Iraq: prohibido sangrar
Santiago Alba Rico*
CSCAweb (www.nodo50.org/csca), 21 de enero
de 2002

Vuelvo de Iraq
con la impresión de haberme asomado a un pueblo quizás
adoctrinado, pero en cualquier caso altamente politizado. Si
las consignas eran prestadas, el entusiasmo, el coraje, la dignidad,
eran suyos. Las consignas, por lo demás -aparte las adhesiones
edípicas al Caudillo, monótonamente repetidas en
todo el mundo árabe-, apuntaban muy rectamente al blanco.
La paradoja del régimen de Sadam, inspirado en el programa
ba'az -socialista y panarabista- y organizado publicitariamente
en torno a una agresión exterior incuestionable y criminal,
es que no puede someter al pueblo iraquí sin enseñarle
algunas cartas. No puede manipularlo sin politizarlo. Sadam Hussein
no engaña a su pueblo con televisión-basura y cantinelas
neoliberales; lo engaña, por así decirlo, con verdades
como puños. Su propaganda vehicula muchos quilates de
realidad.
Todos los días el matón del barrio
entraba en la casa de Mecencio y le asestaba una cuchillada.
"Puedes morirte", le advertía, "pero que
no te vea sangrar. No soporto la sangre. Y además, si
sangras, ¿no van a pensar los vecinos que te estoy matando?".
Todas los días, el pobre Mecencio, mientras
el matón le acuchillaba, se concentraba y se concentraba.
Pero no había nada que hacer: sangraba. "Lo haces
a propósito", se enfurecía el matón,
"alguien te está mal aconsejando. Confiesa, ¿quién
te está obligando a sangrar?".
Digámoslo muy rápidamente: a Iraq
no sólo se le impide comer, respirar, leer, vacunarse;
a Iraq, además, se le prohíbe sangrar.
Al día siguiente de mi regreso de Bagdad,
leo un artículo de
Thomas Nagy de septiembre de 2001[1] y lo que he visto sobre
el terreno se ordena en mi cabeza en un vasto, magistral, mosaico
de destrucción. Se trata sólo -por desgracia- de
un botón en una mercería. A partir de documentos
desclasificados de la Agencia de Inteligencia Defensiva (AID),
fechados en 1991, el periodista de The Progressive demuestra el propósito
estadounidense, premeditado hasta el último detalle, de
utilizar el embargo para privar a la población iraquí
de agua potable. Los daños producidos a las potabilizadoras
y las conducciones hidráulicas por los bombardeos, unidos
a la prohibición de importar cloro y piezas de repuesto,
llevará -dice el documento- a la "degradación
total" del sistema de suministro en menos de seis meses.
No se puede leer sin un estremecimiento la fría enumeración
de las consecuencias de esta maquinación contra la población
iraquí: "El resultado será que la mayoría
de la población sufrirá la escasez de agua pura
para beber; esto puede llevar a que el índice de enfermedades
aumente, por no hablar del riesgo de epidemias", "a
menos que se purifique el agua con cloro, habrá epidemias
de enfermedades como el cólera, la hepatitis o el tifus",
"las plantas de procesamiento de alimentos, las eléctricas
y, en especial, las farmacéuticas, necesitan agua extremadamente
pura libre de contaminantes biológicos", "Iraq
sufrirá cada vez más cortes de suministro de agua
pura debido a la falta de productos químicos y filtros
de desalinización. La incidencia de enfermedades, incluyendo
epidemias, aumentará, a menos que la población
tenga la precaución de hervir el agua", "las
enfermedades que tienen más posibilidades de aparecer
durante los próximos 60 a 90 días son las siguientes:
diarrea (en especial en niños); enfermedades respiratorias
agudas (catarros y gripe); tifus y hepatitis A (en especial en
niños); sarampión, difteria y pertusis (en especial
en niños); meningitis, incluida meningococal (especialmente
en niños); cólera (posible, aunque menos probable)".
Por lo demás, a fin de que el Pentágono se adelante
a estas artimañas, la AID alerta -en un tono cínicamente
acusatorio- de la posibilidad de que "Iraq trate de burlar
las sanciones de NNUU para importar estos productos vitales (cloro,
filtros, tuberías)" o "intente convencer a NNUU
o a países individuales de eximir del embargo, por razones
humanitarias, los productos para el tratamiento de aguas".
Estos documentos, que pueden consultarse en la página
web del Pentágono, permanecen inéditos; con excepción
del escocés Sunday Herald y el Orlando Sentinel,
ningún periódico consideró suficientemente
relevante la denuncia de Nagy como para recogerla en sus páginas.
A lo largo de los últimos diez años
las previsiones de la AID se han ido cumpliendo trágica
y rigurosamente. EEUU ha sido en todo momento consciente de los
daños que en éste y en otros terrenos (uranio empobrecido,
prohibición de importar aparatos de radioterapia, laparoscopias,
escáner, piezas para la reparación de pozos petrolíferos
o de centrales eléctricas, por citar sólo algunos
ejemplos) iba a provocar en la población civil iraquí
con su política de bombardeos y sanciones. Lo que el documento
expone a la luz del día, para los que aún razonan
en bizantino, es que las sucesivas Administraciones estadounidenses
no han permanecido indiferentes a las consecuencias de su intervención:
esas consecuencias eran el objetivo de su intervención.
O sin ambages: que el gobierno de los EEUU se ha alegrado,
como cualquiera que consigue lo que se propone, de haber matado,
en la última década, a un millón seiscientos
mil iraquíes (la mitad de ellos niños). "Valía
la pena", contestó Madeleine Albright, como se recordará,
preguntada en 1996 por las víctimas civiles del embargo
-frotándose las gordezuelas manitas de regocijo bajo el
globo de la barriga. También la mayor parte de los estadounidenses,
esos estadounidenses que votan a sus gobiernos y apoyan el linchamiento
de Afganistán; esos estadounidenses que han aportado medio
dólar para la asistencia a los refugiados afganos mientras
donan 300 millones para el zoo de Kabul; esos estadounidenses
que se escandalizaron, después del 11 de septiembre, ante
la alegría manipulada de un puñado de palestinos,
también víctimas suyas y que no habían hecho,
al contrario que ellos, otra cosa que alegrarse; también
la mayor parte de los estadounidenses se alegra. "Vale
la pena que hayan aumentado en un 460% los casos de cáncer
en Basora; vale la pena que Ali Hamed muera de neuroplastoma;
vale la pena que Zainab y Mustafa no tengan piernas; nuestra
gasolina sigue siendo muy barata, nuestras multinacionales siguen
siendo las primeras del mundo, nuestros supermercados revientan
de chucherías".
Pero, para hacer honor a la verdad, hay que reconocer
que el Pentágono no sólo se alegra de los efectos
letales de su agresión a Iraq; también, en otro
sentido, le preocupan. Después de exponer, como hemos
visto, la relación directa e inducida entre la intervención
estadounidense y la degradación de las condiciones sanitarias
de la población, el documento de la AID advierte: "es
posible que el gobierno iraquí culpe a EEUU de los problemas
de salud pública ocasionados por el conflicto militar".
Y también: "el gobierno iraquí podría
utilizar como propaganda el aumento de las enfermedades endémicas".
¡Que Sadam Hussein no diga que hemos hecho lo que nosotros
admitimos haber hecho!
Todos los que hemos participado en la delegación
de la Campaña Estatal por el Levantamiento de las Sanciones
a Iraq que acaba de regresar de Iraq (organizada por el Comité
de Solidaridad con la Causa Árabe, a cuya infatigable
labor quiero rendir homenaje desde aquí), todos hemos
verificado a ojo desnudo los efectos de los que habla la AID;
los hemos visto en una Basora semiborrada por las aguas estancadas,
drenada en vano, día y noche, por toneladas de arena;
e incluso en los grifos del antiguo Sheraton, de los que mana
un líquido turbio y balbuciente. Hemos visto también
-sí- la propaganda de la dictadura iraquí. Los
iraquíes -no se nos escapa- nunca se atreverían
a sentir hambre ni a perder un ojo ni a desarrollar un neuroplastoma,
ni siquiera a sangrar, sin la autorización manipuladora
del régimen de Bagdad. Es sabido que durante la operación
Zorro del Desierto (diciembre de 1998), que ocasionó
decenas de víctimas civiles, los iraquíes alcanzados
por los misiles esperaban para sangrar a que Sadam Hussein se
lo ordenase. "Sangrad cuando os disparen", ordenaba
y entonces los Iraqíes se ponían a sangrar. "Adelgazad
si no coméis lo suficiente", les adoctrina desde
la televisión y sólo entonces los iraquíes
pierden peso. "Llorad cuando mueran vuestros hijos",
conmina a las madres con su gesto más severo y sólo
entonces las madres iraquíes se ponen a llorar. Las calles
de Bagdad y Basora, junto a las grandes esquelas de tela, negras
y amarillas, que anuncian los muertos del día; las paredes
de las escuelas y los hospitales; los muros de las casas exhiben
las mismas monótonas consignas: "Sangrad cuando os
disparen", "adelgazad si no coméis", "llorad
si os duele". Propaganda. Los ciudadanos iraquíes
son adoctrinados desde pequeños, en las escuelas, a través
de los cuadros del partido y de los medios de comunicación,
para sobresaltarse ante el zumbido de los aviones, para sentir
frío si les falta un abrigo, para sangrar -sí-
cuando una bomba les arranca el brazo. Tengo la convicción
de que si no fuesen permanentemente aleccionados, instruidos,
manipulados, no sentirían nada cuando les pinchan, ni
se les ulceraría la piel cuando les queman, ni dejarían
de respirar después de muertos. En el Hospital Pediátrico
de Bagdad acaricié a Hamid (6 años) la cara -cubierta
de tumores- y Hamid se quejó disciplinadamente; y su madre,
a su lado, en un marcial automatismo, puso inmediatamente la
mano en la de su hijo y me miró con la humedad aprendida
más triste de la tierra. Y siempre tuve la impresión
-lo confieso- de que, al paso de la delegación, todos
los niños se fingían delgados. Si EEUU hiciese
lo que ha hecho, lo que sigue haciendo, y Sadam Hussein no fuese
un dictador, los huérfanos de Iraq -es evidente- estarían
contentísimos, los enfermos de leucemia agonizarían
cantando el himno americano y todos bailarían al paso
de los aviones que vienen a bombardear sus casas; si EEUU hubiese
destruido el sistema de abastecimiento de agua y de suministro
eléctrico y la red de alcantarillado y 3.200 escuelas,
si impidiese equipar los hospitales y reparar los tractores,
si matase de hambre a los niños e hiciese abortar a las
mujeres, pero Sadam Hussein creyese en los principios democráticos,
entonces el millón y medio de muertos de la última
década llenaría sin duda de alegría a sus
familias como llena de alegría a los estadounidenses.
No es Sadam Hussein quien obliga a sangrar a los
iraquíes; son EEUU e Inglaterra, junto con sus cómplices
europeos, los medios de comunicación y la opinión
pública en general, los que les prohíben sangrar
después de herirlos. Queremos que se mueran de espaldas
y en cuclillas. Queremos que se mueran sin que se note. Y nosotros,
es verdad, apenas lo notamos. Para ello hemos ensamblado un tinglado
prodigioso de silencio y medias palabras; con el silencio silenciamos
su suplicio y nuestro crimen; con las medias palabras apalabramos
la monstruosidad de Sadam Hussein de tal manera que toda reacción
nos parezca proporcionada a su monstruosidad, incluido el asesinato
de 750.000 niños. Contra Sadam Hussein, los defensores
de la Moral y del Derecho podemos hacer de nazis sin conmovernos.
Regresar de Iraq
Confieso que no puedo evitar una fibrilación
de enfado cada vez que en estos días hablo de aguas residuales
y niños muertos y mi interlocutor menciona, casi inevitablemente,
como en un reflejo pauloviano, el nombre de Sadam. También
algunas voces aisladas dentro de la delegación (por lo
demás honradísimas) expresaron durante el viaje,
con fina sensibilidad moral, su temor a estar siendo manipulados
o utilizados por el régimen iraquí. En este punto
me mostraré tajante: el solo hecho de convocar el nombre
de Sadam mientras se describe el horror deliberadamente infligido
por EEUU a la población civil de Iraq justifica los 110.000
bombardeos, las 300 toneladas de residuos radioactivos, la malnutrición
infantil, las malformaciones congénitas, la destrucción
-en fin- de la totalidad de un pueblo. A cambio me resignaré
a aceptar -oigo ya la objeción- que la denuncia de la
política exterior norteamericana y de los crímenes
imperialistas justifica los atentados contra las Torres Gemelas.
Con una diferencia: si me hubiesen preguntado, si me hubiesen
dado a elegir, yo jamás hubiese votado a favor de la pesadilla
del 11 de septiembre; y en cambio, a ésos que justifican
el embargo y sus atroces consecuencias, de algún modo
se les ha preguntado y han votado que sí.
Hay que ser muy ingenuo o muy malo para pensar
que la autodeterminación del pueblo iraquí depende
principalmente del derrocamiento de Sadam Hussein. ¿Bastará
su desaparición para que haya democracia en Iraq? ¿En
qué mundo? ¿Será EEUU quien le otorguen
y garanticen las libertades? ¿Ha sido ése el principio
que ha guiado, en los últimos cien años, su política
exterior? Sabemos y olvidamos todo el tiempo, como esos animales
que comen y evacuan sin interrupción. En 1980 el ejército
iraquí agredió a su vecino Irán con apoyo,
financiación y armamento estadounidense. Hasta noviembre
de 1989, primero con Reagan y después con Bush padre,
Sadam recibió "agentes patógenos mortales"
-cianuro y gas nervioso, entre otros- del centro del ejército
para investigación bacteriológica de Fort Detrick.
Después de la matanza de kurdos en Halabja en 1988, que
el gobierno norteamericano silenció (rechazando incluso
la imposición de sanciones exigida por el Comité
de Relaciones Exteriores del Senado), el Departamento de Estado
negó las revelaciones hechas por Charles Glass, corresponsal
de ABC TV, acerca del emplazamiento de uno de los programas de
armas biológicas de Sadam; emplazamiento que la propia
administración Bush denunciaría años después,
al término de la Guerra del Golfo, cuando "nuestro
hombre" pasó a convertirse en un "asesino de
masas". El propio Bush, todavía en diciembre de 1989,
autorizó nuevos préstamos a su amigo Sadam a fin
de "aumentar las exportaciones de EEUU" y estar así
"en mejor posición para hablar de derechos humanos".
Las quejas de la oposición en el exilio invitan a pensar
que, hasta el 11 de septiembre, EEUU ha seguido apoyando pasivamente
al régimen de Sadam Hussein -al mismo tiempo que asesinaba
a su población-, bien porque no ha encontrado todavía
un clon con otro nombre para sustituirlo, bien porque le interesa
mantenerlo ahí como alibí para seguir debilitando
a una gran potencia de la zona, llave -junto a Irán y
Arabia Saudí- del acceso a las mayores reservas petrolíferas
del planeta.
¿Es la dictadura la preocupación
central de EEUU en Iraq? ¿Lo era cuando derribó
el gobierno democrático de Arbenz en Guatemala para que
los militares pudieran degollar a los campesinos del Quiché?
¿Cuando intervino en Irán contra Mussadaq para
restablecer la tiranía del Shah? ¿Cuando asesinó
al presidente electo Salvador Allende para que Pinochet "desapareciese"
a tres mil chilenos? Sólo el listín telefónico
es más largo que el de los dictadores apoyados por EEUU:
Duvalier, Marcos, Suharto, Hassan II, Fahd, Videla, Trujillo,
Mobutu, Reza Pehlevi, Sabah, y un etcétera tan extenso
y tan surtido como sus instrumentos de tortura. ¿He sido
utilizado por el régimen iraquí? Personalmente
he tenido la sensación, por el contrario, de ser yo el
que estaba utilizando al régimen iraquí -muy modestamente,
eso sí- contra el imperialismo y contra el régimen
iraquí mismo. Se me ocurren muchas formas de dependencia
y opresión al margen del capitalismo imperialista, pero
no se me ocurre ninguna de liberación en su seno; la condición
mínima (aún si no suficiente) de toda autodeterminación
para Iraq, como para el resto del planeta, pasa por la derrota
de la agresión armada y económica de las potencias
capitalistas. Nada tiene, pues, de paradójica en este
mundo perro la siguiente afirmación: los que "apoyamos"
a Sadam -según la moralina mediática- contra el
imperialismo norteamericano estamos luchando contra la dictadura
iraquí y a favor de las libertades mucho más que
los que combaten a Sadam para poner (o para que finalmente pongan)
un dictador amigo en su lugar.
Vuelvo de Iraq con la impresión de haberme
asomado a un pueblo quizás adoctrinado, pero en cualquier
caso altamente politizado. Si las consignas eran prestadas, el
entusiasmo, el coraje, la dignidad, eran suyos. Las consignas,
por lo demás -aparte las adhesiones edípicas al
Caudillo, monótonamente repetidas en todo el mundo árabe-,
apuntaban muy rectamente al blanco. La paradoja del régimen
de Sadam, inspirado en el programa ba'az -socialista y
panarabista- y organizado publicitariamente en torno a una agresión
exterior incuestionable y criminal, es que no puede someter al
pueblo iraquí sin enseñarle algunas cartas. No
puede manipularlo sin politizarlo. Sadam Hussein no engaña
a su pueblo con televisión-basura y cantinelas neoliberales;
lo engaña, por así decirlo, con verdades como puños.
Su propaganda vehicula muchos quilates de realidad. Tengo aquí,
delante de los ojos, por ejemplo, la última edición
del manual de Historia -cuatro papeles mal grapados- usado en
las escuelas de bachillerato en Iraq y el último capítulo
("¿Por qué a pesar de sus enormes riquezas
el mundo árabe permanece subdesarrollado e infraindustrializado?")
se aparta muy poco de lo que yo mismo contaría -contaré-
a mis hijos dentro de unos años. Ojalá hubiese
menos "libertad" en nuestros países y nuestros
niños estudiasen alguna cosa seria. En todo caso, el régimen
de Sadam está armando políticamente a su pueblo,
sin saberlo, para que, cuando termine el terror USA, los iraquíes
no soporten sino la libertad.
En Bagdad se me acercan uno, dos, diez niños con la victoria
en la punta de los dedos. Uno de ellos se llama Bakri, tiene
nueve años y vive en el barrio de Al-Amiriya, donde en
1991 dos misiles estadounidenses derritieron en cuatro minutos
-literalmente- a cuatrocientas dieciséis mujeres y niños
que se creían protegidos en un refugio. "¿Qué
quieres ser de mayor?", le pregunto. Bakri me mira en un
chispazo. "Quiero crecer lo más rápidamente
posible para combatir a los americanos".
EEUU hace bien en matarlos tan pronto, ya lo vemos. Ejecuciones
aleatorias preventivas. El documento de la AID anticipaba fielmente
los efectos deseados: todos los meses el embargo mata a cinco
mil terroristas menores de cinco años.
Bakri, por su parte, hace bien en darse tanta prisa;
tiene que hacerse mayor antes de que lo maten. Tiene que hacerse
mayor en días contados.
Notas
1. Publicado en The
Progressive y,
en traducción
al castellano, en
CSCAweb.
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