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*Luis Mesa y Rodobaldo Isasi son, respectivamente investigador y colaborador del Centro de Estudios sobre África y Medio Oriente (CEAMO) de La Habana, Cuba

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Las tensiones en las relaciones Washington-Riyadh tras el 11-S y el nuevo plan de paz saudí

Luis Mesa y Rodobaldo Isasi*

CSCAweb (www.nodo50.org/csca), 25 de marzo de 2002

Un curioso efecto derivado de los acontecimientos del 11-S ha sido el incremento de las tensiones en las relaciones entre EEUU y Arabia Saudí, agravando la ya delicada situación que venían experimentando desde el segundo mandato de la Administración Clinton, ya entonces en relación a la figura de Osama bin Laden y la red al-Qaeda y sus conexiones familiares y financieras con la familia real saudí. La repetida oposición del príncipe Abdullah Ibn Abdelaziz a que se desarrollen acciones contra Iraq, así como sus críticas al apoyo de EEUU a Israel contribuyen a aumentar la complejidad de la situación, en un momento crítico para la región y tras la presentación saudí deun nuevo plan de paz árabe-israelí

Un curioso efecto derivado de los acontecimientos del 11 de septiembre, ha sido el incremento de las tensiones en las relaciones entre EEUU y Arabia Saudí. El origen saudí de Osama bin Laden, el constante apoyo financiero que su organización al-Qaeda ha recibido en todos estos años de parte de individuos con diversos niveles de vinculación con la estructura del poder saudí [1], la nacionalidad saudí de 15 de los 19 ejecutantes de los atentados terroristas, el reconocimiento de Riyadh al gobierno talibán afgano, el hecho de que decenas de detenidos en la Base de Guantánamo sean también saudíes, y la catalogada como insuficiente colaboración saudí en las investigaciones norteamericanas respecto a los atentados de al-Khobar, o en el propio expediente Bin Laden, son todos elementos que han contribuido a poner el análisis de la realidad saudí en un plano importante.

Esta tendencia de tratamiento informativo y análisis, se ha venido dando tanto en los medios de prensa, como en el sector académico, como dentro de la política y comunidad de inteligencia de EEUU. Si durante años lo predominante fue evitar generar críticas y presiones hacia el Reino, argumentando su importante papel como suministrador energético a la economía internacional, y explicando sus contradicciones de poder y políticas como congruentes con un particular contexto de desarrollo histórico, hoy se está experimentando un cuestionamiento cada vez mayor del proyecto de los Saud y de su estabilidad, exhortándose a su imprescindible e impostergable reformulación, para lidiar mejor con futuras convulsiones, rechazar al extremismo y favorecer el debate democrático [2]. Desde la óptica estadounidense, las restricciones políticas, culturales y sociales, unido a la carencia de libertades de expresión, han estado en el centro de la crítica. La conocida popularidad de la figura de Bin Laden dentro de la población saudí y especialmente dentro de la mayor parte de la juventud, no podía ser elemento más irritante y motivador de resentimientos en la presente coyuntura.

Relaciones EEUU-Arabia Saudí: el impacto del 11-S

En el plano bilateral, las relaciones entre Washington y Riyadh hoy se encuentran en una etapa difícil. Los trágicos acontecimientos del 11 de septiembre en Nueva York y la capital federal, agravaron las tensiones que se venían experimentando desde el segundo mandato de la Administración Clinton, cuando los propios medios estadounidenses dejaron por sentado el interés del presidente demócrata de destruir a Osama bin Laden y a su red al-Qaeda, con la intervención directa de la CIA.

No es menos cierto que Arabia Saudí anunció su apoyo político a la guerra de EEUU contra el terrorismo, respondiendo inmediatamente a la petición incondicional de la Administración Bush, pero ello no fue suficiente como para apaciguar los crecientes ánimos de contrariedad y condena expresados en los medios de difusión, y en un importante segmento de la comunidad de pensamiento, fundamentalmente de aquella próxima al lobby judío con un mayor nivel de expresión confrontacional antiárabe [3].

La repetida oposición del príncipe Abdullah Ibn Abdelaziz a que se desarrollen acciones contra Iraq, así como sus críticas al apoyo de EEUU a Israel contribuyeron a aumentar también la complejidad de la situación. Según palabras de Abdullah: "EEUU no sólo suministra equipamiento militar al ejército israelí, sino que también le brindan un considerable apoyo político y financiero. Pedirle a Arabia Saudí que ciegamente apoye la agenda norteamericana que respalda a Israel y desarrolla una guerra contra el terrorismo que está dirigida principalmente contra musulmanes, sólo promueve una mayor división del apoyo público interno" [4].

Esta inusual campaña informativa crítica contra los saudíes ya impacta notablemente a la opinión pública norteamericana, y se constata una nueva visión muy negativa del país. Una encuesta reproducida por el Washington Post [5], brindó cifras realmente sorprendentes, cuando el 44% de los consultados consideró a Arabia Saudí como un país que apoya el terrorismo; por debajo de Iraq (70%) e Irán (64%), pero por encima de otro de los miembros del "Axis of Evil": Corea del Norte (38%), y de otro tradicional Estado delincuente de pésimas relaciones con Washington como lo es Siria (35%).

En el plano práctico también ha llamado la atención que el Departamento de Defensa no haya considerado al Reino como un aliado en la guerra contra el terrorismo, cuando sí ha incluido a otros actores regionales como Turquía, Egipto, Jordania, Kuwait, Qatar y Emiratos Árabes Unidos.

El plan de paz saudí

El nuevo plan de paz saudí para el Medio Oriente [6] que llamó al reconocimiento árabe del Estado de Israel a cambio de la retirada total de los territorios ocupados en 1967, merece particular atención. Aunque algunas lejanas similitudes pueden encontrarse con el Plan Fahd (o Plan Fez de 1981, que proponía la retirada total israelí de los territorios ocupados en 1967, la terminación de la situación de guerra con Israel y la aplicación del derecho de retorno de los refugiados palestinos), la generación de la nueva propuesta saudí, que por primera vez habla oficialmente de "normalizar" relaciones con Israel, está estrechamente ligada tanto a las actuales dinámicas regionales, como al estado de sus relaciones con Washington. Riyadh ha estado necesitada de mostrar alguna iniciativa positiva o gesto que contribuya a mejorar sus relaciones con EEUU.

El plan retoma el espíritu de las resoluciones 242 y 338 respecto a la retirada israelí, y el principio negociador de "tierra por paz", pero no abordó el tema del derecho al retorno de los refugiados (resolución 194). Es una oferta política importante, una señal en favor de la solución pacífica, un intento por abordar un tema tabú en la política interárabe, una plataforma exhortativa y extremadamente sintética que obviamente requiere de posteriores pasos concretos y planes detallados. Este grado de simbolismo fue en buena medida correspondido por otra iniciativa también altamente simbólica, igualmente general y poco precisa: la aprobación de la resolución 1397 del Consejo de Seguridad que, a propuesta de EEUU, recogió explícitamente el concepto de un Estado palestino, con fronteras reconocidas y seguras.

La iniciativa saudí constituye un gesto político inédito, un "hecho significativo" según Kissinger, en momentos en que EEUU implementa su guerra contra el terrorismo global con un consenso destacable no exento de críticas, mientras paralelamente tiene lugar la segunda Intifada palestina, cuyo baño de sangre y destrucción de inmuebles civiles y oficiales de la Autoridad Nacional Palestina ubicados en los territorios autónomos de Gaza y Cisjordania, reafirma la extrema complejidad de este conflicto. La aguda crisis, ha sido acompañada de una perenne interrogante respecto a la posibilidad o no de rescatar las colapsadas negociaciones, con la tutela de Washington y la Unión Europea, como facilitadores en lo esencial.

La iniciativa, o en realidad, declaración de principios del príncipe heredero Abdullah, emerge en instantes en que la Administración Bush había roto la postura más "equilibrada" de su predecesor demócrata, quien se empleó a fondo en su papel personal de mediador. Sin embargo, el presidente Bush reaccionó inmediata y positivamente a la iniciativa saudí ratificó el liderazgo de Yasser Arafat, (en reto abierto a las pretensiones del primer ministro israelí Ariel Sharon de descalificar al presidente de la Autoridad Nacional Palestina), dialogó directamente con el príncipe Abdullah y despachó rápidamente hacia Riyadh al director de la CIA George Tenet [7].

La vital reacción de Bush, que en alguna medida revalidó el derrotero seguido por Clinton, contrastó con algunas expresiones de dudas e interrogantes generadas en el seno de la administración, cuyo punto más llamativo había sido la inicial magra proyección del secretario de Estado Collin Powell, que consideró a la propuesta saudí como "uno de los muchos acontecimientos menores que ocurren en el Medio Oriente" [8]. Luego rectificaría valorándola como "paso importante".

Si ahora en el difícil proceso negociador medioriental se pudiera contar de manera más decisiva con un actor árabe, conservador y aliado de EEUU, como lo es Arabia Saudí , sería un elemento que no se podría menospreciar, lo que devendría como una suerte de condición sine qua non para la política norteamericana hacia la región, máxime si ese mismo actor puede reforzar la relación de futuros contribuyentes al desarrollo del Estado palestino en cualesquiera de sus variantes político-administrativas posibles.

El alto protagonismo personal del presidente Clinton para alcanzar un resultado tangible en materia de paz, se caracterizó por el constante ejercicio de persuasión sobre Yasser Arafat, para entre otros objetivos, obligarle a neutralizar al segmento ultrarradical de las organizaciones político-militares palestinas, a las que si bien, en el plano táctico les asiste la legitimidad de la defensa frente a la opción de terrorismo de Estado (desarrollado en la actualidad por la parte beligerante del gobierno de unidad nacional, y en particular por el gabinete de seguridad de Sharon), en lo estratégico parecen distanciarse definitivamente del esfuerzo hacia una perspectiva real de paz.

La beligerancia infinita contra Tel Aviv, promulgada a ultranza por algunos grupos palestinos de inspiración islámica extrema, ha conspirado de forma constante contra el proceso iniciado hace poco más de un decenio en la conferencia de paz de Madrid. A la postre, esta racionalidad sólo servirá para enriquecer los argumentos enunciados por Washington y su percepción de superpotencia en la lucha contra el "terrorismo global", y para fortalecer las necesidades y requerimientos de seguridad nacional de Israel, aún cuando en la lógica interacción de los microobjetivos israelíes y los macroobjetivos que asisten a Washington en materia geoestratégica y de energéticos, provoquen desencuentros coyunturales entre ambas capitales.

Sharon y su obstinación en liquidar el liderazgo de Arafat, constituyen hoy un obstáculo político, tal como en su momento lo fuera el ex premier Netanyahu, que comenzó a ver su descenso y ulterior caída con el escándalo Shasgate, colofón de su impopular política antinegociadora con los palestinos. Los dos líderes israelíes fracasaron en brindar seguridad a su población, porque al apostar por una errática política de terrorismo de Estado, lo único que incentivaron fue la repulsa de la comunidad internacional -de modo destacado la Unión Europea, Rusia y China- a la vez que sumaron adeptos al concierto liberal dentro y fuera del país. Pero más importante aún fue el estímulo proporcionado a la Intifada, que en la actualidad amenaza al gobierno de unidad nacional, y sigue poniendo en primerísimo plano el legítimo derecho palestino a la constitución de su Estado independiente.

El pragmatismo que ha animado a la propuesta negociadora del príncipe Abdullah, pone de manifiesto además, el agotamiento marcado en el concierto de actores regionales en relación a un conflicto que tiene más de medio siglo de duración con cinco guerras y dos Intifadas. La actual Intifada al-Aqsa ha favorecido también la movilización de la comunidad internacional, marcando un reactivado desafío real para Israel, el que, a pesar de volver a recurrir a la fuerza más brutal y excesiva contra los palestinos provocando destrucción y más de mil muertes, no ha podido tampoco garantizar su seguridad interna al sufrir más de 300 víctimas.

La iniciativa de Abdullah revela la búsqueda de un espacio de coexistencia con el adversario estratégico más importante, que es Israel, cuya expresión de Estado abraza a una Nación común, pero con muy marcados grados de pluralidad multifacética y una democracia representativa de sello propio. Su particular desarrollo capitalista, contempla fuertes conexiones con el Primer Mundo a la vez que preserva formas de organización social muy específicas como los kibbutz, a lo que se añade un potencial económico y financiero con peso significativo para interactuar en la región. Un futuro Israel, despejado de la alternativa sionista y sus presupuestos extremistas que le han sido consustanciales, representaría un referente complicado para sociedades árabes con presencia de monarquías dinásticas y absolutas en los albores del siglo XXI. No obstante no puede dejarse de tener en cuenta que estas particulares estructuraciones del poder, aparecen, en diverso grado, inmersas también en esfuerzos de reformulación política y social, y asumen gradualmente los retos de su transformación y perfeccionamiento.

Islamismo y poder político en Arabia Saudí: los retos actuales

Según han señalado una buena cantidad de autores, llevar adelante nuevas reformas puede ser el mejor antídoto para neutralizar a las tendencias islámicas más radicales que se han venido desarrollando en las últimas décadas a partir de los problemas económicos, políticos y sociales que ha venido enfrentando el Reino, y que han encontrado receptividad en parte de la población. Según Gwenn Okruhlik: "El caso saudí es especialmente interesante debido a que los movimientos islámicos, incluso bajo las restricciones de un sistema político autoritario, han sido capaces de desarrollar con efectividad, redes clandestinas amorfas a lo largo de todo el país" [9].

Es importante tener en cuenta que, históricamente, el poder de la familia Saud siempre ha encontrado legitimidad religiosa, primero para su conquista y luego para la conformación y dominio de su Reino, en simbiosis con la familia de los Wahhab. Estos generaron una visión ortodoxa del Islam, los "unitaristas" (muwahidun), comúnmente conocidos como wahabitas. Hasta hoy han dominado el poder religioso en el país y paulatinamente han aumentado su control sobre los asuntos sociales y educacionales del país. La doctrina puritanista del wahabismo, en ocasiones se ha escapado del control central y brindado las bases para la oposición al propio poder central, como fue la rebelión de la Ikhwan en 1929, la toma de la Mecca [10] en 1979, o hasta la propia proyección abiertamente contestataria de Osama Bin Laden en los años noventa.

El estado de abundante bienestar que dominó las primeras décadas de vida del Reino a partir de la enorme renta petrolera, ha comenzado a debilitarse en los últimos lustros, y aunque aún se mantienen importantes gratuidades, subsidios y apoyos del Estado, cada vez son más cuestionados los mecanismos de redistribución de la riqueza, los excesos de la familia real, y las ineficacias sistémicas. La población se ha duplicado en los últimos años llegando hoy a más de 20 millones; el ingreso per cápita ha disminuido en un 50 %; el desempleo es superior al 10 %; el proceso de saudización de la economía no ha rendido frutos y todavía hoy la mano de obra extranjera ocupa el 70% (sector público) y 90% (sector privado) de los empleos [11].

Durante las décadas de los 60 y 70, Riyadh siempre estuvo interesada en la propagación de una visión ortodoxa islámica como alternativa al avance de las plataformas nacionalistas y de corte socialista en la región medioriental, estrechando relaciones y financiando algunos movimientos políticos de base islámica en la zona. Durante los años 80 el Reino dedicó grandes esfuerzos a reforzar su legitimidad islámica ortodoxa, invirtiendo notablemente en el proyecto educativo. Por una parte se pretendían contrarrestar las ideas de una nueva tecnocracia que se había formado en instituciones occidentales, y que regresaban al Reino con propuestas alternativas de organización política, económica y social; y por otra, resultaba un antídoto fundamental frente al embate antimonárquico de la Revolución iraní y sus inmediatas propuestas de transformación múltiple. Esta revitalización de la ortodoxa islámica en los 80, se vio además favorecida por el apoyo saudí para la instrucción religiosa y militar de miles de guerrilleros saudíes, árabes, y mujahedines afganos que participaron en la guerra contra la presencia soviética en Afganistán. El debate de base islámica y las tendencias de críticas al poder central se incrementaron notablemente a principios de los 90, luego de la guerra del Golfo, añadiéndose a las críticas tradicionales a la corrupción y a las inequidades en la distribución de la riqueza, el factor de la alianza militar con Washington, su elevado costo y la presencia de infieles en tierra sagrada. Las conocidas demandas y peticiones al rey, firmadas por importantes figuras religiosas y académicas, junto a algunas pocas protestas abiertas, propiciaron que se llevaran adelante algunas reformas limitadas, la proclamación del Sistema Básico de Gobierno, y la constitución del Consejo Consultivo (Majlis as-Shura).

Desde 1995, y debido al deterioro de la salud del Rey Fahd, el príncipe heredero Abdullah Ibn Abdelaziz ha estado de facto al frente de los asuntos del Reino. Aunque precisamente un decreto de Fahd garantiza su sucesión en el trono, no han dejado de existir tensiones con las otras ramas dentro de la familia Saud, especialmente con los miembros del conocido clan Sudayri. Abdullah ha sido calificado como más inclinado a favor del nacionalismo árabe, constante defensor de la causa palestina, crítico de los excesos de Israel, y favorable a matizar las estrechas relaciones con EEUU (es decir, mostrarse menos automáticamente incondicional, pero conservando un alto nivel de concertación bilateral). Igualmente ha llamado la atención la negativa constante saudí para que desde su territorio se emprendan acciones militares contra Iraq [12], así como la aceptación de la agenda distensiva propuesta por el Irán de Khatamí.

Abdullah ha sido más crítico de los excesos de la familia real, más receptivo de las críticas de base islámica [13], y recientemente ha reforzado sus planteamientos a favor de "cambiar realidades dolorosas abordando cuestiones importantes que hemos evitado tratar desde el pasado". Es considerado el líder más popular desde la época de Faisal, con mejores contactos con los diversos estratos y componentes de la sociedad saudí, e ideal para llevar adelante nuevas reformas, pero sus 78 años son un factor que conspira contra ello.

Según Youssef M. Ibrahim: Abdullah "mientras se ha inclinado por un rumbo nacionalista árabe - resistiendo la imposición de la política norteamericana en la zona y hablando en nombre de los palestinos- también es fuertemente pronorteamericano y un reformador que ha abierto las puertas del sector petrolero saudí a las compañías extranjeras" [14].

La propuesta de paz no está desvinculada del proceso de reformas que el Reino ha estado implementando paso a paso, con sus propias contradicciones de diferente tipo. El debate dentro del Islam político, desde la perspectiva u orientación estatal y como expresión de legitimación ideológica-confesional, representa uno de los retos de Riyadh, que tiene incidencia directa en la propia evolución y peso específico de la denominada "democracia tribal o de acceso" al decir de los saudíes [15].

Los retos a asumir y la velocidad de las transformaciones no sólo estarán atadas a sus propias dinámicas internas, sino también a todo el debate a escala internacional, y particularmente a las presiones e influencias interactuantes que pueden generarse, por y dentro de las otras monarquías vecinas.

El proceso de transformaciones políticas que se experimenta en el pequeño Bahrein, tendrá sin lugar a dudas un importante impacto en los países del Consejo de Cooperación del Golfo, incluyendo al principal actor: Arabia Saudí . El movimiento de protestas sociales desarrollado en ese país en los años 90 y la ruptura del "contrato social", ha inducido un proceso de reformas desde 1999, cuando Hamad Ibn Issa Al Khalifa se convirtió en Emir, luego de la muerte de su padre. La nueva Carta Nacional para introducir cambios constitucionales, fue promulgada en el 2000 y aprobada en referéndum en febrero del 2001 por el 98,4% de la población [16]. El pasado 14 de febrero el Emirato fue convertido en Reino, y se ha dado a conocer otra Constitución. La nueva monarquía constitucional contará con un parlamento bicameral y un Consejo Consultivo (Majlis as-Shura), y recoge el derecho de la mujer a elegir y ser elegida, colocando a Bahrein a la vanguardia en este tema dentro de los países del CCG [17].

Para concluir, resultará interesante ver qué niveles de consenso podrá generar la iniciativa saudí en la próxima Cumbre Árabe prevista para los días 27 y 28 de marzo en Beirut. Por lo pronto, la gestión del vicepresidente Cheney en aras de reconformar un espíritu antiiraquí en medio de su gran cruzada antiterrorista, parece haber recibido un notable rechazo en la región.


Notas:

1. Parecen haber participado desde simples ciudadanos hasta individuos con vinculaciones institucionales y en el campo financiero-comercial. Instituciones apoyadas por los saudíes tales como la International Islamic Relief Organzation, Muslim World League, y la Muwafaq Foundation, han sido empleadas como cobertura de transacciones de al-Qaeda. Ver Martin Indyk, "Back to the Bazaar", Foreign Affairs, Vol.81, no. 1, January-February 2002, p.82 Algunas fuentes de inteligencia norteamericana han sospechado incluso que príncipes de la familia real hayan apoyado financieramente a al-Qaeda, facilitando recientemente su salida de Afganistán y su desplazamiento hacia otros países de la región, citadas en: "Saudis Continue to Fund al-Qaida", Middle East Newsline, March 20, 2002 (www.menewsline.com)
2. Ver por ejemplo: Michael Elliot, "Time for an Honest Talk", TIME, November 19, 2001, p.59.
3. El príncipe Bandar Bin Sultan, embajador del Reino en EEUU, se ha referido a este nivel de crítica intenso y sin precedentes, de manera metafórica, al considerar que las emblemáticas torres gemelas se han derrumbado también sobre su cabeza.
4. Citado en Sulaiman Al Hattlan, "Terrorism war magnifies U.S.-Saudi differences", USA Today, February 27, 2002, p.13A
5. "Saudis Seen as Supporting Terror, Poll Shows", Washington Post, February 26, 2002, p.A 19.
6. Fue dado a conocer por Abdullah en entrevista con Thomas Friedman del New York Times,
7. A ello seguiría la ya planificada visita de Cheney por la región.
8. Powell rectificaría rápidamente su percepción inicial, considerando entonces que el plan era "un paso importante" y propiciando la visita del enviado especial embajador William Burns para discutir detalles con Abdullah. Ver Alan Sipress, "U.S. Response to Saudi Peace Plan Warms", The Washington Post, March 2, 2002, p.A16
9. Gwenn Okruhlik, "Network of Dissent: Islamism and Reform in Saudi Arabia", Current History , January 2002, p.22
10. La rebelión de los guerreros de la Ikhwan criticó la corrupción y el abandono de los principios básicos del Islam por parde de Abdelaziz Ibn Saud, fundador del Reino, mientras que la toma de la Mecca escenificada por Juhaiman Al-Utaibi (descendiente de un guerrero de la Ikhwan), también criticó la corrupción, a el abandono de principios y la alianza con el Occidente corrupto de la monarquía saudí.
11. Se necesita además una reforma educacional que logre ir graduando técnicos y expertos para desempeñar trabajos que hoy en día siguen desarrollando trabajadores foráneos.
12. Abdullah se ha opuesto a cualquier ataque a Iraq por considerar que ello pueda promover una gran desestabilización en el país y en la región. Sin embargo, ha coincidido con el director de la CIA, George Tenet, quien favorece la tesis de un golpe de Estado en Bagdad.
13. Al respecto fue muy representativo que en 1999 ordenara liberar a figuras religiosas y otras que estuvieron detenidas desde principios de los 90.
14. Youssef M Ibrahim, "The Saudi Who Can Speak Our Language", The Washington Post, February 24, 2002, p.B 03 A fines de los 90's Abdullah inició negociaciones con diez de las más grandes empresas norteamericanas y europeas para que reanudaran sus labores de prospección y explotación en el Reino. Así en los próximos años recibirá nuevas inversiones estimadas entre 30 y 40 mil millones de dólares.
15. Luis Mesa, El Golfo Pérsico de Posguerra. Seguridad regional, armamentismo y reajuste político, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1994, p.84
16. Es útil recordar que tanto el Parlamento como la Constitución habían sido suspendidas desde 1975.
17. También en los últimos tres años la reforma se ha fortalecido con la liberación y perdón de disidentes encarcelados, la legalización de grupos políticos y de derechos humanos, así como la proliferación de publicaciones. El próximo 9 de mayo se realizarán elecciones municipales y el 24 de octubre elecciones parlamentarias.



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