Domingo 8 de enero de 2023
Mª ÁNGELES FERNÁNDEZ 22/06/2022 Pikara
La economista italiana Antonella Picchio expone sus teorías sobre la reproducción social y la distribución de la renta. “Las mujeres son pobres porque no las pagan por lo que hacen”, afirma.
Más allá de las señales que pueda mostrar su cuerpo, es una mujer llena de fortaleza. Antonella Picchio cumplirá en unos meses 80 años, un cierto alivio casi: “Al final podrán decir, ¡tiene 80 años, por eso está así!”. Y ese “así” se refiere al “míster párkinson”, su “agresivo compañero de la tercera edad”, como ella misma lo describe al inicio de la conversación.
“Estoy bien porque no tengo miedo, estoy bastante fuerte”, arranca, aunque reconoce que su calidad de vida ha empeorado en los últimos meses, no ya por la pérdida de vida social o porque no pueda ir al coro, sino porque una operación “la ha destruido” la mano y no ha podido ir a las rehabilitaciones. Esa mano destruida de la que habla, y cuyo estado es evidente en la videollamada, no resta nada de lucidez al discurso de esta feminista vieja (“que no vieja feminista”, como matiza con sentido del humor), ni de brío, ni de ironía. Su empeño en acudir en persona a Bilbao para participar en el VII Congreso de Economía Feminista es otro síntoma de su octogenaria vitalidad y de que prefiere hablar en persona, y no a través de una pantalla.
Las teorías de Antonella Picchio sobre los cuerpos como sostén del sistema económico capitalista han sido reforzadas en estos años pandémicos, que prevé serán una etapa histórica fundamental. “Está claro que los cuerpos son la primera línea, el capitalismo usa los cuerpos”, apunta. Experta en el análisis del trabajo no remunerado, Picchio ha sido muchos años profesora del departamento de Economía Política de la Universidad de Módena y Reggio, en Italia. “Renta” y “distribución” son dos conceptos básicos de un discurso, expresado en un castellano que lleva tiempo sin usar, hilado y didáctico. Trata de ir a diversas etapas históricas, y económicas, como la caza o la agricultura, para explicar algunas situaciones actuales. “Para los economistas tradicionales los cuerpos no existen, salvo como excepción”, afirma. Unos cuerpos que las mujeres conocen muy bien.
“Las mujeres son líderes porque son las que sostienen todo, sostienen el mercado de trabajo, la fuerza de trabajo o la capacidad de trabajar”, apunta para recordar que esta posición de sujeción coloca a las mujeres en la base, abajo, un lugar desde el que ven más que nadie y con mejor perspectiva. “Nosotras luchamos por mostrar que el trabajo de las mujeres sostiene todo el mercado y es una relación vertical, porque estos trabajos nunca se pueden poner en horizontal; no son uno más, son los que sostienen a todos”.
Con un habla lenta, abrazada por la cantidad de libros que aparecen detrás de su hogareño lugar de trabajo, insiste en conceptos como “cuerpos”, “vida”, “calidad de vida”, “producción capitalista” o “renta financiera”. “El capitalismo industrial hizo que los trabajadores generaran excedencias que iban al beneficio y a la renta; ahora eso se va a la renta financiera, que está en manos de pocas personas, los más ricos”, a los que tacha de irresponsables, depredadores y especuladores. Una renta financiera que, dice, financia armas y guerras: “Es una inversión en recursos destructivos, no constructivos”. Por eso, añade a lo largo de la entrevista, tiene que haber luchas que pongan la seguridad de la vida delante.
Las aportaciones de la también doctora en Ciencias Políticas son claves para entender el avance de la economía feminista en las últimas décadas, a pesar de las dificultades que Picchio ha tenido para hacerse un hueco en la academia. “Me dieron la cátedra, pero la conseguí porque fui militante”. En varias ocasiones, de hecho, se ha definido más activista que economista. “La aventura intelectual más grande fue el movimiento. Y eso me deconstruyó todas las categorías y tuve que buscarme otras. Y lo hago haciendo trabajos sobre la historia del pensamiento económico. Mi mirada es ver la reproducción social, porque soy feminista, y los cuerpos son una cosa importante que voy a buscar en los trabajos de los economistas”.
“Mi fuerza se construyó con las otras. Cuando la academia te excluye, tienes que encontrar otras vías para pensar y escribir”, explica la que fue la primera mujer en la Facultad de Economía de Trento. “Siempre tuve curiosidad y malestar por arreglar las cosas y al final escribí cosas que fueron premiadas y los estudiantes buscaban mis lecciones”, añade. Recuerda que al final de su primera clase un alumno se la acercó para decirle que su clase había sido muy interesante y para preguntarle si no tenía miedo. “Si estás en algo tan potente como es el movimiento feminista, tienes la fuerza”.
Sus alabanzas al movimiento feminista van más allá de su experiencia personal. “Es un movimiento global, interseccional y pragmático por natura, porque vivir es una praxis”, subraya con su voz suave.
Batalla por una redistribución radical
Con un bagaje en las calles (estuvo en los grupos que en los años 70 luchaban por un salario doméstico) y en la academia, el análisis de Antonella Picchio ha sido esencial en cualquier debate, libro o encuentro sobre economía feminista de los últimos años. Porque ella suele estar e ir; como fue a Beijing en 1995, a la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer, formando parte de la delegación italiana, y como ha venido a Bilbao al VII Congreso de Economía Feminista. Por eso, reconoce que, aunque con la pandemia se ha generado mucha conexión global, “hacen falta los cuerpos porque los seminarios no bastan”. “Tenemos que defender nuestra vida y luchar con las otras, es algo fundamental que la pandemia está cortando, nuestras relaciones públicas”.
Y continúa: “En Beijing se habló por primera vez de que había un trabajo total, el pagado y el no pagado; y el no pagado es mayor que el pagado. Y es difícil que un agregado macroeconómico tan grande sea una cuestión cultural, es algo estructural”. Y apunta: “Ahora todo el mundo habla de reproducción social y el conflicto se ve muy bien”. Pero no vislumbra respuestas, al menos de unos gobiernos que califica de “inoperantes”, porque “no hacen lo que tienen que hacer, que es poner la cuestión distributiva delante de todo”. Para la economista italiana estamos en una “batalla de redistribución radical”, en la que siempre hay que ir a la raíz, a la base un sistema vertical que está en crisis y se está cayendo, derritiendo como los glaciares.
Y habla de las posibilidades de una renta básica de cuidados, de las mujeres como sujetos políticos y del crédito acumulado. A las mujeres se les debe dinero, recursos. “Un análisis del trabajo de cuidados muestra que las mujeres están en crédito, no en débito, se las debe, que son pobres porque no les pagan por lo que hacen”. Hay una deuda. “Y ese dinero simbólico tiene que ser usado como instrumento en la huelga”, la herramienta en la que pone sus esperanzas.
Y aquí, la voz pausada y lenta de Antonella Picchio, a la que a veces le cuesta encontrar conceptos en castellano, pero siempre da con ellos, coge la fuerza de su discurso, de su activismo, de sus conocimientos, para recordar que nadie, absolutamente nadie, puede decir que a las mujeres se las da dinero por generosidad o por distribución: “Las mujeres son dueñas de ese dinero y lo piden porque es un crédito”. Y añade del tirón: “Los hombres no quieren poner sus cuerpos, la vulnerabilidad de sus cuerpos, en el espacio público, lo tienen como una cuestión íntima. No son un sujeto político en la cuestión de la reproducción”.
“Si se lucha por una renta que cuida la vida es un dinero que cuida, porque el dinero también es una categoría política. Y sobre la idea de los cuidados se pueden exprimir muchas cosas y las mujeres ahí son el sujeto líder”, incide. “Hay mucho mito sobre la reproducción, todas las ciencias sociales hablan de la familia, de la reproducción social, y ponen el mito de la religión y la cultura, pero no lo hacen como una cuestión estructural fundamental. Solo el movimiento feminista puso su cuerpo y el cuerpo de todas”. Unos cuerpos que Picchio recuerda que están hechos de relaciones, sentimientos y emociones.
Y regresa a su mano y a su párkinson. Si las emociones funcionan, dice, el párkinson es solo una enfermedad; en cambio, si no funcionan, es una identidad horrorosa. A la hora de tratar su enfermedad se siente favorecida, porque su trabajo como profesora universitaria le acarrea una buena pensión con la que se puede permitir sofisticadas fisioterapias.
Antonella Picchio se nombra como privilegiada, pero recuerda a las mujeres mayores pobres que están rabiosas porque sus vidas nunca se arreglaron y se discute si merecen o no una pensión, “y eso es un insulto”, clama. “La situación de las pensiones es un problema muy grave y la falta de dinero de las mujeres viejas es muy importante. Las mujeres pueden decir que están en crédito, el sistema económico está en deuda”, insiste.