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PALESTINA


* Ilan Pappe enseña Ciencias Políticas en la Universidad de Haifa, y es el presidente del Instituto 'Emil Touma' de Estudios Palestinos en Israel. En la actualidad es objeto de un linchamiento mediático y político por sus declaraciones de apoyo al boicot académico de Israel.

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Fortaleza Israel

Ilan Pappe*

London Review of Books / CSCAweb (www.nodo50.org/csca), 25 de mayo de 2005
Traducción de Natalia Litvina para CSCAweb

"La negación a aceptar el retorno es, sin embargo, chocante, siempre y cuando nos apartemos de la percepción sionista de la realidad. Resulta menos desconcertante cuando uno se da cuenta de que la principal prioridad ahora mismo es mantener un Estado 'blanco' (los judíos negros que vinieron de Etiopía viven en áreas empobrecidas y apenas son visibles). Lo que importa a ojos tanto de la derecha como de la izquierda israelí es que las puertas todavía están cerradas, y los muros siguen siendo altos, para así mantener lejos la posibilidad de una invasión 'árabe' de la fortaleza judía".

El derecho de los refugiados palestinos expulsados en la guerra de 1948 de volver a casa fue reconocido por la Asamblea General de las Naciones Unidas en diciembre de 1948. Es un derecho recogido en la ley internacional de acuerdo con las nociones de justicia universal. Y lo que quizá es más sorprendente, también tiene sentido en términos de realpolitik: a menos que Israel acepte repatriar a los refugiados, todos los intentos de resolver el conflicto israelopalestino serán en vano, tal y como quedó claro en 2000 cuando fracasó en base a esta cuestión el proceso de Oslo. A día de hoy, sólo un puñado de judíos en Israel desean apoyarlo, en parte porque la mayoría de judíos de Israel niegan que se produjo una limpieza étnica en 1948 a manos israelíes.

El objetivo del proyecto sionista siempre ha sido la construcción y defensa de una fortaleza occidental ("blanca") en el mundo árabe (los "negros"). El principal motivo del rechazo al retorno de los palestinos es el miedo de los judíos israelíes a verse sobrepasados en número por los árabes dentro de Israel. Esta perspectiva hace que sientan tal temor que a los israelíes no les importa que sus acciones sean condenadas por todo el mundo; la propensión judía a buscar la expiación ha sido reemplazada por la arrogancia piadosa y el fariseísmo. Su postura no es diferente a la de los cruzados cuando éstos se dieron cuenta de que el reino de Jerusalén que habían construído en Tierra Santa no era más que una isla en un mundo islámico hostil. O a la de los colonos blancos en África, cuyos enclaves han ido desapareciendo recientemente, hecha pedazos su pretensión de convertirse en otra tribu local. En torno a 1922, un grupo de colonialistas judíos de Europa del Este intentaron -en parte gracias a la asistencia prestada por el Imperio británico- construir los cimientos para un enclave propio en Palestina. En ese año y el siguiente, los bordes de Palestina en calidad de futuro estado judío fueron delimitándose. Los colonialistas soñaban con una masiva inmigracón judía que fortaleciese su dominio. Pero el Holocausto redujo el número de judíos "blancos" y desafortunadamente -desde un punto de vista sionista- los que sobrevivieron prefirieron América, o incluso la propia pérfida Europa, antes que Palestina. Con reticencias, el liderazgo europeo oriental (sionista) permitió la llegada de un millón de árabes judios a su enclave. Fueron admitidos mediante un proceso de des-arabización, que ha sido bien documentado en los medios académicos post-sionistas y mizrachíes . Esto se consideró un éxito y la presencia de una pequeña minoría palestina dentro de Israel no difuminó la ilusión de que el enclave estaba sólidamente construído y afirmado en una base consolidada, aunque el precio fuera la desposesión y el desarraigo de la población indígena y la toma del 78% de su tierra.

El mundo árabe y el movimiento nacional palestino se mostraron suficientemente dispuestos a resistir, dejando claro que no se reconciliarían con el enclave israelí. En 1967, ambas partes se enfrentaron y el proyecto sionista extendió su control territorial, tomando el resto de Palestina, así como partes de Siria, Egipto y Jordania. La victoria produjo un apetito de más territorios. En 1982, el sur de Líbano se añadió al mini-imperio, compensando así la pérdida del Sinaí, que había sido devuelto a Egipto en 1979. Se pensaba que una política expansionista era necesaria para proteger el enclave.

Desde 2000, el estado judío ha cesado en su expansión; en la actualidad ha menguado al retirarse de Líbano. Los sucesivos gobiernos han incluso mostrado una cierta buena voluntad para negociar la retirada de los Territorios Ocupados, ya que los líderes israelíes parecen haber empezado a considerar que la tierra no es el objetivo más importante. Parecen tener más en cuenta otro tipo de cosas: concretamente, la capacidad nuclear , el incondicional apoyo estadounidense y un ejército fuerte. Ha vuelto a surgir un pragmatismo sionista que piensa que es posible limitar Israel al 90% de Palestina, toda vez que el territorio se encuentre acotado por vallas eléctricas y muros visibles e invisibles. Una minoría de fanáticos rechazan aceptar esta concesión de territorio, he incluso se ha llegado a hablar de "guerra civil". Esto, sin embargo es una estupides: la inmensa mayoría de la población apoya la política "de sentido común" de retirarse de Gaza.

Así que la fase final de la construcción de la fortaleza, en la que se construyen elevadas vallas alrededor de un enclave concertado, con cierto consenso internacional, incluso regional, parece estar al caer. ¿Pero que ocurrirá dentro de las vallas? No mucho, si te crees lo que dicen la mayoría de periódicos de por aquí. Existen peligros que vienen de dentro de la fortaleza, pero pueden ser solventados. Es verdad, de la antigua Unión Soviética han llegado muchos no judíos, pero al menos son "blancos", así que sean bienvenidos. Los trabajadores inmigrantes, ninguno de ellos judío, podrán ser deportados o permanecer en condiciones de moderna esclavitud; en cualquier caso no son árabes y por ello no constituyen un "problema demográfico", expresión usada por los israelíes que apoyan la expulsión de más palestinos fuera de Israel, e incluso el título de numerosas conferencias académicas, incluyendo una que se celebra en mi universidad este mes de mayo; los profesores y funcionarios que asistirán apoyan abiertamente la estrategia para una mayor limpieza étnica. Los árabes judíos no son vistos como una amenaza a la pureza del enclave porque han conseguido desarabizarse: se asume que los pocos de ellos que se atreven a situar sus raíces en el mundo árabe no constituyen una amenaza real al consenso sionista.

El sionismo y el derecho al retorno de los palestinos

Está claro por qué un buen sionista no puede considerar la posibilidad de negociar el derecho de que más "árabes" retornen al estado judío, incluso si ésta fuera la manera de acabar con el conflicto. La negación a aceptar el retorno es, sin embargo, chocante; siempre y cuando uno se aparte un poquito de la percepción sionista de la realidad, ya que Israel ha dejado de ser un Estado de mayoría judía, gracias al influjo de los cristianos de la europa occidental, el creciente número de trabajadores extranjeros y al hecho de que los judíos seculares sólo pueden ser considerados en un aspecto concreto como "judíos". Resulta menos desconcertante cuando uno se da cuenta de que la principal prioridad ahora mismo es mantener un Estado "blanco" (los judíos negros que vinieron de Etiopía viven en áreas empobrecidas y apenas son visibles). Lo que importa a ojos tanto de la derecha como de la izquierda israelí es que las puertas todavía están cerradas, y los muros siguen siendo altos, para así mantener lejos la posibilidad de una invasión "árabe" de la fortaleza judía.

Los gobiernos israelíes han fracasado en sus intentos, tanto para impulsar una mayor inmigación judía como para incrementar la tasa de nacimientos judíos en el Estado. Tampoco han encontrado una solución para reducir el número de "árabes" en Israel. Todas sus posibles soluciones revertirían, por el contrario, en un aumento, ya que ahora consideran parte de Israel el Gran Jerusalén, los Altos del Golán y el enorme número de asentamientos en Cisjordania. La tasa de nacimientos palestinos es tres veces superior a la de los judíos, y no se necesita ser un experto en demografía para saber lo que eso significa. Mas aún, mientras las propuestas para acabar el conflicto impulsadas por el gobierno de Peres y Sharón ­ con el respaldo silencioso de la izquierda sionista- podrían satisfacer a algunos regímenes árabes, como los de Egipto y Jordania, desde luego no bastan para contentar a sus sociedades civiles, politizadas por un Islam de raíz. La meta norteamericana de "democratizar" Oriente Medio -en la actualidad en aplicación por sus tropas en Iraq- desde luego no hace que la vida dentro de la fortaleza esté más libre de ansiedad. Los niveles de violencia se mantienen altos, y la calidad de vida de la mayoría no deja de disminuir.

Estas cuestiones no parecen ser tomadas en serio: ocupan un espacio tan nimio en la agenda nacional como los temas medioambientales o los derechos de la mujer. Lo que nos importa -y yo me incluyo, ya que vengo de una familia judía de origen alemán- es constituir una mayoría de "blancos" en nuestra ilustrada isla en medio de un mar de "negros".

Negar el derecho al retorno de los refugiados palestinos es equivalente a hacer una defensa incondicional del enclave "blanco". Esta postura en particular es muy popular entre los judíos sefardíes, que originalmente eran parte del mundo árabe, pero que ahora han aprendido que formar parte de una sociedad "blanca" requiere de un proceso de askenización (Hishtakenezut). A fecha de hoy, se han convertido en los partidarios mas vociferantes de la isla "blanca", aunque muy pocos de ellos, sobre todo de entre los que vienen del norte de África pueden llegar a disfrutar de los niveles de vida que disfrutan sus correligionarios askenazíes. Por muy furiosamente que pretendan des-arabizarse, tarde o temprano se darán de bruces contra el cristal.

Más importante aún es la creencia sionista de que la fortaleza israelí garantiza la perpetuación del conflicto con los palestinos, con sus vecinos árabes y con las sociedades musulmanas hasta el sudeste asiático. Sin embargo, no sólo son la solidaridad cultural y la afinidad religiosa las que en su momento canalizarán una formidable cantidad de energía islámica y árabe en la lucha contra Israel; toda la frustración que se acumula en el mundo y todo los deseos de liberación algún día confluirán en el rescate de Palestina.

La relación íntima entre los judíos y los palestinos que se ha venido desarrollando durante estos problemáticos años, tanto dentro como fuera de Israel, y la naturaleza de la composición de ciertos sectores de la sociedad judía de Israel, han consentido en ser modificadas por las circunstancias y no por la planificación humana, y suponen una promesa de reconciliación pese a los años de apartheid, expulsión y opresión. Pero esta ventana sólo permanecerá abierta por un tiempo. Si el último enclave europeo postcolonial en el mundo árabe no se transforma voluntariamente en un estado democrático y cívico, se convertirá en un país lleno de furia, sus rasgos distorsionados por el deseo de venganza, por el chovinismo y e l fanatismo religioso. Si esto ocurriera, será imposible pedir o esperar moderación alguna por parte de los palestinos. Podría llegar a ocurrir, pero visto lo ocurrido en otros países árabes liberados por la lucha armada, las oportunidades de que ocurra más pronto que tarde son más bien escasas.

Los que apoyamos el derecho al retorno de los palestinos creemos que esa ventana todavía no se ha cerrado. Todavía existe una enorme grieta entre el peso de la opresión israelí y la fragilidad de los deseso de revancha palestinos. Pero todavía está por ver cuánto tiempo seremos capaces de mantener esa grieta. No mucho, me temo, y a menos que consigamos algo de ayuda del mundo exterior, lo peor está por venir.