Palestina


* Azmi Bishara es palestino, ciudadano israelí y miembro del parlamento israelí (Knesset). Recientemente, el parlamento israelí le retiró la inmunidad y en la actualidad se enfrenta a un juicio por defender los derechos nacionales del pueblo palestino.

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Sobre el terrorismo

Azmi Bishara*

Texto publicado en Al Ahram Weekly Online, 17 al 23 de enero de 2002, núm. 569
Traducción: CSCAweb (www.nodo50.org/csca)

En la política exterior norteamericana, la noción de "civil" es aplicable únicamente a los ciudadanos norteamericanos, a los de los países de la OTAN, y a Israel. El ejercicio del abuso o el castigo contra terceros, o su eliminación por motivos políticos no cuenta para EEUU como "terrorismo". Hoy vivimos en un mundo diferente; un mundo en el que existe una conciencia universal sobre el respeto de los derechos humanos y de los ciudadanos y la necesidad de que las sociedades se rijan por estos principios.

En 1976, Jorge Videla se hizo con el poder en Argentina después de derrocar a Isabel Perón. Comenzó entonces uno de las más sangrientas dictaduras que Argentina ha sufrido. Más de 15.000 militantes de izquierda, defensores de los derechos humanos, y civiles inocentes fueron asesinados o desaparecieron. Ninguna democracia europea se quedó sin su porción de refugiados argentinos, al igual que los procedentes de Chile, Guatemala, y Uruguay; gentes que trajeron con ellos su modo de vida, sus canciones, su vigor y espontaneidad. El impacto sobre la cultura europea de izquierdas fue enorme. Por aquel entonces, la palabra "dictadura" evocaba de manera inmediata América Latina, imagen ésta reforzada por la lectura de El otoño del patriarca de García Márquez y una prolífica producción literaria latinoamericana que tan directamente ha influido sobre la "literatura de la autocracia" que empezó a escribirse en el mundo árabe durante los años ochenta y noventa.

Por aquel entonces, yo era un estudiante de la Universidad Hebrea de Jerusalén. Como todos los izquierdistas del mundo, comulgábamos con la lucha de los latinoamericanos a través de imágenes de Che Guevara, de las canciones de Víctor Jara, o de los escritos de Régis Debray. Condenábamos entonces a EEUU, y más en concreto a su Secretario de Estado Henry Kissinger, por el apoyo que prestaban a las sangrientas Juntas latinoamericanas.

Fue precisamente en aquellos años en que yo comenzaba a madurar políticamente cuando conocí a los primeros refugiados judíos procedentes de América Latina que llegaron a Israel, casi todos ellos argentinos. Estudiaban en las universidades de Haifa y Jerusalén; eran izquierdistas que habían huido de la persecución contra la izquierda en Latinoamérica. Para muchos de estos refugiados, el sionismo apenas significaba nada o casi nada, y tan pronto como las circunstancias mejoraron en sus países de origen, se marcharon. Otros se sintieron incapaces de reconciliar su presencia en el Estado sionista con sus principios izquierdistas, y emigraron a Francia sin esperar siquiera a que las condiciones mejorasen en sus países de origen; París se había convertido por aquel entonces en un punto de encuentro de refugiados latinoamericanos de izquierdas. Un tercer grupo de estos estudiantes adoptó el ideal sionista y se quedó, pese a la consternación que les causaba la indiferencia del gobierno israelí por el destino de jóvenes judíos de izquierda expuestos a la tortura y los abusos en las cárceles de las dictaduras latinoamericanas.

Sin embargo, estos estudiantes eran por lo general más receptivos al lenguaje que hablaba de la usurpación de los derechos, que entonces constituía nuestra vía para dirigirnos a los estudiantes judíos cuando comenzamos a organizar un movimiento estudiantil árabe vinculado a la izquierda judía en las universidades. Culturalmente, nos separaban muchas cosas. El discurso del nacionalismo árabe y del movimiento nacional palestino eran completamente ajenos a su universo intelectual, que se centraba única y exclusivamente en los debates relativos a la situación de la izquierda latinoamericana. Por otra parte, convergíamos en nuestro antinorteamericanismo. Ellos eran el único sector de la izquierda israelí no comunista y no prosoviética opuesto a EEUU. Una de nuestras quejas principales sobre la izquierda israelí era, precisamente, la de que eran el único movimiento político de izquierdas en el mundo que creía que las relaciones de su país con EEUU servirían para atemperar las injusticias cometidas por su gobierno. En consecuencia, fuimos capaces de aprender de las experiencias y los puntos de vista de estos estudiantes mientras discutíamos sobre la política norteamericana y enumerábamos los crímenes perpetrados por EEUU y Kissinger ("el profesor de la muerte") en Chipre, Chile, Argentina, y otros países. Mientras tanto, la derecha árabe y la izquierda sionista nos miraban por encima del hombro y sonreían presuntuosamente ante nuestro ardor juvenil y lo que calificaban de clichés carentes de sentido.

Desclasificación de documentos

Aquellos tiempos me han vuelto a la memoria mientras leo las reacciones que se han producido tras la publicación por parte del Departamento de Estado norteamericano de documentos que versan sobre Argentina, documentos que han sido recientemente desclasificados aún cuando Washington sigue avanzando con paso firme en su guerra contra el "terrorismo"; una guerra que ha servido para volver a trazar la línea divisoria entre el Bien y el Mal en el contexto de la cultura política global que predomina en la actualidad. El hecho de que estos documentos pertenecientes al Departamento de Estado hayan sido desclasificados, según mandan los cánones de la transparencia democrática, nos hace pensar en la existencia de otras nociones sobre el Bien y el Mal, de las cuales no todas puede decirse que tengan que estar en los altares propios de los ingenuos clichés de jóvenes entusiastas. Entre las virtudes de las tradiciones ya institucionalizadas del Estado moderno, nos encontramos con la perpetuación de las mismas sea cual sea la atmósfera política del momento o los intereses temporales predominantes. Precisamente movido por esta dinámica, el Departamento de Estado desclasificó estos documentos, pese a que contienen información que contradice de manera flagrante la imagen que EEUU intenta crearse en esta batalla contra el terrorismo.

Los documentos desclasificados revelan que el Departamento de Estado norteamericano apoyó sin ningún tipo de reservas al gobierno de Videla, que se había embarcado en una campaña de represión intensiva que tuvo como resultado la desaparición, tortura y asesinato de al menos 15.000 personas. Entre los documentos, hay fragmentos de correspondencia entre Robert Hill, por aquel entonces embajador de EEUU en Argentina, y Kissinger [Secretario de Estado], que prueban la complicidad de este último en los crímenes perpetrados por la Junta en Buenos Aires durante los encuentros mantenidos con el Ministro de Asuntos Exteriores argentino, el almirante Cesar Guzzetti. En dichas reuniones, Kissinger aseguró a Guzetti que, si Argentina podía resolver su "problema con el terrorismo" (término que la Junta utilizaba para referirse a la represión ejercida contra la oposición, los defensores de los derechos humanos, y la izquierda en general), EEUU no denunciaría las prácticas contrarias a los derechos humanos que ocurrían en Argentina. El embajador Hill creía que era una atrocidad que sus superiores en Washington se dedicaran a boicotear sus esfuerzos por persuadir al gobierno argentino para que respetara los derechos humanos, y se quejaba amargamente de que Guzzetti, tras reunirse con varios responsables norteamericanos en octubre de 1976 en Washington, volvió a Buenos Aires "más contento que unas pascuas".

Bonita información, ¿no les parece? Con todo ello, es importante. Primero, porque ayuda a quienes siempre hemos creído que la preocupación de EEUU por los derechos humanos es fingida y que la política exterior norteamericana ha apoyado de manera constante la violación atroz de los derechos humanos en todo el planeta, a mantenernos firmes en nuestra creencia. En segundo lugar, porque nos permite recordar las discrepancias que existían entre lo que afirmaba la prensa de izquierdas en la época de la Guerra Fría (información sobre la cual nosotros basábamos nuestras actitudes políticas), y los hechos tal y como eran acuñados en el lenguaje de la diplomacia norteamericana y los documentos oficiales. No hay razón alguna por la que debamos alegrarnos ahora que la horrorosa verdad ha salido a la luz, aparte de la satisfacción (por otra parte, muy humana) que uno siente al poder decir eso de "Ya os lo decía yo" EEUU estuvo involucrado en la ejecución de actos terroristas contra ciudadanos de numerosos países mientras intentaba superar tácticamente a la Unión Soviética y reducir su influencia. EEUU llevó adelante su estrategia durante la Guerra Fría amparándose en diversos argumentos, desde la lucha contra el terrorismo y los regímenes "extremistas" la defensa de la paz, la seguridad, o los intereses vitales de EEUU y la democracia.

Los documentos del Departamento de Estado recientemente desclasificados no son sino una pequeña muestra de un entramado mucho más amplio. En la política exterior norteamericana, la noción de "civil" es aplicable únicamente a los ciudadanos norteamericanos, a los de los países de la OTAN, y a Israel. El ejercicio del abuso o el castigo contra terceros o su eliminación por motivos políticos no cuenta como terrorismo. Aún con todo, este hecho constituye ya de por sí una mejora. Durante las fases más oscuras de la historia norteamericana, el concepto de ciudadanía no era extensible a los afroamericanos, los activistas de izquierda, o los sindicalistas, que podían ser reprimidos sin referencia alguna a los códigos del derecho liberal, aplicables únicamente en el caso de los blancos de las clases media y alta.

Hoy vivimos en un mundo diferente; un mundo en el que existe una conciencia universal sobre el respeto de los derechos humanos y de los ciudadanos y la necesidad de que las sociedades se rijan por estos principios. En este mundo, EEUU ha postulado con más fuerza que nunca el "terrorismo" como casus belli, señalando como objetivo a aquellas fuerzas que son hostiles para con sus intereses estratégicos y materiales. Es más: EEUU expande constantemente la propia definición del término. Si en la década de los setenta Washington calificó a la oposición argentina de "terrorista", hoy pretende colgar la misma etiqueta a los movimientos de resistencia palestinos y libaneses.

El fin de la Guerra Fría

El clima político global es, sin embargo, diferente del de las décadas de los cincuenta, sesenta y setenta, cuando millones de seres humanos (civiles y no civiles), eran masacrados en guerras y golpes de Estado que se reproducían en el periodo de la Guerra Fría, en el contexto de las cambiantes alianzas de los dos bandos. La Guerra Fría ha terminado, y en la actualidad existe una cultura de derechos civiles que ha alcanzado un estatuto universal, independientemente de cuáles sean las posiciones ideológicas de cada cual, lo cual viene a querer decir que dicha cultura se sitúa ya fuera del marco de la cuestión de "en beneficio de quién" se producen los abusos de los derechos humanos y derechos civiles.

Hoy por hoy, resulta difícil acusar a esos "estudiantes sobrados de entusiasmo" que corean eslóganes antinorteamericanos de servir los intereses de la Unión Soviética, o de haber sido embaucados por la propaganda antioccidental de cuño soviético. Es más: es posible formular un discurso basado en hechos sólidos y argumentos razonables que acuse a EEUU e Israel de perpetrar actos de terrorismo. De ahí la necesidad de referirnos a los documentos del Departamento de Estado norteamericano, puesto que corroboran la existencia de una tradición de la política exterior norteamericana en apoyo de gobiernos terroristas y la promoción del maltrato, la tortura, y el asesinato de civiles.

Aún cuando nos esforcemos por imaginar el horror de los acontecimientos del 11 de septiembre en EEUU, y aún cuando los relatos sobre el asesinato de civiles inocentes sean realmente escalofriantes, nuestra imaginación no llegará siquiera a aproximarse a lo ocurrido durante la mayor operación militar de la historia ejecutada contra una población civil en la historia contemporánea. La decisión norteamericana de arrojar la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki se adoptó en función de su conveniencia política, con el fin de acelerar la rendición del gobierno japonés, a pesar de que la guerra ya se había resuelto a favor de EEUU. Quizás hubiera también otra motivación de índole política: demostrar al mundo de la posguerra el poderío nuclear norteamericano. Esta operación militar fue la acción terrorista más impresionante de la historia contemporánea y debería servir como prólogo a cualquier discusión sobre el terrorismo; después de lo cual no habría que olvidarse de mencionar Vietnam, Chile, Chipre, Argentina, Timor Oriental, Líbano, Palestina, e Iraq.

Es importante iniciar esta discusión a escala global, evitando caer en exageraciones que únicamente servirán para desacreditar al conjunto de la discusión. Podría parecer que los documentos sobre los que nos basamos minimizan las catástrofes ocurridas con todos estos pueblos, pero lo cierto es que [su análisis] contribuirá a que se formulen miles de preguntas relativas a la credibilidad de la guerra contra el terrorismo y sus motivaciones políticas.



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