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“Termina la vida y comienza la supervivencia”

Jean Paul Sartre

Realizar una revisión histórica del capitalismo seguramente debe conducir a comprender que este sistema  -por esencia inequitativo y despótico-  ha logrado mantenerse durante tanto tiempo gracias a su capacidad de generalizarse a lo largo y ancho del globo terráqueo, como a su vez, por su facilidad a la hora de ajustar sus expresiones según circunstancias específicas. Precisamente, en concordancia con la articulación de estas dos premisas, el sistema capitalista está imponiendo una lógica en la cual las mercancías son el factor primario de convergencia en las relaciones humanas, sin embargo y por desgracia, sus efectos abarcan la totalidad de la naturaleza.

Así pues, la voraz arquitectura de este sistema basado en la explotación y el consumo ha consolidado una integración de la naturaleza como un recurso más para ser usufructuado. Ello a su vez, ha generado una organización social claramente injusta en la que aquellos sectores que históricamente han ejercido la dominación ahora cuenten a su favor con bienes de todo tipo, del llamado tercer mundo, el cual para rematar, es convertido literalmente en el basurero de un egoísta modelo de consumo. Lo anterior deja a la luz una cruda realidad: el capitalismo y el convivir armónico con la naturaleza son dos realidades incompatibles.

Es tan irreconciliable la esencia del capitalismo con la armonía de la naturaleza que actualmente no bastan los territorios de las potencias para responder a sus desaforados niveles de consumo, lo que a la postre les produce una pseudo justificación para explotar a los países más pobres, en los cuales, el campesinado y la población indígena  – dependientes directos de la naturaleza- sufren las peores consecuencias al ser relegados de los suelos, bienes, etc, mediante el festín de la privatización a cargo de los grandes emporios transnacionales. Agudizando de esta forma las tensiones y conflictos sociales, siendo la importación de los intereses de los poderosos el detonante de toda clase de guerras, que paradójicamente, ni las libran ellos ni tampoco se dan en sus territorios.

En ese sentido, vale la pena recordar las palabras de un académico del país respecto al tema:

Es evidente que el imperialismo ecológico tiene múltiples dimensiones, que ameritan ser consideradas, tanto para entender la voracidad del imperialismo contemporáneo como para organizar las luchas de resistencia y defensa de los ecosistemas por parte de todos aquellos que sentimos la naturaleza se ha convertido en el último coto de caza de la mercatilización ecocida del capitalismo mundial.(1)

Frente al panorama esbozado en los párrafos anteriores, desgraciadamente Colombia no es la excepción. La situación actual del país  decretada desde la altas instancias del poder se encuentra lubricada por la directriz de responder al planteamiento del presidente Juan Manuel Santos que tiene a uno de sus más grandes cimientos de plan de gobierno en lo que se conoce como las “locomotoras mineras”, apelativo asignado por este siniestro personaje a la explotación de dicho bien natural a favor de los grandes capitales extranjeros sin importar las profundas consecuencias para los y las que habitamos este territorio tropical.

Para dimensionar el tamaño del negocio minero en nuestro país a favor de los grandes capitales basta mencionar algunas cifras: en la actualidad las transnacionales dedicadas al mencionado negocio como Anglo Gold Ashanti, BHP Billiton, Drummond, o Glencore en la actualidad poseen más de 43.000 kilómetros en concesión  (el equivalente a los departamentos de Boyacá y Cundinamarca juntos) (2) para ejercer su usufructo. Por otra parte, desde el 2.004 se han entregado más de 1.536 títulos para la explotación del oro existiendo más de 7.700 en trámite en este momento (3). Tan magnas cifras concuerdan perfectamente con estudios realizados en el pasado que pronosticaban que para el 2.009 el 98% de la inversión extranjera estaría relacionada con la extracción de recursos (4). Ya se podrán imaginar de qué tipo fueron.

Que Colombia sea un paraíso para los negocios mineros de grandes capitales extranjeros no habría sido posible sin la actitud servil y sistemática de los gobiernos de turno, quienes a lo largo de la historia se han encargado de legislar a favor de dichos capitales, de tal manera que les ha resultado más rentable explotar en nuestro país que en sus lugares de origen. Según diversos estudios, las regalías que ha recibido Colombia por la explotación minera a manos de extranjeras no supera el 1% de lo que estas han ganado con sus actividades en este plano, como si fuera poco, reciben descuentos en el pago de impuestos y se encuentran casi exentas de responder por los daños ambientales. No es más sino mirar los principales municipios que sufren el extractivismo como principal fuente de empleo y “desarrollo” según los gobernantes de turno, vastos sectores del llano colombiano sufren los embates de esta forma de desarrollo, en los cuales junto con las multinacionales mineras, llegan, los paramilitares, la prostitución, el crimen organizado, la corrupción, y la reducción de los recursos naturales provistos para la supervivencia de las comunidades que de antaño se han establecido en estas zonas (5). Visto de esta forma vale la pena preguntarse ¿ En realidad ya superamos lo que se conoció como la patria boba?

Sin embargo, las consecuencias negativas no terminan ahí, ya que además de lucrarse de manera sinvergüenza con los recursos de nuestro territorio, las transnacionales acaban por modificar las estructuras económicas, sociales y culturales en donde se asientan, como bien lo expresa Juan Alberto Sánchez en las siguientes líneas:

Las transnacionales de la minería minan las comunidades y las dividen para reinar. Financian fiestas populares, costean las carrozas y sufragan los abalorios de las reinas del pandebono y la aguapanela; seducen a dirigentes y sobornan a burócratas; adquieren investigaciones universitarias e investigadores; compran en rebaja togas y jueces. Y mientras tanto, siembran cizaña contra los pequeños mineros, demonizan a los opositores y se valen del aval gubernalmental para deshacerse de cualquier incomodidad. (6)

Frente a este último aspecto mencionado por el autor, es pertinente puntualizar que la orientación dada a la normatividad para el ejercicio de la explotación minera se ha establecido de tal manera que sólo pueda ser cumplida por grandes consorcios, así, el pequeño minero aun cuando pueda sortear toda la engorrrosa normatividad, se suele ver abocado ante otra problemática: el señalamiento de auspiciar a la insurgencia, quedando a la merced de los decretos de la maquinaria paramilitar, que a razón política  económica siempre ha sido fiel a los grandes capitales extranjeros.

Ante tan desolador panorama, se ve afrontado el pequeño minero, el cual en muchas ocasiones se ha visto presionado para asumir este negocio como manera de subsistir, sin pensar en las consecuencias que las prácticas extractivistas generan en su propio hábitat, con claras dificultades para ejercer la actividad, huyendo del acoso del conflicto armado. Por su parte, nuestro territorio se va deteriorando de manera vertiginosa a raíz de la megaminería a cielo abierto, con aguas y aire contaminados, suelos estériles, entre otras consecuencias de carácter ambiental, como lo deja claro un artículo publicado en la revista CEPA:

“El extractivismo tiene consecuencias nefastas en el ámbito social y ambiental. En el plano social destruye y desestructura a las comunidades locales, introduce nuevos hábitos y pautas de consumo, genera una mentalidad rentística y obliga a los habitantes de un territorio a subordinarse a los intereses de fracciones minoritarias de las clases dominantes que se articulan con el mercado internacional y se apropian de algunas migajas que les deja el libre comercio. El extractivismo aumenta la pobreza, la dependencia, la destrucción de los bienes comunes de tipo natural, que replican la eterna paradoja de la pobreza y la desigualdad en medio de la riqueza de recursos. Al mismo tiempo, se destruyen a las comunidades indígenas, y las que sobreviven son incorporadas brutalmente a la lógica extractivista, como acontece en Arauca, Boyacá, los Llanos Orientales, para mencionar algunos casos”. (7)

Y bien, después de este breve recorrido por la situación de la megaminería en Colombia y sus impactos, nosotros nos preguntamos: ¿qué pueden hacer los y las jóvenes desde la contracultura?. La respuesta es sencilla y compleja al mismo tiempo: organizarse y luchar. Para comenzar, debemos entender que las diferencias existentes entre las diversas tendencias (punk, metal, rap, etc) no deben trascender más allá de las etiquetas, ya que es precisamente en el reconocimiento del otro como sujeto con más cosas en común que diferencias, el primer paso para la organización. En ese sentido, espacios como los conciertos entre otros, pueden ser utilizados más allá de la lúdica y la diversión, para convertirse en verdaderos espacios de encuentro y conspiración donde se creen y/o articulen iniciativas de todo tipo de claro talante propositivo y contestatario frente al histórico reto de hacerle frente a este método destructivo del capital.

También es necesario hacer todo lo posible y mucho más, en consecuencia, no basta con tener conciencia sobre la situación y limitar nuestras acciones de rebeldía a cuestiones superfluas como la estética –lógica ya totalmente regularizada por el sistema y para eso sólo basta recordar el caso de “Germán es el man”-. Tenemos entonces que ampliar nuestro circulo de acción, cuestión en la que la contrainformación es vital, y para dicha tarea, tenemos un amplio espectro para intervenir comenzando por nuestras casas, escuelas, barrios, lugares de trabajo, entre otros, Podemos utilizar para acercarnos a la gente múltiples herramientas como lo son la edición de periódicos, fanzines, poesía, música, y en general, todo aquello que nos permita vislumbrar la problemática a quienes la desconocen.

Todo lo anterior, tiene que estar orientado en un proyecto de mayor envergadura como es la integración de diversos movimientos y sectores sociales, con los cuales se puedan coordinar esfuerzos a lo largo y ancho de territorio nacional, y de esta manera, lograr establecer una resistencia mucho más eficaz a las tenazas del poder. Ya que luchar contra la megaminería y en general contra el extractivismo es luchar contra el Plan Nacional de desarrollo,  es luchar contra la política entreguista del gobierno, es luchar contra la lógica impuesta a escala mundial de ver en la naturaleza una mercancía más, en últimas, es una lucha contra el capitalismo.

NOTAS:

1.VEGA, Renán. El imperialismo ecológico. El interminable saqueo de la naturaleza y de los parias del sur del mundo. http://www.ecoportal.net/Temas-Especiales/Globalizacion/Imperialismo_ecologico._El_interminable_saqueo_de_la_naturaleza_y_de_los_parias_del_sur_del_mundo

2.SÁNCHEZ,Juan Alberto. Colombia, un país minado por el despojo minero. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=122437

3.Ibid

4.Ibid

http://elturbion.com/?p=1354
SÁNCHEZ,Juan Alberto. Colombia, un país minado por el despojo minero. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=122437
Revista CEPA No. 19, Bogotá 2014
http://www.conflictosmineros.net/contenidos/10-colombia/16905-extractivismo-enclaves-y-destruccion-ambiental