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"Dejar de pensar" de Carlos Fernández Liria y Santiago Alba Rico

Reedició digital d’un pamflet imprescindible

dilluns 20 d’octubre de 2008, per  remenaire

Repàs irònic a la filosofia política després de la primera majoria absoluta del PSOE i del posterior desmantellament de qualsevol anàlisi crític de la societat capitalista. Fou un llibret de 30 pàgines editat per Akal el 1986 i està plantejat amb un estil catequètic. Les notes a peu de pàgina són referències a cançons de La Polla Records.

¿Por qué es bueno fabricar armamento?

Porque la única forma de que no se arruine la economía privada es producir. Producir, producir lo que sea, a marchas forzadas, aunque para ello tengamos que perder toda nuestra vida trabajando jornada tras jornada: producir cuanto necesitemos y, si en algún momento pareciera que nos conformamos con lo que tenemos, seguir de todos modos produciendo lo que no necesitamos, así nos envenene, nos abrase o nos aplaste. Es un riesgo que hay que correr, pues de lo contrario la economía privada no podría resolver sus crisis y sería peor: acabaríamos en paro y al final, en cualquier caso, tampoco podríamos evitar la guerra. De ahí que, si ya no hay mercado suficiente para los televisores o las lavadoras, conviene fabricar misiles; y si el mercado del automóvil tiende a agotarse, lo mejor es producir tanquetas y carros de combate. El armamento no es un problema, es una solución, una solución para todos: para los productores de armamento, para el resto de las empresas, que se ven así libres de parte de la competencia, y para los obreros en general; el armamento es una solución incluso para los muertos.

¿Por qué es buena la guerra?

Algunos teóricos pasados de moda dicen que es el mayor de los problemas humanos. Incluso ciertos señores a los que la historia da título de pensadores, como Einstein o Bertrand Russell, se han expresado en este sentido. Pero se equivocaban: en realidad la guerra es una solución y no un inconveniente. No es algo tan terrible. Una guerra es un mercado: el mercado del armamento. Sin ella no podríamos seguir produciendo y se vendría abajo toda la economía privada. Cuando ya no somos capaces nosotros mismos de destruir con suficiente diligencia lo que producimos, se hace necesario acogerse al recurso de la guerra. De este modo se destruyen productos y se destruyen empresas a un ritmo convenientemente acelerado. Es además la ocasión de introducir nuevas tecnologías y sanear el sector productor de maquinaria. Por otra parte, la guerra constituye un mercado tan sensato que asegura la destrucción inmediata de sus productos, de suerte que se pueden fabricar indefinidamente bombas, granadas, balas, etc.

En realidad, la guerra es la esencia misma de nuestra economía, pues para ella lo más importante es producir y vender, independientemente de que los compradores engorden, se envenenen o se abrasen. Sin la guerra fría y los conflictos bélicos del Tercer Mundo la crisis se vería en un callejón sin salida.

¿Por qué una alianza militar como la OTAN es buena para la paz?

Porque la única forma de no estar desesperado es tener trabajo, y sin un organismo que nos obligue a producir y comprar armamento se arruinaría la economía privada y, una vez en paro, correríamos el riesgo de desesperarnos y de que nuestro mal humor nos llevara a pegar no pocos puñetazos a nuestros amigos. Por eso es mejor que, en lugar de pelearnos, nos declaremos la guerra.

La OTAN cuenta además con una ventaja añadida: el armamento nos ahorra la desesperación de perder el puesto de trabajo y no poco mal humor y, de este modo, nosotros logramos vivir en paz; es decir, “nuestra paz”, porque luego, naturalmente, el armamento hay que vendérselo a alguien. No hay ningún inconveniente: se lo vendemos al Tercer Mundo, que está muy lejos.

¿Por qué los autores de este libro no son buenos?

Porque, si hemos de creer a los moralistas modernos, sólo podemos ser buenos si somos personas (categoría movediza para cuya definición remitimos a las constituciones y cartas de derechos humanos). Como hemos visto, afortunadamente para la economía privada y, en consecuencia, para nosotros, no somos personas sino fuerza de trabajo y mercado. Claro que si no somos personas tampoco podemos ser malos. Este es, sin embargo, un detalle que se le escapa al Estado y que produce un simpático error o contradicción: no siendo depositarios de valores morales, se nos sigue tratando como sujetos jurídicos con responsabilidad plena. El Estado y la economía privada, reduciéndonos a cosa, sustraen a nuestros actos toda colaboración moral y, sin embargo, si no pagamos nuestros impuestos, robamos un banco o acuchillamos ligeramente a nuestro prójimo, inmediatamente restituyen a ese acto su valor moral, como si la responsabilidad fuese un resultado y ese resultado, que se añade al acto en lugar de pre-existirlo o precederlo, ahora –por el solo hecho de que no ha sido exitoso (el criminal no tenía coartada) o no ha ocurrido en determinadas circunstancias (el Estado sí puede matar)- deviene absurdamente punible. El Estado –como garante de la economía privada- nos desmoraliza y luego nos juzga en calidad de depositarios de moralidad. ¡Paradójico, sí! Pero quizá todo se deba a que, aunque ya no somos sujetos morales, seguimos siendo, sin embargo, sujetos jurídicos. Y de este modo un Estado inmoral puede seguir siendo un Estado de Derecho [1].

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Notes

[1“La delincuencia es una plaga social / Una raza despreciable, una raza a exterminar / Banqueros, unos ladrones / sin palancas y de día / Políticos estafadores, juegan a vivir de ti / Fabricantes de armamento, eso es jeta de cemento / Las religiones calmantes, y las bandas de uniforme / La droga publicitaria, delito premeditado / y la estafa inmobiliaria / ¡Delincuencia, delincuencia! ¡Es la vuestra! ¡Asquerosos! ¡Vosotros hacéis la ley! / Explotadores profesionales, delincuencia es todo aquello que os puede quitar el chollo / ¡Que os puede quitar el chollo!” (Polla Records)

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