Xarxa Feminista PV

La ciudad necesita feminismo

Martes 23 de mayo de 2017

Laura Alzola Kirschgens ctxt 26-04-2017

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Enric Fradera (Flickr)

Las ciudades se planifican teniendo en cuenta a un ciudadano estándar. Desde las áreas de urbanismo de los ayuntamientos se ha ignorado la diversidad, la heterogeneidad de las personas y los usos que estas hacen del espacio público. Se ha priorizado la circulación frente a la interacción, lo productivo frente a lo reproductivo. La planificación urbana tradicional asume que las vecinas y los vecinos usan el espacio público de la ciudad, principalmente, para circular entre el lugar de trabajo, el espacio de ocio y el hogar. Asume una movilidad personal suficiente como para sortear las barreras físicas, da por existente una red social privada de apoyo a los cuidados, y da por sentada una percepción de seguridad uniforme en todos los colectivos.

Sin embargo, cruzar un paso de cebra en el tiempo establecido es distinto para una persona mayor y para una joven. Las mujeres, más que los hombres, evitan las calles oscuras y temen los portales laberínticos. Los escalones, el tipo de pavimento y la anchura de las aceras influyen en el itinerario de los carritos de bebé, de las sillas de ruedas o de los andadores. Hay quien no puede permitirse o no quiere pagar en las terrazas de los bares para poder descansar o hablar con tranquilidad en la calle.

En las últimas décadas, los centros de las ciudades se han adaptado a las costumbres del capitalismo: la arquitectura invita sólo a circular, a entrar en los comercios y seguir caminando. La frecuencia de los autobuses aumenta en las horas de ida y vuelta a los trabajos de oficina, pero no en las demás, las del colegio, las del ocio, las de los demás trabajos.

Pero esta no es una tendencia reciente: la planificación urbana nunca fue neutral. La relación entre urbanismo y poder existe desde el comienzo de las urbes. Cuando estas crecieron con la revolución industrial, la densidad las hizo insalubres y en las reformas que se acometieron la burguesía aprovechó para diferenciarse espacialmente y para crear espacios de suelo duro, sin árboles, es decir, fácilmente vigilables, para controlar a quienes quisieran estar en la calle, encontrarse, interactuar, organizarse o protestar.

A comienzos del siglo XX, el funcionalismo asumió que, como el modulator, el hombre ideal de Le Corbusier, el ciudadano cumple cuatro grandes funciones humanas: habitar, circular, trabajar y recrearse. Y sobre ellas se configura la urbe. La ciudad no es una mezcla, ni física ni social, sino que promueve la segregación de los usos: el urbanismo tradicional prevé que los vecinos residan en un lugar, vayan a trabajar a otro y que haya lugares de esparcimiento y de ocio en otras zonas.

El urbanismo también se ha centrado en prevenir el hurto, el vandalismo, las conductas incívicas, a través de la transformación del espacio. El mobiliario urbano está diseñado de modo que nadie se encuentre en él demasiado cómodo, para impedir que se permanezca en él más tiempo del considerado oportuno. Los bancos de uso individual que miran a cualquier lado no ayudan a que los desconocidos se hablen, los individuales o redondeados impiden que alguien duerma en ellos. Las plazas duras, de cemento, no invitan a jugar, ni a detenerse en ellas, sino a cruzar, a caminar, a seguir produciendo o consumiendo. La falta de árboles es útil sólo para la vigilancia de la plaza desde cualquier ángulo.

El urbanismo feminista propone

La introducción de áreas de Diversidad o de Género en los ayuntamientos españoles en los últimos años se ha enfrentado a menudo a la dificultad de lograr una comunicación y cooperación fluida con las otras áreas del mismo, como la de Urbanismo, con la que, a primera vista, no parecían compartir proyectos. En marzo, el Ayuntamiento de Madrid presentó el primer informe de Impacto de Género sobre los presupuestos del 2017. Un análisis, elaborado junto al área de Economía y Hacienda, de las políticas de gasto previstas teniendo en cuenta las situaciones de desigualdad entre los y las vecinas de la ciudad. Además, Manuela Carmena anunciaba el 15 de marzo la creación de una Concejalía de Igualdad.

Unos días más tarde, el pasado 20 de marzo, el Ayuntamiento de Barcelona, que ya cuenta con una Concejalía de Feminismos y LGTBI, anunció una serie de medidas para incorporar criterios de igualdad de género en transformaciones urbanas de trascendencia como el proyecto de las supermanzanas, la nueva red de autobuses y bicicletas, o el plan de barrios. Además, el consistorio barcelonés quiere llevar a cabo diez nuevas marchas exploratorias en diferentes zonas, con visitas in situ del personal técnico y de las personas vecinas, para elaborar un diagnóstico y responder a las necesidades de la vida cotidiana. O elaborar un mapa a escala de la red cotidiana en Gràcia que incluya equipamientos, espacios públicos y otros servicios, e indicar las rutas accesibles y seguras desde la diversidad.

También en Barcelona, desde 2004, bajo el nombre de Collectiu Punt 6, un grupo de mujeres profesionales, arquitectas y sociólogas urbanas trabajan intentando pensar y proponer otro tipo de ciudades. Ciudades inclusivas: que incluyan la diversidad. Una diversidad que se corresponda realmente con la diversidad de una ciudad heterogénea. Aplican la perspectiva de género de manera transversal, en todas las fases: en el diagnóstico del entorno urbano, en los procesos participativos previos a la modificación de este, en el diseño del mismo y en la evaluación de la intervención. De esa manera, analizan cómo los hombres y las mujeres usan de manera diferenciada la ciudad por los roles y las normas sociales, y también, cómo a raíz de estos roles se han priorizado unos usos frente a otros.

Collectiu Punt 6 analiza cómo hombres y mujeres usan de manera diferenciada la ciudad por los roles y las normas sociales, y también, cómo a raíz de estos roles se han priorizado unos usos frente a otros

Como no parten únicamente de la perspectiva de género para el análisis o el diagnóstico de la ciudad, sino que la usan como herramienta para transformarla, se denominan feministas. Urbanistas feministas. “El espacio público, urbano, es el escenario de las desigualdades, pero también es una especie de lenguaje que hace que estas desigualdades se reproduzcan. Nuestro cuerpo y nuestra mente asimila lo que ve y percibe en el espacio. Para nosotras, dar un paso más allá de diagnosticar, analizar y ver cuáles son las diferencias en los espacios es fundamental. Hacemos propuestas porque queremos cambiar la sociedad a través de la modificación de los espacios. Creemos que el espacio tiene un papel determinante como transformador social y como creador de realidades”, explica Blanca Valdivia, del Collectiu Punt 6.

Realidades influidas, no sólo por el género sino por la clase social, el origen, la identidad sexual… Desde Collectiu Punt 6 trabajan desde la perspectiva de género interseccional, en la que la variable de género, el hecho de ser hombre o mujer, se cruza con otras, como la edad, el origen, el ser o no una persona racializada, la diversidad funcional… Que también influyen en las opresiones o los privilegios experimentados por los vecinos al usar, vivir la ciudad. “Muchas veces en las políticas de género se habla de éste como si fuera una categoría totalizadora, como si todas las mujeres fuésemos iguales, tuviésemos las mismas necesidades y las mismas experiencias, y nosotras con esta perspectiva queremos explicitar que las mujeres somos muy heterogéneas, muy diferentes, tenemos diversidad de vivencias, y que también dentro de este colectivo existen privilegios y opresiones. No es lo mismo ser una mujer, blanca, de clase media, sin problemas de diversidad funcional, que sí tenerlas, ser inmigrante, o estar sin papeles, o ser madre soltera.”, señala Valdivia.

Collectiu Punt 6 está trabajando con el Ayuntamiento de Barcelona en el proceso participativo que determinará la reforma de la Avenida Meridiana de Barcelona, con vecinos de todos los barrios a los que afectarán los cambios, incluidas las personas con diversidad funcional, las personas migrantes grupos de niños, niñas, adolescentes, mujeres… tratando de incluir en un macroproyecto como este el conocimiento que nace de las experiencias personales de quienes cruzan la Avenida en su vida diaria e intentando pensar en una nueva Meridiana desde lo cotidiano, desde la diversidad de experiencias. También están coordinando varios procesos participativos en colegios que quieren transformar el patio de recreo desde la coeducación. Analizan qué usos se han priorizado en el espacio hasta el momento y cuáles son las actividades que han quedado más invisibilizadas. Se preguntan cómo se podría mejorar el disfrute de los pequeños y las pequeñas pensando los espacios desde su participación, involucrando en el diseño a toda la comunidad educativa.

Los colectivos de urbanistas feministas proponen alternativas para el espacio público y común desde hace décadas, en toda España. El Colectivo de Mujeres Urbanistas de Madrid, muy activo en los años noventa, o Hiria Kolektiboa, fundado en 2002, que sigue trabajando bajo el nombre Dunak Taldea en Euskadi, son algunos ejemplos de grupos de mujeres profesionales, arquitectas o sociólogas urbanas, normalmente, que trabajan de manera similar al Collectiu Punt 6. También desde el mundo académico, en las universidades, sobre todo en el ámbito de la Geografía, se está aplicando la perspectiva de género a la ciudad, que necesita de propuestas que entiendan la diversidad de quienes la habitan.

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