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Alicia, su hija, su nieta y 200 euros

Miércoles 6 de mayo de 2020

Cristina Fallarás 05-05-2020 Público

Alicia habla con una tranquilidad que no roza la resignación, aunque una está tentada a asociarla. Sencillamente es su vida. "Antes de esto (el COVID19), trabajaba en dos casas, una de un médico y otra de una señora mayor", explica. Luego puntualiza, y sus palabras tienen el polvo triste de lo habitual: "En negro, claro". Ay, ese "claro", hasta qué punto una sola palabra retrata a una sociedad.

Habita un piso de la calle Sáhara en el madrileño barrio de Villaverde Bajo propiedad de la SAREB, el llamado "banco malo", una sociedad participada en un 45 por ciento por capital público. O sea suyo y mío. Alicia tiene 43 años. Con ella viven su hija Nazareth (25) y su nieta Nayara (7).

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Alicia y su nieta Nayara, ayer.

Alicia perdió sus dos puestos de trabajo el 17 de marzo, con la llegada del COVID19. Algo antes, su hija terminó su contrato de jardinera. "Nazareth tiene derecho a la prestación por hijo a cargo, pero sigue pendiente". Términos como "vivienda social", "prestación", "REMI" o "hijo a cargo" son los utensilios con los que millones de personas pintan el cuadro de la pobreza en España. Millones de personas. Un lienzo gigantesco.

Sin embargo, lo que más sorprende, hablando con Alicia, es que en su paleta no existe el negro. Mal que bien han ido tirando "con unos ahorros" que le han dado para comer y no dejar de pagar el alquiler. Lo que una parte de la población llama alquiler, para otros significa todo, abrigo, una idea animal de madriguera, hasta ese punto, significa lo contrario a la intemperie. Cuando te has quedado en la calle sabes bien que antes de perder la guarida dejarás de comer. No me atrevo a preguntarle a Alicia qué entiende por "unos ahorros". Definir conceptos como ahorro, pobreza, bienestar e incluso vida es una idiotez.

Valga un ejemplo. Alicia no sabe cómo comerán a partir de ahora, ya sin "ahorros", ella, su hija y su nieta. Sin embargo, tiene una esperanza. "Por lo menos, mi trabajo en la casa del médico espero que lo recuperaré", suspira. Y el retrato de esa esperanza es el siguiente: por dicho empleo cobra 270 euros al mes. En negro, "claro". Paga un alquiler social de 200. O sea, su esperanza se llama comer dos adultas y una niña, y mantener suministros de agua, luz y gas de un mes, con los restantes 70 euros. Negros. Setenta puñeteros euros de luto. También cabe la posibilidad de que por fin a su hija le llegue la prestación por hijo a cargo. Las vidas de Alicia, Nazareth y Nayara dependen de dos posibilidades, que ella recupere el trabajo en la casa del médico o que su hija cobre la prestación. La posibilidad es un concepto que no existe en el día a día de quienes apenas comen. Contemplar la palabra posibilidad significaría su opuesto, o sea que no suceda. Y eso, en casa de Alicia no pueden permitírselo.

Hay más posibilidades que tampoco contempla este trío familiar en el que hay dos madres y dos hijas. A medida que lo pregunto, con cada palabra, siento cómo algo evidente, incluso absurdo, se me enmaraña en la voz: ¿Y los padres? "Mi marido, no sé", contesta Alicia extrañada de que esa pregunta necesite respuesta. "Y el de mi hija, el padre de la pequeña, sí tiene una sentencia que le obliga a pasarles una pensión, pero hace ya mucho tiempo que no sabemos nada de él".

¿Cuánto son 200 euros?

Alicia paga lo que se llama un alquiler social por ocupación. Es decir, la desahuciaron, ocupó su vivienda y acabó consiguiendo que la SAREB le dejara quedarse a cambio de pagar esos 200 euros al mes. Toda aquella, todo aquel que esté tentado a pensar que al fin y al cabo 200 euros es casi nada, párese aquí. ¿Qué son 200 euros para tres mujeres cuyos únicos ingresos podrían llegar a ser de 270 euros al mes? ¿Qué son 200 euros para la familia que le paga a Alicia 270 en negro por ir varios días a limpiar? ¿Qué son 200 euros para la SAREB, empresa medio pública? ¿Qué son 200 euros para la Administración pública española? Como la palabra pobreza, como la palabra ahorro, hace falta idiotez para calificar qué son 200 euros.

"Ocupé la casa cuando me desahuciaron porque mi hija se había quedado embarazada con 17 años", recuerda Alicia. Le pregunto cuándo la desahuciaron. Responde: "A ver, el primer desahucio…". Tres. Tres veces han desahuciado a la familia. Varios años han tardado en lograr que por fin la SAREB les conceda un alquiler social.

"Es cierto que nos costó mucho tiempo conseguirlo", explica Mercedes Revuelta, activista de la PAH. "La SAREB tiene unos requisitos para legalizar estas ocupaciones, y uno de ellos es que haya ingresos en A". Anda a contarle eso a la familia que te suelta cuatro perras por limpiarle la casa. Anda a pedirles que te contraten. Anda a contarles que si no lo hacen te quedas sin techo. Anda a contarle a la SAREB que ese requisito resulta implanteable para una gran parte de la población.

La solución que encontraron fue que Alicia pidiera la REMI (Renta Mínima de Inserción). Tardó un año y algún desahucio más en conseguirla.

Aunque no sea normal

Según una encuesta del proyecto europeo Home_EU, más del 12 por ciento de la población ha sufrido privación de vivienda en España en algún momento. El 12 por ciento de 47 millones son 5 millones 640.000 personas.

En el 83 por ciento de las 638 familias atendidas por la PAH desde el 2015 (cifras de 2019) había niños y adolescentes, según datos del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), que admite 3.900 lanzamientos al año solo en Madrid.

El CGPJ anunció, por ejemplo, que solo en el primer trimestre del año pasado se llevaron a cabo 15.559 desahucios, de los que el 65,9 por ciento se refieren a viviendas en alquiler.

Se pueden dar muchos más datos, una avalancha de datos, pero ¿qué son los datos? Los datos se posan al fondo de la palabra pobreza y de la cifra 200 euros. Puedo decir "En el primer trimestre de 2019 se practicaron 15.559 desahucios". ¿Y? ¿Cuánto es 15.559? ¿Cuánto es 559? ¿Qué significa el número 59 en las vidas de Alicia, Nazareth y Nayara? ¿Y en la vida de quien lee este artículo?

Le pregunto a ella. Le pregunto a esa mujer que vive con su hija, su nieta y la esperanza de 270 euros. "No sé, a ver si podemos también nosotras llevar una vida… una vida aunque no sea normal, que sea medio normal al menos".

Ah, la normalidad.

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