Las tensiones en las relaciones
Washington-Riyadh tras el 11-S y el nuevo plan de paz saudí
Luis Mesa y Rodobaldo Isasi*
CSCAweb (www.nodo50.org/csca),
25 de marzo de 2002
Un curioso efecto derivado
de los acontecimientos del 11-S ha sido el incremento de las
tensiones en las relaciones entre EEUU y Arabia Saudí,
agravando la ya delicada situación que venían experimentando
desde el segundo mandato de la Administración Clinton,
ya entonces en relación a la figura de Osama bin Laden
y la red al-Qaeda y sus conexiones familiares y financieras con
la familia real saudí. La repetida oposición del
príncipe Abdullah Ibn Abdelaziz a que se desarrollen acciones
contra Iraq, así como sus críticas al apoyo de
EEUU a Israel contribuyen a aumentar la complejidad de la situación,
en un momento crítico para la región y tras la
presentación saudí deun nuevo plan de paz árabe-israelí
Un curioso efecto derivado de los acontecimientos del 11 de
septiembre, ha sido el incremento de las tensiones en las relaciones
entre EEUU y Arabia Saudí. El origen saudí de Osama
bin Laden, el constante apoyo financiero que su organización
al-Qaeda ha recibido en todos estos años de parte de individuos
con diversos niveles de vinculación con la estructura
del poder saudí [1], la nacionalidad saudí
de 15 de los 19 ejecutantes de los atentados terroristas, el
reconocimiento de Riyadh al gobierno talibán afgano, el
hecho de que decenas de detenidos en la Base de Guantánamo
sean también saudíes, y la catalogada como insuficiente
colaboración saudí en las investigaciones norteamericanas
respecto a los atentados de al-Khobar, o en el propio expediente
Bin Laden, son todos elementos que han contribuido a poner el
análisis de la realidad saudí en un plano importante.
Esta tendencia de tratamiento informativo y análisis,
se ha venido dando tanto en los medios de prensa, como en el
sector académico, como dentro de la política y
comunidad de inteligencia de EEUU. Si durante años lo
predominante fue evitar generar críticas y presiones hacia
el Reino, argumentando su importante papel como suministrador
energético a la economía internacional, y explicando
sus contradicciones de poder y políticas como congruentes
con un particular contexto de desarrollo histórico, hoy
se está experimentando un cuestionamiento cada vez mayor
del proyecto de los Saud y de su estabilidad, exhortándose
a su imprescindible e impostergable reformulación, para
lidiar mejor con futuras convulsiones, rechazar al extremismo
y favorecer el debate democrático [2]. Desde la
óptica estadounidense, las restricciones políticas,
culturales y sociales, unido a la carencia de libertades de expresión,
han estado en el centro de la crítica. La conocida popularidad
de la figura de Bin Laden dentro de la población saudí
y especialmente dentro de la mayor parte de la juventud, no podía
ser elemento más irritante y motivador de resentimientos
en la presente coyuntura.
Relaciones EEUU-Arabia Saudí:
el impacto del 11-S
En el plano bilateral, las relaciones entre Washington y Riyadh
hoy se encuentran en una etapa difícil. Los trágicos
acontecimientos del 11 de septiembre en Nueva York y la capital
federal, agravaron las tensiones que se venían experimentando
desde el segundo mandato de la Administración Clinton,
cuando los propios medios estadounidenses dejaron por sentado
el interés del presidente demócrata de destruir
a Osama bin Laden y a su red al-Qaeda, con la intervención
directa de la CIA.
No es menos cierto que Arabia Saudí anunció
su apoyo político a la guerra de EEUU contra el terrorismo,
respondiendo inmediatamente a la petición incondicional
de la Administración Bush, pero ello no fue suficiente
como para apaciguar los crecientes ánimos de contrariedad
y condena expresados en los medios de difusión, y en un
importante segmento de la comunidad de pensamiento, fundamentalmente
de aquella próxima al lobby judío con un
mayor nivel de expresión confrontacional antiárabe
[3].
La repetida oposición del príncipe Abdullah
Ibn Abdelaziz a que se desarrollen acciones contra Iraq, así
como sus críticas al apoyo de EEUU a Israel contribuyeron
a aumentar también la complejidad de la situación.
Según palabras de Abdullah: "EEUU no sólo
suministra equipamiento militar al ejército israelí,
sino que también le brindan un considerable apoyo político
y financiero. Pedirle a Arabia Saudí que ciegamente apoye
la agenda norteamericana que respalda a Israel y desarrolla una
guerra contra el terrorismo que está dirigida principalmente
contra musulmanes, sólo promueve una mayor división
del apoyo público interno" [4].
Esta inusual campaña informativa crítica contra
los saudíes ya impacta notablemente a la opinión
pública norteamericana, y se constata una nueva visión
muy negativa del país. Una encuesta reproducida por el
Washington Post [5], brindó cifras realmente
sorprendentes, cuando el 44% de los consultados consideró
a Arabia Saudí como un país que apoya el terrorismo;
por debajo de Iraq (70%) e Irán (64%), pero por encima
de otro de los miembros del "Axis of Evil": Corea del
Norte (38%), y de otro tradicional Estado delincuente
de pésimas relaciones con Washington como lo es Siria
(35%).
En el plano práctico también ha llamado la atención
que el Departamento de Defensa no haya considerado al Reino como
un aliado en la guerra contra el terrorismo, cuando sí
ha incluido a otros actores regionales como Turquía, Egipto,
Jordania, Kuwait, Qatar y Emiratos Árabes Unidos.
El plan de paz saudí
El nuevo plan de paz saudí para el Medio Oriente [6]
que llamó al reconocimiento árabe del Estado de
Israel a cambio de la retirada total de los territorios ocupados
en 1967, merece particular atención. Aunque algunas lejanas
similitudes pueden encontrarse con el Plan Fahd (o Plan
Fez de 1981, que proponía la retirada total israelí
de los territorios ocupados en 1967, la terminación de
la situación de guerra con Israel y la aplicación
del derecho de retorno de los refugiados palestinos), la generación
de la nueva propuesta saudí, que por primera vez habla
oficialmente de "normalizar" relaciones con Israel,
está estrechamente ligada tanto a las actuales dinámicas
regionales, como al estado de sus relaciones con Washington.
Riyadh ha estado necesitada de mostrar alguna iniciativa positiva
o gesto que contribuya a mejorar sus relaciones con EEUU.
El plan retoma el espíritu de las resoluciones 242
y 338 respecto a la retirada israelí, y el principio negociador
de "tierra por paz", pero no abordó el tema
del derecho al retorno de los refugiados (resolución 194).
Es una oferta política importante, una señal en
favor de la solución pacífica, un intento por abordar
un tema tabú en la política interárabe,
una plataforma exhortativa y extremadamente sintética
que obviamente requiere de posteriores pasos concretos y planes
detallados. Este grado de simbolismo fue en buena medida correspondido
por otra iniciativa también altamente simbólica,
igualmente general y poco precisa: la aprobación de la
resolución 1397 del Consejo de Seguridad que, a propuesta
de EEUU, recogió explícitamente el concepto de
un Estado palestino, con fronteras reconocidas y seguras.
La iniciativa saudí constituye un gesto político
inédito, un "hecho significativo" según
Kissinger, en momentos en que EEUU implementa su guerra contra
el terrorismo global con un consenso destacable no exento de
críticas, mientras paralelamente tiene lugar la segunda
Intifada palestina, cuyo baño de sangre y destrucción
de inmuebles civiles y oficiales de la Autoridad Nacional Palestina
ubicados en los territorios autónomos de Gaza y Cisjordania,
reafirma la extrema complejidad de este conflicto. La aguda crisis,
ha sido acompañada de una perenne interrogante respecto
a la posibilidad o no de rescatar las colapsadas negociaciones,
con la tutela de Washington y la Unión Europea, como facilitadores
en lo esencial.
La iniciativa, o en realidad, declaración de principios
del príncipe heredero Abdullah, emerge en instantes en
que la Administración Bush había roto la postura
más "equilibrada" de su predecesor demócrata,
quien se empleó a fondo en su papel personal de mediador.
Sin embargo, el presidente Bush reaccionó inmediata y
positivamente a la iniciativa saudí ratificó el
liderazgo de Yasser Arafat, (en reto abierto a las pretensiones
del primer ministro israelí Ariel Sharon de descalificar
al presidente de la Autoridad Nacional Palestina), dialogó
directamente con el príncipe Abdullah y despachó
rápidamente hacia Riyadh al director de la CIA George
Tenet [7].
La vital reacción de Bush, que en alguna medida revalidó
el derrotero seguido por Clinton, contrastó con algunas
expresiones de dudas e interrogantes generadas en el seno de
la administración, cuyo punto más llamativo había
sido la inicial magra proyección del secretario de Estado
Collin Powell, que consideró a la propuesta saudí
como "uno de los muchos acontecimientos menores que ocurren
en el Medio Oriente" [8]. Luego rectificaría
valorándola como "paso importante".
Si ahora en el difícil proceso negociador medioriental
se pudiera contar de manera más decisiva con un actor
árabe, conservador y aliado de EEUU, como lo es Arabia
Saudí , sería un elemento que no se podría
menospreciar, lo que devendría como una suerte de condición
sine qua non para la política norteamericana hacia
la región, máxime si ese mismo actor puede reforzar
la relación de futuros contribuyentes al desarrollo del
Estado palestino en cualesquiera de sus variantes político-administrativas
posibles.
El alto protagonismo personal del presidente Clinton para
alcanzar un resultado tangible en materia de paz, se caracterizó
por el constante ejercicio de persuasión sobre
Yasser Arafat, para entre otros objetivos, obligarle a neutralizar
al segmento ultrarradical de las organizaciones político-militares
palestinas, a las que si bien, en el plano táctico les
asiste la legitimidad de la defensa frente a la opción
de terrorismo de Estado (desarrollado en la actualidad por la
parte beligerante del gobierno de unidad nacional, y en particular
por el gabinete de seguridad de Sharon), en lo estratégico
parecen distanciarse definitivamente del esfuerzo hacia una perspectiva
real de paz.
La beligerancia infinita contra Tel Aviv, promulgada a ultranza
por algunos grupos palestinos de inspiración islámica
extrema, ha conspirado de forma constante contra el proceso iniciado
hace poco más de un decenio en la conferencia de paz de
Madrid. A la postre, esta racionalidad sólo servirá
para enriquecer los argumentos enunciados por Washington y su
percepción de superpotencia en la lucha contra el "terrorismo
global", y para fortalecer las necesidades y requerimientos
de seguridad nacional de Israel, aún cuando en la lógica
interacción de los microobjetivos israelíes y los
macroobjetivos que asisten a Washington en materia geoestratégica
y de energéticos, provoquen desencuentros coyunturales
entre ambas capitales.
Sharon y su obstinación en liquidar el liderazgo de
Arafat, constituyen hoy un obstáculo político,
tal como en su momento lo fuera el ex premier Netanyahu, que
comenzó a ver su descenso y ulterior caída con
el escándalo Shasgate, colofón de su impopular
política antinegociadora con los palestinos. Los dos líderes
israelíes fracasaron en brindar seguridad a su población,
porque al apostar por una errática política de
terrorismo de Estado, lo único que incentivaron fue la
repulsa de la comunidad internacional -de modo destacado la Unión
Europea, Rusia y China- a la vez que sumaron adeptos al concierto
liberal dentro y fuera del país. Pero más importante
aún fue el estímulo proporcionado a la Intifada,
que en la actualidad amenaza al gobierno de unidad nacional,
y sigue poniendo en primerísimo plano el legítimo
derecho palestino a la constitución de su Estado independiente.
El pragmatismo que ha animado a la propuesta negociadora del
príncipe Abdullah, pone de manifiesto además, el
agotamiento marcado en el concierto de actores regionales
en relación a un conflicto que tiene más de medio
siglo de duración con cinco guerras y dos Intifadas. La
actual Intifada al-Aqsa ha favorecido también la movilización
de la comunidad internacional, marcando un reactivado desafío
real para Israel, el que, a pesar de volver a recurrir a la fuerza
más brutal y excesiva contra los palestinos provocando
destrucción y más de mil muertes, no ha podido
tampoco garantizar su seguridad interna al sufrir más
de 300 víctimas.
La iniciativa de Abdullah revela la búsqueda de un
espacio de coexistencia con el adversario estratégico
más importante, que es Israel, cuya expresión de
Estado abraza a una Nación común, pero con muy
marcados grados de pluralidad multifacética y una democracia
representativa de sello propio. Su particular desarrollo capitalista,
contempla fuertes conexiones con el Primer Mundo a la vez que
preserva formas de organización social muy específicas
como los kibbutz, a lo que se añade un potencial
económico y financiero con peso significativo para interactuar
en la región. Un futuro Israel, despejado de la alternativa
sionista y sus presupuestos extremistas que le han sido consustanciales,
representaría un referente complicado para sociedades
árabes con presencia de monarquías dinásticas
y absolutas en los albores del siglo XXI. No obstante no puede
dejarse de tener en cuenta que estas particulares estructuraciones
del poder, aparecen, en diverso grado, inmersas también
en esfuerzos de reformulación política y social,
y asumen gradualmente los retos de su transformación y
perfeccionamiento.
Islamismo y poder político
en Arabia Saudí: los retos actuales
Según han señalado una buena cantidad de autores,
llevar adelante nuevas reformas puede ser el mejor antídoto
para neutralizar a las tendencias islámicas más
radicales que se han venido desarrollando en las últimas
décadas a partir de los problemas económicos, políticos
y sociales que ha venido enfrentando el Reino, y que han encontrado
receptividad en parte de la población. Según Gwenn
Okruhlik: "El caso saudí es especialmente interesante
debido a que los movimientos islámicos, incluso bajo las
restricciones de un sistema político autoritario, han
sido capaces de desarrollar con efectividad, redes clandestinas
amorfas a lo largo de todo el país" [9].
Es importante tener en cuenta que, históricamente,
el poder de la familia Saud siempre ha encontrado legitimidad
religiosa, primero para su conquista y luego para la conformación
y dominio de su Reino, en simbiosis con la familia de los Wahhab.
Estos generaron una visión ortodoxa del Islam, los "unitaristas"
(muwahidun), comúnmente conocidos como wahabitas.
Hasta hoy han dominado el poder religioso en el país y
paulatinamente han aumentado su control sobre los asuntos sociales
y educacionales del país. La doctrina puritanista del
wahabismo, en ocasiones se ha escapado del control central y
brindado las bases para la oposición al propio poder central,
como fue la rebelión de la Ikhwan en 1929, la toma de
la Mecca [10] en 1979, o hasta la propia proyección
abiertamente contestataria de Osama Bin Laden en los años
noventa.
El estado de abundante bienestar que dominó las primeras
décadas de vida del Reino a partir de la enorme renta
petrolera, ha comenzado a debilitarse en los últimos lustros,
y aunque aún se mantienen importantes gratuidades, subsidios
y apoyos del Estado, cada vez son más cuestionados los
mecanismos de redistribución de la riqueza, los excesos
de la familia real, y las ineficacias sistémicas. La población
se ha duplicado en los últimos años llegando hoy
a más de 20 millones; el ingreso per cápita ha
disminuido en un 50 %; el desempleo es superior al 10 %; el proceso
de saudización de la economía no ha rendido
frutos y todavía hoy la mano de obra extranjera ocupa
el 70% (sector público) y 90% (sector privado) de los
empleos [11].
Durante las décadas de los 60 y 70, Riyadh siempre
estuvo interesada en la propagación de una visión
ortodoxa islámica como alternativa al avance de las plataformas
nacionalistas y de corte socialista en la región medioriental,
estrechando relaciones y financiando algunos movimientos políticos
de base islámica en la zona. Durante los años 80
el Reino dedicó grandes esfuerzos a reforzar su legitimidad
islámica ortodoxa, invirtiendo notablemente en el proyecto
educativo. Por una parte se pretendían contrarrestar las
ideas de una nueva tecnocracia que se había formado en
instituciones occidentales, y que regresaban al Reino con propuestas
alternativas de organización política, económica
y social; y por otra, resultaba un antídoto fundamental
frente al embate antimonárquico de la Revolución
iraní y sus inmediatas propuestas de transformación
múltiple. Esta revitalización de la ortodoxa islámica
en los 80, se vio además favorecida por el apoyo saudí
para la instrucción religiosa y militar de miles de guerrilleros
saudíes, árabes, y mujahedines afganos que
participaron en la guerra contra la presencia soviética
en Afganistán. El debate de base islámica y las
tendencias de críticas al poder central se incrementaron
notablemente a principios de los 90, luego de la guerra del Golfo,
añadiéndose a las críticas tradicionales
a la corrupción y a las inequidades en la distribución
de la riqueza, el factor de la alianza militar con Washington,
su elevado costo y la presencia de infieles en tierra
sagrada. Las conocidas demandas y peticiones al rey, firmadas
por importantes figuras religiosas y académicas, junto
a algunas pocas protestas abiertas, propiciaron que se llevaran
adelante algunas reformas limitadas, la proclamación del
Sistema Básico de Gobierno, y la constitución del
Consejo Consultivo (Majlis as-Shura).
Desde 1995, y debido al deterioro de la salud del Rey Fahd,
el príncipe heredero Abdullah Ibn Abdelaziz ha estado
de facto al frente de los asuntos del Reino. Aunque precisamente
un decreto de Fahd garantiza su sucesión en el trono,
no han dejado de existir tensiones con las otras ramas dentro
de la familia Saud, especialmente con los miembros del conocido
clan Sudayri. Abdullah ha sido calificado como más inclinado
a favor del nacionalismo árabe, constante defensor de
la causa palestina, crítico de los excesos de Israel,
y favorable a matizar las estrechas relaciones con EEUU
(es decir, mostrarse menos automáticamente incondicional,
pero conservando un alto nivel de concertación bilateral).
Igualmente ha llamado la atención la negativa constante
saudí para que desde su territorio se emprendan acciones
militares contra Iraq [12], así como la aceptación
de la agenda distensiva propuesta por el Irán de Khatamí.
Abdullah ha sido más crítico de los excesos
de la familia real, más receptivo de las críticas
de base islámica [13], y recientemente ha reforzado
sus planteamientos a favor de "cambiar realidades dolorosas
abordando cuestiones importantes que hemos evitado tratar desde
el pasado". Es considerado el líder más popular
desde la época de Faisal, con mejores contactos con los
diversos estratos y componentes de la sociedad saudí,
e ideal para llevar adelante nuevas reformas, pero sus 78 años
son un factor que conspira contra ello.
Según Youssef M. Ibrahim: Abdullah "mientras se
ha inclinado por un rumbo nacionalista árabe - resistiendo
la imposición de la política norteamericana en
la zona y hablando en nombre de los palestinos- también
es fuertemente pronorteamericano y un reformador que ha abierto
las puertas del sector petrolero saudí a las compañías
extranjeras" [14].
La propuesta de paz no está desvinculada del proceso
de reformas que el Reino ha estado implementando paso a paso,
con sus propias contradicciones de diferente tipo. El debate
dentro del Islam político, desde la perspectiva u orientación
estatal y como expresión de legitimación ideológica-confesional,
representa uno de los retos de Riyadh, que tiene incidencia directa
en la propia evolución y peso específico de la
denominada "democracia tribal o de acceso" al decir
de los saudíes [15].
Los retos a asumir y la velocidad de las transformaciones
no sólo estarán atadas a sus propias dinámicas
internas, sino también a todo el debate a escala internacional,
y particularmente a las presiones e influencias interactuantes
que pueden generarse, por y dentro de las otras monarquías
vecinas.
El proceso de transformaciones políticas que se experimenta
en el pequeño Bahrein, tendrá sin lugar a dudas
un importante impacto en los países del Consejo de Cooperación
del Golfo, incluyendo al principal actor: Arabia Saudí
. El movimiento de protestas sociales desarrollado en ese país
en los años 90 y la ruptura del "contrato social",
ha inducido un proceso de reformas desde 1999, cuando Hamad Ibn
Issa Al Khalifa se convirtió en Emir, luego de la muerte
de su padre. La nueva Carta Nacional para introducir cambios
constitucionales, fue promulgada en el 2000 y aprobada en referéndum
en febrero del 2001 por el 98,4% de la población [16].
El pasado 14 de febrero el Emirato fue convertido en Reino, y
se ha dado a conocer otra Constitución. La nueva monarquía
constitucional contará con un parlamento bicameral y un
Consejo Consultivo (Majlis as-Shura), y recoge el derecho
de la mujer a elegir y ser elegida, colocando a Bahrein a la
vanguardia en este tema dentro de los países del CCG [17].
Para concluir, resultará interesante ver qué
niveles de consenso podrá generar la iniciativa saudí
en la próxima Cumbre Árabe prevista para los días
27 y 28 de marzo en Beirut. Por lo pronto, la gestión
del vicepresidente Cheney en aras de reconformar un espíritu
antiiraquí en medio de su gran cruzada antiterrorista,
parece haber recibido un notable rechazo en la región.
Notas:
1. Parecen haber participado
desde simples ciudadanos hasta individuos con vinculaciones institucionales
y en el campo financiero-comercial. Instituciones apoyadas por
los saudíes tales como la International Islamic Relief
Organzation, Muslim World League, y la Muwafaq Foundation,
han sido empleadas como cobertura de transacciones de al-Qaeda.
Ver Martin Indyk, "Back to the Bazaar", Foreign
Affairs, Vol.81, no. 1, January-February 2002, p.82 Algunas
fuentes de inteligencia norteamericana han sospechado incluso
que príncipes de la familia real hayan apoyado financieramente
a al-Qaeda, facilitando recientemente su salida de Afganistán
y su desplazamiento hacia otros países de la región,
citadas en: "Saudis Continue to Fund al-Qaida", Middle
East Newsline, March 20, 2002 (www.menewsline.com)
2. Ver por ejemplo: Michael Elliot, "Time for an Honest
Talk", TIME, November 19, 2001, p.59.
3. El príncipe Bandar Bin Sultan, embajador del Reino
en EEUU, se ha referido a este nivel de crítica intenso
y sin precedentes, de manera metafórica, al considerar
que las emblemáticas torres gemelas se han derrumbado
también sobre su cabeza.
4. Citado en Sulaiman Al Hattlan, "Terrorism war magnifies
U.S.-Saudi differences", USA Today, February 27,
2002, p.13A
5. "Saudis Seen as Supporting Terror, Poll Shows",
Washington Post, February 26, 2002, p.A 19.
6. Fue dado a conocer por Abdullah en entrevista con Thomas Friedman
del New York Times,
7. A ello seguiría la ya planificada visita de Cheney
por la región.
8. Powell rectificaría rápidamente su percepción
inicial, considerando entonces que el plan era "un paso
importante" y propiciando la visita del enviado especial
embajador William Burns para discutir detalles con Abdullah.
Ver Alan Sipress, "U.S. Response to Saudi Peace Plan Warms",
The Washington Post, March 2, 2002, p.A16
9. Gwenn Okruhlik, "Network of Dissent: Islamism and Reform
in Saudi Arabia", Current History , January 2002,
p.22
10. La rebelión de los guerreros de la Ikhwan criticó
la corrupción y el abandono de los principios básicos
del Islam por parde de Abdelaziz Ibn Saud, fundador del Reino,
mientras que la toma de la Mecca escenificada por Juhaiman Al-Utaibi
(descendiente de un guerrero de la Ikhwan), también criticó
la corrupción, a el abandono de principios y la alianza
con el Occidente corrupto de la monarquía saudí.
11. Se necesita además una reforma educacional que logre
ir graduando técnicos y expertos para desempeñar
trabajos que hoy en día siguen desarrollando trabajadores
foráneos.
12. Abdullah se ha opuesto a cualquier ataque a Iraq por considerar
que ello pueda promover una gran desestabilización en
el país y en la región. Sin embargo, ha coincidido
con el director de la CIA, George Tenet, quien favorece la tesis
de un golpe de Estado en Bagdad.
13. Al respecto fue muy representativo que en 1999 ordenara liberar
a figuras religiosas y otras que estuvieron detenidas desde principios
de los 90.
14. Youssef M Ibrahim, "The Saudi Who Can Speak Our Language",
The Washington Post, February 24, 2002, p.B 03 A fines
de los 90's Abdullah inició negociaciones con diez de
las más grandes empresas norteamericanas y europeas para
que reanudaran sus labores de prospección y explotación
en el Reino. Así en los próximos años recibirá
nuevas inversiones estimadas entre 30 y 40 mil millones de dólares.
15. Luis Mesa, El Golfo Pérsico de Posguerra. Seguridad
regional, armamentismo y reajuste político, Editorial
Ciencias Sociales, La Habana, 1994, p.84
16. Es útil recordar que tanto el Parlamento como la Constitución
habían sido suspendidas desde 1975.
17. También en los últimos tres años la
reforma se ha fortalecido con la liberación y perdón
de disidentes encarcelados, la legalización de grupos
políticos y de derechos humanos, así como la proliferación
de publicaciones. El próximo 9 de mayo se realizarán
elecciones municipales y el 24 de octubre elecciones parlamentarias.

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