El muro en el corazón
de Palestina
Ilan Pappé*
Al-Ahram Weekly Online, semana del
11-17 julio de 2002, número 594
Traducción: CSCAweb (www.nodo50.org/csca): 6-08-02
'El muro se pondrá al servicio de la pasada
y presente ambición ideológica de Israel, que pretende
borrar Palestina del mapa de una vez para siempre. Después
de todo, la desaparición completa del enemigo de uno es
una solución mucho más 'conveniente' que la contemporización,
la reconciliación, o la asunción de la responsabilidad
propia por las acciones pasadas'
A mediados del mes pasado, Israel empezó a construir
un muro para separar el país físicamente de Cisjordania.
Entre mis amigos de la izquierda israelí, hay quienes
recibieron la noticia con gran entusiasmo. Se trata de los mismos
amigos que estaban convencidos de que el proceso de Oslo conduciría
inevitablemente a una paz completa y duradera. Ahora vuelven
a alegrarse, porque creen que esta separación es el primer
paso que conducirá a la creación de un Estado palestino
independiente. Según ellos, el muro servirá para
delimitar la futura frontera entre Israel y Palestina.
En caso de que tengan razón y de que el muro esté
realmente pensado para delimitar las fronteras, entonces Palestina
entendida como la entidad política por la que la
OLP ha luchado desde su creación se ha perdido con
toda probabilidad porque, en ese caso, completará el proceso
que el movimiento sionista comenzó allá por 1882
y que ha sido continuado vigorosamente por Israel desde 1948:
la desarabización de Palestina.
Hasta el momento, ese proceso ha tenido como pilares fundamentales
la colonización con los asentamientos, la expropiación,
y la expulsión. En virtud de los Acuerdos de Oslo, el
supuesto Estado palestino ya había quedado reducido a
un ridículo pedazo de tierra. Con Oslo, surgieron en el
discurso internacional numerosas y extrañas definiciones
del concepto de estatalidad. Entre otras, la idea de un Estado
compuesto por dos territorios que carecían de continuidad
geográfica, cada uno de los cuales estaría a su
vez dividido y bifurcado en cantones sin ningún tipo de
integridad territorial.
Desafortunadamente, la optimista interpretación que
mis amigos hacen del muro es absolutamente errónea, al
igual que ya se equivocaron con su interpretación de Oslo
como un proceso de paz verdadero. Lejos de anunciar la apertura
de un nuevo capítulo en la historia de Palestina, la construcción
de un muro viene a constituir llana y sencillamente la continuación
de una política ya conocida, si bien por otros medios;
una política que consiste en borrar Palestina del mapa
en tanto que entidad geográfica, política, y cultural.
En este artículo me propongo situar el muro en su contexto,
no solamente en relación con la política de Sharon
y sus objetivos, sino como parte de un proceso histórico
más amplio que comenzó a finales del siglo XIX.
La construcción del muro ha sido bien recibida en Israel.
Los únicos que se oponen son un puñado de colonos
extremistas. Para la mayoría de los judíos israelíes,
lo atractivo del muro no es la idea de que se esté definiendo
alguna forma de frontera definitiva, sino más bien su
potencial para servir como mecanismo de defensa que ponga fin
a los ataques de los suicidas palestinos. Sin embargo, los políticos
(principalmente laboristas) que concibieron en primera instancia
la idea del muro hace alrededor de seis meses ven las cosas de
un modo bastante diferente. Para ellos, la verja tiene una función
estratégica y no simplemente táctica.
Los dos principales contendientes para liderar el Partido
Laborista, Haim Ramon y Benjamín Ben Eliezer, han descrito
el muro como un "Plan de paz" en sí mismo y
no simplemente como un medio para impedir infiltraciones. Esto
no debería sorprender a nadie. El Partido Laborista siempre
ha pretendido una paz fundamentada sobre la existencia de una
línea divisoria. De hecho, ese fue su eslogan en las elecciones
generales de 1992: "Nosotros estamos aquí; ellos,
allí". Para los laboristas, el sueño sionista
puede verse realizado únicamente mediante una separación
absoluta entre palestinos y judíos. La cuestión
de qué es exactamente lo que podría pasar el otro
lado de ese muro (el palestino) nunca ha parecido preocupar en
demasía a estos visionarios de la paz. No les interesa
la viabilidad económica de la vida en el otro lado, ni
cómo ese otro lado manejará sus recursos naturales
e hídricos (la mayor parte de los cuales los laboristas
pretenden mantener del lado israelí de la línea
divisoria), ni qué clase de soberanía será
la que tengan (soberanía que, en cualquier caso, el laborismo
no quiere que sea total ni completa, puesto que la "Palestina"
del laborismo incorporaría numerosos bloques extraterritoriales
de asentamientos judíos), ni cómo logrará
una mayor seguridad (puesto que la seguridad quedará exclusivamente
en manos israelíes).
Eso, por no hablar de la pregunta -aún más intrincada-
de lo que una división de este tipo significará
para el millón de palestinos que viven en Israel. ¿Forman
parte de Nosotros, o de Ellos?
Aún así, una cosa está clara en esta
visión: es bastante compatible con la visión que
Sharon tiene para resolver la cuestión palestina.
Por supuesto, Sharon intentó en un principio poner en
práctica su visión sin el muro. Pero ahora se ha
hecho a la idea por el bien de la unidad nacional. Después
de todo, el Partido Laborista le ha propuesto que construya una
verja que divida la superficie de Cisjordania (5.000 kilómetros
cuadrados) en dos, dejando 2500 de esos cinco mil kilómetros
en manos de Israel. ¿Por qué iba Sharon a negarse?
Ese muro bien podría formar parte de un plan ideado
hace tiempo, pero la decisión de promover la idea en este
preciso instante es consecuencia de la desesperación de
la población israelí frente a la incapacidad de
su gobierno de garantizar su seguridad personal después
del estallido de la Intifada Al-Aqsa.
Esta no es la primera vez en la que Sharon se ha aprovechado
de esa sensación temporal de miedo para poner en práctica
sus planes a largo plazo. En el verano de 1982, a medida que
la guerra de resistencia de la OLP alcanzaba nuevos niveles de
intensidad (incluido el lanzamiento de cohetes katiusha contra
Israel), Sharon consiguió atraerse a los colonos israelíes
que vivían en la frontera norte con Líbano para
que apoyasen la invasión del país vecino. En aquel
entonces, Sharon no solamente fracasó a la hora de conseguir
su objetivo táctico (detener la violencia) sino que además
provocó formas de violencia mucho peores. Hoy, el muro
traerá inevitablemente el mismo resultado: más
violencia contra Israel; y, por supuesto, como siempre, más
violencia contra los palestinos.
Otra alternativa
Al igual que en 1982, hay una alternativa. Justo antes de
la invasión de Líbano, la OLP ofreció una
salida y propuso un alto el fuego y un armisticio. Violando el
alto el fuego vigente, Sharon envió a su ejército
a invadir Líbano para instalar en Beirut un gobierno a
su gusto y destruir la infraestructura de la OLP. En esta ocasión,
el muro que rodeará Cisjordania es la estratagema de Sharon
para minar la oportunidad que ofrecía el plan de paz saudí
y que había recibido la aprobación tanto de los
palestinos como de la Liga Árabe.
El camino de la paz tiene el potencial de poder ofrecer una
seguridad duradera tanto a israelíes como a palestinos.
Pero en un mundo seguro los generales como Sharon no prosperan
y, de hecho, puede que no sobrevivan.
El modo en que Sharon ha enfocado tanto la cuestión
del Líbano como el tema del muro es reflejo de una visión
sionista-israelí global que pretende imponer una solución
al conflicto por la fuerza, borrando así el propio concepto
de Palestina de la realidad y la memoria y sustituyéndolo
por el concepto rival de Eretz Israel ["El Gran Israel"].
Una Tierra de Israel en la que se incluyen Judea y Samaria. Estas
zonas pueden ser el hogar de un número considerable de
árabes, pero estos árabes nunca tendrán
el poder de decidir ni el nombre ni el carácter del país.
A su debido tiempo, podrían llegar a ser expulsados, cuando
llegue el momento apropiado.
Palestina en tanto que país fue borrada de la conciencia
sionista casi desde el principio; de hecho, ocurrió desde
el momento en que la primera ola de inmigrantes judíos
llegó allí en 1882. Mientras la comunidad judía
en Palestina siguiera siendo una minoría viviendo bajo
los auspicios del Mandato británico, la desaparición
de Palestina seguía siendo algo simbólico, porque
no existía aún un poder militar capaz de eliminarla
físicamente sobre el terreno. Pero ya estaba totalmente
excluida del discurso y la narrativa de los colonos sionistas.
Cuando se presentó la oportunidad de transformar la
visión en realidad en 1948, Palestina fue borrada no solamente
de palabra, sino también a golpe de espada. La partición
de Naciones Unidas (NNUU) concedió al movimiento sionista
el 56% de Palestina; la guerra de 1948 les permitió ocupar
el 88% del país. A todos los efectos, parecía que
Palestina en tanto que entidad geopolítica y cultural
había sido destruida.
Pero Palestina no moriría. Permanecería viva en
los campamentos de refugiados, en Cisjordania y la Franja de
Gaza, así como entre la minoría palestina dentro
del propio Israel. Sobrevivió a la guerra de 1967 y el
paso del 100% de la Palestina histórica a manos israelíes.
Durante la primera década de la ocupación, el gobierno
laborista esperaba que Palestina terminaría borrándose
de la conciencia regional y global una vez que propusieran la
fusión de Cisjordania y Gaza con Jordania. Pero sus esfuerzos
no sirvieron para nada.
Entonces, en 1977 el Likud llegó al poder, trayendo
consigo la ideología del Gran Israel. El concepto de Palestina
quedaría ahogado por las masivas oleadas de asentamientos
judíos que inundaron los territorios ocupados; suprimido
por la inflexible negativa a discutir siquiera el futuro de los
refugiados, y silenciado por la insistencia en que los palestinos
dentro de Israel no constituían un grupo nacional sino
un conjunto de comunidades religiosas (cristianos y musulmanes)
sin derecho a la autodeterminación o a poseer una identidad
nacional colectiva.
Pero también esta estrategia fracasó, y en 1987
estalló la primera Intifada. El levantamiento obligó
a los israelíes, por primera vez desde 1948, a considerar
Palestina como una entidad política posible que podría
adoptar la forma de una Estado independiente que conviviese junto
a Israel y que se establecería en los territorios ocupados.
O, al menos, ese fue el principio que se acordó en Oslo.
Retrospectivamente, podría parece que el gobierno israelí
nunca tuvo la intención de crear un Estado palestino sobre
el 22% de la Palestina histórica. Al mismo tiempo, parece
como si la OLP, que ya se había transformado en Autoridad
Palestina, fue quien de verdad hizo la concesión más
importante jamás hecha por parte palestina, cuando consintió
en arreglárselas con un mini-estado palestino como cristalización
geopolítica de su visión liberadora.
Pero ni siquiera ese deseo, limitado como era, llegaría
a verse hecho realidad. Apenas había nacido cuando esa
micro-Palestina fue diseccionada en Áreas A, B, y C, y
la Franja de Gaza fue acordonada y rodeada con una valla electrificada,
como si de una enorme cárcel se tratara. El resultado
fue que gran parte de Palestina (el 42% de Cisjordania
y el 20% de la Franja de Gaza) quedó directa o indirectamente
bajo ocupación israelí. Esta situación se
mantuvo a lo largo del "Proceso de paz". Y aún
así, israelíes y norteamericanos son todavía
incapaces de entender por qué los palestinos no aprendieron
a tener fe en la diplomacia y la negociación como el mejor
modo para realizar sus sueños de autodeterminación
e independencia (al menos, los europeos parecen tener la cuestión
algo más clara.)
'Lo tomas o lo dejas'
El presidente Arafat se encontró en Camp David, en
el verano de 2000, con un hecho consumado: allí se le
dijo, simplemente, "o lo tomas, o lo dejas". Poco después,
estallaba la segunda Intifada.
El levantamiento, inicialmente no armado, se convirtió
en una revuelta armada debido a la dureza de las represalias
israelíes frente a las manifestaciones y las protestas
callejeras. Gradualmente, esa micro-Palestina fue reocupada.
Y aún así, ya fuese bajo un régimen de ocupación
directa o indirecta, las condiciones de la población ocupada
eran igualmente catastróficas. Los palestinos seguían
en paro, hambrientos y ahogados, incapaces de moverse o de ganarse
la vida debidamente. Esta situación es la que ha dado
lugar a la aparición de los suicidas. No debería
sorprendernos que gente como Cherie Blair, la esposa del Primer
Ministro británico, reconozca este hecho. Para muchas
personas, la génesis de estos ataques es muy obvia. Aún
cuando los atentados sean censurables cuando tienen por objeto
a civiles inocentes, son el resultado directo de la desesperación.
Este hecho fue también reconocido en una petición
recientemente firmada por un grupo de intelectuales palestinos
que condenó los atentados al tiempo que explicaba el contexto
en el que dichos ataques se producían.
Los israelíes han empleado todos los métodos
a su alcance para poner a prueba y aplastar lo que ellos llaman
"la infraestructura terrorista"; como si los F-16,
los tanques y las unidades especiales pudieran atemorizar a los
jóvenes hombres y mujeres palestinos que están
dispuestos a convertirse en una bola de fuego en medio de una
calle de Jerusalén abarrotada de gente. Las pérdidas
humanas en el lado israelí han alcanzado proporciones
catastróficas en relación con la historia y la
población del país; la tragedia alcanza mayor resonancia
si se tiene en cuenta que, en algunos casos, son familias enteras
las que perecen en los atentados. La casi incomprensible cobardía
de la prensa israelí (y muy especialmente de los medios
audiovisuales) resguarda a la sociedad judía de cualquier
conocimiento real del contexto que ha dado lugar a estas tragedias
personales. No se mencionan la ocupación, ni las humillaciones
o asesinatos, ni las detenciones masivas, ni la destrucción
de hogares o el hambre que, en su conjunto, han alimentado los
atentados suicidas. Cuando la mentalidad de la opinión
pública está tan cuidadosa y meticulosamente cerrada,
no sorprende que la mayor parte de los israelíes hayan
aceptado el muro de manera incondicional, porque para ellos tiene
el poder de una hechizo mágico.
Aún con todo, cualquier amateur puede darse cuenta
de que el muro apenas supondrá un obstáculo para
los futuros atacantes suicidas. En lugar de eso, se pondrá
al servicio de la pasada y presente ambición ideológica
de Israel, que pretende borrar Palestina del mapa de una vez
para siempre. Después de todo, la desaparición
completa del enemigo de uno es una solución mucho más
conveniente que la contemporización, la reconciliación,
o la asunción de la responsabilidad propia por las acciones
pasadas. Con ayuda del muro (porque de hecho no es una valla
sino un muro), Sharon está definiendo la Palestina de
las generaciones futuras: la mitad de Cisjordania, dividida en
cantones aislados, y una isla sobre el 75% de la Franja de Gaza.
En estas áreas los palestinos podrían dirigir sus
asuntos municipales, si bien de forma limitada; se les permitirá
incluso referirse a todos estos fragmentos por el nombre de Estado.
A juzgar por el discurso pronunciado por Bush el 24 de junio
de 2002 [1], la actual visión norteamericana de
una solución para el problema palestino coincide exactamente
con la del régimen israelí. Y aún así,
Bush espera que la democracia, la transparencia, y la prosperidad
económica florezcan dentro de esta camisa de fuerza...
Esta postura cínica solamente contribuirá a agriar
aún más las relaciones palestino-norteamericanas,
y en un futuro podría dañar sustancialmente el
prestigio de EEUU a lo largo y ancho del Mundo Árabe.
Porque ahora se verá a Bush como la persona que ha hecho
más fácil el intento por parte de Israel de que
Palestina deje de existir.
La valla, o mejor dicho el muro, perjudicará los intereses
israelíes en varios sentidos. Al igual que ocurrió
con el cerco israelí al complejo de [la residencia presidencial
de Arafat en Ramala de] la Muqataa cuando los israelíes
aislaron a Arafat solamente para encontrarse condenados al ostracismo
en todo el mundo, también en este caso las consecuencias
podrían ser justamente contrarias a lo esperado, porque
el muro rodea a Israel tanto como aísla a Palestina. Un
muro como ese, que se extiende a lo largo de la frontera más
larga de Israel en el este, hará que aumente la ya de
por sí abrumadora sensación de aislamiento y que
se refuerce la mentalidad de estado de sitio que durante tantísimos
años han soportado los israelíes y que ha alimentado
el apoyo que reciben las políticas intransigentes y agresivas
de sus gobiernos.
Pero es evidente que, sean cuales sean sus efectos sobre Israel,
el muro será mucho más destructivo para los palestinos
que viven bajo la ocupación. Es difícil hablar
de un deterioro en sus condiciones de vida cuando esas condiciones
ya son tan pésimas e inhumanas; pero, desgraciadamente,
por muy mal que puedan ir las cosas, siempre pueden ir peor.
¿Y la comunidad internacional?
¿Escuchará la comunidad internacional las juiciosas
palabras de Cherie Blair, Desmond Tutu, José Saramago,
Oliver Stone, Ted Turner, y muchos otros que han entendido lo
que está ocurriendo y que han avisado de la inminente
tragedia aún a riesgo de que se les cuelgue la etiqueta
de antisemitas, cuando no de neonazis? ¿O
guardará silencio, como ha hecho durante tantos y tantos
años, frente a un nuevo intento de borrar a Palestina
del mapa, como ya ha hecho la CNN tras sucumbir a las presiones
israelíes y abandonar lo que anteriormente era una cobertura
equilibrada del conflicto? (El ministro israelí de comunicaciones
intenta ahora eliminar a la BBC World Service de las estaciones
que emiten por cable y vía satélite en Israel,
como castigo por su parcialidad en la cobertura de las
noticias. A uno ya no le cabe más que esperar que la BBC
no se rinda como ha hecho la CNN).
Dado que las más recientes declaraciones del presidente
Bush sobre la cuestión palestina básicamente han
dado luz verde a los israelíes para que sigan haciendo
lo que les plazca hasta que se celebren las elecciones al Congreso
en otoño de 2002, parece que las voces que con más
sabiduría se pronuncian seguirán clamando en el
desierto. No hace tanto, Palestina iba del Mediterráneo
al Jordán. Hoy por hoy, la población autóctona
árabe va a quedar cercada en un área que representa
menos del 15% de la superficie original de su país.
¿Dónde están Europa y el Mundo Árabe
mientras todo esto pasa? ¿Dónde las naciones asiáticas
y africanas? Se puede llegar a entender por qué Alemania
duda a la hora de adoptar un posicionamiento claro sobre la cuestión,
si bien ya va siendo hora de que aprenda la lección moral
de su conducta pasada; la obligación moral que acarrea
por el Holocausto debería situarla a la cabeza de las
naciones que se oponen a los crímenes contra la humanidad,
la ocupación y las violaciones de los derechos humanos,
incluso cuando esos crímenes estén siendo cometidos
por personas cuyos padres y abuelos fueron víctimas de
ese mismo Holocausto. Pero, ¿qué decir del resto
de países miembros de la UE y NNUU? Como ya he avisado
con anterioridad, cuando quieran despertar podría ser
demasiado tarde. No sólo para los palestinos, sino también
para los israelíes, que seguramente tendrán muchas
más dificultades a la hora de ser aceptados (o simplemente
de sobrevivir) en Oriente Medio, después de haber sido
los artífices de una segunda Nakba.
Nota de CSCAweb:
1. Traducción íntegra
en CSCweb: Discurso
íntegro de George W. Bush sobre Oriente Medio
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