Domingo 5 de noviembre de 2023
Profesora de ciencia y teoría política en la Universidad del País Vasco, esta experta en gestión pública dice estar cansada estos días de leer opiniones socioeconómicas y políticas “infumables” a raíz del covid-19 y defiende una república feminista.
Gessamí Forner 8 ABR 2020 El Salto
Jule Goikoetxea es profesora de ciencia y teoría política en la Universidad del País Vasco. Recientemente ha concluido un estudio, junto con tres investigadoras, titulado La democracia patriarcal. Ha trabajado en la Universidad de Cambridge y en la de Oxford, y el pasado año publicó Privatizar la democracia: capitalismo global, política europea y Estado español (editorial Txalaparta). Esta experta en gestión pública dice estar cansada estos días de leer opiniones socioeconómicas y políticas “infumables” a raíz del covid-19. Ella defiende una república feminista, opuesta al actual sistema capitalista y patriarcal, que considera incompatible con una democracia real.
¿Por qué la desmercantilización tiende a medir solo el bienestar de los hombres?
La literatura económica académica habla de tipos de capitalismo y de estados de bienestar. Anteriormente, había tres regímenes de bienestar, basados solo en relación a la mercantilización, es decir, en hasta qué punto debes vender tu fuerza de trabajo para tener una vida digna. En esa clasificación encontrábamos al régimen liberal angoloamericano, al socialdemócrata del norte de Europa y al conservador de Alemania y Francia, aunque también se incluían a España, Italia y Grecia. La crítica feminista indicó que esa clasificación dejaba sistemáticamente fuera a las mujeres, porque muchas no están mercantilizadas pero sí familiarizadas. Por ello, al incluir la variable de familiarización junto con la de mercantilización, salió un cuarto modelo: el mediterráneo, que agrupa a España, Italia, Grecia y Portugal.
Países donde las mujeres solo nos desfamiliarizamos si contratamos a otras mujeres, más pobres, para llevar a cabo las tareas de cuidados de los niños y mayores y las labores del hogar…
Eso es. Lo que caracteriza al régimen mediterráneo es que las instituciones públicas no se hacen cargo del trabajo que las mujeres han hecho tradicionalmente de forma gratuita. Si tienes instituciones públicas reducidas, como es el caso de España, solo las mujeres que tienen dinero podrán pagar a otras personas para que hagan ese trabajo. Las que no, lo seguirán haciendo gratis. Por eso las mujeres en España, y en los regímenes mediterráneos meten 20 horas semanales de trabajo no remunerado, mientras los hombres no llegan a cinco horas.
Has estudiado Filosofía y Ciencias Políticas. Define democracia, por favor.
Para mí, la democracia es un sistema político donde la población se autogobierna con el objetivo de emanciparse en comunidad. Una democracia feminista tiene otro concepto de lo público que el que tenemos ahora, que es patriarcal y liberal.
¿Cuál?
Uno en que lo público va unido a lo comunitario, a la autogestión y a mecanismos necesarios para autogobernar tu cuerpo y tu comunidad.
¿Nuestro cuerpo?
Sí, nuestro cuerpo necesita energía, agua limpia, sanidad, educación, una tierra no contaminada, alimentos ecológicos. Autogobernarse implica cuidarse, tanto a ti como a tu comunidad.
¿La democracia es compatible con un sistema capitalista?
No lo son. Los procesos de democratización implican ir contra el capitalismo y el patriarcado, que son sistemas políticos opuestos a la democracia, es decir, a que el pueblo se gobierne.
La pandemia ha puesto en evidencia el desmantelamiento de la sanidad pública, la precariedad del mercado laboral y la doble jornada de las mujeres trabajadoras, que se ha convertido en triple ahora que los niños se han quedado sin escuela. Pero tengo la sensación de que, o cambiamos el modelo socioeconómico y político ahora, o todo irá, simplemente, aún a peor. Pero, ¿cómo se cambia una sociedad sin movimientos sociales y sindicales fuertes?
Jugamos con esquemas estáticos de revolución o reforma. Pero es una evidencia histórica que las sociedades no cambian de un día para otro. La sociedad cambia mediante procesos, que son múltiples, y estamos en una ofensiva desdemocratizadora. Al mismo tiempo, se dan procesos de democratización, como cuando se organizan redes de cuidados, claro que estas no tienen la estructura que tiene un estado o la corporación necesaria para que mantenerlas en el tiempo. Son procesos en lucha constante, siempre habrá gente a favor de un cambio y gente en contra. Nunca llegará el día de sociedad chupiguay en la que no haya relaciones de poder, eso es paraíso cristiano y patriarcal.
Ay.
¿Qué tipo de utopía pueden imaginar las ideologías modernas? Los artículos que leo a raíz del covid-19 me parecen infumables. Están escritos desde marcos patriarcales y, además, cristianos. Una mujer que pare, tiene que domesticar a sus hijos. Convierte a esos mamíferos en sujetos, porque no nacemos sujetos. Y ese proceso de domesticación no es más que un proceso de dominación, en la que se dan relaciones absolutamente asimétricas. Por tanto, ¿quién piensa en una utopía sin relaciones de poder, cuando para crear sujetos necesitas todo un proceso de domesticación en el que hay relaciones de dominación? Pues tíos. Es un pensamiento patriarcal. Y es cristiano en cuanto hay un odio al poder, que se rechaza mientras se ejerce. Es súper perverso, ya que imaginar una sociedad sin relaciones de poder es imaginar una sociedad sin vida.
¿Por cuáles medidas podemos empezar para conseguir una democracia comunitaria y feminista?
Lo primero, publificarlo todo. Municipalizar o nacionalizar los espacios, las estructuras y las capacidades políticas. El primer nivel de gobierno debe situarse en el barrio, desde asociaciones y sindicatos. Luego ayuntamientos, mancomunidades, comunidades, Estado, etc. Si hablamos de autogobernarnos, debemos empezar en los barrios porque es donde están las mujeres. No puedes estructurar un sistema contra el capitalismo y el patriarcado desde un lugar fijo de trabajo, que era donde actuaban los sindicatos hasta ahora, porque no funciona. Los riders de Glovo no tienen condiciones materiales para sindicarse de la forma tradicional y las trabajadoras del hogar no tienen una patronal a la que exigirle derechos, por eso son colectivos tan vulnerables.
¿Y después del barrio?
Pedimos que los niveles de gobierno tengan capacidad de decisión y, por tanto, de veto. Las mujeres tienen que organizarse entre ellas dentro de organizaciones mixtas, y tener capacidad de veto y decisión sobre ciertas cosas. En Euskal Herria ya están organizándose, en sindicatos como ELA y LAB, organizaciones como Ernai y partidos políticos como EH Bildu.
¿Qué más?
Hemos planteado el consociacionismo feminista, un mecanismo por el cual donde haya un hombre, habrá una mujer. Si hay un ministro de Sanidad, habrá una ministra de Sanidad. Si hay un presidente, habrá una presidenta. Y este mecanismo se puede replicar con otras minorías, como personas raciliazadas o minorías lingüísticas.
¿Y qué medidas serían necesarias en la nueva estructura económica?
Si tenemos que sacar al capital de en medio del sistema y poner la vida en el centro, el cuidado debe ser obligatorio y rotatorio. Es decir, que desde la escuela, cuando tengas 8 o 10 años, como asignatura, uno de los quehaceres debe ser cuidar, por ejemplo, a los de unos cursos más abajo. En la sociedad adulta, que tengamos que cuidar todos a otras personas, ya sean familiares, vecinos o gente que lo necesita. Que obligatoriamente debas dedicar un tiempo específico a la semana a los cuidados.
Estas medidas no cambiarían mucho la rutina de las mujeres, pero sí enormemente la de los hombres y, desde luego, modificaría enormemente la economía.
Junto con ese proceso de desmercantilización, una de las normas de este proceso sería que nadie puede meter más horas en el trabajo remunerado que en el no remunerado. Conseguirlo implicaría una lucha enorme y coerción, porque para obligar a cuidar necesitas coerción. No creemos en la bondad del ser humano. Esa bondad se puede crear o no, pero no es per sé. Por eso creemos que la familia, y todas esas teorías que entienden a la familia como algo bueno y al estado como algo malo, no las compartimos.
¿Y qué medidas concretas?
No somos quién para decirlas, son las asociaciones quienes deben concretarlas. Nosotras solo las recogemos: los ratios y condiciones laborales que demandan las trabajadoras de residencias, la pensión mínima de 1.080 euros que exigen las pensionistas, el régimen general, en vez del especial, que necesitan las trabajadoras del hogar y un salario mínimo de 1.200 euros.
¿Dónde situamos al covid-19 en todo esto?
El covid19 nos ha enseñado que vivíamos en una normalidad absolutamente precaria basada en la necropolítica neoliberal: un sistema que decide quién va a morir y quién va a vivir. Eso es la privatización de la salud. La gente ha visto lo que no veía en la normalidad, en la que es mucho más difícil identificar estructuras, que con el covid han quedado al descubierto la sanidad desmantelada, la escuela pública, quién cuida de los ancianos.
¿Y cuando abramos las puertas de nuestras casas?
Creo que en el nuevo escenario no va a haber un cambio de sistemas, sino que se endurecerán, extenderán y se instalarán en todas las dimensiones de la vida.
¿Cómo en 2008?
El 2008, con la crisis financiera, y en el Estado español también una crisis inmobiliaria, se da un paso más en la reestructuración de un tipo de capitalismo, que es el que en esta ocasión se muestra con toda su crudeza en áreas diversas, no solo la financiera, ecológica y laboral, sino sanitaria, educativa, habitacional, etc. Vivimos en un sistema que está edificado contra la vida, la hace insostenible, pero no ahora en pleno covid-19, sino en lo que llaman normalidad democrática. El neoliberalismo, que empieza a expandirse hacia la década de los 70, no deja de ser un tipo de liberalismo, la ideología que articula discursivamente el capitalismo actual. Un capitalismo que, como siempre, se reproduce mediante la explotación y la opresión, pero la explotación y la opresión tienen muchas formas y dimensiones, igual que no es lo mismo el patriarcado feudal o el actual, tampoco es lo mismo el capitalismo industrial o el de plataformas, aunque convivan. Y para poder hacer frente a lo que viene, hay que identificarlo en toda su complejidad. Ese es el primer paso que debemos dar