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EL CAMINO DE LA INTOLERANCIA

Panamá, Año IV, No. 95

10 al 16 de octubre de 2005

El pasado 27 de septiembre el Consejo General Universitario (CGU) aprobó casi por unanimidad, salvo honrosas y contadas excepciones, una resolución realmente nefasta y profundamente execrable. Declarar al profesor Miguel Antonio Bernal ciudadano “NON GRATO” en la Universidad de Panamá, constituye un desbordamiento sin precedentes en los afanes de sometimiento total y persecución selectiva, que desde hace más de una década se viene practicando en nuestra Primera Casa de Estudios, e introduce y afianza un clima de intolerancia en esta Universidad hacia los que disienten, lo que resulta, cuando menos, sumamente vergonzoso, por proceder de una institución de la que siempre se ha esperado que proteja y defienda más que ninguna otra en el país, los derechos fundamentales de todos los panameños y panameñas y, principalmente, el derecho a disentir. Que nadie se confunda. Nuestras concepciones pueden no coincidir con muchas de las posiciones expresadas por el Dr. Bernal, pero defendemos, eso sí, el sagrado derecho de todos la ciudadanía a expresar con libertad sus opiniones, aunque éstas no sean del agrado de los que gobiernan. Igualmente defendemos el inclaudicable derecho de los que se sienten ofendidos, a utilizar todos los instrumentos legales que la sociedad les otorga para que se le reparen las ofensas recibidas. Pero abusar en forma desmedida del poder conferido coyunturalmente, no enaltece, sino que denigra. La solución de las diferencias en una universidad verdadera y profundamente democrática, no permite optar -bajo ningún razonamiento- por el sacrificio del debate de las ideas e imponer con terror y miedo las ideas del poder. La Universidad y sus autoridades en todas sus instancias, deben comprender –si no lo han comprendido ya—que no deben seguir vetando el pensamiento crítico y la imaginación de los universitarios, porque esto representa una negación de la universidad misma y conspira contra su desarrollo. Fomentar y consolidar un clima generalizado de intolerancia y persecución en una institución que como la Universidad de Panamá fue fundada para lo contrario, la alejará aún más de ser, la “conciencia crítica de la Nación”. Porque resulta insensato creer que las deficiencias y faltas que se cometen en el ejercicio de funciones públicas desaparecen intentando silenciar la única voz que desde la Universidad se atreve, a riesgo de represalias, cuestionar y criticar el desempeño de sus autoridades. Es necesario que en la Universidad la arrogancia, la prepotencia y el autoritarismo ceda el paso al diálogo, a la ecuanimidad y al argumento.

Ha llegado la hora de reclamar cambios verdaderos y profundos en la Universidad de Panamá. Ha llegado la hora de demostrar que Ortega y Gasset se equivocaba cuando afirmara: “que cambiar a la universidad es más difícil que mover un cementerio”. La Universidad de Panamá no puede seguir comportándose como una universidad tradicional; éstas últimas no son impulsoras de cambios y transformaciones esenciales. Por ello el país necesita, le urge y le exige a la Universidad de Panamá, recuperar cuanto antes su compromiso con los sectores más marginados y desprotegidos de la Nación, identificándose además, con un modelo de desarrollo social, económico, político y cultural, que basado en la soberanía e independencia nacional, apunte directamente a la superación de las grandes desigualdades sociales y de la enorme brecha entre los que mucho tienen y los que no tienen nada. Esta es la Universidad que reclamamos y no la que malgasta energías y recursos en asuntos tan triviales e insulsos como esa infausta resolución de “Non Grato” para el profesor Bernal.

Las verdaderas amenazas y desafíos que tiene la Universidad de Panamá no provienen de un simple profesor de la facultad de Derecho. Pensar y actuar así lesiona la inteligencia de los demás. La creciente privatización de la educación superior; la insuficiencia de los recursos estatales para atender las necesidades universitarias; la trampa de reorientar a la universidad según las necesidades del mercado donde la educación pierde el carácter de derecho humano y se transforma en mercancía; el desprecio y la falta de reconocimiento de los conocimientos tradicionales; el énfasis casi alucinante de depender y difundir la tecnología foránea como la noción suprema del progreso; la excesiva politización de sus estructuras y el comercio internacional de la educación superior con todas sus formas sutiles y peligrosas que en la actualidad tiene, son sólo algunas amenazas que bastarían para quitarle el sueño a las máximas autoridades universitarias.

Finalmente creemos que en la Universidad de Panamá ha llegado la hora de cribar el miedo y el temor sembrado en todas las instancias universitarias. No resulta ni decente ni ético que principalmente el personal docente actúe como si no pasara nada en la Universidad. Recordemos que así como “la mentira puede correr cien años y la verdad la alcanza en un día”, el autoritarismo podrá un gobernar y dominar un tiempo, pero no lo podrá hacer todo el tiempo. Tengamos la seguridad y la confianza que no sólo otro mundo es posible sino que otra universidad también lo es.

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