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Carolina Pecharromán: “Los insultos contra las mujeres periodistas son los mismos que hace 150 años”

Sábado 17 de febrero de 2024

La periodista Carolina Pecharromán recoge y pone en valor a las profesionales de los medios escritos que dejaron su rastro en periódicos y revistas entre 1850 y 1931, cuando casi todo lo firmaban ellos.

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Carolina Pecharromán, periodista y escritora, fotografiada antes de la entrevista. ÁLVARO MINGUITO

Patricia Reguero Ríos 14 FEB 2024 El Salto

Proxeneta roja. Engendro sáfico. Histérica. Cretina. Degenerada.

Estos son algunos de los calificativos que un señor dedica a Rosario de Acuña en El Periódico de Cataluña en 1911 después de que esta intelectual publicara un artículo sobre la agresión de varios estudiantes a una mujer. ¿Os suena? El ejemplo lo recoge Carolina Pecharromán (Madrid, 1969) en su libro Las primeras periodistas (Editorial Renacimiento, 2023). La obra aúna sus dos amores, Periodismo e Historia, para recoger y ordenar nombres (muchos) de las primeras profesionales de los medios escritos, las que entre 1850 y 1931 dejaron su rastro en periódicos y revistas cuando casi todo lo firmaban ellos.

Pecharromán es periodista de RTVE y coordinadora de RTVE Igualdad. Presenta Objetivo Igualdad, ha sido finalista del Premio Colombine —premio nombrado con el seudónimo de Carmen de Burgos, una de esas primeras periodistas— y la tesis que ha dado origen a su último libro tiene premio: mención especial del Premio Clara Campoamor del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales. También es autora de la novela Ocho caballos, cuarenta hombres (Adrara, 2014) y coautora de Nietas de la memoria (Bala Perdida, 2020).

Ella dice que indagó sobre esas primeras periodistas buscando los referentes que no encontró en las asignaturas de Historia del Periodismo.

Si hoy leyéramos en Twitter los calificativos que recibe Rosario de Acuña y que recoges en tu libro los llamaríamos discurso de odio…

Uy, ¡y eso es ya a finales de siglo! No había Twitter pero daba igual, eso estaba publicado en lo que toda la gente leía…

¿A qué se enfrentaban las mujeres que escribían?

Se enfrentaban a esas descalificaciones escritas que quedaban ahí, se enfrentaban a la presión social de sus entornos, donde se les decía que no debían hacer aquello, que no era apropiado. En España, estaba mal visto hasta que las mujeres de clase media supieran leer y escribir. Decían: “¿Para qué? ¿Para mandarte notas con tu amante?”. Ellas no encajaban en el modelo que debían cumplir, con lo cual todo ataque era poco. Era entrar, además, en un terreno que los varones que estaban en prensa, los escritores, todos, se cuidan mucho de defender. Y lo defendían así, desacreditando totalmente a las mujeres que entraban en esta esfera. Ellas eran las transgresoras y quienes difundían estos discursos eran quienes defendían, digamos, la normalidad, el statu quo.

Tu libro cubre el periodo entre 1850 y 1931, y explicas cómo los orígenes de las mujeres periodistas están ligados a la poesía. ¿De qué manera las primeras periodistas están conectadas a esta?

Todavía no eran periodistas, eran mujeres que escribían y que se expresaban en una época en la que eso se podía hacer en un entorno íntimo, doméstico. Se podían leer los poemas o los escritos que una hacía en el entorno familiar, en veladas de amistades. Pero de ahí a saltar a la esfera pública, a publicarlo en prensa, había un abismo. La prensa era un territorio absolutamente masculino. Además, a las primeras mujeres que lo hacían ya las insultaban, ya las perseguían, ya las señalaban: “Qué se habrá creído esta bachillera, esta marisabidilla”.

En esta época, en los años 40 del siglo XIX, tuvieron la ventaja de que estaban viviendo el Romanticismo, y el Romanticismo exaltaba una serie de cualidades como el instinto, la pasión, los sentimientos o la intuición, que en el imaginario de los estereotipos de género se atribuían principalmente a las mujeres. El hombre era lo intelectual; la mujer, lo pasional. Entonces, digamos que no estaba mal visto desde esta concepción que las mujeres escribieran poesía. En esa ola del Romanticismo literario es cuando ellas empiezan a hacerse presentes y a publicar esos versos. Ellas, bastante jóvenes casi todas, lo primero que hacen es publicar poesía en la prensa. También cuentan con mentoras, porque algunas de las mujeres que ya habían triunfado, como Carolina Coronado, sirven de mentoras. Se escriben, se animan, las recomiendan a otros directores y entre ellas también están en contacto por cartas. Se ayudan y se dan ánimos, que falta les hacía porque los ataques eran tremendos. Es lo que Susan Kirkpatrick y Mariana Mayoral llaman la Hermandad Lírica, esa especie de red de sororidad primera que hay entre las mujeres poetas.

Más adelante también recoges en tu libro: “Apenas se conoce rivalidad entre ellas, se ensalzan unas a otras y se insiste en la idea de que forman una comunidad. Su fuerza está en un grupo”.

Esa frase es de mi directora de tesis, Pilar Díaz Sánchez. Y es verdad. Este grupo de periodistas, que estaban por todas partes (Madrid, Cádiz, Barcelona, Salamanca), se apoyan entre ellas. Si una escribía un libro le sacaban la reseña en otra revista. Procuraban ayudarse y, en vez de tener esa competencia que suelen tener los escritores, ellas se cuidaban de hacer su propio Parnaso, de hablar bien de otras mujeres. De hecho, se le ha echado en cara a Emilia Pardo Bazán que no perteneciera a este grupo. Pero sí que tenían esta sororidad.

¿De qué les dejaban escribir a estas primeras escritoras o periodistas?

Pues esas poesías trataban temas de los denominados también femeninos: el amor, la naturaleza, la religión... poemas dedicados a su madre, a niños, a una amiga. Si comparas estas temáticas con las de los poetas románticos, verás que las de ellos están llenas de cementerios, de tragedias, de aventura. Ellas tenían otras temáticas, pero algunas se atreven a hablar de ganas de viajar, ganas de conocer nuevos mundos, ansias de libertad. O, por ejemplo, la poesía de Carolina Coronado es claramente feminista. Luego estas mujeres empiezan a escribir en las llamadas “revistas femeninas”: escriben sobre modas, sobre costumbres, crónica teatral, biografías de mujeres.

Insisto en que no había educación para las mujeres en la segunda mitad del siglo XIX. Entonces muchos de estos contenidos eran didácticos. Escriben sobre la ciudad de Londres, o sobre Aquisgrán, o sobre la electricidad. También leyendas, cuentos, novelas que publican por entregas, manuales de urbanidad... Escriben de todo, porque de pronto muchas de estas mujeres querrán vivir de ello. Escriben de mil temas con los que en realidad están formando a las mujeres que leían estas revistas y que no tenían ni idea de esto porque no tenían acceso a esos contenidos. Y pronto verán, en esta actividad, una práctica remunerada de las pocas que había que no fuera trabajar en una fábrica o en el campo. Y, como bien sabemos todas, para ganarse la vida escribiendo hay que escribir mucho.

Estamos hablando del siglo XIX y ya hemos hecho varios paralelismos con la situación de ahora…

Sí, ellas serían como las freelances precarias de ahora. Cualquier encargo, cualquier cosa que caía en sus manos, se ponían a ello. Muchas veces hacían versiones de sus propios escritos para publicarlas en diferentes periódicos. También van variando la firma: a lo mejor podían escribir con su nombre en El correo de la moda y luego escribían con un seudónimo masculino en revistas culturales o prensa más generalista. Y así abren esas grietas.

Es, por ejemplo, el caso de Matilde Cherner. Ella escribía en La ilustración de la mujer y firmaba con su nombre, pero tenía seudónimos, entre otros Rafael Luna, con los que escribía en periódicos generalistas y publicaba también novelas y cuentos. Su famosa novela María Magdalena, que es la historia de una prostituta contada por ella misma, la firma como Rafael Luna. ¿Por qué? Porque la prostitución era un tema tabú para las mujeres. Ellos sí escribían de todo, sobre todo para denigrar a las prostitutas sin tener en cuenta que los hombres eran los causantes de que muchas mujeres vieran en la prostitución la única posibilidad de supervivencia, pero ellas no podían escribir sobre ello. El de Matilde Cherner es un caso atípico, también porque cuando era jovencita en Salamanca firmó con su nombre poemas y escritos en los que manifestaba su tendencia ideológica. Ella era republicana federal y escribía con su nombre en periódicos. Eso ya te da una idea de lo transgresora que era para para la época.

Te preguntaba por la vinculación entre las primeras periodistas y la poesía y me corregías: no eran periodistas aún, eran escritoras. ¿En qué momento aparecen las primeras periodistas?

Pues ya cuando escriben habitualmente contenidos diversos que no sean poesías ocasionales en la prensa, normalmente en la prensa femenina, que es donde pueden publicar. La idea de periodista que había en el siglo XIX se parece muy poco a la realidad que tenemos ahora. No existía en aquella época prácticamente el periodismo de noticias. Todas las cabeceras eran periódicos de opinión políticos, culturales, profesionales. Entonces, casi todo eran textos que ahora podemos identificar más con la opinión o con lo que se pueda publicar en una revista tipo magazine. Ellas van a escribir y poco a poco también van a ir escalando en puestos de responsabilidad hasta ser directoras de esas publicaciones. Y eso también es otro paso. Oficialmente, no podían ser las dueñas de una publicación por ley, pero en muchos figuraba un propietario como tapadera, y eran ellas las que dirigían la publicación. Y me gustaría aquí resaltar la figura de Margarita Pérez de Celis y de Josefa Zapata, las directoras de los pensiles gaditanos, porque ellas eran las que llevaban estas publicaciones, pero es que además eran publicaciones muy combativas, por eso se las cerraban, y tenían todo tipo de colaboraciones de hombres, de mujeres. No eran revistas femeninas, era prensa política.

¿Los pensiles eran el periodismo independiente de entonces?

Totalmente.

Las primeras periodistas, ¿fueron periodistas feministas?

Todas ellas, solamente por su ejemplo de transgresión del modelo imperante, estaban actuando como feministas. Algunas eran combativamente feministas, como Margarita Pérez de Celis y Josefa Zapata y otras lanzaban mensajes en defensa de los derechos de las mujeres, pero lo hacían con guantes de terciopelo. Por ejemplo, todas lanzan mensajes en favor de la educación de las mujeres y de las niñas. Recordemos que casi todo el feminismo del siglo XIX es un feminismo de la diferencia. No es extraño que las españolas, igual que las francesas o las inglesas, defiendan la educación femenina yendo en contra de la inferioridad de la mujer, por supuesto, y al tiempo justificando la educación de las mujeres en el hecho de que ellas son educadoras a su vez y no pueden dejarlas en la ignorancia porque repercutirá en los hijos. Es decir, acuden a una serie de argumentos que a nosotras a lo mejor ahora no nos parecen feministas o nos parecen de un feminismo blando, pero en ese momento era el único argumento que podían lanzar que pudiera captar adhesiones.

Ellas hablan de divorcio o violencia de género...

Emilia Pardo Bazán, por ejemplo, defendía que a las mujeres se las asesinaba por ser mujeres y que tendría que acuñarse un término para describir esa realidad, mujericidio. Carmen de Burgos o Consuelo Álvarez Pool, ya a principios del XX, escriben artículos muy vigorosos contra la violencia machista y dan cuenta de asesinatos de mujeres a manos de sus maridos con unas torturas tremendas. El artículo de Consuelo Álvares Pool “¿Por qué matan los hombres?”, en El País en 1905, dice: “Cada vez se repiten con más frecuencia los mal llamados “crímenes por amor” []. Estos hombres que matan no aman, odian. [...] El hombre que apuñala lo hace movido por un impulso, pero de amor propio, es por la soberbia envidiosa del hombre, porque se ve desairado de una mujer de la que se creía su dueño”. Esto que ella escribía es de plena actualidad, porque está condenando que se hable de crímenes pasionales y crímenes de honor.

Creo que podría acertar a nombrar a Carmen de Burgos si me preguntan por el nombre de alguna de las primeras periodistas. Sin embargo, en tu libro hay muchos más nombres. ¿Qué nos dice este listado?

En el libro yo recojo uno 60 nombres de españolas, pero hay otras tantas francesas e inglesas. Yo descubrí a Carmen de Burgos hace unos cuantos años. A Emilia Pardo Bazán o Rosalía de Castro las conocemos porque salían en los libros. Pero hay muchos más: Sofía Casanova fue corresponsal de guerra, Josefina Carabias trabajó como corresponsal. ¿Por qué no me han contado a mí esto cuando yo estudiaba Historia del Periodismo? Cuando se rescató a las Sinsombrero salieron algunos nombres y es cuando yo me plantée esta investigación. Y mi directora de tesis, Pilar Díaz Sánchez, fue la que me sugirió aprovechar mi doble licenciatura, mis dos amores, y escribir sobre historia de las periodistas.

Y, aunque estaba muy entusiasmada con las del XX, cuando me iba hacia atrás iba descubriendo nombres nuevos. Y me enamoré completamente de las decimonónicas, primero porque las desconocía del todo y segundo porque ellas son las que realmente abrieron las puertas, las que no tenían absolutamente ningún referente. Luego se da otra situación, que es que escribían en revistas femeninas, que se considera algo peyorativo, de poca calidad, y no se ha estudiado. En Historia del Periodismo prácticamente lo único que tratan es el periodismo político o cultural.

Tu libro podría servir de manual para una asignatura de mujeres en el periodismo...

Yo no voy a ir para nada de ser la primera, ni la más importante, porque ya hay muchas que han escrito sobre esto. Pero sí creo que el mérito es que hace un resumen prácticamente todo el siglo XIX y de principios del XX, y una comparativa con Francia e Inglaterra, que es algo que yo no había visto.

Ampliar la investigación a Francia e Inglaterra, ¿no complica mucho tu investigación?

Lo complica un montón, pero la pone en su sitio. Leyendo un número de la revista Vindicación Feminista, que era una revista feminista de los 70, muy vindicativa, encontré un artículo que se llamaba “En España no hubo feministas”, que decía que no hubo feministas en el siglo XIX salvo cuatro excepciones. Y no es así. En este país siempre nos estamos comparando con el extranjero para mal, pero sin tener en cuenta los contextos. Yo creo que hay que ver qué condiciones tenían las españolas, en qué país estaban viviendo, en qué país se estaban desarrollando y si se daban, como se dice en los estudios marxistas, las condiciones objetivas para que se desarrollara ese feminismo. Las francesas y las inglesas no han sido siempre igual de vindicativas, y en España ha habido muchas feministas, lo que pasa es que no las conocemos.

De esos 60 nombres propios que recoges en el libro, ¿cuál subrayarías y por qué?

Margarita Pérez de Celis y Josefa Zapata, las de los pensiles, porque cuando absolutamente ninguna mujer hablaba en público de política, ellas lo hicieron y lo dejaron por escrito. Ellas persistieron. Estuvieron más de una década sacando estas publicaciones, haciendo cualquier cosa para sobrevivir. Tenían un compromiso social y profesional que a mí me admiran. Es en el Pensil de Iberia donde se publica por entregas “La mujer en la sociedad”, un manifiesto firmado por una tal Rosa Marina, que es el primer manifiesto feminista español, diez años antes de Concepción Arenal, y que animo a todo el mundo a que lo busque.

¿Qué podemos aprender las periodistas de hoy de estas primeras periodistas?

Pues, lo primero, que tenemos referentes, que tenemos una tradición de mujeres periodistas superpotentes y que hicieron de todo cuando no se podía hacer nada, y saber valorar lo que hicieron ellas y lo que estamos haciendo nosotras. Por ejemplo, la violencia machista se lleva denunciando 130 años, no es algo que se nos hayan ocurrido ahora. Eso es lo que hacen las periodistas cuando tienen el poder de decidir los temas que tratan. Y también puede servir, ante esta ola reaccionaria, para animarnos a defender lo que consideramos justo.

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