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Miss Universo; Un espectáculo bochornoso

Año II, N° 21, 

9 al 15 de junio de 2003

Si sumamos los diez millones que pagamos por la franquicia, el millón que se le pagó a Fighali por «limpieza y seguridad» del área, el valor secreto del contrato de alquiler de las instalaciones (también pertenecientes a Fighali), los millones resultantes de dos días de salarios tirados al mar como resultado de que miles de educadores de escuelas primarias, secundarias y de la Universidad de Panamá no trabajaron porque las instituciones educativas fueron cerradas, los gastos extras desconocidos y, finalmente, el medio salario de decenas de miles de funcionarios públicos que sólo trabajaron media jornada, lo que ha pagado el gobierno panameño por tener el privilegio de realizar el «concurso» Miss Universo, por demás decadente y repudiado en muchas partes del mundo, es probable que supere los treinta millones de dólares, o dicho de otra forma, un moderno hospital que no nos quedó, cien escuelas equipadas con los más modernos equipos pedagógicos que no nos quedaron, diez mil puestos de trabajo dedicados durante un año a un programa de obras públicas que no hicimos, o cinco mil casas para panameños de escasos ingresos que seguirán viviendo en condiciones infrahumanas.

Agréguese a ello que tal bochornoso espectáculo constituye el acto más importante de «celebración» del Centenario de la República, y que el mensaje enviado a la presente y futuras generaciones es que tal o cual medida corporal, tal o cual forma de lucir un vestido de baño, o tal o cual forma de pasearse por una pasarela, son los valores que debemos enaltecer y por lo tanto emular.

Otros, los que pensamos que la Nación se construye con trabajo, inteligencia, dedicación y entrega a nuestros compatriotas, pensamos que los valores a emular los encarnan, en su condición de mujeres, y entre otras muchas, Sara Sotillo, Clara González, Otilia Arosemena, Reina Torres, en nuestro pasado, y Carmen Miró y Alma Montenegro, por poner sólo dos ejemplos, en nuestro presente. Como desagravio a las innumerables mujeres que en nuestro pasado y presente han contribuido con tesón ejemplar a construir la Nación panameña, deberíamos hacerles a estas dos últimas un homenaje popular y nacional.

Pero el bochorno no termina aquí. El hecho de que sectores obreros y estudiantiles decidieran realizar una manifestación de protesta, el mismo día de la final del «concurso», fue condenado porque con ello «se afeaba internacionalmente la imagen del país». El hambre, la desnutrición, el desempleo, la falta de escolaridad

adecuada y suficiente, la precariedad de nuestras instituciones de salud, son hechos que deben ser escondido bajo la alfombra y esperar «un mejor momento» para protestar contra ellos. Nunca como en esta ocasión ha quedado desnudada la existencia de dos realidades nacionales existentes: el país oficial y el país real. Y si las libertades democráticas reconocidas por la Constitución deben ser sacrificadas en ara del lustre del país oficial, pues se sacan a centenares de antimotines para impedir «desmanes» y el que se aténte contra «los derechos de terceros». Ciertamente, la subida de luz, los veinte mil despidos realizados en las instituciones del Estado durante del gobierno de Moscoso, la corrupción generalizada, el 20% de desempleo que padecemos y las exoneraciones a Panamá Port y las que vienen, no constituyen desmanes que atentan contra los derechos de centenares de miles de «terceros».

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