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La gobernabilidad: Un disfraz del neoliberalismo

 Año IV, N°109,

30 de enero al 5 de febrero de 2006

En un mundo cuyo eje central es sostenido por un modo de vida y de consumo absolutamente irracional, donde sólo el 20% de la población humana consume el 80% de la producción total, no ha de sorprender entonces, que el modelo de desarrollo vigente sea incompatible en términos sociales y medioambientales, así como extraordinariamente injusto desde una visión ética y humana. Por eso los apologistas del actual paradigma neoclásico, impulsados por su excesivo afán de ocultar y hasta negar estas verdades y realidades, han recurrido a cuanto subterfugio y estratagema se encuentra disponible en el cada vez más escaso, arsenal del capitalismo. Apelar con frecuencia a la llamada gobernabilidad es, sin dudas, uno de estos subterfugios o estratagemas que las clases dominantes y sus representantes en los gobiernos, utilizan para justificar la maquinaria de exclusión y de profundización de las desigualdades sociales que el neoliberalismo salvaje impone. Se invoca la gobernabilidad –auténtico disfraz para ejecutar políticas neoliberales y cercenarnos derechos sociales y económicos duramente conquistados– para convocar diálogos y consultas que, arrojando supuestos consensos, otorgan a los exageradamente subjetivos “temas de Estado”, un matiz de legitimidad y participación ciudadana que no tendrían de otro modo. Así, la gobernabilidad se convierte en un recurso importante y vital de los gobiernos para neutralizar las resistencias y desmovilizar a las fuerzas sociales que se oponen a su agenda neoliberal. Por ello no resulta extraño que sean precisamente el FMI y el Banco Mundial, los organismos internacionales que abogan y respaldan con más fuerza e intensidad en el mundo, por la supuesta gobernanza en los países. Al fin y al cabo, el discurso del «buen gobierno» les viene allanando el camino para garantizar el pago puntual de la deuda externa, para imponer sus programas de ajuste estructural y para difundir, entre amplios sectores de la sociedad el tanto absurdo como cómico argumento, de que no existe un mejor horizonte fuera del sistema capitalista.

Aquí, en el patio, es muy frecuente que los círculos gobernantes se refieran a la necesidad de construir y mantener la gobernabilidad, como premisa esencial para garantizar “el orden y la vigencia de las instituciones democráticas”. Se recurre a ella como fórmula de contener las legítimas expresiones de la protesta popular, junto con la procaz pretensión de justificar la inocultable degradación que en todos los órdenes de la vida social, viene atravesando desde hace algún tiempo en nuestro país, todo el andamiaje burgués y expoliador. Y es que de eso se trata: preservar y fortalecer por un lado, todo el sistema altamente corrupto que impera en la gestión gubernamental y por otro, minimizar la profunda y prolongada crisis que erosiona la democracia representativa y su tradicional e inalterable sistema de partidos políticos. Todo conduce a eso y la gobernabilidad de la Nación constituye, al mismo tiempo, la excusa y la trampa. No hay disociación alguna entre la construcción de gobernabilidad –tal como la entienden y la ejercen las clases dominantes– y la corrupción rampante de los gobiernos pasados y del gobierno presente, la malversación de fondos, el enriquecimiento ilícito, los escandalosos y frecuentes fallos en la Corte Suprema de Justicia, el negociado de las privatizaciones y de los nuevos proyectos (llámese megapuerto, ampliación del Canal) o la imposición de un TLC con los Estados Unidos. También hay en marcha toda una estrategia para hacerles creer a los incautos, desprevenidos y a los que se dejan, que los diálogos y consultas nacionales convocados por el Órgano Ejecutivo (por ej. la salvación de la Caja del Seguro Social); los consensos de la difusa sociedad civil sobre diversos temas; los subsidios y suspensiones temporales en el incremento de ciertos servicios; así como las farsas montadas con Comisiones de la Verdad, Transparencia o por la Justicia; representan un reflejo de la buena voluntad de los gobernantes y de la existencia de la más clara armonía entre los grupos sociales, es decir, de la gobernabilidad del país.

Gobernabilidad no es sinónimo de democracia, derechos humanos y libertades ciudadanas como los defensores a ultranza del capital y sus ganancias, quisieran que creyésemos. La gobernabilidad es un dispositivo de embaucamiento dirigido primordialmente a controlar y limitar las aspiraciones populares y con ello, a mantener intocable las bases fundamentales del sistema económico-político vigente. Apunta directamente a institucionalizar las fuerzas sociales y en su defecto, a neutralizarlas. Obviamente estos sueños neoliberales se tropiezan con crudas realidades y pesadillas que ya asoman. Porque aquí todo el mundo, en mayor o menor medida sabe, ahora con más convicción que nunca, que la democracia representativa resulta incapaz de brindar “más empleo, más seguridad y cero corrupción”. Ya la elite política criolla enquistada principalmente en la desprestigiada Asamblea de Diputados y otros Órganos del Estado, no engañan a casi nadie con sus trasnochadas promesas de despojarse de sus insultantes privilegios y canonjías. Tampoco lo consiguen los partidos electoreros que por su propia génesis y dinámica, no alcanzan a convertirse en una alternativa esperanzadora para los sueños de cientos de miles de panameños y panameñas humildes, que aspiran diariamente a un destino mejor. Es evidente entonces, que hay un desgaste y agotamiento de las formas convencionales de hacer política en nuestro país, de allí que vender ilusiones cada cinco años, se está tornando una empresa difícil, costosa y compleja. Si existieran dudas sobre esto, sólo basta recordar las millonarias e impresionantes estrategias mercadológicas que van acompañadas con un discurso hueco de los candidatos, pero con un tratamiento de sus imágenes que es, sencillamente, cautivador.

Es innegable que hay en proceso una crisis y erosión en la cultura política panameña, que va ligada íntimamente a la decepción política de amplios sectores de la sociedad. Por eso ya vamos siendo muchos los que consideramos que este país necesita con urgencia una cirugía. Sólo falta que los panameños y panameñas nos pongamos de acuerdo cuán profunda debe ser. O para decirlo un poco como Alfredo Zitarrosa, necesita una transformación auténtica que crezca desde el pie. Porque de una cosa si estamos seguros y no importa si suena como advertencia: en este país no habrá gobernabilidad ni nada que se le parezca, mientras la felicidad y la vida les sea negada con absoluta indiferencia y desprecio a cientos de miles de humildes familias panameñas.

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