Concluida la intervención
contra Afganistán, EEUU estudia atacar Somalia, Sudán,
Yemen e Iraq
Ignacio Gutiérrez de Terán*
CSCAweb (www.nodo50.org/csca), 20-12-2001
Ahora que el
gobierno talibán ha caído y los estadounidenses
han reorganizado el sistema político afgano en consonancia
con sus intereses, el programa de actuaciones bélicas
adelantado por Washington incluye un nuevo alarde de fuerza en
otros puntos del planeta. Los primeros de la lista son Estados
árabes: Somalia, Sudán y, por supuesto Iraq, mientras
el gobierno de Yemen ha iniciado su propia guerra contra supuestas
estructuras de al-Qaeda en el país a fin de ganarse la
confianza de EEUU y evitar ser atacado
Hace ya décadas, un personaje histórico
titulaba uno de sus análisis políticos con una
pregunta: ¿qué hacer? Se trataba en realidad de
una inquisición más retórica que otra cosa,
pues el autor enseguida se respondía a sí mismo
con una enumeración de principios y postulados que, según
él, aportaban la solución. Después del 11
de septiembre y lo que vino después en Afganistán,
los dirigentes de los países ubicados en la lista negra
de los EEUU y su hit parade de villanos y terrorismos
internacionales llevan unos cuantos meses haciéndose la
misma pregunta pero con nuevos ingredientes y un énfasis
más acuciante: cada día que pasa, si no hacen lo
que tienen que hacer, corren mayor peligro de verse superados
por los acontecimientos. Para ellos, hacer algo se ha convertido
más en una necesidad que en una virtud; sin embargo, no
acaban de comprender qué es exactamente lo que deben hacer.
Por mucho que expresen su total solidaridad con EEUU y su buena
disposición siguen topando con las reticencias de Washington
y las cuchufletas de rigor de sus representantes, para los que
cualquier paso se queda corto en el sendero que lleva a la eliminación
del terrorismo internacional, o lo que para ellos es lo mismo,
el terrorismo islámico.
Durante las semanas que siguieron a los atentados
del 11-S, la Casa Blanca y aledaños hicieron circular
su caprichosa ruleta de acusaciones e insinuaciones sobre posibles
objetivos a bombardear en cuanto terminase la guerra de Afganistán.
Ahora que el gobierno de los talibán ha caído y
los estadounidenses han reorganizado el sistema político
del país en consonancia con sus intereses particulares,
el programa de actuaciones bélicas adelantado por Washington
incluye un nuevo alarde de fuerza en otros puntos del planeta.
El problema reside en que la campaña de Afganistán,
con pacificación y formación de un gobierno afín
incluido, ha durado menos de lo previsto. Además, la lista
de Estados que constituyen un peligro para la seguridad mundial
o en los que se supone que están implantadas las redes
terroristas resulta desalentadora. Apenas un puñado. Y
más de la mitad trata de demostrar a los EEUU su espíritu
de colaboración. Luego, está el hecho de que casi
todos ellos padecen unos niveles de fragmentación, guerras
civiles y tensiones internas que no permiten hablar en absoluto
de estados de plena soberanía ni capaces de extender su
dominio a todo su territorio.
Yemen
En este ambiente de aprensión e incertidumbre
debemos emplazar las acciones emprendidas por el gobierno yemení
contra diversos grupos locales que, a decir de los investigadores
estadounidenses, mantienen vínculos con Osama Bin Laden
y su organización al-Qaeda. Después de arrestar
a numerosos yemeníes "afganos" sospechosos de
pertenecer a las células de Bin Laden, las tropas de Sanaa
han terminado por bombardear algunas aldeas de la región
de Maarib, al este de la capital, donde se decía que se
hallaban hombres importantes en la nomenclatura local de al-Qaeda.
El presidente Ali Abdulá Sáleh, que lleva también
sus buenas semanas pensando en qué puede hacer para guardar
el equilibrio entre las conminaciones de la Casa Blanca y el
sentir de la población, había recibido en su visita
a Washington en noviembre pasado una lista con nombres de personas
afines a Bin Laden. El recado no dejaba lugar a dobles lecturas:
Sanaa debía destruir los supuestos campos de entrenamiento
y las conexiones de los grupos terroristas islámicos o,
de lo contrario, sería el ejército estadounidense
el encargado de hacerlo. El dilema planteado ante Sáleh
no era desde luego sencillo. Si no se plegaba a las peticiones
iniciales de George W. Bush no tardaría en ver el desembarco
de los contingentes norteamericanos en suelo yemení, lo
cual, a tenor de la peculiar configuración tribal del
país y la más bien escasa americanofilia, podría
generar un conflicto interno de consecuencias imprevisibles.
Por el contrario, si se decidía a enviar sus propias tropas
a las regiones "calientes" corría el riesgo
de entablar un combate abierto con algunas tribus y fomentar
las tensiones internas.
Evidentemente, se ha optado por la segunda vía,
lo cual va a dar lugar a la consabida tónica de represalias
tribales contra objetivos gubernamentales y al incremento de
la inseguridad en diversas regiones. Algunos puntos del país,
como la región norteña de Sa`da o la misma Maarib,
son desde hace tiempo zonas de alto riesgo para los efectivos
del ejército, que se deben enfrentar a combatientes que,
en ocasiones, disponen de un armamento tan desarrollado o más
que el suyo. Por otro lado, la táctica de los castigos
globales a aldeas y comunidades no ha dado muy buenos resultados
en otro de los puntos negros de la seguridad interna de Yemen,
los secuestros de extranjeros, cuyo último episodio se
vivió hace unas semanas, también en la región
de Maarib, con el rescate fallido de un rehén alemán.
En todo caso, las maniobras militares del gobierno yemení
van a tener que multiplicarse si es que en verdad desea atender
las indicaciones de Bush. Según los servicios de inteligencia
de EEUU, el grueso principal del supuesto caudal organizativo
de al-Qaeda se halla en el meridional valle de Hadramut,
patria chica de los bin Laden, donde también está
activo el Yihad Islámico Yemení, formación
que, se dice, agrupa a numerosos simpatizantes de Bin Laden.
Sanaa va a tener que abrir varios frentes en una lucha que puede
agravar las ya de por sí tensas relaciones del poder central
con algunas regiones.
Pero hay indicios para sospechar que todo esto
va a resultar insuficiente. Desde octubre del año pasado,
cuando el ataque suicida al destructor Cole en el puerto
de Adén, EEUU viene presionando a Sanaa para que permita
una mayor libertad de movimientos a los agentes del FBI que recalaron
en el país con el objeto de investigar el suceso. Las
tensiones entre éstos y aquélla se han repetido
a consecuencia de la insistencia estadounidense en interrogar
a altos mandos y responsables del país, petición
a la que se ha negado el gobierno. A decir verdad, Washington
persigue desde hace tiempo la obtención de facilidades
militares en el país, en especial en el Golfo de Adén,
así como un mayor control sobre la política interna
yemení. La campaña contra el supuesto entramado
financiero y organizativo de Bin Laden se enmarca en la pregunta
recurrente del "qué hacer" que todos estos países
no dejan de formularse. Pero la respuesta no parecen tenerla
ellos.
Objetivo, Somalia
También andan preguntándose en Somalia
en qué acabarán las correrías de EEUU. El
país africano, fragmentado en una serie de entidades autónomas
y regido nominalmente por un gobierno provisional que apenas
si controla una parte de Mogadiscio, ha sido señalado
también como plataforma de al-Qaeda. Los militares estadounidenses
no han olvidado aún la afrenta que sufrieran en Somalia
en los noventa a manos de los señores de la guerra locales
(en especial Ali Mahdi Mohammed y Mohammed Farah Aidid), armados
e inspirados, insisten, por Bin Laden. Ahora, sus informes hablan
de la presencia de seguidores de éste en el sur del país,
cerca de la frontera con Kenia, y Washington tiene la posibilidad
de reparar ante su opinión pública aquel desliz
al tiempo que abre una etapa de transición en su campaña
antiterrorista. Ya se ha reconocido el envío de espías
y observadores militares a la zona a conversar con las diversas
facciones implicadas en la enquistada disputa somalí.
Cinco de estos enviados se entrevistaron en la ciudad de Baydu
con los dirigentes de un grupo opositor (Ejército de Resistencia
Rahnawín) con el objeto, se cree, de recabar el apoyo
de las tribus locales ante un previsible ataque contra bases
de al-Qaeda y la Unión Islámica, una agrupación
local incluida por la administración Bush en la lista
de organizaciones terroristas. Otras fuentes hablan de la implicación
directa de agentes etíopes en estos contactos exploratorios.
Esto ha despertado críticas acerbas por parte de Somalia,
la cual acusa al gobierno etiope de alentar los ataques estadounidenses.
Los responsables somalíes afirman, lo mismo
que hacen los sudaneses, que Washington no tiene motivos para
atacar objetivos en su territorio y que la cooperación
bilateral en materia antiterrorista ha dado ya sus frutos. Según
declaraba hace poco el primer ministro del gobierno de transición,
Hasan Ibshir, ya no quedan bases ni de al-Qaeda ni de
la Unión Islámica en suelo somalí, hecho
reconocido, según él, por los investigadores de
EEUU. Sin embargo, los representantes estadounidenses siguen
lanzando, de forma reiterada, insinuaciones sobre una acción
de castigo a despecho de las afirmaciones del gobierno somalí
y de hecho su flota y sus aviones patrullan la costa y los cielos
sudaneses para controlar los movimientos de los partidarios de
Bin Laden. Lo mismo vale para los responsables sudaneses, que
no se cansan de repetir que colaboran estrechamente con los delegados
estadounidenses y que han anunciado su disposición a valorar
las recomendaciones de EEUU sobre un posible arreglo de la guerra
en el sur. Pero por mucho que digan, los rumores acaban englobando
a Sudán en las quinielas de destrucción diseñadas
por aquéllos. Tampoco ellos, pues, pueden dejarse de preguntar
qué más deberían hacer para que no los tengan
en el punto de mira.
A decir verdad, no se trata de una lista con mucha
enjundia. Con tan pocos mimbres no se puede fabricar la cesta
de diez años o más de campaña antiterrorista
de la que hablan algunos políticos estadounidenses. A
no ser que se incluyan objetivos más ambiciosos y complicados
como Siria, Líbano o Irán, tal y como se está
pidiendo ya desde Israel, cuyo entusiasmo para poner a EEUU en
la pista de los estados-amenaza de este mundo sólo queda
superada por la barbarie de sus hordas en Palestina, la susodicha
campaña se va a quedar en ataques selectivos y acciones
puntuales de los gobiernos afectados dentro de su territorio.
Por desgracia, para dar empaque a este nuevo show obsceno
y quinqui se va contando cada vez más con Iraq, donde
ya nadie se pregunta qué más se puede hacer sino
cuánto van a tardar en recibir el golpe: ¿semanas
o meses?. Por lo pronto, Washington ha enviado ya agentes al
Kurdistán iraquí para elaborar una alianza entre
las dos organizaciones principales de la zona, no demasiado bien
avenidas, y prevenirles de cualquier avenencia con Bagdad. Las
reticencias iniciales de Turquía, que en el día
después del 11 de septiembre dijo que no toleraría
otra campaña bélica contra Iraq, se han tornado
-ya nos lo imaginábamos- en comprensión para los
planes estadounidenses e, incluso, el ofrecimiento de sus bases.
Todo ello coincide con las prospecciones petrolíferas
de empresas turcas en el norte de Iraq controlado por las facciones
kurdas, las promesas de ayuda económica por parte de occidente
y la nueva predisposición de la UE a la candidatura de
Ankara.
Atacar Iraq
Otro tanto, los países árabes, que
con tanto empeño se habían opuesto también
a un ataque a Iraq, guardan silencio ahora ante las voces que
reclaman el golpe definitivo e, incluso, según fuentes
estadounidenses, han acabado dando el visto bueno. Sin prisa
pero sin pausa, Bush está concentrando nuevas tropas en
Kuwait y presionando a Rusia para preparar un ultimátum
especial para el régimen de Bagdad con las inspecciones
de NNUU os supuestos arsenales iraquíes como telón
de fondo, una vez descartada la relación entre Bagdad
y el 11-S. Cómo estará la cosa que los tiros con
Iraq no van a ir por cuestiones relacionadas con el terrorismo
ni nada por el estilo. A Iraq se le está procesando con
la vaga acusación de constituir una "amenaza para
la estabilidad mundial". Al menos, yemeníes, somalíes
y sudaneses pueden preguntarse qué más pueden hacer
para sustraerse a la quinina de EEUU. Los iraquíes, ni
eso.

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