Por el glorioso sendero de
su guerra
Ignacio Gutiérrez de Terán*
27 de septiembre de 2002. CSCAweb (www.nodo50.org/csca)
"En Iraq,
¿qué vamos a tener?. Un gobierno títere
y sin apenas legitimidad, un país escindido en sus propias
contradicciones, acrecentadas por las que la intervención
estadounidense ha de generar, unos recursos supeditados a intereses
externos, otra economía subsidiaria. Un nuevo miembro
de ese 'corral de la pacheca' en que ha devenido el mundo: un
guirigay de gallitos de feria al amparo de un dóberman
americano".
Una vez cerrado el paréntesis veraniego,
la campaña estadounidense de acoso y derribo contra Iraq
-tan nueva y tan cansina desde hace diez años- entra en
una etapa que se quiere terminante y crucial. Terminante porque
ha de poner fin al régimen de Sadam Husein y a la relación
dialéctica mantenida por Bagdad con la llamada "comunidad
internacional". Crucial porque servirá para reordenar
el mapa geopolítico de Oriente Medio una vez que se implante
un gobierno acondicionado según un esquema ya aplicado
en el Afganistán post-talibán.
Precisamente, las líneas maestras de esta
representación preliminar se asemejan mucho a las que
precedieron la campaña afgana. Un Estado, el más
poderoso e influyente del planeta, que conmina una y otra vez
a fulminar uno de los "santuarios del mal"; y una comunidad
internacional que, aun dubitativa, recelosa e incluso contraria
en un primer momento, se va adhiriendo poco a poco a la altisonante
verbigracia bélica de EEUU. En el caso de Iraq, nos hallamos
ante la reedición de la mascarada mediática que
ya tuvimos ocasión de ver hace meses. Por un lado, Washington,
como sola en el desierto, arengando y expresando su firme resolución,
sin ayuda de nadie si es preciso, de acabar con Sadam Husein,
el "gran peligro para la estabilidad mundial"; por
otro, los países aliados y amigos -es decir, casi todos
los países del mundo- expresando sus dudas, dando a entender
que no están del todo de acuerdo y haciendo ponderadas
valoraciones sobre los contras que son más que
los pros; y, en algún sitio, una nación
condenada de antemano a una nueva sangría.
Mas esta escenografía de la pamema -porque
la hemos contemplado ya más veces- dará lugar a
un acto posterior en el que las posturas del gran líder
mundial y sus adláteres se acercarán progresivamente
y casi todo el mundo acabará comprendiendo las razones
de fuerza mayor que justifican el proyecto. Mientras, el protagonista
pasivo de tanto debate y disquisición seguirá arrastrando
su condición de ausente presente, sin que nadie lo vea
porque el mal informe no tiene rostro, sólo máscara,
hasta que por fin, cuando la guerra haya terminado y todo vuelva
a la normalidad, se le considere digno de aparecer en escena
con todos los honores. Entonces, Iraq habrá sido recuperado
para bien de la estabilidad del orbe. Tendrá rostro, será
humano, veremos a sus gentes hacer su vida como todas las demás
gentes en sus casas, pueblos y ciudades (¿cuántas
veces nos han mostrado a lo largo de estos años de embargo
el rostro y la vida demacradas de los ciudadanos iraquíes?).
En resumen, por utilizar la terminología de la Administración
estadounidense, Iraq volverá a ser una "gran nación"
y ocupará el lugar que le corresponde en el parnaso de
la comunidad internacional.
A pesar de la supuesta corriente de opinión
contraria a los planes estadounidenses, la campaña contra
Iraq sigue su curso. Desde el día después del 11
de septiembre (11-S), Washington ha venido haciendo alusiones
continuas a la función desestabilizadora del régimen
iraquí y a su protagonismo en la propagación del
terrorismo internacional. No hacía falta, por tanto, tener
gran perspicacia para suponer que después de los talibanes
le tocaría el turno a Sadam Husein. Al fin y al cabo,
Iraq desempeña una función principal en la estrategia
de movilización permanente de Washington y lo mismo que
en tiempos de Clinton constituía una válvula de
escape cuando los vaivenes de la política interna así
lo requerían, en la era Bush el régimen de Bagdad
se ha convertido en el principal resorte de su política
exterior y el punto de referencia de un nuevo modelo de relación
con el entorno. Puesto que el propio Bush se lanzó a una
particular competición consigo mismo para pavimentar el
asalto definitivo a la fortaleza de Sadam aun sin contar con
el respaldo explícito de sus aliados, era de esperar que
se llegase a esta situación de supuesta incertidumbre.
Pero al contrario de lo que muchos pudieran pensar, no es la
inflexibilidad de la Administración estadounidense lo
que ha originado la oposición o cuando menos suspicacia
de los estados amigos; a través de esta inflexibilidad
se persigue, precisamente, atemperar cualquier atisbo de oposición.
Washington, que al fin y al cabo está llevando a la práctica,
con desmaño si se quiere, un plan general que nada tiene
de improvisado, cuenta con numerosos medios para presionar a
quienes se muestran renuentes a una intervención expeditiva
en territorio iraquí. Una presión que se sustenta
en un control absoluto del tempo del debate y una capacidad
notable para administrar los golpes de efecto.
Arabia Saudí, en entredicho
El mejor ejemplo de esto que decimos lo tenemos
en Arabia Saudí. De nuevo, podemos hacer comparaciones
con el caso afgano. Entonces -ya que Riad no parecía muy
dispuesta a embarcarse en la acción punitiva contra los
talibanes- la familia real saudí sufrió una embestida
tal desde diversos sectores políticos e informativos de
EEUU, que se vio obligada a revisar su postura. Desde los vínculos
de los dirigentes saudíes con ben Laden hasta el concurso
de sus petrodólares en la financiación de
movimientos islamistas que, a la sazón, se habían
convertido en enemigos acérrimos de la política
exterior norteamericana; desde la implicación de numerosos
ciudadanos saudíes en el 11-S hasta la falta de libertades
en el reino, la dinastía gobernante sufrió un acoso
continuado que, como estaba previsto, condujo al visto bueno
incondicional de los Saud al plan estadounidense. Por supuesto,
a raíz de esta colaboración, Arabia Saudí
vio cómo amainaban las críticas y cómo volvía
a recuperar su condición de estado "clave" para
la política exterior de Washington. Hoy los dirigentes
saudíes han vuelto a decir que no permitirán a
EEUU utilizar su territorio para atacar un estado de la región,
y su diplomacia ha desplegado una actividad "inusitada",
incluida una visita a Irán de su ministro de Exteriores,
para hallar un consenso regional.
Otra vez, el cosmos de analistas, tertulianos y
formadores de opinión se ha lanzado a hablar del alejamiento
de posturas de los hasta ahora grandes aliados al tiempo que,
prodigiosamente, han vuelto a salir a la luz numerosos datos
que prueban la implicación, connivencia o al menos inhibición
de los responsables saudíes en la trama del terrorismo
islámico internacional. El penúltimo, la noticia
de que miembros de la casa real entregaron a ben Laden una suma
considerable para que no cometiese atentados en Arabia Saudí,
dinero que sirvió, al igual que otras dádivas directas
e indirectas, para financiar las actividades de aquél.
Una cosa curiosa de las campañas informativas contra Arabia
Saudí es que estos datos incriminatorios aparecen siempre
en momentos muy concretos (habría que preguntarse por
qué noticia tan relevante, que los servicios secretos
conocían desde hace meses, no nos la contaron inmediatamente
después del 11-S). Por supuesto, ahora todos volvemos
a decir que el régimen saudí es uno de los más
déspotas del planeta, que su punto de vista sobre los
derechos humanos resulta cuando menos peculiar y que el comportamiento
de sus emires y príncipes, sobre todo fuera del país,
está en las antípodas de la supuesta excelencia
ética y moral de su código islámico. En
España, nada tiene de casual que la recalada anual del
rey Fahd y su séquito haya venido acompañada de
críticas más estridentes que en ocasiones anteriores,
parte de las cuales han sido formuladas por sectores que, hasta
ahora, no habían sido tan proclives a ellas. Cómo
habrá sido la cosa que la diplomacia saudí ha expresado
su malestar por el asunto al tiempo que la habitual visita al
palacio marbellí de Fahd por parte del rey de España,
un hombre ducho, como muchos príncipes saudíes,
en manejar negocios un tanto turbios, se ha revestido del conveniente
interés institucional e informativo para defender la imagen
exterior de la dinastía saudí.
Así las cosas, se dice que la tensión
entre Washington y Riad está llegando a niveles insospechados.
Miembros del Congreso estadounidense hay que han abogado por
endurecer las relaciones con los saudíes, y desde determinados
estamentos políticos se apoya sin ambages las demandas
y acciones judiciales que los familiares de las víctimas
del 11-S han emprendido contra el Estado saudí por su
implicación por activa o pasiva en los atentados. Se habla
de que los potentados saudíes han retirado buena parte
de sus ahorros depositados en bancos estadounidenses y que los
súbitos del reino se están viendo expuestos a vejaciones
y presiones sin cuento en territorio norteamericano. Todo esto,
unido a la negativa saudí a ceder su territorio como lanzadera
militar, incita a hablar de una crisis bilateral e "ilustra"
las dificultades de Washington, hasta dentro de casa, para establecer
una coalición internacional... En fin, un guión
que, insistimos, ya conocemos pero que no nos dice nada porque
la realidad de los hechos desmiente tanta ficción. Los
dirigentes saudíes afirman que se niegan a ceder su territorio
para un ataque contra Iraq. Pero, ¿de dónde salen
los aviones estadounidenses que día sí y otro también
bombardean desde hace años territorio iraquí? En
la cuarta semana de agosto las bombas de EEUU mataron a ocho
personas en Basora; horas después, se bombardeaba el área
de Mosul. Aviones que partieron, según reconocieron fuentes
estadounidenses, desde Arabia Saudí y Kuwait, dos Estados
que, curiosamente, están haciendo causa común contra
la campaña estadounidense. La insistencia del gobierno
saudí de que todas las bases de EEUU menos una han sido
desactivadas contrasta con los minuciosos informes publicados
por la prensa estadounidense en los que se detallan la organización
y capacidad operativa de esas mismas bases y la composición
de los refuerzos enviados a la Península Arábiga.
Los responsables saudíes sostienen que piensan mantener
una línea de acción independiente por lo que respecta
a los precios del petróleo, a despecho de las demandas
de EEUU de que aumenten la producción; sin embargo, sus
extrañas maniobras en el seno de la OLP no parecen ir
en esta dirección. Riad insiste en que conserva una línea
de acción independiente con respecto a Washington, pero
los responsables norteamericanos hace tiempo que no viajan a
la Península Arábiga a recabar información
o consejo sino a impartir órdenes.
En cierto modo, las reticencias saudíes
responden al deseo no tanto de evitar un ataque a Iraq como de
asegurarse que el resultado del mismo redunde en su beneficio.
Riad sabe perfectamente que un Iraq rediseñado, con un
gobierno afín a EEUU, constituirá un rival temible
para su industria petrolífera y le sustraerá parte
del protagonismo mundial en el control de los precios y la producción.
Además, el retorno de la diplomacia iraquí a la
escena regional menoscabará la influencia actual saudí.
Los dirigentes saudíes saben de todo esto, además
de los peligros derivados de una hipotética reorganización
autonómica o federal en Iraq y su incidencia en la distribución
territorial de la región. Pero, para su desgracia, no
disponen de una gran capacidad de maniobra frente a Washington.
Ésta, ni siquiera se siente supeditada al otrora indispensable
crudo saudí (en los últimos tiempos ha diversificado
sus fuentes de abastecimiento, de las que las importaciones saudíes
apenas constituyen un quinto) y está intentando asegurarse
el acceso privilegiado a nuevos mercados donde las posibilidades
de obtener crudo bueno y barato son muchas. Las maniobras de
su diplomacia en contenciosos como el saharaui (a favor de Marruecos)
y el sudanés (en pro de una rápida solución
de compromiso y un acuerdo preferencial con Jartum) así
lo demuestran, lo mismo que las prospecciones y proyectos de
extracción auspiciados por sus empresas en algunos países
del África negra. Desde el fin de la Guerra del Golfo
hasta el momento presente la dependencia de las monarquías
de la Península Arábiga ha llegado a tal nivel
que sin el soporte mediático y militar estadounidense
sus días estarían contados.
En el caso europeo, los melindres de los principales
dirigentes de la UE también han llevado a pensar que hay
una corriente de opinión contraria a la intervención.
Se solicita el concurso de Naciones Unidas (NNUU) y el agotamiento
de la vía diplomática pero Washington ha reiterado
que con o sin permiso para el retorno de los inspectores de NNUU
piensa atacar y que no considera indispensable la participación
europea. Recordamos que después del 11-S se oyeron reticencias
similares en algunos ámbitos y que, a medida que los responsables
europeos iban conociendo determinadas evidencias incriminatorias,
convincentes y confidenciales, iban cambiando de opinión.
Mucho nos tememos que dentro de poco esos mismos dirigentes terminen
por dar por bueno el punto de vista estadounidense y que más
de uno se sume entusiasta a la campaña.
Iraq ¿rearmado?
Pero muchas preguntas quedarán siguiera
sin formular. Si tras diez años de gravosas sanciones
y controles exhaustivos Bagdad sigue teniendo, según Washington,
capacidad para construir armas de destrucción masiva,
¿qué se ha estado haciendo durante todo este tiempo?
Si desde hace años los aviones estadounidenses y británicos
vienen bombardeando de forma diaria el territorio iraquí
y matando a miles de personas, ¿qué han estado
destruyendo? Si los servicios de inteligencia de EEUU afirman
que el arsenal iraquí permanece casi intacto, ¿qué
demonios han estado bombardeado?, ¿refinerías de
petróleo, centrales eléctricas, depósitos
de agua, carreteras...? Si el régimen iraquí ha
obtenido del exterior la tecnología necesaria para desarrollar
su industria armamentística, ¿qué han estado
haciendo los inspectores en las fronteras y los comisionados
de NNUU en las principales ciudades iraquíes a lo largo
de la década de los noventa? Si como parece demostrado,
algunos funcionarios de NNUU se dedicaban a espiar a favor de
EEUU, ¿cómo además de inspeccionar mal espiaron
peor? Con las fronteras cerradas y una dificultad manifiesta
para satisfacer las necesidades alimentarias de una población
estragada por el embargo más largo e inclemente en la
historia de NNUU, ¿cómo se ha podido, en cambio,
reforzar de forma clandestina la maquinaria bélica iraquí,
supuestamente desbaratada tras la Guerra del Golfo? Preguntas
que no queremos hacernos porque una y otra vez se nos repite
que el tiránico régimen iraquí es una amenaza
y que conviene acabar con él. Así, sin pruebas
ni evidencias. A pesar de que los mismos servicios de inteligencia
estadounidenses han reconocido que no se ha podido demostrar
la implicación iraquí en atentados terroristas
desde mediados de los noventa; a pesar de que nadie haya sido
capaz de desvelar la supuesta conexión ben Laden-Bagdad;
aun cuando los inspectores que abandonaron el país en
1998 dicen que no apreciaron nada que pudiese abonar las denuncias
estadounidenses sobre el rearme iraquí y aun cuando los
inspectores de ahora sostienen que la única manera de
cerciorarse es volver a Iraq, cosa que Bagdad podría permitir,
incluso con todo esto, la Administración Bush sigue empeñada
en lanzar el asalto final alegando, sin más, que Iraq
tiene armas de destrucción masiva y constituye un peligro
para la humanidad. Pero cada día que pasa surge un nuevo
rumor, una nueva acusación que nadie se preocupa por apuntalar
con evidencias. Y así será durante las semanas
que precedan el ataque: un goteo "pruebas" que demuestren
la existencia de una delirante entente iraquí-iraní-ben
Laden o que Bagdad tiene la bomba atómica, de neutrones
y de lo que haga falta. Revelaciones que irán convenciendo
poco a poco a los líderes mundiales de que hay que seguir
la senda de Washington.
Puesto que este nuevo episodio de la guerra contra
el Imperio del Mal está en marcha, no hay por qué
pensar que no va a llegar a su fin. El presidente egipcio Mubárak
-otro que junto con los dirigentes saudíes, jordanos y
demás está jugando a que se opone a que ataquen
Iraq- desaconseja la campaña y advierte a EEUU de un nuevo
Vietnam. La misma cantinela que con Afganistán, cuando
se hablaba de una reedición del descalabro soviético
y una guerra intermitente y costosa que duraría años.
Pero poco tiempo tardaron las tropas estadounidenses en acabar
con la resistencia talibán. Por supuesto, el contenido
del asalto definitivo contra Iraq será el mismo: acordonamiento
del objetivo desde varios puntos cardinales y cierre impermeable
de sus fronteras de tal modo que nada entre ni salga del país,
bombardeos masivos de alta tecnología durante días
y, cuando la capacidad operativa del ejército enemigo
haya sido anulada, invasión terrestre desde el interior
con la preceptiva cobertura por mar y aire. La oposición
iraquí en el exterior ya ha dado su visto bueno a la operación
y Yalal Talabani y sus combatientes kurdos (veremos cuánto
tarda el otro gran líder kurdo Masud Barazani en seguir
sus pasos) dicen haber recibido garantías de EEUU -incluido
el compromiso de Turquía de no participar militarmente
en la campaña- para avanzar desde el norte [1].
Qué Vietnam ni qué gaitas| Bien asentada
en el interior desde las regiones norteñas dominadas por
las formaciones kurdas, con sus bases del Golfo y Turquía,
con la ayuda logística de Jordania, con la inhibición
del espacio aéreo sirio e iraní, con la ominosa
presencia de Israel; con el llamarse a andana de Moscú
-Washington encontrará la manera de obligarle a romper
su en apariencia estrecha relación con Bagdad-, con el
apoyo explícito o tácito de la comunidad internacional
y, sobre todo, sabiendo que Iraq es un tigre de papel que no
puede anteponer a su fabulosa maquinaria bélica más
que unas armas de destrucción masiva que nadie ha visto
y una Guardia Republicana que, como todo el ejército iraquí,
está volviendo a ser "temible" a pesar del varapalo
de la Guerra del Golfo. Así, ¿qué Vietnam
ha de temer Washington?
El Iraq 'reconquistado'
Con Iraq reincorporado al organigrama mundial el
panorama no va a mejorar. Como hemos alejado de nosotros la funesta
manía de pensar y no nos gusta hacernos preguntas, nadie
se ha preocupado por ver qué ha sido del Afganistán
reconquistado. Ahora hay tantas burkas como antes, más
opio y contrabando de drogas que antes, desorden y rapiña
en la mayor parte del país, la autoridad central que brilla
por su ausencia hasta en la misma Kabul y el ejército
de EEUU que tan pronto devasta una zona montañosa como
arrasa una aldea donde se celebra una boda. En definitiva: otro
bufo del nuevo orden mundial.
En Iraq, qué vamos a tener. Un gobierno
títere y sin apenas legitimidad, un país escindido
en sus propias contradicciones, acrecentadas por las que la intervención
estadounidense ha de generar, unos recursos supeditados a intereses
externos, otra economía subsidiaria. Un nuevo miembro
de ese corral de la pacheca en que ha devenido el mundo:
un guirigay de gallitos de feria al amparo de un dóberman
americano que, entre indiferente y alarmado, tan pronto debe
atender las escaramuzas de indios y pakistaníes, dos que
juegan a gozar del favor del jefe más que nadie, como
seguir las astracanadas de españoles y marroquíes,
jugando, ellos también, a decir que el dóberman
me ha mirado más y mejor a mí. Así lo están
cociendo; así son las cosas pero a ustedes no se las están
contando así. A new and happy world. Dios, qué
expectativa. Y ellos por su glorioso sendero de la guerra.
Nota de CSCAweb:
1. Véase
al respecto en CSCAweb: Talabani
garantiza a EEUU el apoyo militar kurdo a la invasión
de Iraq, mientras los Departamentos de Estado y Defensa libran
más fondos para la oposición
|