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“No quiero reclamar mis derechos por ser gitana, sino por ser persona”

Sábado 22 de octubre de 2022

Más de 150 activistas romaníes denuncian en el primer Congreso Internacional de Antigitanismo de Género la “vulneración flagrante de los derechos humanos” que sufren en el acceso a la vivienda, el trabajo, la educación o la salud

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Foto de grupo de algunas participantes en el I. Congreso Internacional de Antigitanismo de Género.
AMUGE

AMUGE 20/10/2022 CTXT

Alrededor de 150 activistas gitanas y algunas aliadas payas nos reunimos los días 3, 4 y 5 de octubre en Bilbao, en el I. Congreso Internacional sobre Antigitanismo de Género. El programa incluyó espacios seguros, no mixtos, para construir entre nosotras un marco teórico propio, y también espacios de transmisión de nuestro discurso y nuestra agenda a los movimientos sociales, especialmente el feminista y el antirracista.

El congreso empezó situando el antigitanismo como una vulneración flagrante de los derechos humanos, que revela un fracaso de marcos jurídicos como la Declaración Universal de Derechos Humanos o el artículo 14 de la Constitución española. La premisa de que todas las personas somos iguales en derechos choca con la realidad de que las personas gitanas somos perseguidas y rechazadas sistemáticamente en todos los ámbitos de nuestra vida: en el acceso a la vivienda, al trabajo, a la educación, a la salud o a establecimientos comerciales, entre otros.

Esa persecución se ve intensificada en situaciones como la pandemia, cuando aumentaron los discursos del odio antigitano y los ataques a la comunidad gitana, porque esos discursos la señalaron como transmisora de la covid-19.

Nuevas herramientas jurídicas

Enérida Isuf, presidenta de la Sociedad Internacional para los Derechos Humanos en España, planteó que, si se considerase a las gitanas como personas sujetos de derechos humanos, no harían falta estrategias nacionales y planes específicos para atender la situación del Pueblo Gitano: “No quiero reclamar mis derechos por ser gitana, sino por ser persona. Soy persona, en primer lugar, y como valor añadido, soy gitana”.

A falta de ese reconocimiento básico de nuestros derechos humanos, el activismo gitano ha logrado, a través de la incidencia política, dotarse de nuevas herramientas jurídicas: la Ley Integral de Igualdad de trato y no discriminación, y la modificación del Código Penal para incluir el antigitanismo como categoría específica dentro de los delitos de odio. También tenemos políticas públicas autonómicas, como la Estrategia vasca con el pueblo gitano, que incluye entre sus compromisos aprobar un Pacto contra el antigitanismo.

Sin embargo, si ya es difícil desarrollar esas leyes y políticas públicas, es aún más difícil lograr que se apliquen. En palabras de la activista social por los derechos de las mujeres gitanas Patricia Caro Maya, necesitamos abogados y abogadas gitanas especializadas en delitos de odio antigitano, que luchen fuerte, “porque nadie va a luchar por nuestros derechos como nosotras mismas”. Tanto Caro Maya como Isuf insistieron en la necesidad de contar con indicadores con perspectiva de género que nos permitan evaluar la eficacia de esas leyes en la defensa de los derechos de las mujeres gitanas. Sara Giménez, presidenta de la Fundación Secretariado Gitano (FSG), recordó también la urgencia de exigir que se cree la autoridad de igualdad de trato que establece la ley. Se trataría de un organismo independiente para que las personas discriminadas tengan donde poner las denuncias. Si no, la norma será un brindis al sol.

Otro reto es poder intervenir no solo en las formas más hostiles del antigitanismo, sino también en las benevolentes y líquidas, que pasan más desapercibidas o que incluso se dan con nuestro consentimiento pero que refuerzan nuestra situación de subalternidad, como pueden ser las actitudes paternalistas.

Tenemos que prestar atención también a violencias simbólicas, como la pérdida de nuestra lengua, el romanó. Así, Marinela Isuf, especialista en romaní nacida es Albania, subrayó la importancia de recuperar nuestro idioma, primero porque es el legado de nuestras antepasadas y antepasados; segundo, porque es parte fundamental de nuestra identidad y, por último, porque es fundamental para el reconocimiento del pueblo gitano como minoría territorial.

Del género a la interseccionalidad

La perspectiva de género es imprescindible para una comprensión profunda del antigitanismo, porque los estereotipos sobre los que se construye nuestra discriminación son distintos en el caso de las mujeres y en el de los hombres. Este sexismo interseccional no es algo nuevo, sino que se observa en nuestra historia de represión. Por ejemplo, en los episodios más tenebrosos de la persecución antigitana, como el Holocausto nazi o la Gran Redada en España, a las mujeres y a los hombres gitanos se les infligieron distintos castigos y violencias.

Ese sexismo interseccional también afecta a nuestras comunidades. Patricia Caro Maya afirmó que las dinámicas sexistas entre gitanos y gitanas están estrechamente ligadas a la influencia del antigitanismo patriarcal que nos impone la sociedad mayoritaria.

De hecho, una de las expresiones de ese antigitanismo patriarcal es caricaturizarnos a las mujeres gitanas como sumisas y atrasadas, y a los hombres gitanos como los más machistas y violentos. Las gitanas feministas respondemos a esa imagen recuperando la memoria de nuestras antepasadas, las que resistieron a la Gran Redada y al Holocausto nazi, las cigarreras que protagonizaron huelgas históricas, y nuestras Tías y abuelas, que han mantenido vivas nuestra historia, nuestra memoria, nuestra cultura y nuestras luchas.

Uno de los objetivos de este congreso era consensuar una definición conjunta de antigitanismo de género, es decir, de la violencia estructural que vivimos las mujeres gitanas como fruto de las opresiones sexistas y racistas que nos atraviesan.

Las activistas de RomaniPhen, de Alemania, nos aportaron otro concepto útil: el etnosexismo. Observaron en once estudios sobre el empoderamiento de las mujeres romaníes que en todos ellos se daba una imagen del pueblo gitano como premoderno, primitivo y patriarcal. Esa asunción no tiene rigor alguno, sino que es puro prejuicio, y ese prejuicio tiene impacto en la vida de las mujeres romaníes, jóvenes y adultas.

Un ejemplo que aportaron y que aquí también conocemos bien es que ni las alumnas gitanas más brillantes cuentan con el apoyo del profesorado, que prejuzga que no van a ser capaces de finalizar sus estudios porque van a tener que encargarse del hogar. También nos han hablado de que los servicios sociales incumplen sus propios protocolos a la hora de retirar las criaturas a las familias romaníes, porque asumen que somos malas madres y padres. Describieron un círculo vicioso: los prejuicios antigitanos provocan discriminación, y cuando vamos a denunciar esa discriminación, tenemos que volver a luchar contra esos prejuicios. De ese círculo también hablaron las activistas de la asociación rumana E-Romnja, cuando señalaron que las mujeres gitanas en situación de violencia machista no acuden a las instituciones, porque saben que sufrirán racismo y discriminación.

Sin embargo, el debate ha llevado a plantear si los términos que solo aluden al racismo y el sexismo se quedan cortos, teniendo en cuenta que estos ejes de opresión se entrelazan con otros, como la violencia económica y social que impone el sistema capitalista. El mercadillo es un buen exponente de ello: lo defendemos como un espacio de supervivencia y de resistencia feminista (el 80% de las licencias de venta ambulante pertenecen, actualmente, a mujeres), antirracista y anticapitalista.

Así, la teoría de la interseccionalidad, un concepto clave construido por las activistas y pensadoras racializadas, nos ayuda a entender cómo interactúan de forma compleja los distintos sistemas de poder: racismo, sexismo, clasismo, intolerancia basada en la religión o capacitismo. De este último nos habló la activista de derechos humanos Maritha Marques, que nos concienció de la realidad de las personas con discapacidad, que en muchos casos coincide con la del pueblo gitano: el nazismo nos masacró tanto a personas gitanas como a personas con discapacidad; se nos ha sometido a esterilizaciones forzosas; y se nos ha borrado de la memoria colectiva del feminismo. Marques reclamó que el activismo gitano sea inclusivo y accesible, también en los discursos.

Por ello, aunque queda mucho por debatir y consensuar, intuimos que el concepto “antigitanismo interseccional” expresa de forma más completa, respecto a la expresión “antigitanismo de género”, las violencias transistémicas que vivimos las mujeres gitanas.

El segundo objetivo del congreso fue profundizar en cómo se manifiesta ese antigitanismo de género o interseccional en los distintos ámbitos de la vida. Para ello, el segundo día del congreso trabajamos en cinco grupos, en los que afloraron debates internos sobre nuestros cuerpos, sexualidades, identidades, los modelos educativos o la relación con los hombres, que daremos a conocer con nuestros tiempos y nuestras formas. Las reivindicaciones que se plantearon en los distintos grupos trazan una agenda de las mujeres gitanas que, si algo deja claro, es la necesidad de dar continuidad a este proyecto político de alianza internacional feminista antirracista.

Violencias transistémicas

Identificamos los siguientes ejes de opresión que se traducen en violencias hacia las mujeres gitanas: la racista, la de clase, la capitalista (somos mano de obra barata), la capacitista, la LGTBIfobia, la xenofobia (en el caso de las mujeres gitanas migradas de Europa del este), la derivada de la territorialidad (vivir en un barrio u otro determina nuestro acceso a servicios básicos, bienes materiales y oportunidades laborales), la etaria y la motivada por la religión (discriminación a las mujeres que participan en la Iglesia evangélica).

En cuanto a expresiones concretas de antigitanismo de género, mencionamos la hipersexualización de las mujeres gitanas en la cultura paya, la violencia etno-obstétrica, las actitudes de infantilización y asistencialismo hacia las mujeres gitanas, y la ridiculización de nuestra estética.

Salud

Los estereotipos que pesan sobre las mujeres gitanas se traducen en un trato paternalista por parte de las y los profesionales sanitarios, pocas expectativas y esfuerzo en transmitir la información o en dar seguimiento a un tratamiento. El desgaste por tener que hacer pedagogía antirracista o sentir indefensión nos lleva en ocasiones a desvincularnos de los tratamientos o a no hacer uso de los derechos sanitarios. Reclamamos que se capacite a las y los profesionales en competencias interculturales, para que respeten y comprendan ciertos códigos culturales gitanos en vez de intentar reeducarnos.

Por otro lado, el antigitanismo afecta a nuestra salud, tanto física como mental. Esto último se expresa en sensaciones de frustración, ira contenida, baja autoestima, impotencia, o en trastornos más graves como depresión o ansiedad. Además, la pobreza que muchas vivimos afecta a nuestras posibilidades de autocuidado, incluido el cuidado de la alimentación, la actividad física o la gestión emocional. Como mujeres, el rol de cuidadoras también puede generar estrés y malestar, agravando problemas de salud.

Educación

La escuela es un mundo hostil para las niñas y mujeres gitanas, que ven infravaloradas su inteligencia, conocimientos y capacidades, y asisten a un cuestionamiento constante de la cultura gitana. Esto produce absentismo escolar, poco interés hacia el conocimiento hegemónico, cuestionamiento de nuestra identidad y baja autoestima. Sin embargo, se responsabiliza a las personas gitanas del llamado fracaso escolar, en vez de reconocer el impacto del antigitanismo en el alumnado gitano. La escuela dice que trabaja para incluir a los excluidos, pero se nos incluye como una nota de color, una cuota, y bajo la exigencia de asimilarnos.

Subrayamos la importancia de reconocer al pueblo gitano como nación sin territorio y reparar esa deuda histórica a través de iniciativas de reconocimiento, reparación y justicia, también en entornos académicos, como a través de becas, proyectos de investigación o líneas editoriales. Ponemos en valor el conocimiento de la comunidad gitana como igual de valioso y legítimo que el conocimiento académico. También debatimos sobre la segregación escolar (si la alta concentración de alumnado gitano en un centro escolar es un problema en sí mismo) y sobre la posibilidad de explorar otras opciones pedagógicas: ¿imaginamos una escuela libre gitana?

Empleo y derechos sociales

El empleo es la principal vía para garantizar una vida libre de pobreza económica, un problema que continúa atacando a millones de mujeres gitanas. El mercado de trabajo se ha constatado como un territorio hostil para las mujeres gitanas. Independientemente de disponer o no de un empleo, es el sistema de protección social quien debe garantizar la cobertura de los derechos fundamentales de todas las personas (vivienda, suministros básicos, alimentación, atención sanitaria, derechos civiles…), velando especialmente que más se les vulnerabiliza.

Desde las instituciones y parte del asociacionismo se pone el foco en las propias mujeres gitanas como responsables de sus dificultades de empleabilidad. Nos ofrecen cursos para aprender a hacer un currículum o a cómo actuar en una entrevista de trabajo, en vez de poner el foco en que los empleadores reduzcan la discriminación sistemática. Además, las iniciativas asistencialistas de integración nos ofrecen empleo público temporal y precario. A esto se suma que existen numerosas ayudas económicas que se consideran incompatibles con que algún miembro de la familia tenga empleo, lo cuál desincentiva que las hijas jóvenes accedan al mercado laboral.

Una vez que el mercado de trabajo payo nos identifica como gitanas, se activan hacia nosotras violencias racistas normalizadas, líquidas y patentes, ante las que nos sentimos desamparadas, sin apoyo de las compañeras de trabajo no gitanas. En consecuencia, desarrollamos estrategias cotidianas de antigitanismo internalizado, como esconder nuestro código postal, nuestros apellidos, nuestras expresiones o nuestra estética. Además, ¿cómo salvaguardar nuestra identidad en un mercado de trabajo centrado en la producción y beneficio económico? Nuestras existencias y la ayuda mutua siempre han estado, y estarán, por delante de la mercantilización de la vida.

En ese contexto, la alternativa que tenemos es el autoempleo y, especialmente, el mercadillo, que ponemos en valor como un espacio de resistencia histórica, laboral y social. Pero el mercado ambulante no cuenta con apoyo ni de instituciones, ni de asociaciones de comerciantes o de trabajadores autónomos. Necesitamos cuestionar si los sindicatos nos sirven y, si no, generar nuevas estructuras que nos defiendan.

Discursos del odio

En este grupo se identificaron estereotipos sexistas hacia las mujeres gitanas, como la imagen de sumisa, de seductora o de analfabeta. Se señaló que las mujeres gitanas tienen fama de ladronas y los hombres gitanos de violentos y criminales, lo cual explica que a las mujeres las siga más el personal de seguridad de las tiendas y a los hombres la policía. Los “inocentes” discursos de odio que forman parte del lenguaje coloquial, así como los que circulan en las redes sociales, los monólogos, chistes, medios de comunicación, literatura, arte, cine, teatro, televisión, son un antecedente directo de los crímenes de odio.

Además, esos estereotipos y prejuicios derivan en discriminaciones cotidianas en la consulta ginecológica, en las agencias inmobiliarias, los centros de trabajo, las escuelas o los centros comerciales. A su vez, la inseguridad y el estrés que sufrimos en el espacio público, además de afectarnos en lo psicológico y emocional, nos lleva a modular nuestro lenguaje verbal y corporal, para intentar mantener a raya nuestra gitanidad.

Destacamos la necesidad de denunciar los discursos del odio en las redes sociales y en los medios de comunicación (y exigir a medios y plataformas digitales que intervengan), de tener un rol activo como comunicadoras, tejer alianzas con periodistas aliadas y formarlas en antigitanismo, potenciar el área de comunicación dentro de las asociaciones gitanas, reclamar a la televisión pública programas realizados por personas gitanas, o pedir apoyo institucional para promover el arte y la cultura hecho por gitanas.

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