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Los silencios rotos de la República Democrática del Congo

Domingo 20 de marzo de 2022

Teresa Villaverde 09/03/2022 Pukara

Julienne Baseke es activista por los derechos de las mujeres y miembro de la organización congoleña AFEM de mujeres en los medios. Hablamos con ella sobre su trabajo en el conflicto gracias a un encuentro entre comunicadoras organizado por la oenegé Alboan en el país africano.

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Julienne Baseke en la cubierta del barco que navega de Bukavu a Goma, en República Democrática del Congo. | Foto: Teresa Villaverde

Julienne Baseke nació en 1979 y creció en Bukavu, capital de la provincia de Kivu Sur, en República Democrática del Congo. En el año 96 comenzó la guerra, apoyada por Uganda y Ruanda, para derrocar a Mobutu Sese Seko, dictador del país, entonces llamado Zaire. Aunque el fin oficial del conflicto se selló en 2003 con la firma de los acuerdos de paz, los grupos armados siguieron operando y multiplicándose hasta la actualidad, en una guerra endémica por el control de las minas para extraer recursos naturales -coltán, oro, diamantes, estaño y tantalio-, de los que se benefician también las multinacionales occidentales. Por ilustrarlo con algunos datos, solo en la provincia de Kivu Norte, situada en la frontera con Uganda y Ruanda, había una treintena de grupos armados antes de 2019. A partir de ese año, se contabilizan en torno a 120.

Mientras navegamos del puerto de su ciudad hasta el de la ciudad de Goma en Kivu Norte, cuenta que antes de que comenzara la guerra ya estaba sensibilizada con la desigualdad y la injusticia de su país: “Sentía que no podía hablar con la gente mayor de lo que veía y empecé a escribir poemas sobre género y paz”. La entrevista se da en el marco de un encuentro entre comunicadoras vascas y congoleñas que ha propiciado la oenegé Alboan para mostrar el trabajo de AFEM (Association des Femmes des Médias, Asociación de las Mujeres en los Medios, en castellano), a la que apoya desde hace años. La organización trabaja desde el periodismo comunitario y por la paz, con las comunidades rurales del país, y nació para informar sobre las violencias contra las mujeres que se daban en el conflicto. “Las mujeres que vivían la violencia sexual no tenían palabras para expresarlo”, dice Baseke.

Su biografía está marcada por el activismo por la paz y los derechos de las mujeres. “En Secundaria era actriz de teatro, porque considero que es una herramienta para educar, no solo para divertir, y he escrito obras denunciando las desigualdades”, recuerda. La lucha contra el VIH o por la participación de las mujeres en la ciencia son otras claves de su trayectoria. Como profesora en la Universidad Pública de Bukavu, donde se licenció en Sociología, organizaba a las alumnas para denunciar las violencias que sufrían en la institución y las invitaba a participar en debates políticos, un terreno exclusivo de hombres, en Radio María, donde ella entonces colaboraba. En 2006 entró a formar parte de AFEM. Estuvo tres años como voluntaria y hoy es la coordinadora de la asociación, además una de las creadoras de Mama Radio, la radio de AFEM, primera en el país especializada en información con perspectiva de género.

Entendió desde el principio que la asociación tenía que potenciar todas sus ramas, e impulsó la de la investigación. AFEM es, por lo tanto, mucho más que periodismo. Desde su creación en 2003 ha impulsado diversas campañas como Nada sin las mujeres, “reuniendo 20.000 firmas para el Senado y la Asamblea nacional, pidiendo un cambio en la ley electoral porque era discriminatoria”. También lanzaron el Movimiento del 50% para que hubiera paridad en las instituciones, lograron cambiar el Código de la familia, que preveía la incapacidad jurídica de la mujer casada, y publicaron un manifiesto pidiendo a los medios respetar el género que firmaron 70 medios de comunicación.

En tus intervenciones sueles repetir que AFEM se creó para romper el silencio, para denunciar que el cuerpo de las mujeres se utilizaba como arma de guerra. La asociación se empieza a ges-tar en 2003, año de la firma de los acuerdos de paz. ¿Cómo fue?

Cuando termina la guerra comienzan las guerras recurrentes en el este del Congo y sigue la técnica de estrategia de guerra basada en que, si tocan a las mujeres, tocan a toda la comunidad, que es el objetivo de los grupos armados. Los informes entonces los hacían hombres y les daba vergüenza admitir que se estaba violando a sus mujeres, porque es como reconocer que no las han podido proteger. La primera vez que el grupo de mujeres, que luego crearía AFEM, entró a una comunidad y escuchó las historias, lloraron todas. Sentían que no podían hacer nada más que escuchar. El problema era que cuando los grupos armados iban a los pueblos, los hombres de las comunidades escapaban y ellas no, porque no podían irse con sus hijos, que a veces eran muchos. Los militares llegaban a las casas y estaban ellas solas. Les decían, “quítate la ropa”, y hacían todo tipo de atrocidades en el cuerpo de las mujeres. También forzaban a los niños a violar a su madre y a los que decían que no, los mataban. Un testimonio contaba que a uno le cortaron la mano, la metieron en la boca de la madre y le obligaron a masticarla. Cuando estas mujeres empezaron a querer contar estas historias, las radios decían que no iban a emitir la información. Y las sobrevivientes pedían que se reconociera lo que les habían hecho. Las mujeres que fueron a esas comunidades a escuchar las historias serían las creadoras de AFEM.

En este contexto que llamas de “guerras recurrentes”,·normalmente, las mujeres que han sido violadas siguen adelante con el embarazo y no recurren al aborto.

Según el Protocolo de Maputo las mujeres violadas en contexto de guerra pueden abortar, pero la religión [más del 90 por ciento de la población del país es cristiana] tiene mucho peso. Tampoco lo hacen porque los médicos no se lo permiten, les parece mal, y al final paren con el consiguiente estigma por parte de su marido y de la comunidad. Se hacen abortos clandestinos, pero es un problema porque la tasa de mortalidad es muy alta. Las mujeres jóvenes lo hacen solas, sin conocimientos, van al bosque y comen hojas, por ejemplo, y se mueren intoxicadas.

Otra vertiente de la violencia y discriminación hacia las mujeres es que muchas tienen que prostituirse, especialmente en torno a las minas.

Cuando las mujeres empezaron a trabajar en las minas solo tenían dos roles: prostitución y pequeño comercio. Ahora también pican piedras y hacen otras cosas. Pero sigue habiendo mucha prostitución y, además, los hombres deciden qué hacer, y muchas veces no se quieren poner el condón. Tampoco se hacen test de VIH, así que muchas mujeres lo tienen y los niños también. Además, las mujeres son muy vulnerables y puede que tengan que cambiar sexo por agua, por ejemplo. El problema es que, como no hay una ley que hable de ello, no puedes denunciar nada.

El barco en el que viajamos cruza las aguas mansas del precioso lago Kivu, que sirvió de fosa común para los cadáveres del genocidio ruandés a los tutsis por parte de los hutus. El calor dentro empieza a ser un poco asfixiante, así que decidimos levantarnos para salir a cubierta y continuar ahí la entrevista. En ese momento, unos hombres congoleños sentados en unos sofás frente a nosotras llaman la atención de Baseke y le piden que se acerque. Le advierten de que está hablando demasiado, de que hay denuncias que es mejor no hacer. De que no puede contar las cosas así, tan fuertes, a varias periodistas. Hay que ser más discreta, le aconsejan.

Ella asiente y las trenzas de su coleta alta asienten también. La espalda recta, las manos entrelazadas, con media sonrisa. Espera paciente a que terminen. Dice “merci beacoup” y sale caminando tranquila hacia cubierta.

– ¿Estás bien?

– Perfectamente. Este es el ejemplo de que los hombres no quieren contar la verdad porque se sienten amenazados.

– ¿Quieres continuar?

– Por supuesto, esto es siempre así.

En la zona Luhwindja, en Kivu Sur, trabaja la multinacional canadiense minera Banro que, entre otras cosas, ha construido una escuela para las niñas y niños de la zona. Pero en la mina de oro artesanal de Kadumwa, en la misma zona, no hay un centro escolar. ¿Qué pasa con la infancia que vive en los asentamientos mineros? ¿Realmente tienen educación en esa escuela?

La situación es crítica. Con lo que ganan las mujeres no pueden pagar la escuela y, aunque pudieran, no tendrían para materiales. Están abandonados, cogen muchas enfermedades. Por ejemplo, si se encuentran preservativos usados, quitan la sustancia y juegan con ellos como si fueran globos, y se pueden infectar. Además, hay muchas violaciones a niñas y las casas que tienen… [suelen ser casetas pequeñas de madera, sin suelo y con una sola estancia]. Tienen muchas enfermedades relacionadas con el agua como cólera, diarrea…

En el diagnóstico Mujeres en marcha de Alboan se habla de la creencia de que violar a vírgenes protege de enfermedades o de contraer el VIH.

Sí, quería mencionar eso. Hay incluso violaciones a niñas de dos años. Conozco a una mujer a la que violaron a su niña. Unos militares entraron y uno dijo “todavía es pura”. La niña gritaba y abusó de ella, que murió en el acto. Eso era durante la guerra, pero después de que acabara ha seguido pasando. También se cree que cuando a un hombre no le ha ido bien la vida, si viola a niñas vírgenes, su sangre le limpiará. Las ladrilleras, por ejemplo, salen pronto a trabajar y dejan a los niños solos en casa. Los hombres llegan a las casas y los violan.

Dices que con lo que ganan las mujeres no pueden pagar la escuela… ¿y los padres?

Muchas mujeres se han desplazado a trabajar a las minas porque han perdido a sus maridos, que han huido de las zonas de conflicto. Muchas veces, ellas se quedan solas y el hombre que se va se casa con otra mujer [la poligamia no es legal, pero se practica en algunos casos] en otro sitio y tiene más hijos e igual luego se vuelve a ir. No hay hombres. Las mujeres de las minas muchas no tienen padre conocido.

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Julienne Baseke. | Foto: Teresa Villaverde

Sobre lo que comentabas de las ladrilleras, en la ciudad de Nya-Ngezi, mientras cargaban ladrillos, ellos miraban. ¿A qué se dedican? ¿No tienen trabajo ni cuidan a sus hijos?

Los maridos no hacen nada. Hay un problema de paro y está todo relacionado con la gobernanza. Antes de la guerra los hombres iban a trabajar a las oficinas y traían el dinero a casa, pero, después, todos los sectores se han paralizado y a los políticos solo les interesa la extracción de mineral. Así que los hombres dicen que su trabajo es el de las oficinas, que no están hechos para cultivar, cargar ladrillos… Y no trabajan. Esto aumenta la violencia. No hacen nada y están en los bares. Las mujeres dan a sus maridos el dinero que ganan y, a veces, no tienen ni para comprarse ropa.

¿Y por qué les dan el dinero? ¿Es por ley?

No, es por costumbre. Lo que es obligatorio por ley es la dote que él tiene que dar a la familia de ella para poder casarse, que puede ser una cabra, por ejemplo. Se entiende entonces que la está comprando y que ella pasa a ser de su propiedad.

¿Qué pasa si alguna se niega a dar el dinero a su marido?

Cada vez más mujeres son conscientes de la desigualdad, pero esto aumenta la violencia contra ellas. Es el caso de nuestra compañera de AFEM Charline Kitoko, que fue asesinada por su marido hace poco.

Como decías, muchas mujeres se quedan solas y se desplazan a trabajar en las minas o en otros lugares. ¿Cuál es la violencia específica que sufren en ese desplazamiento?

Es horrible. Solo sufren. No tienen casa, muchas veces duermen a la intemperie, bajo las estrellas. Muchas salen con cuatro hijos, por ejemplo, y tienen suerte si llegan con uno. En las barreras que hay en el camino [se refiere a los check points donde militares congoleños o de la ONU, armados, controlan el paso de las carreteras y, a veces, piden documentación] los hombres les exigen tener sexo para poder pasar. Las mujeres están huyendo de la violencia, pero en el camino se encuentran más. Son tratadas como esclavas y a veces no pueden hacer más que aguantar.

AFEM trabaja por la organización de las mujeres, por contar sus historias, denunciar las violencias que sufren e impartir formaciones de sensibilización para erradicarlas. ¿Cuáles son los objetivos de la asociación a corto plazo?

Hoy en día celebramos la resiliciencia de las mujeres que han salido de la violencia y que son más poderosas que antes. Reivindican sus derechos, el silencio se ha roto. Entre ellas han hecho asociaciones y tienen una red interprovincial para denunciar las discriminaciones. Además, ya existen leyes, como la ley de paridad, el Protocolo de Maputo o la nueva ley electoral. El problema es la implementación. Tiene que haber un cambio de paradigma y de liderazgo. Y tiene que ser femenino, porque las mujeres sienten más ese dolor. Si hay líderes hay esperanza. Ahora sí hay mujeres en el periodismo y en la política. Ahora podemos debatir con los hombres. Ese dolor nos ha hecho más fuertes. Hay mujeres que trabajaban en las minas y ahora son periodistas que van allí a preguntar a otras por sus condiciones. Por ejemplo, M’Sheileza y sus hijas fueron violadas y ahora lleva un club de escucha [grupos de trabajo en las comunidades rurales que se coordinan con AFEM para formaciones y denuncias] en el territorio de Walange.

Nota de la autora: las preguntas de esta entrevista se hicieron en común con las periodistas Marta Martínez, de Deia, y Maddi Ane Txoperena, de Berria, que hizo también la traducción del francés al castellano.

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