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Israel: la incompatibilidad
entre sionismo y democracia
Azmi Bishara*
Arabic Media Internet Network, 23-11-2001
Traducción: CSCAweb (www.nodo50.org/csca)
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"Israel puede tolerar
la presencia de aquellos árabes israelíes que opten
por permanecer al margen de la sociedad árabe y de la
sociedad israelí". [...] "Esta es una lucha
por el derecho -como árabes- de poder organizarnos, de
poder relacionarnos con nuestro pueblo que sufre bajo la ocupación
israelí y sobre la compatibilidad del sionismo con la
democracia y la igualdad"
La política israelí en lo relativo a la democracia
está regulada por principios contenidos en la ideología
sionista. Los más importantes son: el carácter
judío del Estado; el concepto de aliyah o lo que
es lo mismo, la absorción de judíos de la Diáspora,
y la concesión de la ciudadanía israelí
siguiendo criterios tales como el cumplimiento del servicio militar,
la práctica del asentamiento de la tierra, y la integración.
Indiscutiblemente, esta misma estructura está llena de
contradicciones que contribuyen a tensar la cultura política
del Israel actual.
La modernidad relativa de esta estructura se contrapone con
la imposibilidad de separar Estado y religión, porque
es imposible marcar una línea divisoria entre la religión
judía y la nación judía, así como
entre el derecho a la ciudadanía y la adscripción
a un credo religioso debido a la existencia de la "ley del
retorno" (para judíos). Históricamente, esta
democracia judía se construyó sobre los vestigios
y la estructura social del pueblo; todavía hoy, esa misma
democracia sigue cautiva de esta paradoja. Es más: la
paradoja se ha ido avivando a medida que Israel mantenía
una ocupación que forzosamente abroga el derecho de un
pueblo a la auto-determinación en su propia tierra.
Estas dos paradojas se conectan con una tercera (objeto de
este artículo): la relación existente por un lado
entre el Estado sionista, y el desarrollo de la democracia y
la igualdad porotro con el fin de que lleguen al 20 % de los
ciudadanos árabes, habitantes nativos del país
que permanecieron en su tierra después de al-Nakbah
(la catástrofe de 1948).
Según los valores de las democracias liberales de Occidente,
semejante paradoja es más dañina incluso para la
propia constitución democrática del Estado que
el hecho de mantener una ocupación sobre otro pueblo.
Después de todo, la mayor parte de las democracias europeas
atravesaron periodos coloniales que no alteraron en lo fundamental
las estructuras de sus sistemas políticos.
Un Estado 'para judíos'
Si bien nos permitimos diferir de la consideración
expresada anteriormente, e incluso aún cuando hayamos
presentado tal analogía, lo cierto es que existe un consenso
democrático acerca de la importancia que tiene la igualdad
entre todos los ciudadanos como condición sine qua
non para que haya democracia, así como de la importancia
y delicadeza implícitas en la cuestión de las minorías.
Todas estas cuestiones no pueden tener una solución
aceptable en una situación en la que el Estado se define
al mismo tiempo como Estado judío y Estado para
judíos (no para ciudadanos).
Por todo ello, Israel siempre ha intentado encontrar el equilibrio
entre la discriminación racial contra sus ciudadanos árabes
inherente [al propio sistema], y la necesidad de dejar de ser
percibido como un Estado que practica el apartheid dentro de
sus propias fronteras internacionalmente reconocidas.
El equilibro se ha roto en varias ocasiones, pero siempre
se había recuperado para bien de los ciudadanos árabes
[del Estado de Israel], que se han beneficiado de unos márgenes
cada vez más amplios en el respeto de sus derechos. Los
ciudadanos árabes [de Israel] han disfrutado cada vez
de más derechos en el Estado judío por varias razones,
dentro de las cuales cabría citar el creciente poder de
quienes gobiernan, la prosperidad económica, y el progreso
social que la propia comunidad árabe ha experimentado;
una comunidad que ha protestado cada vez más fuerte contra
las distancias que les separaban de la mayoría judía.
Aún así, y a pesar de la mejora en lo relativo
a los derechos de los árabes comparada con la situación
anterior (especialmente cuando las comunidades árabes
vivían bajo un gobierno militar), lo cierto es que las
distancias en el desarrollo de los ciudadanos árabes y
judíos no han hecho más que aumentar. Tampoco se
ha hecho nada por tratar el tema de la discriminación
racial.
Es más: las contradicciones entre los ciudadanos árabes
y las políticas estatales han ido aumentando como resultado
del aumento de la conciencia nacional entre los ciudadanos árabes
por toda una gama de razones que no viene al caso examinar aquí.
Israel no desarrolló un concepto de "nación
israelí" porque prefirió subrayar la identidad
judía del Estado. Al mismo tiempo, la apuesta por una
crisis de identidad que fragmentase a los ciudadanos árabes,
marginándolos y evitando que se organizasen como colectivo
nacional dentro de la nación árabes y del pueblo
palestino, demostró estar equivocada.
La democracia judía puede tolerar la presencia de ciudadanos
árabes como invitados siempre que éstos últimos
respeten las normas de hospitalidad al uso. En otras palabras:
Israel puede tolerar la presencia de aquellos árabes israelíes
que opten por permanecer al margen de la sociedad árabe
y de la sociedad israelí. Israel no tienen ningún
reparo en cooptar a aquellos ciudadanos árabes que quieran
convertirse en oportunistas híbridos camaleónicos,
medio israelíes, medio árabes, carentes de una
identidad cultural definida que intentan complacer tanto a árabes
como a israelíes según se presente la ocasión;
gentes que de forma patética intentan conquistar ambos
mundos después de haber perdido su propia alma.
Plena ciudadanía
En respuesta a este fenómeno, que poco a poco iba ganando
terreno y que estaba a punto de convertirse en mayoritario, hemos
intentado proponer una alternativa ideológica democrática
afirmativa de una identidad árabe palestina de matices
diversos, pero que evidentemente no sea medio-árabe.
Nuestra propuesta insiste en señalar que la ciudadanía
plena es condición previa para que se de la igualdad,
y que existe una contradicción entre la igualdad plena
y la identidad sionista del Estado. Esta contradicción
no es razón para que abandonemos ninguna de nuestras llamadas
a la igualdad; simplemente, pone de manifiesto el hecho de que
la igualdad no es compatible con el sionismo. El problema es
el sionismo, no la igualdad.
Esta idea democrática liberal es percibida en Israel
como un concepto tan radical que casi podría significar
saltarse las normas de concurrencia a las elecciones parlamentarias.
Puesto que este mismo mensaje fue conformado en el ideario de
un partido político que concurría a las elecciones
parlamentarios, una novedosa forma de rivalidad se ha ido desarrollando
en el seno de la comunidad árabe, exigiendo la igualdad
plena y una afirmación más fuerte aún de
su identidad árabe y palestina.
Desde el momento en que Benjamín Netanyahu llegó
al poder en 1996, existe una campaña que tiene como blanco
a los miembros árabes de la Knesset y a los árabes
en general debido a sus posiciones políticas respecto
a la causa palestina. El objetivo de la campaña era deslegitimar
a los representantes parlamentarios árabes bajo el pretexto
de que su lealtad política chocaba directamente con su
estatuto de ciudadanos [de Israel].
Los ataques contra los parlamentarios árabes en la
Knesset han llegado a su punto álgido durante la
Intifada, explotando el clima de hostilidad creado así
como la histeria chovinista que ha invadido la vida israelí.
Durante este periodo, se tomó la decisión de
declarar abiertamente la guerra a los parlamentarios árabes.
Yo mismo recibí en un hombro los disparos de la policía
israelí en junio de 1999 durante una marcha en protesta
por la demolición de hogares árabes en Lydda. El
caso quedó sin embargo cerrado por "falta de pruebas".
El pasado mes de octubre, cientos de extremistas judíos
atacaron mi casa. No hubo detenciones., a pesar de que la policía
estaba presente en el lugar. De hecho, los ataques de la policía
contra parlamentarios árabes se convirtieron en algo rutinario.
No había "inmunidad" como tal, salvo el hecho
simbólico de que el Estado no podía sentar a los
parlamentarios árabes ante un tribunal.
Por primera vez en la historia de la Knesset un miembro
del Parlamento ha visto cómo le es retirada su inmunidad
por haber hecho una serie de declaraciones políticas.
El parlamento israelí me ha retirado la inmunidad parlamentaria.
Se me acusa de dos hechos:
- En primer lugar, una acusación relacionada con unas
declaraciones mías que pronuncié en dos ocasiones
diferentes. La primera, en una jornada de protesta organizada
el 5 de junio en el pueblo de Umm al-Fahm, donde manifesté
mis simpatías por el movimiento libanés Hizbullah
y mi agradecimiento hacia dicho movimiento por haber acabado
con la ocupación israelí. La acusación sostiene
que estas declaraciones son "terrorismo". La segunda
ocasión se produjo con motivo del primer aniversario del
presidente de Siria, Hafez El-Assad, donde pedí al mundo
árabe que apoyase la Intifada. La acusación argumenta
que mi petición era en realidad una llamada a la utilización
de la violencia contra el Estado.
- Se me acusa también de haber intercedido ante las
autoridades sirias para que permitieran a algunas personas de
edad avanzada, ciudadanos árabes [de Israel], visitar
a sus familiares residentes en campamentos de refugiados en Siria
por primera vez en 53 años. En un gesto humanitario que
recibió una cálida acogida por parte de los árabes
en Israel, Siria concedió el permiso. Entretanto, Israel
no se atrevió a procesar a un grupo de ancianos por el
"crimen" de reunirse con sus familiares, quizás
por última vez. De manera que procesan a Azmi Bishara
por haber "organizado visitas a países enemigos sin
contar con el permiso de las autoridades israelíes".
A pesar de que mis colegas y yo tenemos que tomarnos estas
obligaciones en serio y tendremos que preparar una buena defensa
para demostrar mi inocencia, somos conscientes de que las acusaciones
que se han presentado contra mí son en realidad de naturaleza
política, y tienen una motivación y una intencionalidad
de carácter político.
Las acusaciones son esencialmente de carácter político
porque tienen su base en el punto de vista político de
Israel que considera que la resistencia legítima es una
forma de terrorismo. Las motivaciones políticas se fundamentan
en la convicción sionista de derechas de que el pluralismo
democrático ha de quedar restringido por la lealtad hacia
el Estado sionista / israelí. El objetivo político
de Israel es debilitar a la Asamblea Democrática Nacional
(Balad) sentando a sus líderes en el banquillo y aterrorizando
a sus ciudadanos árabes para que no demuestren su apoyo
al partido.
Por eso, nuestro juicio debe encontrar una amplia reacción
en la calle que exprese su apoyo hacia los objetivos de Balad
y demuestre a Israel que los árabes no se van a acobardar.
El juicio debe ir acompañado de un debate político
sobre la distinción que existe entre la resistencia legítima
y el terrorismo.
Ocupación y terrorismo
Creemos que la ocupación es una forma de violencia
política ejercida contra gente inocente. En otras palabras,
es una forma de terrorismo. Igualmente creemos que la resistencia
frente a la ocupación dentro de ciertos límites
políticos y morales es parte de la lucha contra el terrorismo.
Israel intentará promocionar mi caso ante la opinión
liberal de Occidente como "una democracia que defiende su
existencia". Dejando a un lado mi postura sobre lo democrático
que el Estado de Israel es en realidad, mantengo que semejante
postura no se sostiene en mi caso. De hecho, es justo al revés.
Somos nosotros quienes representamos a la democracia en nuestra
lucha por sobrevivir frente al asalto emprendido por fuerzas
que son, por definición, anti-democráticas. La
mayoría que votó en la Knesset para retirarme
la inmunidad parlamentaria está constituida por movimientos
y fuerzas que no son ni liberales, ni democráticas. Entre
ellos, hay partidos ultraderechistas y ultraortodoxos. Normalmente,
las democracias luchan por sobrevivir frente a este tipo de partidos.
El juicio que se avecina será una de esas raras ocasiones
en las que se discutirá sobre cuán democrático
es realmente el Estado de Israel.
En la saga actual, la denominada izquierda sionista ha demostrado
no solo su incapacidad actual, sino su bancarrota moral. Para
demostrar que su partido no es menos patriótico que el
Likud, muchos parlamentarios laboristas votaron a favor de retirar
mi inmunidad parlamentaria. Los parlamentarios que votaron en
contra (como por ejemplo Yossi Sarid) justificaron por otra parte
su postura diciendo que habían votado a favor de la libertad
de expresión, todo ello después de haber iniciado
una campaña de mentiras y calumnias en mi contra muchísimo
peor que cualquier intento previo de la derecha.
La izquierda israelí distorsiona nuestras posiciones,
incita a la opinión pública en nuestra contra,
y después de eso intenta demostrar su superioridad moral
defendiendo "la libertad de expresión en la sociedad
israelí". Ni esto es una batalla por la libertad
de expresión, ni la izquierda israelí es fiel a
los principios de Voltaire. Mis declaraciones habrían
pasado desapercibidas y nosotros no habríamos sido acusados
si no representáramos a una fuerza política auténtica
y si previamente no se hubiera tomado la decisión de debilitar
a la representación política árabe [en Israel].
La batalla se libra pues en el terreno de la representación
árabe. Esto es una lucha por el derecho, como árabes,
de organizarnos, de relacionarnos con nuestro pueblo que sufre
bajo la ocupación israelí y sobre la compatibilidad
del sionismo con la democracia y la igualdad.
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