi madre
y he envenenado a mis hermanos". "Pero hijo mío"
-se estremeció el sacerdote- ¡Eso es un crimen!".
Bombardear escuelas y hospitales, ¿es "injusto"?
Arrancar 120.000 olivos, demoler o dinamitar 3.750 viviendas
y expulsar a 40.000 personas en un año, ¿es "injusto"?
Robar 3.669.000 m2 de tierras, ¿es "injusto"?
Disparar a niños a la cabeza, ejecutar a hombres desarmados
en un callejón, privar de agua, comida y luz a la población
civil, ¿es "injusto"? ¿Es "injusto"
marcar los brazos, encerrar en campos de detención, impedir
el paso de las ambulancias, borrar los nombres de las aldeas
palestinas, volar el edificio del Registro de Ramala, asaltar
iglesias e incendiar mezquitas, orinar en los cuartos de los
niños? ¿Considera Amoz Oz sencillamente "injusto"
al kamikaze que hace estallar una bomba en un restaurante de
Tel Aviv? Un tratado puede ser injusto; y puede ser injusto un
castigo; y será injusto, sin duda, que queden sin castigo
los horrores de la ocupación. Pero la ocupación...
la ocupación no es injusta: la ocupación es un
crimen. Y todo el que no lo vea así está sin duda
más cerca de Hitler o Stalin que de Saramago.
La comparación de Saramago -exacta al pie
de la letra: leed con qué cuidado dice "en espíritu"-
ha tenido la desafortunada consecuencia de volver a llamar la
atención sobre el Holocausto en detrimento de la Ocupación.
Todo se plantea como si hubiera que demostrar el parentesco de
Israel con el nazismo para poder condenar sus acciones; como
si, de no probarse esta afinidad, los israelíes pudiesen
permitírse humillar, robar, asesinar, conservando siempre
la inocencia. Pero no os dejaremos conservar la inocencia; no
dejaremos que os llamen nazis; no sois nazis, es verdad: sois
unos vulgares matarifes sin entrañas, asesinos de viejos,
matadores de niños, sucios humilladores de mujeres, ladrones
de tierras, saqueadores de chabolas, puteadores sin principios,
idiotas morales, arrogantes bestias colonizadoras que queréis
engrandecer vuestro país empequeñeciendo vuestra
(toda) humanidad. Pero no os dejaremos conservar vuestra inocencia;
de nada os sirve no ser nazis si sois unos criminales. Al menos
perderéis eso en la matanza de estos gigantes: os estáis
degradando a la medida exacta de vuestros crímenes; venceréis,
pero no nos convenceréis de vuestra pureza; os quedaréis
las tierras y el agua de vuestras víctimas, pero no os
perdonaremos; seréis quizás invulnerables, pero
no nos daréis ya lecciones; os pavonearéis sin
resistencia en el desierto de todos los valores, pero seréis
pequeños, vulgares, miserables, como todos los que construyen
su grandeza mundana sobre su debilidad moral. Israel -dejemos
en paz a los judíos- ya no es el nombre de un pueblo;
es el nombre de un ángel exterminador, la cifra de un
delito, la temperatura de una ideología; y si no os dais
prisa en corregiros, si no recapacitáis enseguida y cambiáis
el rumbo de vuestros pasos, acabaréis borrando el recuerdo
del Holocausto, que contra vosotros tendremos los demás
que mantener con vida; lograréis que cuando se quiera
exagerar, quintaesenciar la "maldad" de un atropello,
nombrar lo más execrable y despreciado o desahogar en
un insulto el dolor de una injusticia ya no se diga "nazi":
se diga "israelita". Y esto, en efecto, tampoco será
justo.
Hace unos días, aupado en su columnita de
un diario nacional, un ex comunista citaba a Sartre para intimidar
a los "antisemitas" que tratan de salvar vidas en Palestina.
Mis noticias de Sartre son mucho más recientes; Sartre
ha escrito hoy, hace un momento, estas palabras que publicó
en 1961, en plena guerra de Argelia: "Primero hay que afrontar
un espectáculo inesperado: el streptease de nuestro
humanismo. Helo aquí desnudo y nada hermoso: no era sino
una ideología mentirosa, la exquisita justificación
del pillaje; sus ternuras y su preciosismo justificaban nuestras
agresiones. ¡Qué bello predicar la no violencia!:
¡Ni víctimas ni verdugos! ¡Vamos! Si no son
ustedes víctimas, cuando el gobierno que han aceptado
en un plebiscito, cuando el ejército en que han servido
sus hermanos menores, sin vacilación ni remordimiento,
han emprendido un "genocidio", indudablemente son verdugos.
Compréndanlo de una vez: si la violencia acaba de empezar,
si la explotación y la opresión no han existido
jamás sobre la Tierra, quizás la pregonada "no
violencia" podría poner fin a la querella. Pero si
el régimen todo y hasta sus ideas sobre la no violencia
están condicionados por una opresión milenaria,
su pasividad no sirve sino para alinearlos del lado de los opresores".
Hay víctimas y hay verdugos: y los que niegan, los que
silencian, los que mienten, los que disculpan, los que matizan
-desde su columna o desde el gobierno- han escogido el partido
inicuo de los segundos.
"Después de Auschwitz, todos somos
judíos", escribió Sartre. Pero el neurótico
que nos recuerda esta cita desde su periódico blindado
olvida que Sartre era un hombre sano, un hombre que no vivía
en el trauma originario sino en el curso de la historia, que
sabía que después de Auschwitz han corrido, siguen
corriendo ríos de sangre, un hombre ante los ojos del
cual seguían pasando cosas. Y que por eso también
escribió en 1961: "Todos somos argelinos". Y
en 1967: "Todos somos vietnamitas". Y en 1975: "Todos
somos timorentes". Un hombre sano que hoy, 7 de abril del
2002, mientras Sharon ha cerrado los campos y ciudades palestinas
para poder bombardearlas sin que nadie le moleste, hubiese escrito
sin duda: "Todos somos palestinos".
Si judío quiere decir víctima, entonces
hoy los palestinos son los judíos. Si judío significa
otra cosa, si significa la esencia inalienable y particular de
un pueblo elegido, la sustancia específica de una raza
o una cultura, nadie puede exigir al Hombre que experimente como
propio su dolor, que condene a los que los gasearon, que se convierta
en "judío" cada vez que sea necesario combatir
de nuevo a sus perseguidores. Pero "judío" significa
víctima; es uno de los muchos -demasiados- sinónimos
que nuestro siglo encogido y sangriento ha forjado para nombrarlas.
Eichmann y Barbie no fueron juzgados por crímenes contra
el "judaísmo"; fueron juzgados por Crímenes
contra la Humanidad. Por eso todas las víctimas -y sólo
las víctimas- son judías (como son afganas, iraquíes,
palestinas, saharauis, kurdas, argentinas, tzotziles, mapuches,
ecuatorianas... ). Por eso Sharon no es judío; por eso
no hay un solo judío en el gobierno de Israel y muy pocos
entre sus ciudadanos (pero dejadme citar aquí el nombre
de algunos valientes "antisemitas" judíos e
israelíes ante los que me inclino con respeto y admiración:
los pacifistas de Gosh Shalom, Uri Avneri, la periodista Amira
Hass, los 257 reservistas refuseniks, Assaf Oron, las
Mujeres de Negro y tantos y tantos otros, víctimas en
su país del rechazo, la marginación y la opresión
de la mayoría).
Todos somos judíos, los judíos son
de todos. Menos de Israel y sus sostenedores; menos del neurótico
encaramado en su columna; menos de Bush y Solana; menos de la
cobarde, lacayuna Unión Europea; menos de los corruptos
y dictatoriales regímenes árabes que se envuelven
en la bandera palestina mientras reprimen a los que se manifiestan
en El Cairo, en Túnez y en Ammán. No sólo
Saramago; hasta Wafá Idris, kamikaze y asesina, tiene
más autoridad moral para hablar del Holocausto que Amoz
Oz o Menahem Peri. Y por eso, mientras los F-16 destruyen el
casco histórico de Nablus y los tanques impiden recoger
a los heridos, hay que decir: "¡Judíos de todo
el mundo, uniós!". Uníos, judíos, contra
el gobierno de Israel, uníos contra el imperialismo y
la guerra global, uníos contra todos los asesinos, los
mentirosos, los negacionistas, los indiferentes, los ventajistas,
los corruptos, los explotadores, aunque no sean nazis.
Refundar Israel
Los israelíes tienen que comprender que
no se puede demorar más la refundación o reconstitución
del Estado de Israel sobre unas bases nuevas, lejos de las "rentas"
del Holocausto y del nacionalismo histérico, místico
y expansionista del sionismo, que ha edificado una Patria ideológica
sobre la manipulación del dolor propio y la multiplicación
del dolor ajeno. Desde el primer momento, el movimiento creado
por Theodor Herzl en 1897 estuvo gobernado por la Razón
de Estado y por la necesidad de privilegiar la construcción
de un Estado judío por encima de cualquier otra cuestión
política o moral. Sólo los nazis tienen menos derecho
a jugar con la tragedia judía de la Soah. Entre
agosto de 1933 y el estallido de la Segunda Guerra Mundial, en
1939, con las leyes de Nuremberg en vigor y después de
la Noche de Cristal, la Agencia Nacional Sionista y el gobierno
de Hitler mantuvieron relaciones económicas oficiales
en el marco del acuerdo conocido como Haavara, que permitía
a los sionistas atraer grandes fortunas judías a Palestina
y a la industria alemana dar salida a sus exportaciones, sometidas
al boicot internacional. El 7 de diciembre de 1938, Ben Gurion
declina la oferta inglesa de acoger a algunos millares de niños
judíos de Austria y Alemania: "Si se me diese la
posibilidad de escoger entre salvar a todos los niños
judíos de Alemania llevándolos a Inglaterra o salvar
sólo la mitad transportándolos a Eretz-Israel,
optaría por la segunda alternativa. Pues debemos considerar,
no sólo la vida de estos niños, sino igualmente
la historia del pueblo de Israel". El 11 de noviembre de
1940 a los refugiados judíos alojados en el Patria,
una nave anclada en el puerto de Haifa, se les niega autorización
para desembarcar en palestina, ofreciéndoseles a cambio
la posibilidad de trasladarse a las Islas Mauricio; la Agencia
Nacional Judía presiona sin éxito al gobierno británico
y el 25 del mismo mes una explosión mata a 240 refugiados
y doce policías, en una operación diseñada
por Eliahu Golomb, amigo personal y brazo derecho de Ben Gurion.
En 1943, mientras se gasea en Treblinka, Sobibor y Auschwitz,
el Congreso sionista americano decide dar prioridad a la creación
de un Estado judío en Palestina, al terminar la guerra,
sobre la salvación inmediata de los judíos europeos.
Todavía en 1944, el notorio terrorista Izhak Shamir, primer
ministro israelí durante la conferencia de Madrid (1991),
negociaba con el ejército alemán en dificultades
la entrega de unos camiones para transporte de tropas (¿o
prisioneros?), a condición de que sólo fueran usados
en el frente de Rusia. Eso es el sionismo. A finales de los años
setenta y principios de los ochenta, el gobierno de Israel armaba
y entrenaba a los escuadrones de la muerte en Bolivia y Guatemala
(250.000 muertos) en operaciones clandestinas cuyo intermediario
era... Klaus Barbie, nazi conspicuo condenado después
en el juicio de Lyon por crímenes contra la Humanidad.
Y la historia sigue, contra todas las ilusiones de la neurosis.
Hace sólo dos meses, el 25 de enero del 2002 el comentarista
militar de Ha'eretz, Amir Oren, escribía en las
páginas de ese periódico israelí: "Para
prepararnos adecuadamente para la próxima etapa, uno de
los comandantes del ejército israelí en los territorios
(ocupados) dijo recientemente que es justificado e incluso vital
extraer lecciones de cualquier fuente posible. Si la misión
es la ocupación de un territorio densamente poblado, o
de la Kasbah de Nablus, y la misión del comandante es
tratar de realizar la misión sin sufrir bajas, de ninguno
de los dos lados, entonces necesita analizar e interiorizar las
lecciones de las batallas anteriores: incluso -por horrible que
pueda sonar- de cómo el ejército alemán
operó en el gueto de Varsovia". Dos meses después,
en Ramalah, en Jenin, en Tulkarem, en Nablus, podemos medir todo
el partido que el ejército israelí ha sabido extraer
de esta lección. Las comparaciones son odiosas cuando
las hace Saramago y se trata de denunciar un crimen; pero si
se trata de prepararlo, entonces son -como se ve- "justificadas
e incluso vitales".
Seguir callando
No podemos seguir callados si queremos conservar
-sencillamente- la salud. Dejadme citar de nuevo, para acabar,
a Sartre, el hombre más sano y más inteligente
del mundo, uno de los pocos verdaderamente grandes en un siglo
de enanos claudicantes y cantamañanas retóricos.
Así se dirigía a los franceses mientras los argelinos
se preparaban a enterrar un millón de muertos, víctimas
de -como dicen algunos de Israel- la única democracia
del norte de África: "No es bueno, compatriotas,
ustedes que conocen todos los crímenes cometidos en nuestro
nombre, no es realmente bueno que no digan a nadie una sola palabra,
ni siquiera a su propia alma, por miedo a tener que juzgarse
a sí mismos. Al principio ustedes ignoraban, quiero creerlo,
luego dudaron y ahora saben, pero siguen callados. Ocho años
de silencio degradan. Y en vano: ahora, el sol cegador de la
tortura está en el cenit, alumbra a todo el país;
bajo esa luz, ninguna risa suena bien, no hay una cara que se
cubra de afeites para disimular la cólera o el miedo,
no hay un acto que no traicione nuestra repugnancia y complicidad.
Basta actualmente que dos franceses se encuentren para que haya
entre ellos un cadáver. Y cuando digo uno... Francia era
antes el nombre de un país, hay que tener cuidado de que
no sea, en 1961, el nombre de una neurosis". Donde dice
"ocho años" escribamos "treinta y cinco";
donde dice Francia, pongamos Israel o -da lo mismo- el mundo.
Israel puede llegar a ser un país y prefiere ser una neurosis;
el mundo podría llegar a ser un planeta ("una unidad
infinita de reciprocidades", dice también Sartre)
y prefiere ser una psicopatía.
¿Sanaremos? La humanidad -como el psicoanalista-
tiene que ocuparse, tiene que seguir ocupándose del Holocausto;
pero la historia, el Derecho, los hombres, tienen que ocuparse
del dolor de cada día, tienen que pedir cuentas de cada
atrocidad nueva, tienen que tratar de impedir las sangrías
venideras. Tienen que ocuparse de la Ocupación. No importa
que los israelíes no sean nazis si son los asesinos; no
importa que los palestinos no sean judíos si son las víctimas.
La neurosis no distingue el pasado del presente, ni la realidad
de la ficción, ni la guerra de la paz, ni culpables de
inocentes; curarse es trazar líneas, restablecer fronteras,
establecer reglas -aunque para ello tengamos que abrir
los ojos y ariesgarnos a quedar tuertos. Sin ese mínimo
de salud no valdrá la pena que siga habiendo un
mundo después de la próxima guerra.
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